Encanto abstracto
La vieja ciudad de Cuenca es como una gigantesca nave cuya proa rocosa se yergue entre los ríos Júcar y Huécar.Allí en alto, como descarnadas piezas dentales, cuelgan insólitos rascacielos medievales que, como la mala hierba, se agarran a la vertical pared rocosa. El Museo de Arte Abstracto de las Casas Colgadas es, quizá, el conjunto más bello de ese único paisaje, colgado en inexplicable equilibrio y mareante altura sobre la roca o farallón de la Hoz del río Júcar, lugar donde nuestro compañero, el artista Fernando Zóbel, colgó los cuadros que con tanto amor y devoción coleccionó durante años.
Conocimos a Zóbel en algún momento entre 1954 y 1955, en sus visitas a las galerías de arte de aquellos años, durante sus frecuentes visitas a Madrid, donde finalmente se instaló y montó su casa-taller. Él era un gran conocedor de las inquietudes artísticas del tras venir a verme al estudio, donde le fui enseñando mis nuevas obras, que querían ser alternativa a mi informalismo. Pero quiso quedarse con el informalista como obra representativa del informalismo español de los cincuenta, que es el alma del contenido del museo que ya tenía en mente. Su entusiasmo por la pintura española y, como él decía, por «la categoría de la obra abstracta de mis compañeros» fue lo que le impulsó a la colección de obras de este periodo, viendo con pesar que las mejores piezas se marchaban al extranjero. Seguramente fue así como fue haciendo sus adquisiciones a Saura, Millares, Feito, Lucio Muñoz, Guerrero…
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