CUÉNTAME UN CUENTO
“Érase una vez...”. Estas tres palabras bastan para trasladarnos a la más tierna infancia, a esa maravillosa época en la que nuestros padres nos leían cuentos antes de dormir y luego soñábamos con una niña buena llamada Caperucita Roja a la que perseguía el lobo feroz; con el minúsculo Pulgarcito, que dejaba un rastro de migas de pan para no perderse en el bosque; o con un pato bastante feote que un buen día se transformaba en cisne.
Aunque Charles Perrault (1628-1703) y Hans Christian Andersen (1805-1875) se llevan la palma en eso de aglutinar y concebir relatos memorables, lo cierto es que dentro de cada uno de nosotros habita un cuentista empedernido. El hábito de contar historias forma parte de la naturaleza del . “Hasta tal punto es así que nuestra especie bien podría haberse llamado —asegura Óscar Vilarroya, profesor de Neurociencia Cognitiva en la Universidad Autónoma de Barcelona—. Los humanos sentimos el impulso irrefrenable de dar sentido a lo que nos ocurre y entendernos a nosotros mismos, por lo que construimos (Ariel, 2019).
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