No todo es nieve en Moscú
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A partir de aquí, el viaje a cada página garantiza la inmersión en una aventura por cada uno de los protagonistas y acompañantes de todas las historias donde el lector no quedará indiferente.
Ana Victoria Hinojosa García, (Granada, 1978), a los doce años desarrolla la escritura a modo de diarios, derivando en poemas y prosa literaria tras descubrir, leyendo en la biblioteca particular de su padre, que aquello que hace y acumula en escritos guardados en un cajón estaba más que inventado y forma parte del universo literario.
Titulada como técnico superior administrativa, comienza otras carreras de grado superior y universitarias o Fotografía en el Centro Albayzín.
Tras un largo periodo profesional en Granada o Madrid dedicada al trabajo administrativo, que alterna en su tiempo libre con un programa durante siete años en Radio Ilíberis de Atarfe (su pueblo natal) o la posterior maternidad, alejada de la concentración, dedicación e inspiración necesarias que cualquier proceso creativo requiere, en 2018 decide publicar su primera obra con un primer foto-poemario y llevar a cabo una carrera profesional literaria, por vocación innata.
Eterna aprendiz de la fotografía y melómana empedernida, cada uno de sus cuatro libros publicados hasta la fecha (La leyenda de la flor de loto, Editorial Círculo Rojo; De relatos y cuentos con la mamá grande, LC Ediciones Amarante; Viajando a capítulos y otros presentes, Aliar Ediciones; Orión en el camino, Editorial Mirahadas) reúnen las tres disciplinas multiculturales: fotografía, música y prosa poética, sumergiendo aún más al lector en apasionantes historias contadas de forma amena y fluida.
Su estilo literario transmite la identidad de raíz y tradiciones propias de Andalucía, llenas de dulzura, dificultades, inteligentes toques de humor y reflexivas conclusiones en las que dejar inmerso al lector sobre una actualidad, siempre envuelta en mágica nostalgia entre generaciones pasadas que se proyectan hacia un mejor futuro sostenible.
A día de hoy, es creadora de contenidos en redes sociales, ecoactivista, madre y promotora del feminismo practicado a diario, como luchas que eduquen y hagan visible tanta desigualdad social entre personas.
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No todo es nieve en Moscú - Ana Victoria Hinojosa García
Ana Victoria Hinojosa García
No todo es nieve en Moscú
© 2022 Europa Ediciones | Madrid www.grupoeditorialeuropa.es
ISBN 9791220133234
I edición: Mayo de 2023
Depósito legal: M-29937-2022
Distribuidor para las librerías: CAL Málaga S.L.
Impreso para Italia por Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)
Stampato in Italia presso Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)
No todo es nieve en Moscú
Dedicado a las dos esporas de esta estrella de mar rota durante la hermosa elaboración de este libro, porque mi mundo aún no acepta la literatura como trabajo digno y, menos aún, remunerado en igualdad de condiciones.
Para el amor de mi vida, conmigo en todos nuestros encuentros y desencuentros, como recuerdo escrito para siempre durante el camino aprendido con él (y lo sabe).
Asqueada de tanto capitalismo
salí a repartir ilusión, como en el anuncio de lotería
pero sin cupones y a ciegas…
Recitales (2019)
I
DÍAS DE MATRIMONIO
Margot salió de casa, no había girado apenas la esquina cuando se topó con ella casi chocándose. De un salto dio un paso atrás sobresaltada.
Otra vez ella. No podía creerlo. Demasiadas coincidencias.
Agachó la cabeza, siguió andando y ni la miró a los ojos por evitar el saludo. Llevaba puestas sus gafas oscuras, las que disimulan las ojeras.
Hacía más de un mes que no conseguía dormir bien, del tirón, toda la noche, apenas consiguiendo cinco horas seguidas de sueño.
Llevaba sobresaltada muchos meses, desde que empezó el virus gástrico que infectó a todo el vecindario, debido al consumo de agua no tratada del manantial que, por costumbre, usaba la mayoría de la población para aprovisionarse gratis de ese suministro, sin estar potabilizada ni haberla hervido hasta para beber, o antes incluso. Puede que desde el instante después de que nadie roncara a su lado ni le echara la pierna por encima, obligándola a quitar ese pesado peso que le cortaba la circulación con hormigueos en sus pies fríos que siempre buscaban el calor de otros donde frotarse.
Había perdido siete kilos mientras la gente que conocía de su misma franja de edad había ganado peso.
Ella era así, se consumía en nervios y mantenía diálogos que no la dejaban descansar en el silencio de la noche, si no la despertaba el más leve ruido o se olvidaba de enchufar el veneno de mosquitos y algún picotazo volvía a enrojecer su piel cuya sangre debía ser un dulce manjar para esos bichos empeñados en creer que ella era un centro de donación sanguínea para ellos.
Ella era así, cada vez que salía a fumar un cigarrillo detrás de otro, en un intento de asfixiar la ansiedad invisible que le agarraba la garganta con otra asfixia en forma de humo visible.
Cada vez que abandonaban la casa sus dos gatos, sin saber nunca si regresarían.
Cada vez que la necesidad de oxigenar la mirada al verdor en rayos de su sol secaba sus pupilas tan faltas de lluvia y riego.
Pablo, en cambio, no daba vueltas a su cabeza ni a la cama. Tenía un sueño tan profundo, que podía dormir diez horas seguidas sin que ruido alguno lo molestara.
Fue su última pareja, aunque aún no había decidido el momento menos inapropiado, el lugar más conveniente o la forma cordialmente aceptada de decírselo.
Pablo podía quedarse absorto cada fin de semana cuidando sus bonsáis sin recordar la hora del hambre; mientras ella, cocinando, lo esperaba hambrienta y comía cada cuatro horas, manteniendo una férrea disciplina que, si algún contratiempo la rompía, transformaba su plácido y apacible talante en un feroz monstruo con instinto caníbal.
Eran tan diferentes que no pudieron seguir juntos.
Eran tan indiferentes que solo engendraron gatos.
Eran tan dependientes en sus carencias como individuos que el tiempo los mantuvo unidos compartiendo un mismo espacio desde la independencia que los separaba por alargar la curva de esa materia que, en la física trasladada a sus vidas, equilibra o cambia la percepción de las dimensiones en cualquiera de sus estados.
Micifuz llamaron a uno y Fufú a la otra, por adoptar una pareja que les diera los cachorros legales que ellos no querían procrear en su especie humana no apta a la clonación.
¡Y vaya si dieron gatitos! Cada año una manada de siete u ocho que decidieron vender entre todos sus vecinos o regalarlos a protectoras de animales.
Ambos estaban de acuerdo en que una tienda de animales domésticos no era el hogar idóneo para llevarlos. Y ahogarlos ni entraba en su imaginación siquiera. Antes de hacer algo así, los llevarían a un veterinario para esterilizarlos o donarlos a alguna sociedad protectora animalista.
Durante las horas de sol, él adoraba las plantas y aun siendo jardinero durante los días laborales, los fines de semana también los recreaba a la dedicación de dar belleza con mimo obsesivo y exquisito cuidado en la naturaleza viva de su lugar de recreo.
Ella bordaba nubes, pájaros o estrellas en todas las sábanas y toallas, manteles, pañitos y calcetines, en bufandas y guantes, cortinas y cualquier tela que compraba para su club de mujeres tejedoras al que se apuntó nada más enterarse de la invención de ese centro de reunión asociativa en la pequeña pedanía aneja a su pueblo y que hermanaba en silencio a todas las amantes de imprimir ensoñaciones a color sobre cualquier tejido.
Un club de bordadoras de sueños que, en la rutina de su día a día le robaba dos imprescindibles horas a la semana. Tiempo suficiente de escape hacia una realidad mundana a la que ella no terminaba de adaptarse, por más que aparentara, con pasmosa normalidad y de cara a la galería, esa imagen exigida de hacerse pasar por una más entre todas las que desfilan en la pasarela de moda que juzga el físico, desde una superficie demasiado crítica.
Ver algunas gotas sin limpiar que ensucien el cristal impoluto del buen reflejo, como requisito imprescindible para ser aceptada, nunca fue su visión sobre el mundo; sino, más bien, intentar mirar más allá del cristal y sus gotas, por conocer qué habitaba de la galería para adentro.
Formaban el tándem perfecto del juntos pero no revueltos, desde una cómoda y bien avenida relación matrimonial, a los ojos de cualquier intruso ser humano que los espiara.
Incluso ellos mismos se había convencido, conformados a esa bien avenida forma de convivir que, por costumbre, era monótona, sin sobresaltos, relajada y amable en trato.
Llevaban una vida destemplada en fuegos y transparente como el agua que no tiene sabor ni color ni olor apenas y, aun así, calma la sed si se tiene cerca.
—¿Cómo van hoy tus tomates, Pablo? —preguntaba ella desde la puerta de la casa al despertar e ir a darle los buenos días a su pequeño huerto, abastecido de todo lo necesario para alimentarse de forma sana sin tener la necesidad de salir a comprar en la frutería más cercana.
—Como de costumbre, Marga —contestaba usando el diminutivo hispano con el que hacía referencia a su nombre, cambiado cariñosamente durante su noviazgo—. Como de