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EN EL PRINCIPIO DEL FIN
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Libro electrónico191 páginas2 horas

EN EL PRINCIPIO DEL FIN

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Información de este libro electrónico

Airam, junto a un grupo de personas, intenta sobrevivir en un mundo devastado por desastres naturales y guerras; excluido a las afueras de la ciudad, donde Belusat gobierna con una falsa ideología…
Profecías, mensajes ocultos, simbólicos números y nombres, antiguos reyes y mucho más, rodean cada lugar de la disputada ciudad donde habitan; magnífico escenario de luchas pasadas y futuras…
Amor, fe y religión son los cimientos, las convicciones e ideales de sus personajes, quienes a pesar de las adversidades, misterio, traiciones y situaciones inexplicables que deben enfrentar, esperan un mañana mejor en el cual ser felices…

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 dic 2023
ISBN9798224646173
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    EN EL PRINCIPIO DEL FIN - Aneisi Hernández

    EPÍGRAFE

    En un abismo de fuego... cerrojos de hierro estallaron... dándole ruptura a una puerta de bronce... y el Embaucador regresó a la tierra...

    INTRODUCCIÓN

    Un encorvado monje caminaba lentamente por las calles de una antigua ciudad, recogió del suelo un periódico y comenzó a leer las noticias que se anunciaban en primera plana:

    La guerra ha terminado, un calentamiento global en aumento, miseria, enfermedades reemergentes, escasez y una banca internacional rota fueron consecuencias de esta... (página 3).

    El Salvador del mundo restauró el planeta bajo una única economía mundial, un microchip obligatorio se implantó en la mano derecha o en la frente de cada individuo, para comercializar de forma organizada los pocos recursos existentes... (página 5).

    El Salvador del mundo organizó los países sobrevivientes a la guerra y a los desastres naturales... (página 7).

    "Las naciones recibieron un nuevo nombre:

    • Zonas montañosas de Estados Unidos y la porción sur de Canadá: Nación de América del Norte

    • Elevaciones del centro y sur de América: Nación Suramérica Unida

    • Elevaciones del sur de África y parte de Egipto: Nación África

    • Las zonas del centro de Europa: Países Europeos Unidos

    • Zonas montañosas y tierras firmes asiáticas: Países Asiáticos Unidos

    • Medio Oriente, impune en su gran totalidad: Nación Medio Oriente

    Las islas y las costas bajas en todo el globo terráqueo quedaron sumergidas o congeladas..." (página 8).

    CAPÍTULO I

    El refugio

    Bajé las escaleras y poco a poco acostumbraba mis ojos a la tenue iluminación de la biblioteca, se encontraba en el sótano de una abadía en las afueras de la ciudad antigua; anteriormente vivían aquí varios monjes, el único sobreviviente se llamaba Fray José, quien nos dio refugio a mí y a un grupo de personas que desaprobábamos el implante para comerciar.

    Al llegar al último peldaño, muy cerca de un enorme cuadro de Jesús de la Divina Misericordia, observé mis alrededores, hasta que vi su hermoso rostro bajo la luz de una vela. Estaba tan abstraída sentada junto a la mesa leyendo un libro que no se percató de mi presencia, por lo que me deleité admirándola, sus cabellos negros cortos, siempre regados en su cara, sus finos dedos hojeando las páginas, su delgada figura femenina a pesar de su descuido al vestir, y sus ojos, tan intensos y vivaces, que, si en la actualidad existieran panales de abejas, la misma reina estaría envidiosa de tan hermoso color miel.

    —¡Airam! Me asustaste —dijo sobresaltada al notarme llegar.

    —Lo siento, no quise hacerlo, pero Fray José quiere hablar con todos y me pidió que los buscara para reunirnos en la capilla... y como solo faltabas tú, supuse que estabas aquí, sé que te gusta mucho leer —dije cortésmente, aunque hubiera deseado decirle todo lo que sentía por ella, pero siempre me pasaba igual, me quedaba callado.

    —¿Qué pasará? Bien, vamos entonces —concluyó al ver que me encogía de hombros en señal de duda.

    Susej guardó el libro en uno de los enormes estantes junto a la chimenea y tomó la palmatoria que sostenía la vela con la que se estaba iluminando. Subimos las escaleras en total silencio, aunque mi corazón estallaba cada vez que me encontraba junto a ella, cruzamos la verja abierta entre el altar de madera y la silla del celebrante en el interior de la capilla. En dicho altar, reposaba un pequeño jarrón de barro con la última calanit roja del jardín del monasterio, yo mismo la había colocado allí. Bajamos por la izquierda junto a la pila bautismal. A la derecha, se encontraba la bellísima cajita de acacia tallada donde reposaban las hostias consagradas. Nos ubicamos junto a los demás, sentados en los bancos de madera, perfectamente alineados en ambos laterales.

    —Como los únicos que faltaban eran Susej y Airam y acaban de subir, comenzaré a explicarles el porqué los he llamado a todos. Me han informado amigos del suburbio del este de la gran ciudad, que un buen hombre obtuvo trigo y algunas ropas que desea cambiar por agua, que es de lo que más carece su grupo. Nosotros no tenemos suficiente ropa y necesitamos trigo para la elaboración del pan, pero sí gozamos de un pozo, construido en tiempos de calamidades, y gracias a Dios aún nos brinda agua potable. También podemos enviarle algo de leche de cabra; mañana bien temprano, sugiero a los jóvenes y a los hombres que se dirijan al este para el intercambio

    —informó Fray José. Tenía 76 años, su encorvada figura y sus cabellos blancos resaltaban su ancianidad. Junto a él podría pasar horas sin aburrirme, su gran humildad al hablar y su mirada capaz de pacificar a la peor de las fieras eran admirables; él era indispensable para todos nosotros en estos tiempos difíciles.

    —¿Y cómo pasaremos por la ciudad sin que los policías nos descubran? —preguntó Susej dirigiéndose al monje con su dulce y encantadora voz.

    —Saldrán por la puerta trasera, hay un atajo entre varias ruinas, que conduce al este, con mucho cuidado pueden ir por allí —respondió.

    Antes de que el sol saliera, sobrecalentando la mañana, nos pusimos en marcha con cinco bidones de agua, compartidos entre todos, éramos siete en total. Susej llevaba la leche, era un solo galón. Al llegar al suburbio del este, Jairo, un hombre de ojos pardos y piel muy trigueña, se adelantó para presentarnos:

    —Buenos días, venimos desde el monasterio, de parte de Fray José, para el intercambio.

    —Sí, claro, aquí están las ropas y el trigo —respondió un hombre delgado, de cabellos canosos y ojos muy negros—, sugiero que salgan uno a uno, pues hay bastante movimiento en la ciudad y es mejor no llamar la atención.

    —Por supuesto, vamos con los sacos de trigo, Airam y Susej pueden llevarse los de ropa —comentó Nomolás. Era de baja estatura y con ojos llamativos de color gris, también el más inteligente del grupo, se había graduado de leyes y trabajado siempre como juez. Fue muy famoso por su justicia, hasta que se quedó sin nada por no aceptar el nuevo orden mundial.

    Íbamos hacia el atajo, cuando de repente se escucharon unos disparos. Los policías de la ciudad nos habían descubierto, ya que no era permitido ningún trato comercial a no ser mediante el implante, por eso fueron directo a donde se veían movimientos extraños. Los del suburbio se escondieron rápidamente, pero los policías seguían disparando; un joven, intentó enfrentarse con Susej, pero ella logró tirarlo al suelo, inmediatamente se escabulló por el atajo detrás de mí; yo tomé los sacos de ropa y corrí tanto como pude. Los policías, al no conocer el camino, dispararon, pero no nos alcanzaron.

    Cuando llegamos al patio de la abadía, cubierto por enredaderas de lúpulo, donde se encontraba un sembrado, palmas datileras y árboles de olivo, los demás estaban esperándonos, preocupados por la demora.

    —Si no hubiera sido por el atajo de Fray José, nos hubieran alcanzado los disparos, uno de los jóvenes del este murió casi que delante de mí — comenté recostándome a uno de los arboles de olivo que estaba más cerca para recobrar el aliento.

    —¡Como tuvimos que correr! — comentó Isaduj mientras derramaba sobre sí un balde de agua extraído del pozo y empapaba su rizado cabello, recogido en una coleta. Siempre tan altanero y presuntuoso, solo estaba allí por su madre; al no poder negociar en el mercado, debido a la implantación de la economía sin moneda, sus comercios dejaron de tener sentido.

    —Hijos, gracias a Dios están todos con vida, pero uno de los que nos ayudaron en el intercambio ya no se encuentra entre nosotros, recemos por su alma —interrumpió Fray José mientras indicaba a la gran familia que dejara sus cosas allí y se dirigiera hacia la capilla.

    Un inmenso silencio se apoderó del monasterio, solo Isaduj, como siempre con mucha cautela, salió del templo.

    Al terminar la oración, todos nos dispusimos a esperar afuera a que las mujeres concluyeran el almuerzo. Susej y yo nos sentamos en el piso junto a Isaduj, que estaba recostado a una de las tantas columnas que sostenía el techo entejado, el cual cubría todo el pasillo que bordeaba el árido jardín interior.

    —No me imaginé que pudieras tumbar a ese policía —dijo Isaduj con osadía.

    —No sabes muchas cosas de mí —respondió ella sonriendo, mientras quitaba de su hermoso rostro su corto cabello negro.

    —Enséñamelas.

    —Eres muy curioso.

    —Cuando se trata de una chica sí —comentó fijando sus pardos ojos en Susej, mientras que yo rabiaba por dentro sin saber qué hacer.

    —Si quieres te puedo enseñar arameo, la lengua antigua, porque en la actualidad solo se habla el hebreo —comentó ella sonrojándose.

    —¡Va! No me refería a esas cosas —dijo con desprecio.

    —Me puedes enseñar a mí —interrumpí ajustándome los espejuelos a la nariz. Era mi momento y debía improvisar.

    —Claro —respondió mirándome—, hay muchos libros interesantes en la biblioteca que nos permiten estudiarlo, he aprendido mucho aquí, es vastísima. Fray José me dijo que fueron traídos de recónditos parajes del mundo, muchos se los entregaron para salvarlos de la guerra y de los desastres naturales. He encontrado libros de criptología iguales a los que estudiaba en la Universidad, también papiros en lengua muy antigua, aunque no todos he podido entender... —hizo una pausa entristecida—; supongo que se deba a que no pude culminar mi carrera.

    —Tampoco yo pude terminar la mía de Medicina

    —comenté en voz baja—, tuve que estudiar pocas asignaturas a la vez, ya que tenía que trabajar para poder pagarlas, mi padre era un simple contador —concluí desalentado.

    —¿Y tu mamá?

    —Murió al darme a luz, luego mi padre falleció durante la guerra.

    —Yo estudié hasta la secundaria y me fue bastante bien en los negocios hasta que pusieron el implante para vender y comprar —interrumpió Isaduj llamando la atención de Susej.

    Me quedé callado, pues siempre era igual, cada vez que me gustaba una chica me ponía nervioso frente a ella y, en lugar de hacer cosas que le llamaran la atención, lo que hacía era quedar en ridículo... Susej estaba ruborizada por la mirada penetrante de Isaduj, al instante comenzó a hablar:

    —¿Sabías que Fray José trajo de China un libro de artes marciales?

    —Así que el monje guarda libros buenos, me gusta eso —respondió Isaduj con interés.

    —Bueno, no lo he hojeado aún, y está en chino, podemos practicar defensa personal, imagino que todos lo hicieron para el servicio militar. Mi padre me instruyó personalmente, él fue policía... Cuando ingresé en las FDI debía ser una excelente soldado, de lo contrario lo avergonzaría —un gran silencio se produjo en su interior, el recuerdo de su padre le produjo nostalgia, lo reflejó en sus ojos.

    —Pues claro, yo siempre prefiero la práctica, es más directa...

    —¿Te sientes bien, Susej? —le dije en voz muy baja.

    —Sí... estoy bien.

    —...Letras y letras, tonterías. No sé a quién se le ocurrió la idea de escribir libros; total, ninguno sirve cuando uno sale a la calle y se enfrenta a la realidad —continuaba hablando Isaduj.

    —Hace tiempo que no lo practico.

    —Eso no tiene problemas, lo que bien se aprende no se olvida, ¿no crees sabelotodo? —dijo con desprecio hacia mí. Yo quise explotar y fajarme con él allí mismo, pero no podía. Yo no era rival para él, fuerte y atlético, mientras que yo, flacucho y sin saber siquiera como golpear a alguien. Mi servicio militar no fue directamente en las filas de defensa, por lo que bajé la cabeza y me quedé callado.

    —A mí me fue muy útil —comentó Susej.

    —Bonita, inteligente y fuerte, buenas cualidades

    — dijo Isaduj, esta vez remangándose el pulóver para resaltar sus músculos. Cerré mis puños con fuerza, aunque lo que podía coger era solo polvo.

    —Gracias —respondió ella apenada.

    Isaduj le iba a decir algo más, pero al instante Judith, con su sonrisa alegre y ojos alocados, los interrumpió diciendo:

    —Jóvenes, la mesa está servida, han gastado mucha energía hoy, tienen que recuperarlas.

    Los tres nos dirigimos al refectorio, Isaduj no paraba de hablar para llamar la atención de Susej, la cual le respondía con risitas.

    Todos teníamos obligaciones en el refugio y nos compartíamos las tareas, las mujeres ayudaban en las labores de limpieza y cocina. Fray José cuidaba de las cabras y ovejas que proporcionaban leche, lana y algo de carne, cuando fuera necesario se sacrificaría alguna. Los hombres atendían la agricultura en el pequeño sembrado del monasterio, luchando contra los constantes cambios climáticos y las lluvias ácidas. Los ancianos cuidaban y educaban a los niños, las ancianas en ocasiones, de cualquier tela o lana, hacían ropa para la gran familia. Mientras que Susej, Isaduj y yo nos escabullíamos en la gran ciudad mendigando verduras o, sin que Fray José se enterase y huyendo de los policías, robando comida para todos. Siempre regresábamos

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