Los misterios de los crímenes
Por Pedro Palao Pons
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No nos engañemos, somos malos, malísimos. Podemos dejarnos llevar por un momento de ira, por un pronto que no pase de un improperio. Lo malo es que atávicamente estamos programados genéticamente para asesinar si es necesario, y ello, añadido a un largo proceso evolutivo, propicia que podamos elaborar retorcidos métodos para acabar con los demás. Matábamos hace un millón de años y seguimos haciéndolo en el siglo xxi.
Siempre hemos matado. Para defender un territorio, una bandera, una fe, una superstición, pero también por amor, por rencor, por temor, por deseo, por envidia,por ego e, incluso, hasta por divertimento, o porque una vocecilla en el interior de nuestra cabeza nos ordenaba hacerlo.
Sí, matamos a amigos, parejas, hijos, hermanos, padres, compañeros, vecinos, jefes o, sencillamente, desconocidos. Matamos de forma irracional e impulsiva, pero también de manera organizada, minuciosa y buscando que cada crimen sea más placentero, más cruento y más perfecto que el anterior.
Este no es un libro de ficción. Sus páginas recorren la realidad de los más umbríos y siniestros rincones de la naturaleza humana, esos que forman parte de nuestra historia menos agradable, aquella que hemos tejido, gota a gota, con la sangre y el sufrimiento de las víctimas.
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Los misterios de los crímenes - Pedro Palao Pons
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Índice
Índice
Introducción
Capítulo 1 Una aproximación histórica
¿Es lo mismo matar que asesinar?
¿Cuántos tipos de homicidio hay?
¿Qué es el homicidio necesario?
¿De dónde viene el término asesinar?
¿Qué es el asesinato en primer grado?
¿Asesinos, caníbales o ambas cosas?
¿Qué es el asesinato en segundo grado?
¿Podemos descontrolarnos en cualquier momento?
¿Qué significa Amok?
¿Cuántas víctimas ha producido el síndrome de Amok?
¿Desde cuándo asesinamos?
¿Se contemplaba el crimen en la prehistoria?
¿Puede matar una batuta?
¿Se puede asesinar a un dios?
¿Hay deicidios en otras culturas?
¿Qué es un soricidio?
¿Eran fratricidas los piratas?
¿Qué es un uxoricidio?
¿Se ha justificado alguna vez el uxoricidio?
¿Cuál es el arma más antigua?
¿Cómo funciona la lapidación?
¿Asesinado por una tortuga?
¿Quiénes fueron los jueces más antiguos?
¿Qué era el código de Hamurabi?
¿Qué era la ley del talión?
¿En qué consistía la venganza de sangre?
¿Quién fue el asesino del talión?
¿Se suicidó Cleopatra o fue asesinada?
¿Qué es un regicidio?
¿Qué es un magnicidio?
¿Cuántos papas han sido asesinados?
¿Qué es un parricidio?
¿Es cierto que en Roma existía un doble rasero para los parricidios?
¿Cuál es el parricidio más antiguo?
¿Qué era el digito interficiebat uxores?
¿Puede matar un enema?
¿Cómo asesinaron a Claudio?
¿Han muerto envenenados muchos personajes públicos?
¿Es peligrosa el agua de bruja?
¿Se ha matado por Dios?
¿Qué es la tortura?
¿Cuáles han sido las torturas más clásicas?
Capítulo 2 Carniceros, asesinos y criminales
¿Quién fue Gilles de Rais, el Cortacabezas?
¿Qué es un asesino en serie?
¿Quién fue el primer asesino en serie?
¿De dónde proviene la expresión asesino en serie?
¿Quién fue el Carnicero de Rostov?
¿Qué es la hibernación del asesino en serie?
¿Quién fue el Arropiero?
¿Qué es la alevosía?
¿Existió el Sacamantecas?
¿Qué es el ensañamiento?
¿Quién fue la Condesa Sangrienta?
¿Qué es un asesinato masivo?
¿Quiénes han sido los adolescentes más peligrosos?
¿Qué es una masacre?
¿Qué fue la masacre de Puerto Hurraco?
¿Qué es un pogromo?
¿Quién fue el Ángel de la Muerte?
¿Qué hace un asesino en serie cuando es niño?
¿Quién fue el Carnicero de Milwaukee?
¿Qué es la fantasía homicida?
¿Quién fue el asesino del Ego?
¿Existen asesinos sexuales?
¿Quién fue Landrú, el Mataviudas?
¿Hay crímenes con firma o tarjeta de visita?
¿Quién fue el estrangulador de Boston?
¿Qué es un asesino en serie viajero?
¿Quién fue el Matamendigos?
¿Hay asesinos que sólo matan en casa?
¿Quién fue el Carnicero de Plainfield?
¿Qué es un asesino visionario?
¿Quién fue la marquesa de Brinvillers?
¿Qué es un asesinato en misión?
¿Quién fue el asesino del Ajedrez?
¿Quién fue el asesino más cruel de Estados Unidos?
¿Por qué torturan los asesinos?
¿En qué consiste el neonaticidio?
¿Quién fue el Carnicero de Hannover?
¿Qué es un feminicidio?
¿Quién fue el Mataviejas de Santander?
¿Qué es un crimen de honor?
¿Qué es un sicario?
¿Quién fue el Grupo del Martillo?
Capítulo 3 ¿Qué, quién, cómo, dónde y cuándo?
¿Qué pensaban los griegos del crimen?
¿Qué dijo Sócrates del crimen?
¿Qué opinaba Hipócrates de la maldad humana?
¿Cómo estudió Platón el crimen?
¿Qué opinaban del crimen los clásicos griegos?
¿Qué reflexiones criminológicas hizo Leonardo Da Vinci?
¿A qué se debía el asesinato según Tomás Moro?
¿Qué pensaba Rousseau de los criminales?
¿Qué es la frenología?
¿Por qué mata un asesino en serie?
¿Qué es la psicocriminología?
¿Cómo es un asesino en serie desorganizado?
¿Quién fue la Prostituta Asesina?
¿Cómo es un asesino en serie organizado?
¿Quién fue el asesino Boy Scout?
¿Qué hay en la mente de un asesino?
¿Quién fue el Doctor Muerte?
¿Qué es el trastorno sádico de personalidad (TSP)?
¿Quién fue la Bestia?
¿Quién inventó la máquina de la verdad?
¿Qué es un psicópata?
¿Fue criminólogo Confucio?
¿Qué es la criminalística?
¿Desde cuándo nos delatan las huellas dactilares?
¿Cuándo nació la medicina forense?
¿Qué es una autopsia?
¿Qué es el intervalo post mórtem?
¿Cómo se hace una autopsia paso a paso?
¿Quién fue el asesino Curandero?
¿Quién inventó la cárcel perfecta?
¿Qué es la biocriminología?
¿Qué es la entomología forense?
¿Desde cuándo se practica la entomología forense?
¿Cuánto tiempo hace que ha muerto?
Anexos
Glosario
El crimen en la literatura
Introducción
Somos malos, malísimos. Podemos dejarnos llevar por un momento de ira, por un pronto, por una necesidad que no sabemos cómo se produce pero que, en el mejor de los casos, hace que sólo se nos escape la mano. Lo malo es que estamos programados para matar, y eso, añadido a un largo proceso evolutivo, propicia que más allá de la ira o del pronto seamos capaces de elaborar retorcidos sistemas para acabar con la vida de los demás.
La maldad es un concepto moral, una forma de entender o pasar por el tamiz ciertas acciones y atribuirles un sentimiento a favor o en contra. Esta subjetividad siempre viene marcada por condicionantes religiosos, educacionales, sociales, etc.
Cuando hace cientos de miles de años dos machos humanos —con un palo y una piedra en las manos— se propinaban golpes recíprocos hasta reventarse el cráneo, no estaban cometiendo un asesinato, y mucho menos un homicidio. Sencillamente, tal vez dirimían sus diferencias con respecto a la caza, luchaban por la posesión de una de las hembras de la manada o estaban tramitando las acotaciones de su hábitat.
Si en el siglo XXI hacemos lo mismo con nuestro vecino y le aplastamos los parietales con sendos adoquines porque el pobre hombre —posiblemente algo sordo— pone la televisión demasiado alta, acabaremos juzgados y encerrados por haber cometido un asesinato. La única diferencia entre estos dos problemillas vecinales es la distancia de unos cientos de miles de años.
Somos animales. Animales territoriales que, como tantos otros mamíferos, se muestran celosos ante lo que consideran que es suyo: su casa, su trabajo, su lugar jerárquico dentro de este, su pareja, etc. Lo único que nos faculta para no acabar entre rejas por un «quítame allá esas pajas» es la educación, y esta, por muy primarios que seamos, lleva siglos moldeándose en nuestro cerebro.
De aquellos lejanos tiempos en los que éramos capaces de abrir en canal a cualquiera que nos tosiera, conservamos dos cosas: la ira y la maldad. Acostumbramos a canalizar la primera mediante sonidos onomatopéyicos traducidos en insultos más o menos elaborados o actitudes de defensa gestual que pueden ir desde el clásico corte de mangas hasta el dedo corazón que se asoma por la ventanilla del coche, pasando por el cubrimiento testicular con ambas manos.
Con respecto a la maldad, tenemos la capacidad de distinguir entre la que se considera legal, como por ejemplo la organización de una guerra, y aquella que no lo es, lo que sería el caso de la comisión de un atentado. El resultado final de ambas acciones siempre suele ser el mismo. Una idea macabra e injustificable se eleva a la máxima expresión al canalizarse de forma violenta y dar como resultado la muerte. Que los fallecidos sean uno, unos cuantos o muchos dependerá, además de la intención, de los medios empleados.
La ira y la maldad se han ido perpetuando a lo largo de las civilizaciones y, si bien podríamos contemplarlas como parámetros primarios de nuestra especie, han ido evolucionando conforme lo ha hecho el ser humano. Y así es como hemos pasado de tirar animales muertos a un río para que sus cuerpos putrefactos envenenen el agua que bebe la población que estamos asediando, a lanzar —mediante aviones de última generación— bombas de racimo. Hemos pasado de seguir las referencias que nos ofrecía el código de Hamurabi, en el 1760 a. de C., a ver cómo los juristas crean nuevas leyes para los posibles crímenes genéticos.
Pero no hay tantas diferencias, pues seguimos siendo malos. Tanto da que copulemos con una vaca —algo que los mesopotámicos consideraban sucio, tabú y ofensivo para los ojos de los dioses— como que manipulemos células madre para intentar fabricar clones, lo cual se encuentra penado por los tribunales internacionales de medio mundo por considerarlo una práctica poco ética. Sin embargo, es evidente que el crimen no es el mismo. La práctica de la zoofilia no está considerada como un delito, ni mucho menos como un crimen, a ojos del siglo XXI, lo cual sí sucedía para los mesopotámicos del siglo XIX a. de C. Posiblemente, para ellos la clonación no habría sido un crimen, no sólo porque lo contemplarían como algo imposible, sino porque en caso de que pudieran imaginarlo lo habrían tomado como un acto mágico digno de los dioses.
Con el ejemplo anterior pretendo indicar que dos acciones radicalmente distintas se criminalizan o no en función del tiempo y la cultura que acoge el acto. El hecho de que hoy sea un crimen fabricar o intentar producir clones no supone una condición para que dentro de quinientos años no forme parte de la normalidad. La misma normalidad que hoy en día nos permite realizar la autopsia de un cadáver para saber cómo ha sido asesinado, algo que hace cinco siglos estaba penado por considerarse una práctica infame a los ojos de Dios.
Pero malos, lo que se dice malos, lo hemos sido siempre. Permanentemente han existido la rencilla, el rencor, el odio o los deseos de venganza. El ser humano ha preparado trampas, ha engañado y asesinado de forma más o menos elaborada a los miembros de su especie en todas las latitudes del globo y durante todas las épocas.
En la actualidad, parece que las crónicas de sucesos sólo tienen espacio para albergar lo que en España se denominan crímenes de violencia doméstica. Cuando estos se producen, copan los informativos de los medios de comunicación. Resulta lógico, pues estos delitos forman parte de una execrable costumbre que en muchos países no europeos es algo, por decirlo así, casi normal. No deja de ser curioso que, en nuestro país, dos terceras partes de las mujeres que han sido asesinadas por sus parejas en los últimos cinco años procedieran de culturas no mediterráneas.
No es que aquí seamos unos angelitos… baste recordar que tenemos al Arropiero, al Sacamantecas, al Hombre del Saco y tantos y tantos personajes que, además de ser criminales, forman parte de la historia patria. Sin embargo, el denominado crimen de violencia doméstica es algo que no parece ir mucho con nosotros. No obstante, esto no quiere decir que no se degüelle a unas abuelitas por aquí, no se apalee a unos vecinos por allá o que, armados con unas escopetas de cañones recortados, se salga a «hacer justicia» para limpiar la ofensa recaída sobre una familia.
Sin ir más lejos, recuerdo el caso de aquel militar que, tras ver como un greñudo motorista escupía en el portal de entrada de su casa e insultaba a su madre, optó por subir hasta su vivienda, en el sexto piso, y, pasados unos minutos, bajar pistola en mano para animar al greñudo personaje a que «escupiera otra vez si era hombre».
Han quedado atrás aquellos años en los que los sucesos eran jugosos, morbosos, creadores de comentarios y corrillos a la hora del café o el desayuno. Es evidente que había desgarros, destripamientos, mutilaciones y... al fin, muerte. Pero muchos de esos crímenes se nos mostraban teñidos con una pátina de macabro romanticismo y sanguinolento dramatismo de libreto barato. Tanto es así que el crimen parecía algo distinguido, diferente e incluso muchísimo más complejo de llevar a cabo que en nuestros días. Ello permitía la generación de toda clase de versiones y leyendas urbanas sobre los móviles, los escenarios, los criminales, las víctimas, etc.
Aspectos como estos últimos son los que pretendo que protagonicen este libro. Siempre ha habido guerras y atentados, grandes luchas tribales o entre naciones que han producido muertes, pero mi objetivo es el crimen «al por menor».
La historia del crimen se puede abordar desde muchas perspectivas. Particularmente, mi fin es centrarme en el crimen «al por menor», que suele ser más sibilino, elaborado, tendencioso, morboso y, cómo no, terriblemente efectivo. Ocuparme de la historia del crimen «al por mayor» hubiera significado sumergirme en guerras, atentados —de Estado o no—, así como asesinatos y homicidios cometidos en campos de concentración y todos los delitos contra la humanidad que suelen juzgarse en tribunales penales internacionales. Por lo tanto, asumo que la historia de este libro está incompleta.
Concibo esta obra —para mi