Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Pedro Luna en su laberinto: Cartas y documentos inéditos
Pedro Luna en su laberinto: Cartas y documentos inéditos
Pedro Luna en su laberinto: Cartas y documentos inéditos
Libro electrónico322 páginas3 horas

Pedro Luna en su laberinto: Cartas y documentos inéditos

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

A partir de un conjunto de más de cincuenta cartas dirigidas por el pintor Pedro Luna a sus amigos y coleccionistas Néstor Montesinos y Luis Molina, escritas entre los años 1935 y 1956, el investigador Wenceslao Díaz ha intentado documentar, de primera mano, la azarosa existencia de uno de los artistas más emblemáticos de la llamada Generación del 13. Otro hallazgo relevante de esta investigación son los dibujos y proyectos conservados en los archivos de Roberto Zegers, Néstor Montesinos y Luis Alfaro, parte de los cuales son reproducidos en el libro, y que permiten profundizar en sus procesos de creación.De esta manera, esta publicación aporta valiosas fuentes primarias para el estudio de la vida y obra de Pedro Luna, como también del campo cultural chileno de la primera mitad del siglo XX.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones UC
Fecha de lanzamiento14 sept 2023
ISBN9789561431508
Pedro Luna en su laberinto: Cartas y documentos inéditos

Relacionado con Pedro Luna en su laberinto

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Pedro Luna en su laberinto

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Pedro Luna en su laberinto - Mariano Wenceslao Díaz Navarrete

    EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

    Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural

    Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

    editorialedicionesuc@uc.cl

    www.ediciones.uc.cl

    P

    EDRO

    L

    UNA EN SU LABERINTO

    Cartas y documentos inéditos

    Wenceslao Díaz Navarrete

    © Inscripción N° 2023-A-8171

    Derechos reservados

    Julio 2023

    ISBN N° 978-956-14-3149-2

    ISBN digital N° 978-956-14-3150-8

    Edición:

    Pedro Maino Swinburn

    Diseño:

    Francisca Galilea

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    CIP - Pontificia Universidad Católica de Chile

    Díaz Navarrete, Wenceslao, 1930, autor.

    Pedro Luna en su laberinto: cartas y documentos inéditos / investigación y notas de Wenceslao Díaz Navarrete. Incluye notas bibliográficas

    1. Luna, Pedro, 1894-1956.

    2. Luna, Pedro, 1894-1956 – Correspondencia.

    3. Pintura - Chile - Siglo 20

    4. Pintores - Chile - Siglo

    I. t.

    2023 759.983 + DDC23 RDA

    La reproducción total o parcial de esta obra está prohibida por ley.

    Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y respetar el derecho de autor.

    ÍNDICE

    Despejando mitos

    Cartas inéditas

    Anexos

    Yo no existo... soy un mito, no busques mis papeles.

    P

    EDRO

    L

    UNA

    Pero fuimos porfiados... este es el resultado.

    W

    ENCESLAO

    D

    ÍAZ

    Despejando mitos

    Pedro Luna es uno de los más prolíficos y personales pintores chilenos de la primera mitad del siglo pasado. Mi interés en su propuesta de «afianzar nuestra escuela pictórica chilena o bien Sud-Americana […] por lo que hasta hoy he trabajado y seguiré hasta lograr este fin…»¹ me llevó a intentar documentar su recorrido vital como forma de estudiar su obra.

    Un incentivo adicional se agregó a la investigación: la necesidad de precisar, aunque fuera en parte, la gran cantidad de datos sin fuente conocida que aparecían mencionados en los textos relacionados con el pintor.

    Este trabajo no pretende ser una biografía, sino relacionar, con mejores fechas o las aproximaciones a ellas que se logren, su devenir en relación a su pintura. Para eso, comencé por buscar cartas, escritas o recibidas por él. Nada encontré de sus años formativos, ni de los de su permanencia en Italia y su recorrido por la costa sur de Francia y España, como tampoco de la década que pasó en localidades del sur, entre ellas Mulchén, Traiguén y Linares.

    Para documentar los años entre 1935 y su deceso, la situación ha sido distinta, gracias a la acogida de Anne Marie Affeld al facilitarme el acceso al archivo de su suegro, el coleccionista Néstor Montesinos Hoffman. Este interesante archivo, aún no estudiado en profundidad, contiene numerosos testimonios de la vida y actividades de este personaje, merecedor de un estudio mayor dedicado a él. Contiene datos de su biografía, en la que se analiza con gran franqueza, de su cercanía a la literatura, de sus viajes y el relato de cómo conoció a Pedro Luna y llegó a ser su amigo y coleccionista de su obra. De sus textos he recogido los que se relacionan con el mejor conocimiento de la vida y obra del pintor, citas que iré insertando en el transcurso de este trabajo. Destacan en este archivo las cuarenta y tres cartas que Luna le dirigió entre los años 1935 y 1956, a las que ha sido posible agregar las siete dirigidas al coleccionista Luis Molina, de 1955 y 1956, que debo a la gentileza de su hija Paula.

    Estas cartas son parte medular de este libro, pues nos han permitido documentar, de primera mano, la azarosa existencia del último tercio de su vida.

    El Archivo Montesinos contiene una copia manuscrita de la Memoria que en 1954 la joven tesista Ana Vera Quintana² presentó a la Universidad de Chile. Durante muchos meses me fue indispensable para este trabajo, hasta que pude conseguir una fotocopia del original. Ahí pude cerciorarme de la fidelidad de la transcripción que hizo Montesinos.

    Otro hallazgo relevante de esta investigación son los dibujos y proyectos conservados en los archivos de Néstor Montesinos Hoffmann, Roberto Zegers de la Fuente y Luis Alfaro Lira, parte de los cuales reproducimos en los anexos. Entre ellos, podemos destacar los autorretratos a carboncillo de Luna, que en general corresponden a sus años de estudiante y juventud.

    LA MEMORIA DE ANA VERA QUINTANA

    Esta memoria, o tesis, como se las denomina ahora, comienza con un poema que Montesinos dedica al pintor, lo que evidencia su estrecha colaboración con la tesista. Esto ha sido confirmado por las conversaciones que he sostenido recientemente con el profesor Felipe González, viudo de Ana Vera Quintana. Considerando la falta de información documental sobre Luna, estimo que la principal fuente de esta memoria fueron los relatos personales que hizo el pintor a Montesinos. Felipe González, entonces novio de Ana Vera y su acompañante ocasional a casa de Néstor, recuerda:

    «Fue en 1954 cuando fuimos a la casa de Néstor Montesinos, aún no estábamos casados. Se realizó un gran trabajo con todas las pinturas y material que tenía de Pedro Luna. Especialmente [recuerda a Néstor] sacando fotos de sus pinturas. Fueron unos cuatro meses de trabajo», pero dice «no recordar que ella haya conversado con críticos de arte o amigos del pintor».

    Con ese inventario, más otros antecedentes recogidos, Ana Vera preparó un Catálogo Razonado, que es parte de su tesis³.

    Esta colaboración fue importante, porque además permitió a Ana Vera disponer de los datos biográficos que incluye. También estimo que hubo un aporte de Montesinos en muchas de las fichas de las obras que aparecen en este Catálogo Razonado, pues algunas de ellas estaban en manos de particulares conocidos de Néstor, lo que le habría permitido el acceso a ellas, o recibir de él algunos de los detalles que incorpora.

    Ana Vera visitó al pintor por única vez en Valparaíso el año 1954, cuando lo encontró en su lecho de enfermo. Recuerda de esa visita que «el hablar se le hace dificultoso, pero sus sueños son los de siempre […] seguir en su propio estilo y vivir entregado a ese anhelo».

    Esta memoria fue por muchos años la única fuente de información sobre la vida de Luna. Sin embargo, como entonces no eran digitales y esta no fue publicada, permaneció prácticamente desconocida, salvo para los pocos investigadores que se acercaron al archivo de la Universidad de Chile⁴. A través de esta tesis, de lo contenido en el archivo Montesinos, citas de cartas entre terceros y abundante investigación en periódicos, ha sido posible determinar fechas para gran parte del recorrido de Luna, desde sus años en la Escuela de Bellas Artes hasta su muerte. Esto nos permite enterarnos mejor de las circunstancias que definieron su desarrollo como pintor.

    EL ARCHIVO DE NÉSTOR MONTESINOS

    El Archivo Montesinos ha sido de vital importancia para el desarrollo de esta publicación, pues contiene mucho material de interés, casi todo relacionado con su biografía, con la pintura chilena y con la colección que formó con obras de artistas de la Generación del 13, principalmente.

    El archivo debió ser aún más cuantioso, pero lamentablemente ha llegado incompleto a su familia. No sabemos si esto se debió a que él no lo continuara o porque se extraviara parte importante de sus páginas. Aun así, hay abundante información, que ha sido muy útil para guiarme en la búsqueda en otras fuentes. Contiene varias hojas que son esbozos para una autobiografía no realizada. Por lo que nos relata, el hogar de su padre, el coronel Arturo Montesinos Gajardo, debe haber sido fuera de lo común. Él era un militar interesado en la pintura y amigo de pintores, a los que recibía en su casa, tolerante y comprensivo, y ocasionalmente adquiría algunas obras.

    El joven Néstor relata una experiencia relacionada con Arturo Gordon que será significativa en su futuro:

    «por las especiales circunstancias en que lo conociera, me produjo desde el primer momento una intensa impresión. En la tarde de un sábado o de un domingo mi padre me invitó a acompañarlo y en el curso del paseo llegamos al actual edificio de la Biblioteca Nacional, en donde el citado artista mantenía su taller, ocupado en la terminación de algunos frescos decorativos. No olvidaré el espectáculo que se me presentó cuando, a nuestro llamado, se nos franqueó la puerta de entrada: al fondo de una gran sala y sobre un estrado se destacaba, nítida e inmóvil, una mujer desnuda, con el cabello suelto, recogido solo con un cintillo alrededor de la frente. Instintivamente bajé los ojos o los fijé en otro sitio […] Así se me develó, de improviso y súbitamente, el misterio del cuerpo femenino […] nunca dejé de asociarlo en su arte y en su persona, a mi descubrimiento de la fuente de la principal exaltación y placer humanos».

    Este «descubrimiento» explica algunas de las bromas que años más tarde le hará Luna.

    Por el cargo del padre de Néstor como director de la Escuela de Aplicación de Infantería, en San Bernardo, la familia ocupaba entonces «una gran casa ubicada en calle Covadonga Nº 238, que pronto se convirtió en el centro de las principales actividades sociales del pueblo». En uno de sus viajes a Santiago, visitó la exposición de pinturas de un artista llegado hacía poco de una permanencia en Europa y adquirió varias obras, que el autor se comprometió a llevar personalmente a su domicilio. Se trataba de la muestra de Pedro Luna de junio de 1922, en la sala de Rivas y Calvo.

    Llegada de Luna a casa de la familia Montesinos

    En otra página de esos esbozos autobiográficos, Néstor se retrata como un joven lector de Salgari, Julio Verne y Alejandro Dumas, y autor de poemas que le publicaban en El Peneca. Tenía 14 años cuando tuvo la oportunidad de presenciar la llegada del artista a cumplir su ofrecimiento.

    «Pedro Luna tenía entonces 26 años. De fisonomía agradable y bien conformado, aunque un tanto corto de cuello; más bien delgado, no por magro, sino por menudo de esqueleto y de regular estatura; rostro oval y fláccido de carnes sin duda a causa de su propensión a engrosar, de sus excesos y desordenada vida; frente amplia, con marcadas entradas; nariz pequeña, delgada, de dilatadas ventanillas, protuberante en el centro y en el extremo inferior; boca y ojos también pequeños, de carnosos y bien dibujados labios la primera y de color café oscuro los segundos, emboscados siempre bajo unos pesados párpados, sombreados por cortas y ralas pestañas, acentuadas ojeras y gruesas, tupidas y larga cejas. […] La sensualidad manifiesta en sus principales rasgos físicos, su oliváceo color, la melena digna de llevar coleta y las patillas cortadas a navaja al nivel de las fosas nasales, unidas a su nerviosa ampulosidad expresiva, inquietud permanente, indolencia, inadaptación a toda norma y medio de vida y falta de escrúpulos y principios morales, lo identificaban con el tipo ya clásico del gitano andaluz, en una abigarrada mezcla de señorito, de chulo y de torero».

    Continúa el relato de Néstor:

    «Ignoro las causas por las cuales Luna fue invitado a permanecer con nosotros después de su primera visita. Lo cierto es que a todos nos pareció interesante y simpático. Ameno y buen charlador, nos habló de su infancia, estudios, condiscípulos, maestros y amigos pintores, como igualmente de sus viajes, experiencias, triunfos y esperanzas. Probablemente influyó el conocimiento de que desde su llegada desde el extranjero carecía de residencia fija y de afectos familiares inmediatos, unido a la circunstancia de haber gastado ya casi todo el producto económico de su última exposición. Nadie, sin embargo, pudo pensar entonces que Pedro se radicaría por más de un año en nuestro hogar.

    »Todos nos alegramos con esto y con la satisfacción que nuestro nuevo amigo demostraba; pero muy en breve debíamos experimentar una gran decepción. La vida fácil, sin preocupaciones, aumentó la abulia de Pedro. Se levantaba tarde, daba un largo paseo por las calles, según él en busca de temas; dormía siestas interminables, para repetir enseguida sus vagabundeos improductivos, y se retornaba al hogar, a la hora de comida, con una dosis equivalente de alcohol y de entusiasmo que le permitía esbozar los más pretenciosos planes de acción futura. […] La verdad es que el artista, quizás por efectos del proceso de su nueva ambientación en Chile, por vivir en un ambiente cómodo y burgués o, simplemente, por una crisis de abulia, de las tan frecuentes en él, solo anhelaba holgar y fantasear.

    »Poco a poco, […] fueron estableciéndose relaciones de confianza entre Pedro y yo. […] Me permitió tomar sus libros, hojear sus cuadernos de apuntes […] Empecé a acompañarlo en sus salidas, a aceptar en calidad de préstamo sus vistosas corbatas, bastones y joyas traídas del extranjero; a oírlo interpretar ante nuestro Bluthner de cola, a sus músicos favoritos: Chopin, Bach, Grieg, Albéniz, Strawinsky, Debussy…

    »… experimenté una evolución en mis gustos literarios, la que se inició con la lectura de […] obras que tenía Pedro y que yo comprendí mejor o más mal oyendo sus opiniones e impresiones sobre las mismas. […] continué con lecturas semejantes y así conocí a Jean Lorrain, Claude Farrère, Remy de Gourmont, Villiers de Lisle Adam, Sidney Place, Zolá, D’Annunzio, Marinetti, Alberto Insúa, Joaquín Belda, Guido da Verona, etc.

    »Luna, que fumaba grandes y perfumados habanos, bebía whisky escocés y usaba como botella de velador una de cognac Martell, renovada cada tarde. Ingería periódicamente, para trasladarse a planos más prometedores para su imaginación, altas dosis de éter sulfúrico⁵ y llevaba siempre un pequeño frasco con este producto en uno de sus bolsillos».

    Después de la partida del artista a Mulchén, que lo mantuvo por casi diez años alejado de Santiago, trasladándose por varios pueblos del sur, no hubo contacto entre ellos. Néstor, por su parte, siguió con su vida y concluyó sus estudios secundarios en la Escuela Militar, para luego iniciar su vida laboral. No sabemos la fecha de su ingreso al Ministerio del Trabajo, que en el desarrollo de su carrera lo llevaría a habitar, por largos períodos, en diversas ciudades del país, circunstancia afortunada, pues es la causa de la existencia de las cartas que le escribió Luna.

    El reencuentro fortuito

    «En Santiago, a fines de 1933, visité con un amigo el salón anual de Bellas Artes y tuve la sorpresa de admirar en él dos o tres obras de Pedro Luna, conjunto por el cual se le otorgare el premio correspondiente al Certamen Matte Blanco, instituido a favor de la mejor obra de carácter costumbrista nacional, presentado en el período. El recuerdo de Pedro me instó, primero, a visitarlo, y en unión de un compañero de labores públicas, Juan Ponce de León Chávez, […] llegamos un día al domicilio del artista, ubicado en calle Aldunate 1498, esquina de Pedro Lagos, cercano a la vieja iglesia de Santa Sofía. Luna ocupaba allí una casa compuesta de cuatro habitaciones, dos de las cuales, con vista hacia la calle Pedro Lagos, servían para el desenvolvimiento de un pequeño almacén de menestras, casi enteramente desprovista de mercancías a la fecha, y del taller del artista, ubicado en una gran sala con murallas casi enteramente cubiertas de telas preparadas, de cuadros y apuntes, inconclusos en su mayoría. […] Allí en el taller y como consecuencia de conversaciones sostenidas con el artista, fui reconstruyendo poco a poco la historia de Pedro, desde el alejamiento de mi casa en San Bernardo hasta esa fecha».

    Desde ese momento se renueva una amistad que permanecerá hasta la muerte de Luna. En los 22 años de su transcurso fue amigo, admirador y coleccionista de su obra, difusor de ella y maestro acogedor para quien quisiera conocerla. En esa tarea tuvo numerosos seguidores, entre ellos al menos dos que se transformaron en amigos personales y que pudieron continuar su labor.

    El primero de ellos, en 1947, fue el abogado y escritor de Valparaíso, Roberto Zegers de la Fuente. Así recuerda él ese encuentro:

    «Llegó entonces a Valparaíso Néstor Montesinos, gran coleccionista que conocía al pintor desde su niñez. […] Lo conocí y fui invitado a su casa un día de temporal […] se apagó la luz. Bajaron Néstor y Aída Belmar, su esposa, a recibirnos con un candelabro y a su luz tintineante comenzaron a aparecer cuadros y cuadros de un poder, una riqueza de color y de movimiento que me impresionaron profundamente. Pedro Luna… Pedro Luna… me repetía Montesinos a mis preguntas insistentes»⁶.

    Esta «revelación» fue posible porque Néstor, en los traslados que le correspondían en el desarrollo de su cargo en el Ministerio del Trabajo, se instalaba con su familia y una galería de sus cuadros favoritos. A partir de esa visita, Zegers se convirtió en coleccionista de la obra de Luna y, posteriormente, en su amigo y benefactor.

    Un segundo adepto fue Ricardo Mac Kellar. En una entrevista que le hiciéramos con Enrique Schwember, nos dijo: «fue [Waldo] Vila que cuando vio mi admiración por Luna me llevó donde Montesinos. Fue Montesinos quien nos mostró, nos dijo que en la Generación del Trece había una evolución en la pintura»⁷.

    No incluyo entre los adeptos fruto de la dedicación de Néstor a su gran amigo Julio Vásquez Cortés, pues este, por ser cuñado de Exequiel Plaza, tuvo una relación temprana con muchos

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1