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Sombras
Sombras
Sombras
Libro electrónico183 páginas2 horas

Sombras

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Información de este libro electrónico

El destino encierra muchos misterios, que yacen entre sombras desconocidas a los ojos humanos, y en estas lejanas tierras se encuentran sumergidos minerales preciosos; cuyo poder va más allá de los años y pueden hacer diferencia entre lo que pasó realmente en nuestra historia y lo que se prefirió contar.
En las páginas de sombras descubrirás eventos familiares y oirás de personajes muy valientes que continúan un viaje sin descanso, en medio del conflicto más siniestro que arrastró a su pueblo en el más oscuro de los años, y aún entre tormentosos días, prosiguieron esperanzados en hallar la paz.

IdiomaEspañol
EditorialCASTELL
Fecha de lanzamiento2 feb 2023
ISBN9798215490648
Sombras
Autor

Claudia Vanesa

Claudia Vanesa es una escritora aficionada, que fija residencia en un pequeño barrio de la ciudad de Capiatá distante a unos veinte kilómetros de la capital del país. Su pasión por la escritura se dio desde muy temprana edad y sus escritores favoritos son Julio Verne y C.S. Lewis. Se ha desempeñado como docente de colegios secundarios y universidades privadas.

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    Sombras - Claudia Vanesa

    SOMBRAS

    CLAUDIA VANESA

    SOMBRAS

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

    © Claudia Vanesa, 2023

    Imagen de cubierta: Castell Ediciones

    Corrección: Castell Ediciones

    Edición: Castell Ediciones, 2023

    Primera edición: Febrero, 2023

    DEDICATORIA

    A quienes lucharon incansables, por alcanzar sus ideales y siguieron adelante, a pesar de la oscuridad de sus circunstancias.

    ALBORADA

    Todo empezó en una tarde de abril, la última semana de aquel cuarto mes, en donde el otoño iba tomando control y los vestigios del verano yacían bajo inmensas hojarascas, que cubrían las avenidas y calles principales de toda la ciudad. Por allí iba caminando sin mayor entusiasmo una joven mujer de unos veinte años, sus pasos eran seguros, pero indiferentes, estaba tan sumergida en sus pensamientos que no vio al inmenso cielo gris levantarse lo que ocasionaría un anochecer prematuro. El viento iba tomando intensidad con ganas de decir algo, pero ella no prestaba atención a las señales que se mostraban. Iba pensando en lo que le había sucedido hacía pocos minutos. Este era un mundo tan incomprensible para ella, que tantas veces se odiaba así misma por no encajar. Cuando veía aquel tren pensaba que ella había venido en él, pero como dejaron de utilizarlo se quedó varada en esa gran ciudad, muy en el fondo sentía que había perdido algo y que simplemente debía encontrarlo. A veces pensaba que si recorría todas las estaciones encontraría el camino, pero ni siquiera comprendía con exactitud cuál era el lazo que tenía con aquel medio de transporte habiendo tantos, sin embargo, cuando observaba aquel tren varado desde hacía tanto, oxidándose año tras año en la añeja estación ubicada en el corazón de la ciudad, no evitaba relacionar su pasado con esa antigua locomotora, que permanecía inmóvil, atrapada entre vestigios y corroídas estructuras a la vista de todos los que por allí pasaban, a merced del clima, los pobladores y el tiempo. Aquella creación del hombre encerraba tantas verdades, y había sido testigo de grandes acontecimientos, surcando increíbles distancias y evocando vívidos recuerdos que desaparecían lentamente junto con él. Alelí sintió pena por ambos.

    —Es lo que nos tocó. — susurró, triste al pasar frente a él, bajó la mirada para ocultar las lágrimas que invadían sus ojos. La realidad suya era que nadie dio paradero de su nacimiento jamás, nadie la reclamaba como su hija, si tenía parientes solo el destino lo sabía, si tenía enemigos solo el camino lo conocería.

    Alelí, era aún joven, peinaba sus pasos al viento, su rostro desconocido por todos y reclamado por nadie. Era una bella y extraña flor cuyo encanto atraía la atención de todos, pero el misterio que la encerraba evitaba cualquier acercamiento. Lo peor de todo, es que ella no se daba cuenta, ella simplemente parecía ocupada en tratar de recordar o descifrar aquellos sueños extraños que se robaban sus verdaderos sueños, devorando sus ilusiones convirtiéndose en insomnios, despertaba cansada que parecía no haber dormido jamás.

    No permanentemente estaba feliz, se hallaba huérfana entre todos, tenía ideas locas de que se hallaba a destiempo con suficientes ejemplos de maldad que presenciaba cada día. El silencio era su infalible acompañante y estaba tan acostumbrada a su presencia que se sorprendía si alguien entablaba conversación con ella.

    Aquel día habían terminado con su contrato, así que quedaba fuera del lugar que había sido lo más cercano a un trabajo. En dónde había pasado los últimos tres años de su vida como ayudante de archivo del hospital. Su tarea era clasificar los expedientes de todos los pacientes de todos los niveles. Hacer carpetas, fotocopias y rellenar formularios por los demás; puros trámites. La burocracia era su pasatiempo que, aunque no era el trabajo de ensueño la mantenía ocupada de su realidad, puesto que sus recuerdos antes del hospital solo eran manchas débiles entre imágenes blancas que no decían nada, como aquellas fichas que debía llenar solo que ella no poseía información y tampoco conocía a quien se la pudiera otorgar. Ese día los altos mandos asumieron junto con toda su estirpe así que quedaron de lado los que no pertenecían, y Alelí corrió la misma suerte.

    Mientras los demás caminaban en compañía, ella lo hacía en soledad. A veces, parecía extrañar algo o alguien, pero no sabía a quién, tal vez era su niñez; aquella que no recordaba o tal vez solo era el efecto de los días grises.

    El cielo descargó sus fuentes y la intensidad con que lo hacía inundaba la ciudad, las aguas desbordaban y se teñían de tanta ansiedad, la noche se acercaba negra, la lluvia se sentía helada en cada gota y ella observaba como estas iban cayendo sobre su rostro, empapándola de cien anchos tormentos. Había llegado a la parada se sentó en la trocha esperando a la tormenta pasar. Ya todos se habían marchado, pero ella continuaba allí no tenía prisa por ir a su casa. Con cada trueno empeoraba la tormenta que parecía agudizarse más. Sin darse cuenta abrazaba su bolso con tanta fuerza que sintió algo se rompió dentro. El crujido la distrajo, era una botella de agua vacía que como todo lo plástico de esta época no podía pasar desapercibido. En ese instante escuchó una voz que parecía dirigirse a ella.

    —Deberías ir a tu casa o al menos protegerte de la tormenta, se pondrá peor. —afirmó el extraño.

    Elevó el rostro con el fin de descubrir de quién se trataba, pero las gotas incesantes que caían impedían visualizar su rostro, las luces del cielo eran tan fuertes y consecutivas que asustada decidió hacer caso a sus palabras, y al apartarse de aquella escena lo peor sucedió, frente a sus ojos el poder del gran cielo cayó con tal fuerza estática sobre aquel árbol que al instante derribó todo lo que se encontraba allí; aquel refugio diario de las personas que salían a esperar el bus dos segundos después de que ella se haya levantado, el banco quedó plano bajo aquel enorme árbol.

    Fue tanta la impresión del acto que no encontró mayor respuesta al susto que la de correr, descuidando así el peligro que se presentaba en las avenidas, tan inconsciente de lo acontecido, no descubrió más que cuando la luz de uno de los autos que circulaban a gran velocidad, frenaba frente a ella y tan solo los chirridos del freno hasta el fondo le devolvieron la consciencia. Sin embargo, aún estaba atrapada, el impacto sería inevitable y aunque lo más sensato sería correr ella solo cerró los ojos. Cuando los abrió se encontró tirada a un costado del pavimento, aquel extraño la había salvado de morir arrollada, empujándola a un lado. Con el brazo raspado, ella quedó como sin alma, recuperándose de a poquito no comprendía de qué lado del mundo se hallaba, si en el de los vivos o de los perpetuos.

    —¿Qué acaso no entiendes? Debes evitarte peligros. —Reclamó su salvador, pero Alelí seguía enredada en confusiones. Él la ayudó a incorporarse, Alelí pudo sentir sus manos frías y pesadas que parecían elevarla, en tanto el hombre parecía afanado. Por la velocidad en que marcaba sus pasos, hacía presumir que la prisa era más que su íntima, la sacó de aquel lugar inmediatamente mandándola para su casa sin revelarle su nombre, y sin que ella pudiese ver en detalles su rostro a causa de la tormenta incesante que no lo permitió. Intentaba hablar, pero no podía hacerlo su lengua parecía atada, sus piernas temblaban con fuerza, apenas podía dar pasos, aún no se recuperaba del susto, pero el extraño parecía seguro de conocerla que no perdía tiempo en llevarla a su casa, volviéndose hacia atrás frecuentemente como huyendo de algo o alguien.

    Había llegado a su casa, cuando se dio cuenta estaba en medio de la sala, una vez a salvo, pareció despertar, aquella fuerza que bloqueaba su voluntad desapareció al entrar a su casa. Completamente empapada halló reposo en la silla en donde no paraba de tejer preguntas en su mente, buscando posibles respuestas a lo acontecido. Sus intentos por comprender lo acontecido se volvieron inútiles, no encontró respuestas lógicas que explicaran sobre el extraño y cómo es que la trajo tan rápido, ni siquiera supo precisar el momento en que se alejó. Sus ropas mojadas y frías la hacían tiritar que se apuró a ducharse sin antes dar una ojeada por la ventana.

    La calle estaba vacía, el viento paseaba inquieto entre las casas y la oscuridad imperaba junto con la tormenta. Con el clima así era común que la electricidad se corte así que se apresuró a ducharse antes que eso pasara. Eran las ocho en el reloj, aunque se sentía más tarde y Alelí sentía tanto sueño que ni hambre le dio. Cayó derribada.

    La tormenta se consumió en la noche, las luces en las ventanas deslumbrando cada quietud se habían apagado. Aquella tormenta y sus fuertes golpes ya no se oían más, fueron remplazados por el canto de los pájaros que se percibía alegre y reconfortante. Los rayos del sol dejaban sus primeras huellas en el cielo y cruzaban a través de los agujeros de la añeja ventana de madera para despertarla. Ella sintió lo tibio de su toque en su rostro y con pesadez abrió los ojos, su primer pensamiento fue, ¿qué pasó con las cortinas? Pero al observar el lugar, su corazón dio un vuelco. Aquel armario de dos puertas y la mesa con una silla que tenía, habían sido reemplazados por un enorme baúl, desde donde sobresalían varios vestidos elegantes y guantes finos, el piso no estaba hecho de cerámica, sino de ladrillo, las paredes no estaban pintadas ni revocadas. Las ventanas de madera estaban desgastadas en los bordes como consecuencia del tiempo, las lluvias y el sol. Colgado en la pared un hermoso y bien trabajado arreador de cuero relucía sobre seis pares de botas, que adornaban una de las esquinas de la habitación. Alelí se levantó en un salto de la cama y al mirarlo se sintió en otra parte. Era su habitación, pero las cosas que estaban allí no eran las suyas, al mirarse se descubrió en una especie de camisón desgastado hecho a mano y muy a medida. Su corazón estaba exaltado y los estímulos en sus descalzos pies le avisaban que debía salir de allí. Abrió las ventanas y saltó hacia fuera, para su perplejidad descubrió un campo abierto que se extendía hasta dónde la vista abarcaba. Los árboles se enmarcaban en distintas direcciones y se podía vislumbrar algunos senderos. Extrañada por lo que veía no creía a sus ojos, pensó estar aún dormida así que con modestos pasos avanzó fuera de la casa. No había secuelas de alguna tormenta, el paisaje era verde y brillante y entre tantos árboles que se erguían uno resaltaba aún más, estaba a unos doscientos metros. Ella lo reconoció de inmediato, aquel árbol, ese en especial, el que no debería estar allí, fregando sus ojos avanzó unos cincuenta metros y sus ojos lo confirmaban, sí, definitivamente estaba allí. Se abría verde entre los demás y lucía enorme, fornido y enérgico. Alelí pensó en retrospectiva, ese árbol había sido derribado hacía mucho tiempo por los vecinos justo al segundo mes en que ella se había mudado al barrio. A ella le gustaba ese árbol, pero los vecinos aseguraban que aquel lugar poseía algún encanto, ya que en las noches se lo observaba hermosamente iluminado, la magia que lo envolvía se refería a una bella dama de antaño, aquella de brillantes épocas, a quien se la veía sentada cantando alguna triste canción, cuyas letras se perdían entre algunas melodías y sombras doradas que desaparecían al final de la noche, solo eran dichos de las personas que en sus pasadas nocturnas decían ver. Pero nadie dio pruebas a terceros, solo el misticismo y el miedo lo confirmaban, alguna razón mayor habrá existido, porque aquel lugar jamás fue habitado por nadie ni construida en ella algo, le fue tan extraño observar aquella majestuosa creación allí cuando ya estaba convencida de que ese no era su barrio.

    Caminó unos pasos más, pero su casa era la única allí, si lo miraba de lejos no encontraba diferencias con su casa, el diseño y la fachada era igual a como lo había visto el día anterior, lo diferente era el exterior, el campo abierto rodeado de naturaleza y vasta vegetación, que reemplazaba al viejo barrio de casas, calles empedradas y anchas veredas que le otorgaban un estilo especial. Las casas habían desaparecido junto con los vecinos y todo lo que parecía ser su barrio, no mostraba signos de haber existido; nada parecía lógico.

    El paraje se veía bonito y verde donde los pájaros tenían jurisdicción total, se veían pequeñas sendas provenientes de todos lados, más las inmensas sombras y el dulce aroma que se cernía entre maravillosas florestas, parecían ser producto del más cálido sueño.

    Por un fugaz instante, el pensamiento de que aquellas pesadillas habían agravado su situación mental volviéndola sonámbula, parecía otorgarle cierta explicación a lo que estaba pasando; sin embargo, la realidad discutía con argumentos de que no era posible caminar tan lejos durante una noche y los rastros húmedos de la tormenta no figuraban en el suelo. Qué extraño sueño estaría creando su cabeza: —Después de esto debo volver a mis terapias, otra vez debo recurrir a un especialista. —Se decía mientras volvía a la casa. Entró por la ventana y las cerró, volvió a acostarse, intentando dormir cerró los ojos, trataba de convencerse de que todo era un sueño, producto de su imaginación, intentaba dormir con pretensiones de despertar a su vida normal, deseaba salir de aquel sueño, pero sus párpados no se sentían pesados y sus energías estaban renovadas, que no pudo hacerlo.

    El silencio de la casa se vio interrumpido, por el ruido seco de la puerta abriéndose, se trataba de la puerta posterior y los pasos alertaban de que alguien había entrado. Alelí agudizó los oídos, los pasos se escuchaban en la cocina, algo había sido bajado sobre la mesa y esos mismos pasos ahora se dirigían a su habitación. Los pasos iban acercándose a ella, alertada y confundida cerró los

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