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Mamá sustentable: Guía para el autocuidado y una maternidad feliz
Mamá sustentable: Guía para el autocuidado y una maternidad feliz
Mamá sustentable: Guía para el autocuidado y una maternidad feliz
Libro electrónico126 páginas2 horas

Mamá sustentable: Guía para el autocuidado y una maternidad feliz

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Ser madre es agotador para casi todas. Siempre existe algún factor ya sea salud –como reflujo, apnea, alergia alimentaria–; una condición del entorno –como ser mamá soltera, viuda, de trillizos–; problemas económicos y tantos otros. A muchas nos cuesta compatibilizar la maternidad con nuestro desarrollo personal, el trabajo, la pareja, la vida social, el descanso... A veces es imposible imaginar que todo sea compatible.

Soy madre de una hija con discapacidad severa. Mi experiencia es la maternidad llevada al límite: noches sin dormir, desgaste, postergación, entrega absoluta. Quizás ha sido más intenso, pero es justamente esto lo que permite ver los problemas con más claridad, y lo que leerán en estas líneas son situaciones a las que se enfrentan hoy muchas madres, no solo las que tienen hijos con discapacidad, enfermedades graves o situación de dependencia.

Es por eso que escribo este libro. Si bien no tengo una receta mágica, ni creo que la exista, compartir mi recorrido en la búsqueda del autocuidado para lograr una maternidad sustentable puede ser de gran ayuda para abrir la reflexión, cuestionar la realidad actual, invitar a buscar soluciones en caso de ser necesarias y, por sobre todo, desarrollar la comprensión profunda que somos muchas las que estamos en esta situación y que en conjunto podemos modificarla. Porque no se trata de algo particular de cada familia, sino de una problemática social.

Este libro busca ayudar a todas las madres con la esperanza de evitar que colapsen. O, si ya lo hicieron, para que sepan que no son las únicas. Esta es una invitación a generar los cambios necesarios para que nos sintamos mejor. Nuestros hijos no necesitan súper mamás, ¡necesitan mamás felices! Es hora de que ser mamá no sea sinónimo de sacrificio, postergación, cansancio. Y ese cambio comienza por cada una de nosotras.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 oct 2018
ISBN9789563246759
Mamá sustentable: Guía para el autocuidado y una maternidad feliz

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    Simplemente me encanto! Es un libro recomendado para cualquier persona

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Mamá sustentable - Sonia Castro

BIBLIOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN

En 2007 me comenzó una ligera infección en la cara. Después de un año, fui a una dermatóloga. Me dio un tratamiento pero no hubo mejoras y la infección siguió creciendo. No me preocupé mucho. Fui a un par de médicos más a ver si encontraba una explicación. En una oportunidad, participé de una reunión clínica en la que me vieron veinticinco dermatólogos. Ninguno supo qué tenía en mi cara. De vez en cuando, alguien me recomendaba a algún médico y ante la angustia de un día tener el rostro horrible, yo volvía a intentarlo. Pero la infección solo seguía extendiéndose.

Pasaron diez años hasta que un dermatólogo me supo explicar en parte lo que estaba pasando: la infección se debía a un desequilibrio de mis neurotransmisores que generaba un exceso de cortisol, conocido como la hormona del estrés. Me dijo que la infección solo se acabaría cuando yo aprendiera a decir que no. Quedé desconcertada, no entendí nada… ¿Por qué un dermatólogo me hablaba de neurotransmisores? ¿Qué tiene que ver saber decir que no con una infección en la cara? Me enfoqué en el exceso de cortisol y traté de averiguar con algunos médicos y psiquiatras cómo reducirlo, pero no encontré respuesta. Siguiendo con la tónica de esta historia, en la que fui bastante lenta y pasiva, no hice muchos esfuerzos por encontrar una solución.

Un año más tarde, leí por primera vez sobre el Síndrome del Cuidador y que este conlleva un alza de cortisol. Por fin pude sumar dos más dos. Resulta que entre otras cosas, el año 2004 fui mamá de una hija con discapacidad física severa, de alta dependencia y por muchos años me dediqué cien por ciento a ella siendo su mamá, su cuidadora e incluso su terapeuta de rehabilitación motora. Entendí que no se trataba necesariamente de aprender a decir que no como dijo el médico, sino a que en estos años se habían desfigurado por completo mis límites de autocuidado y eso me estaba pasando la cuenta.

En mis primeros años como mamá, puse todas mis energías en rehabilitar hasta que entendí que la discapacidad no es un tema médico que requiera una cura y que mi hija no necesita ser rehabilitada, sino ser amada tal cual es y darle la mejor calidad de vida posible. Aprendí que la verdadera discapacidad está en el entorno que discrimina y no en la persona que tiene una condición distinta, por lo que me convertí en activista por los derechos de las personas con discapacidad y he trabajado fervientemente en esto desde hace más de diez años. 

Hasta que colapsé. Ser cuidadora 24/7 de una persona dependiente agota. Ser madre 24/7 agota. Después de siete años de lo que podríamos llamar una maternidad intensiva simplemente no pude más. Comencé a tener episodios de vértigo, en los que por varios días mi cuerpo me forzaba a permanecer inmóvil. El dolor de espalda era intenso y constante, usaba faja lumbar casi todos los días, incluso cuando salía a la calle. Los dolores de cabeza eran diarios. Sufría de problemas en una rodilla, trastornos del sueño, tendinitis, hipertensión, la infección en la cara por un nivel de cortisol elevado y tenía recién veintinueve años. ¿Qué me esperaba para más adelante?

Hasta que un día entendí que la discapacidad de mi hija era una condición permanente y que yo quiero seguir siendo capaz de cuidarla toda su vida, ojalá hasta mis 100 años y más. Me enfrenté entonces a un problema, porque a sus siete años yo ya estaba agotada y no podía sostener ese ritmo ni siquiera un par de meses más.

Así nació Mamá sustentable, cuando comprendí que necesitaba hacer un cambio radical en mi vida, porque lo que estaba haciendo me estaba destruyendo. Mi hija no merece ver que su mamá sufre porque ella existe, al contrario, ella es lo mejor que me ha pasado, ha hecho que mi vida sea extraordinaria y quiero que sepa, vea, viva, escuche y tenga la certeza de que yo soy más feliz gracias a ella. 

He tenido el honor de conocer y compartir con miles de familias que tienen hijos con discapacidad y sus propias experiencias de vida. A veces me cuesta no ponerme a llorar mientras me cuentan sus historias… He sido testigo de enormes niveles de entrega, compromiso, generosidad y de amor infinito e incondicional. Pero eso suele ir de la mano de un gran desgaste y un desequilibrio en todo el sistema familiar.

Para mi sorpresa, este desgaste mental y físico no es exclusivo de quienes tenemos hijos con discapacidad, muchas mamás viven hoy en modo zombie de supervivencia. Incluso inventamos una palabra para esto: mombie, esa mezcla de mamá y zombie que muchas hemos sido. Ser madre es agotador para casi todas, tengan o no hijos con discapacidad. Además que siempre existe algún factor extra, ya sea de salud –como reflujo, apnea, alergia alimentaria–; una condición del entorno –como ser mamá soltera, viuda, de trillizos–; problemas económicos y tantos otros. A muchas nos cuesta compatibilizar la maternidad con nuestro desarrollo personal, el trabajo, la pareja, la vida social, el ocio y el descanso. A veces, hasta es imposible imaginar que todo sea compatible. 

Basta con darse una vuelta por las redes sociales y ver que están repletas con mensajes de madres agotadas, que lo único que quieren es arrancar de alguna manera, aunque sea por cinco minutos, del demandante trabajo de cuidar de un hijo. Las ganas de encerrarse en el baño y colgar un cartel No molestar, de poder tomar una siesta, darse un baño de tina o un masaje. La profunda necesidad de poder poner pausa por unos minutos.

Con los años, he aprendido que la discapacidad no genera problemas nuevos, se trata de una situación extrema que agudiza los que ya existen y que son transversales a toda la sociedad. Es como una lupa que nos permite acercarnos a aquellas cosas que no están funcionando, ya sea a nivel individual, familiar y social. La discapacidad le exige un esfuerzo adicional a los sistemas y si estos no están bien, los problemas saldrán a flote con mayor claridad.

Tengo la certeza que lo que he aprendido como madre de una hija con discapacidad severa puede ayudar a todas las mamás, y que muchas podrán identificarse con mi relato, aunque sus hijos no tengan discapacidad ni enfermedades graves, porque mi experiencia es la maternidad llevada al límite: las noches sin dormir, el desgaste, la postergación y la entrega aumentan cuando se tiene un hijo con discapacidad. Mi experiencia quizás ha sido más intensa, pero es justamente esto lo que permite ver los problemas con más claridad, y lo que leerán en estas líneas son situaciones a las que se enfrentan hoy muchas madres.

Es por eso que escribo este libro, porque si bien no tengo una receta mágica, ni creo que exista –ya que afortunadamente todas somos diferentes–, creo que compartir mi recorrido en la búsqueda del autocuidado para lograr una maternidad sustentable puede ser de gran ayuda para otras mamás, para abrir la reflexión, cuestionar la realidad actual, invitar a buscar soluciones en caso de ser necesarias y, por sobre todo, desarrollar la comprensión profunda de que somos muchas las que estamos en esta situación y que en conjunto podemos modificarla, porque no se trata de algo particular de cada familia, sino de una problemática social.

Comparto mi experiencia para ayudar a otras mamás, con la esperanza de evitar que colapsen. O, si ya lo hicieron, para que sepan que no son las únicas e invitarlas a generar los cambios necesarios para sentirse mejor. Nuestros hijos no necesitan súper mamás, ¡necesitan mamás felices! Es hora de que ser mamá no sea sinónimo de sacrificio, postergación y cansancio. Y ese cambio comienza por nosotras. 

MI MATERNIDAD

Quería ser mamá joven. Tenía una imagen idealizada de la maternidad que se basaba en la serie Gilmore Girls, en la que Lorelai era más amiga que mamá de Rory y las dos se cuidaban mutuamente. Creía que si era mamá cuando más grande, habría mucha diferencia cultural con mi hijo o hija, que yo tendría menos energía y eso me impediría desarrollar una relación cercana. Una creencia algo absurda, pero la tenía cuando era adolescente.

Así fue como a los veintidós años fui mamá de Rocío, mientras estaba en la universidad estudiando el tercer año de la carrera. En mi cabeza, era un buen momento para tener un hijo porque podría estar más tiempo con él o ella durante los primeros meses. Congelar un semestre sumado a las vacaciones de verano, daba más tiempo que el postnatal que teníamos el año 2004 en Chile, que no superaba los tres meses. 

Tenía todo planeado. Bueno, casi… Nunca imaginé que podría tener una hija con discapacidad. Pese a que yo había calculado el embarazo para que ella naciera en primavera, con el mejor clima posible, ella nació en pleno invierno, prematura con 32 semanas de gestación. Un día simplemente comencé con trabajo de parto, sin haber visto señales de algún problema.

Pensaba que cuando un bebé nacía prematuro solo significaba que era más pequeño y

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