Orgasmos en guerra
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A veces, poesía también es hacer lo que te salga de los ovarios.
Un orgasmo en guerra también es que te quemen el alma hasta que el aire se entrecorta y te conviertes en lluvia brotando desde dentro sin control.
Que te maten de la risa justo después de llorar.
Que te conviertan los inviernos en primavera y de ellos florezca la nieve quemando ascuas a su paso.
Poderme masturbar en infinidad de recuerdos pensando en ti, llegar al éxtasis que me provoca la evocación de tus dedos hurgando dentro de mi ser, buscando algo que agarrar con los dientes para llevarte de mí otro gemido violento.
Una batalla estacional donde me vuelvo inmortal.
Un suspiro con la lluvia que brota de mis piernas. Mojada. Colérica. Destrozada. Recogiendo los retales sin costura de esta muñeca rota.
Carmen Mar Osuna Montemayor
Un desastre. Poeta desordenada, alma inquieta y sobre todo mujer. Carmen Mar Osuna Montemayor lleva veinticinco años fabricándose en ruinas imperfectas, deshaciendo los nudos de su garganta y escribiendo a contra sistema.
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Orgasmos en guerra - Carmen Mar Osuna Montemayor
Prólogo
«Déjame hacer mil cosas por ti, pero no me dejes nunca, no sueltes mi mano…» escribes por ahí. Pues yo también haré mil cosas por ti, tampoco te dejaré nunca, ni soltaré tu mano, por muy grande que seas. Me pides que te prologue tus «orgasmos en guerra» —como ves, lo entrecomillo; no sé quién leerá esto— y aquí estoy.
Pero me permitirás que le diga a quien se atreva con el cuasi prólogo lo siguiente: «Haz como yo, sin pensarlo, sáltatelo». No se perderá nada y te garantizo que no se va a borrar, puede leerlo otro día, otro año. Eso me permitirá hacer alguna digresión, a sabiendas de que esto no lo leerá casi nadie en su sano juicio.
Si intento explicar, o poner en antecedentes, lo que viene después, puede ser que no entiendan nada o, más bien, bostecen y aparezca el libro, al trimestre, debajo de la cama o de ese cojín que solo levantamos para limpiar cuando tenemos visitas a las que impresionar, acompañado de alguna monedilla y varias pelusas. Esa no es la idea.
Este prólogo debe ser como llamar por teléfono y colgar antes de que lo cojan, sin sentido frente a lo que viene: un vomitar estridente y turbador de locuras, utopías, desidias, desesperación, desencanto, despecho, reproches, desconcierto, más de un calentón y mil dudas. Muchas dudas.
O no sé, ¿también es un sinsentido lo que escribes?, ¿tú lo sabes? Tampoco, imagino.
Esto del amor, desamor, posesión, egoísmos y celos enmascarados de orgullo y dignidad es desconcertante, inesperado, inquietante… Como lo escribes.
•
Al final, lo que escribes, como el amor, es un juego: jugar con palabras hasta que consigues plasmar tus desesperaciones y anhelos.
Consigues hacer que la lectora vea en cada palabra un reproche, o quizá una caricia que se une a otras formando frases que te ponen la piel de gallina: el verbo adecuado que suena como un susurro al oído; una coma, una pausa que la estremece mientras intenta adivinar por dónde seguirán sus manos; un punto y seguido, como un beso que no se detiene esperando mil más; un punto y aparte que la lleva al próximo párrafo mientras se quita la ropa; un giro, una licencia literaria que le eriza los pezones y la lleva al final del capítulo, terminándolo con un suspiro. Haces que empiece el siguiente con la respiración alterada, entrecortada, y no pueda parar de leer mientras sigue tumbada bocarriba con el libro encima. No quieres que se acabe, quieres seguir leyendo, comerte el texto y que él te devore, te tiemblan las piernas mientras abres el libro cada vez más. Te engulle. Tomas la iniciativa, cambias de postura, te pones encima, lees más cómoda, apoyada para que no se te escape. Empiezas a leer despacio, notando que cada frase te penetra cada vez más profundamente. Tú marcas el ritmo de la lectura, sientes que está acabando, pero no quieres, a la vez que no puedes, parar de leer.
Al final te giras y cierras las tapas; terminó… el orgasmo en paz. No te preocupes: cuando empiece a interesarte otro libro, llegarán los «orgasmos en guerra».
Orgasmo I
Olvídame, reitérate a ti mismo que lo has superado, pero en silencio grita mi nombre.
Recuérdame desnuda, pero de mente, no de cuerpo. Busca mis abrazos en tus sábanas, mi respiración en tu piel. ¿Escuchas? Exacto, nada. Me fui, o quizás te alejaste tanto que ni me ves y es cierto que aún estoy por aquí. Cierra los ojos y exprime cada recuerdo que una vez fue nuestro y hoy solo pertenece a una sola persona: a ti y tu soledad.
Por las noches, parece que el vacío de mi perfume te acompaña y ni siquiera eres capaz de dejar caer esa lágrima. Anímate, suéltala, liberados se vive mejor, pero soy tus propias esposas, tu propio yugo, y me ahogo como ese pobre inocente en el mar.
A veces soy yo la que desearía llamarte y decirte mil cosas que ahogo en odio, cual borracho que ahoga sus penas en alcohol.
Olvídame, te animo, devuélvele a tu mirada el brillo que le robé a tu sonrisa, esa luz que fui apagando con cada beso impuro.
Y cuando estés libre de mí, recuérdame, sin dolor, sin prisa, báñate en un manantial con mi reflejo y recuerda que, a veces, intentar olvidar es recordar diariamente.
Orgasmo II
Y jugamos a jugar, obviamos todas las reglas como niños pequeños que hacen trampas a escondidas.
¿Por qué no nos dejamos de niñerías e intentamos ser adultos?
Y en la pregunta está la respuesta: porque no podemos. Somos almas traviesas que se buscan y se pierden como ese papel en un antiguo cajón, como aquella foto carné hecha una tarde lluviosa de noviembre.
Explícame tú, si puedes, si tu respiración te deja y los sentimientos no te nublan las palabras, ¿a qué jugamos?, ¿en qué consiste esta odisea a la que ni nos atrevemos a llamar «amor»?
Innombrable, una palabra tabú, nos da escalofríos solo de pensarla, pero lo cierto es que pasan los meses y no te olvido, sé que tú a mí tampoco, porque aún recibo noticias tuyas, tengo a fuego marcados tus labios en mi boca, por un simple beso que recuerdo cada vez que el aire me golpea lo suficientemente