UN MUNDO SIN ALMA
Todo lo digital ha muerto», revela una de las primeras escenas de The Blackout (El Apagón). La frase resuena en mi cabeza tan rotunda como extraña. ¿En qué momento «lo digital» fue «vida»? ¿Acaso estamos ante una criatura biológica? ¿Ante un ser que respire o que sienta? ¿Ante algo más que simple materia inerte? Hemos humanizado la tecnología a la vez que hemos tecnificado nuestras emociones, y ahora no apreciamos intuitivamente la diferencia. Decimos que «tenemos que cambiar el chip» o «ponernos las pilas». Si no recordamos con claridad algo, es porque «me falla el disco duro». Y «se me enciende la bombilla» cuando tengo una gran idea. Las metáforas tecnológicas acuden raudas a expresar algunos de nuestros estados de ánimo y atributos más característicos.
En contrapartida, atribuimos intenciones, propósitos, sensibilidad, inteligencia, vida y muerte a los dispositivos tecnológicos. Incluso estados mentales, si un aparato «se vuelve loco» o consideramos que «está pensando» porque tarda demasiado en resolver una búsqueda, calcular o devolver una respuesta. Hacemos de los seres humanos, máquinas. Y de las máquinas, congéneres. Confundimos lo artificial con lo natural porque nuestro entorno natural resulta, ahora más que nunca, el entorno artificial.
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