Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Muros de soledad: Superando barreras
Muros de soledad: Superando barreras
Muros de soledad: Superando barreras
Libro electrónico254 páginas4 horas

Muros de soledad: Superando barreras

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Muros de soledad se compone de las vivencias de nueve presos del Centro Penitenciario de Castellón I. Protagonistas que con gran generosidad comparten sus vivencias y el motivo que les ha llevado al mundo de la delincuencia, donde conoceremos de primera mano una realidad tan cruda que, en muchas ocasiones, supera incluso a la ficción.
Un libro de caracter preventivo con el fin de que otras personas no caigan en los mismos errores que nuestros protagonistas, por ello serán muchos los institutos que lo introducirán en su Plan lector, porque concienciará a mucho jóvenes del peligro de las drogas y otros delitos.
Un libro que se trabajó en el Centro de Menores de Picassent y que tocó la fibra de todos los jóvenes, para muchos, el único libro que les había gustado en toda su vida, hasta el punto que ellos mismos solicitaban leerlo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 ago 2023
ISBN9788418631658
Muros de soledad: Superando barreras

Relacionado con Muros de soledad

Libros electrónicos relacionados

Crímenes reales para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Muros de soledad

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Muros de soledad - Antonio Gargallo Gil

    PORTADA.jpg

    © CPFPA Victoria Kent, 2021

    email: 12005881@gva.es

    © Todos los derechos reservados a la escuela Victoria Kent de Castellón.

    Coordinador del proyecto: Antonio Gargallo Gil

    email: agargallogil@gmail.com

    Depósito legal: CS 145-2021

    Impreso en España

    Índice

    Prefacio.........................................................................Pag 6

    Prólogo.........................................................................Pag 8

    La chica de la bicicleta rosa ....................................Pag 11

    Undeniable force (Fuerza innegable) ....................Pag 36

    La tumba de los horrores..........................................Pag 67

    Pajaritos de cartón.....................................................Pag 93

    La abuela que cogió un avión y se largó...............Pag 115

    El ladrón de almas......................................................Pag 132

    Un jilguero entre barrotes.......................................Pag 157

    Noa al desnudo............................................................Pag 183

    Entre rejas y carmín..................................................Pag 207

    Prefacio

    La educación se recibe en casa. Cuántas veces he escuchado a mis padres pronunciar esas palabras en tono vehemente, sobre todo para corregir actitudes inadecuadas de un niño demasiado inquieto. Siempre pendientes, vigilantes ante cualquier deriva que me apartara de la dirección correcta. No tenían estudios pero, conscientes de la responsabilidad que adquirieron al convertirse en padres, pusieron todo su empeño en construir en mi interior un sólido armazón fraguado de afecto, firmeza y valores con el que he podido afrontar los desafíos de la vida, sintiéndome muy afortunado por haber recibido una herencia tan valiosa.

    Buena parte de los relatos que contiene este segundo volumen de Muros de Soledad retratan con crudeza infancias desgraciadas sazonadas de malos tratos, abandono e indiferencia. Un panorama desolador para cualquier niño, presagio de un itinerario vital repleto de heridas que desemboca en un adulto difícil de reconstruir. Seguramente se les han proporcionado alimentos y educación porque son derechos que obligan a las instituciones, pero ninguna institución puede superar la seguridad afectiva y la estabilidad emocional que ofrece un verdadero hogar.

    Sin embargo, considero que una infancia desgraciada no debe abocar necesariamente a la delincuencia. Esta es una opción que genera dolor a quien la ejerce y también, e injustamente, a quien la padece. Por eso este libro te llevará a sentir emociones encontradas. Unas veces, empatía y compasión; otras, rechazo o repulsión, pero casi nunca indiferencia.

    En esta ocasión cinco profesores del claustro nos hemos implicado en revisar minuciosamente cada texto para ofrecer al lector un producto de calidad. Agradezco a las profesoras Carmen, Victoria, Fanny, Pilar, Ana, Miriam y a Antonio como coordinador del grupo, los momentos de debate vividos en torno a una coma, un sinónimo, una metáfora o un adverbio y sobre todo por creer en su trabajo y querer a sus alumnos con independencia de sus actos.

    Os invitamos a saltar el muro para conocer mejor el mundo de las prisiones y los prisioneros, en definitiva una parte de vuestro mundo, una parte de vuestros semejantes.

    Francisco Javier Bou Lloret

    Director de la Escuela de Adultos Victoria Kent

    Prólogo

    Me gustaría presentarles el segundo libro que escribimos en el Centro Penitenciario de Castellón I. Un proyecto llevado a cabo gracias al claustro de profesores de la escuela FPA Victoria Kent que con ilusión trabaja cada día para dar lo mejor de nosotros mismos a todos esos internos que, por una razón u otra, acaban encerrados entre estos muros de soledad.

    Cuando publicamos el primer libro, no sabíamos la magnitud del proyecto ni cómo sería acogido y, sin duda alguna, podemos asegurar que recibió el interés tanto de internos como de funcionarios, y no solo eso, sino que también se trabajó en el Centro de Menores de Picassent, donde al director y a un servidor nos invitaron a dar una charla a esos muchachos que, a corta edad, se introducen en el mundo de la delincuencia. Fueron varios los que rompieron a llorar mientras nos escuchaban, mostrando un profundo arrepentimiento. Por comentar una anécdota de aquella experiencia, os compartiré que el libro fue un éxito entre aquellos jóvenes. Recuerdo a una chica que se acercó a mí y me dijo: «Es la primera vez que leo un libro y me gusta. Realmente me ha tocado. ¡Gracias!».

    Y es que en Muros de soledad podemos encontrar algo que no es fácil: ¡la autenticidad! Realmente es un ejercicio de generosidad por parte de los internos que han querido compartir su historia y mostrar tanto lo bueno como lo malo. A nadie le resulta difícil hablar de los éxitos, pero ¿quién es capaz de sacar todas las miserias que uno ha cometido y mostrar las heridas más profundas del corazón? ¡No es fácil! Sin embargo, ello conlleva un premio, y es que el lector empatice y pueda replantearse su vida. Sin duda alguna es un libro preventivo, porque el joven que lo lee ya no queda indiferente. También es un libro capaz de producir modificaciones de conducta en aquellos internos que descubren entre sus líneas que el camino que llevan no es el correcto y que desean otra vida: el sendero que les conducirá a la libertad.

    Querido lector, si eres un interno, te invito a leerlo con la mente abierta al cambio. Apechuga con tus errores, paga lo que tengas que pagar por ellos, pero tu reinserción empieza desde el momento que entras en prisión. Tú tienes el timón de tu vida: o das un giro de 180 grados o nunca serás capaz de salir del pozo. Si tomas drogas, te invito a tomar conciencia de que eso no te soluciona nada, sino que te conduce a la muerte en vida; por tanto, de ti depende. De nada sirve echar balones fuera y buscar culpables. El cambio empieza ahora, porque si lo dejas para mañana, no estás haciendo otra cosa que mentirte a ti mismo y poner un muro de excusas en el que sin darte cuenta estás construyendo tu propia tumba. Si eres un funcionario, te permitirá conocer, no solo al preso, sino a un ser humano sufriente que necesita ayuda y por el que hay que luchar para su reinserción. Si eres un joven con problemas, lee y relee el libro, porque aunque pienses que eres fuerte y nada te puede pasar, sin darte cuenta puedes perderte toda tu juventud entre barrotes, como les está ocurriendo a muchos de nuestros protagonistas. Si eres un lector sin problemas, te servirá para tener una visión del interno, que muchas veces dista de la realidad, otras no, bien es cierto, pero nosotros queremos trabajar con personas que reconocen con valentía sus errores y quieren poner todo de su parte para salir de ellos y empezar una nueva vida. Si eres maestro, entra sin prejuicios y abre tu mente a un nuevo estilo de enseñanza, donde el lado humano prevalece sobre los contenidos didácticos. Queremos ayudar a todos nuestros alumnos a superar esas barreras y nada mejor que la educación para ello. Asistir a la escuela es una oportunidad que muchos no tuvieron; así que, si estás en prisión, ¡no te la pierdas porque aquí te sentirás libre! Mejor aprender y hacer algo útil que estar perdiendo el tiempo en el patio. No sirve de nada ir de víctima, sirve convertirse en un resiliente. ¡Tú decides!

    Finalmente, os invitamos a hacernos llegar vuestra opinión sobre la lectura de este libro de relatos que con tanto cariño hemos realizado, pues es un libro sin ánimo de lucro, gratuito para todos, pero vuestras opiniones pueden animar a esos protagonistas que siguen luchando para salir del pozo.

    Don Antonio Gargallo Gil

    Maestro de la Escuela de Adultos Victoria Kent

    La chica de la bicicleta rosa

    ¡No podía creerme la noticia! Las nubes ensombrecieron y dejaron el cielo pintado de color ceniza. Mi corazón se rompió en dos como las aguas del Danubio que dividen Budapest, la ciudad que me vio nacer. Sus aguas se fundieron con mis lágrimas al conocer la noticia más triste a la que se puede enfrentar un ser humano: la pérdida de un ser querido.

    El hombre que me acunó en sus brazos como un padre nos dejaba súbitamente. ¡Ni siquiera tuvimos tiempo de despedirnos de él! El corazón de mi abuelo, el que adoptó la figura paterna porque nunca conocí a mi padre, dejó de latir cuando más lo necesitaba. Tenía doce años y aquel instante marcaría un punto de inflexión en mi vida, una vida que vivió la transformación inversa a la de una mariposa, pues me desprendí de mis alas y acabaría como ese gusano que despierta de la crisálida y quiere crecer para volar.

    Atrás quedarían esos paseos inolvidables por la isla Margit a orillas del Danubio. Allí me sentaba junto a él para ver los animalitos; después jugábamos, conversábamos, paseábamos a nuestra perrita y, de la noche a la mañana, ya nunca más podría volver a vivir esas experiencias con un ser que era todo bondad.

    El tiempo transcurría con la voracidad de un niño hambriento con un pastel entre sus manos. Una tarde, cuando comenzaba a oscurecer, me reuní con mi mejor amiga para quedar con otros amigos. Por aquel entonces tenía trece años, la edad en la que una desea probar cosas nuevas y más cuando en tu interior tienes un vacío que no sabes cómo llenar. Quedamos en la casa de un amigo en las afueras de Budapest, en un precioso chalet. Desde un principio sabíamos a lo que íbamos: a fumar hierba por primera vez. Queríamos descubrir qué se siente, qué efectos produciría en nuestro cuerpo. ¡Estábamos expectantes!

    Subimos a la planta de arriba, donde no nos podrían descubrir. Éramos cuatro y pronto empezó la función. La primera calada no me hizo sentir nada pero, a medida que íbamos fumando, los efectos no tardaron en aparecer. Empezamos a reírnos sin parar, a hacer tonterías y, la verdad, me lo pasé genial. Fue una tarde diferente, entre risas y carcajadas, que aún a día de hoy me hacen reír, inconsciente de que ahí comenzaría una fuerte adicción que continúa hasta la fecha de hoy.

    Al poco tiempo ya estaba fumando hierba diariamente porque me hacía sentir bien. Después empecé a coquetear con el éxtasis y, posteriormente, con el speed. ¡Me encantaba la droga! Me daba mucha energía, alegría, vitalidad. Diariamente tomaba drogas, principalmente hierba.

    Progresivamente fui perdiendo interés en los estudios y en todo lo que hacía. Solo tenía interés en irme de fiesta, salir con chicos y pasármelo bien. A pesar de tener grandes capacidades para pintar y haber podido dedicarme a las Bellas Artes, lo dejé todo por la droga.

    Cuando cumplí dieciséis años intenté entrar en el mundo de la moda. Al ser alta, delgada, morena, natural y, según la gente, muy guapa, no tuve problemas para hacer un casting y un portfolio para trabajar de modelo. Enseguida me llamaron, pero tuve que inventarme una excusa porque no estaba en condiciones: ¡iba completamente colocada!

    En cuanto acabé la educación obligatoria me puse a trabajar en el Burger King. Lo cierto es que me encantaba trabajar allí porque estaba siempre rodeada de gente joven. Pero no solo me agradaba la gente joven, sino que muy pronto me di cuenta de que me atraían los hombres maduros, por eso acabaría teniendo una relación con el encargado del local que era doce años mayor que yo.

    Estuve trabajando allí durante un año y medio, hasta que me echaron por no cumplir con sus expectativas. Decían que gritaba mucho, que me comportaba de una manera muy infantil y que me entretenía hablando con los clientes en lugar de hacer el trabajo.

    Después seguí buscando empleos, pero ninguno me duraba más de tres meses. ¡No me gustaba trabajar! Mi única ilusión era drogarme y vivía para ello, pero la droga es muy cara y como no tenía dinero suficiente empecé a robar a mi familia… Me cuesta seguir narrando esta historia, las lágrimas me inundan los ojos solo de pensar en el daño que causé a mi madre y a mi padrastro.

    ¡Cuánto sufrimiento les he causado! No puedo olvidarme de aquella vez que robé a Gustavo, la pareja de mi madre, el único recuerdo que tenía de su padre: una cadena de oro con una cruz. Se sintió traicionado y es algo que nunca seré capaz de perdonarme. ¿Cómo pude ser tan mezquina? Una mezquindad que no acabó ahí, pues la droga me cegaba y seguía robándoles sin compasión. Como aquella vez que le robé un clarinete con botones de plata, una auténtica joya instrumental de gran valor, sobre todo sentimental. Encima, como era una ignorante, el dueño del establecimiento donde lo vendí, no tuvo escrúpulos y me engañó: ¡me dio tan solo cuarenta euros por aquella reliquia!

    Tampoco puedo olvidar la vez que le robé a mi madre una cubertería de plata que había sobrevivido a dos guerras y que siempre permaneció en la familia, pero la droga es tan poderosa que es capaz de vencer una guerra, una familia y dominar todo tu ser.

    Aquellos actos pesaban tanto en mí que ni siquiera podía dormir. Tenía miedo de que entrasen en mi habitación y me riñeran por haberles robado, pues siempre tenía la esperanza de que no se diesen cuenta.

    Era una rebelde sin causa, una cabeza loca que vivía sin brújula, sin un sentido en la vida y con un vacío interior que siempre he intentado llenar con la droga. Un sentido que todavía no he encontrado a mis veintinueve años, porque la droga tiene unas raíces que crecen en tu interior como la mala hierba de un campo que resulta muy difícil de eliminar. Hay días que tomo conciencia de que no voy por buen camino, de que la droga está consumiendo mis días como un cigarro que se quema y deteriora tu cuerpo sin apenas darte cuenta. Sueño con tener un hijo para poder sentir ese sentimiento tan bello que solo conocen las madres y poder llenar los muros de soledad que recubren mi corazón. Entonces ya no necesitaré drogarme porque tendré una motivación en la vida, pero el problema es que todavía no soy capaz de llevar a cabo ese sueño, porque al día siguiente mi cuerpo vuelve a pedirme la droga y el deseo irresistible vence a todo sueño. A veces me siento como una soldado que lucha en una batalla perdida, pues no he conseguido estar más de una semana sin saborear la heroína o el crack. De hecho, mi madre me dijo en una ocasión que las drogas eran mi nueva familia. Me sentí fatal ante esas palabras, pero sé que si las dijo es porque siente que les he abandonado y no creo que sea fácil para una madre ver cómo su hija se pierde por los derroteros de la muerte.

    ¡Qué difícil me está resultando contar mi historia! He usado todo el papel que tenía y no puedo dejar de llorar.

    Es ahora, mientras comparto mi historia con don Antonio, aunque a mí me gusta llamarle Toni, que siento por primera vez en mi vida que quiero dejar la droga. He ido a muchos psicólogos, pero ninguno ha conseguido ayudarme o sacarme las cosas que llevaba dentro de mí, pero él ha sabido ahondar dentro de mi corazón y hacerme reflexionar acerca del sentido de mi existencia. Deseo con más fuerza que nunca descubrir las maravillas que nos puede dar la vida, como ser madre, y romper las cadenas que me han atado a la droga hasta el momento. ¡Y sé que lo vamos a conseguir!

    A los dieciocho años empecé a trabajar en una tienda de ropa ubicada en el centro de Budapest, junto a la estación de trenes. Por allí pasaba a menudo un chico moreno de ojos verdes, musculoso, con tatuajes en los brazos y siempre que pasaba por la tienda me miraba y me sonreía, hasta que un día se acercó y me tocó la espalda. El corazón se me disparó de la emoción. Hacía semanas que esperaba diese ese paso para poder conocernos y ese sueño se cumplió como el de una princesa que espera a su caballero. ¡Me lo pasaba genial con él!

    Todo fue muy rápido, a pesar de que no nos entendíamos porque él era rumano y apenas hablaba húngaro. En menos de una semana estaba viviendo con él en un apartamento de grandes dimensiones donde habitaba otra familia; sin embargo, a mí no me gustaba compartir el piso con unos desconocidos, por ello le propuse irnos a vivir a casa de mi abuela.

    Cuando llevábamos un par de meses saliendo juntos, me propuso irnos a vivir a España porque decía que tenía amigos, trabajo y un hogar donde residir. Me dijo que hasta que aprendiese español, podría quedarme en casa mientras él trabajaba. ¡No lo dudé! A la semana estábamos metidos en un autobús en dirección a Castellón. ¡Qué horror! El olor humano era nauseabundo y así sería hasta Perpignan, cuando la policía detuvo el autobús en la frontera e hicieron descender a Adrián porque tenía la entrada prohibida en España.

    ¡Me quedé de piedra! No paraba de preguntarme la razón por la cual tenía vetada la entrada al país del sol. Me dijo que era por algunos robos que había cometido en el pasado, pero que ya no quería seguir por ese camino. Como no teníamos dinero, me hizo vender mi móvil diciéndome que en España me compraría uno mejor, con lo cual perdí la comunicación con toda mi familia y amigos; no obstante, previamente me hizo llamar a un muy buen amigo mío para que me enviase dinero por medio de Western Union para poder atravesar el país de manera clandestina. En media hora ya teníamos los trescientos euros que ingresó mi amigo y los setenta euros que me dieron por el móvil.

    Al día siguiente Adrián contactó con un marroquí para que nos llevase a España a través de los Pirineos. Todo transcurrió con normalidad, aunque yo sentía correr la adrenalina por mi cuerpo ante la aventura que estábamos viviendo. Después cogimos un autobús hacia Castellón y llegamos sin mayor contratiempo después de haber estado viajando durante una larga semana.

    Lo que no me imaginaba es que iríamos a vivir a una vieja casa repleta de cucarachas y suciedad, algo totalmente tercermundista, aunque por amor no me importó.

    Al día siguiente me informó de que, como había podido observar, él no podía trabajar, pero que yo podría empezar como camarera en un restaurante de un amigo suyo.

    Esa misma tarde fuimos a un restaurante y me presentó al dueño, pero como no sabía español no me enteré de nada.

    Después de la entrevista nos fuimos a un bazar chino a comprar ropa, pero me sorprendió que quisiese comprar ropa muy provocativa. Imaginé que querría vivir fantasías conmigo.

    Por la tarde me llevó de nuevo al restaurante para comenzar con mi nuevo empleo; sin embargo, entramos por la puerta trasera, algo que me llamó la atención. ¿Por qué no entrábamos por la puerta del restaurante? No tardé en averiguar el motivo.

    Adrián tocó el timbre y abrió el dueño. Empezaron a hablar y fue cuando vi cómo pasaba por detrás del dueño una mujer vestida en ropa interior: ¡era una prostituta!

    Me asusté. ¡No sabía ni qué hacer! El miedo se apoderó de mí porque me estaban conduciendo sin yo saberlo al mundo de la prostitución.

    ¡Me negué rotundamente! Pero Adrián me decía que si no lo hacía dormiríamos en la calle porque no teníamos dinero y que solo sería un tiempo hasta que él pudiese trabajar.

    Sola, en un país extranjero, sin saber el idioma, sin medios. ¿Qué podía hacer? Al final consiguió convencerme, pues era la única persona que conocía y, a pesar de todo, confiaba en él.

    Me dejaron con la Mami, una mujer muy amable que se encargaba de cobrar a los clientes y consolar a las chicas, porque muchas de ellas estaban sufriendo un calvario. La mayoría eran rumanas, las veía llenas de moratones, con un miedo desgarrador que con tan solo verlas se me encogía el alma.

    Me enseñó la habitación donde tendría que estar con los clientes. Era una habitación amplia, pintada con colores cálidos, acogedora, con un baño y una cama de matrimonio. Tenía una colcha a juego con las paredes y las cortinas decorativas le daban un toque romántico.

    La Mami me acompañó hasta el bar donde estaban los clientes. Me había informado de que tendría una comisión del 50% por cada copa a la que fuese invitada, es decir, quince euros, y cuarenta euros por cada media hora que pasase con un cliente. A su vez me informó de que debía elegir un nombre, una forma de ocultar nuestra verdadera identidad. Elegí el nombre de Nadia.

    Estaba nerviosísima, temblando como un flan de gelatina. Me senté en un rinconcito, maldiciendo el estar allí y con el deseo de hacerme invisible o de despertar de aquella pesadilla sin fin.

    Desde allí observaba al resto de prostitutas, sorprendida de ver cómo las rumanas acechaban a cada cliente que entraba. Enseguida aprendí que si no llevaban dinero a su chulo, les daban palizas, por ello actuaban como águilas hambrientas en busca de una presa.

    Pronto se me acercó un hombre italiano de unos cincuenta años de edad, muy elegante y educado. Me invitó a tomar una copa e intenté comunicarme con él como buenamente pude. Al cabo de una hora me sugirió subir a mi habitación y acepté. Estaba tensa, pero él me tranquilizó porque me trataba con delicadeza. Sería mi primer cliente y, a partir de ese momento, se convertiría en un cliente habitual.

    Aquella noche conseguiría mis primeros 85 euros y, lo cierto, es que no me resultó tan difícil como me imaginaba.

    A las cinco de la mañana

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1