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Un compromiso inevitable
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Libro electrónico131 páginas1 hora

Un compromiso inevitable

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Julia 966
Britt Carlton no quería enamorarse. Ya lo había hecho una vez y no pensaba volver a repetir la dolorosa experiencia. Pero cuando Ashley Thornton se mudó al apartamento de al lado, Britt supo que sólo había una forma de evitar el desastre: tenían que ser sólo amigos. Nada más…Sin embargo, aunque intentaran con todas sus fuerzas resistir la atracción que existía entre los dos, aunque rechazaran de plano la idea del amor y del matrimonio, Britt y Ashley no podían escapar de algo que ya era un hecho. Habían empezado siendo sólo amigos, pero la amistad ya no era suficiente...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 feb 2023
ISBN9788411416214
Un compromiso inevitable
Autor

Shawna Delacorte

I've lived most of my life in Los Angeles and earned my living for twenty years by working in television production. I was always interested in writing and dabbled at it, but not seriously. I combined my interest in writing with my avocation of photography and began doing magazine articles featuring my photographs. After selling several articles, I discovered I enjoyed the writing process as much as the photography. My friends told me I should make use of my television contacts and write scripts. I enrolled in a screen writing class at UCLA. By the close of class I knew screen writing was not for me. The other thing I knew was that I wanted to write novels rather than magazine articles.

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    Un compromiso inevitable - Shawna Delacorte

    Capítulo 1

    QUÉ es todo ese ruido? —preguntó alguien con tono airado—. ¿Es que no puede dejar de dar golpes en la pared?

    La inesperada interrupción sobresaltó a Ashley, que estuvo a punto de dejar caer el cuadro que tenía en las manos. Un hombre la miraba furioso desde la puerta abierta de su apartamento.

    Medía más de un metro ochenta, era rubio, musculoso y de hombros anchos; el tipo de hombre que hacía que las mujeres volvieran la cabeza. Estaba sin afeitar, despeinado y con aspecto de no haber dormido, pero aún así resultaba muy atractivo.

    —Lo siento —dijo ella, mientras colgaba un cuadro en la pared. Eran las doce de la mañana, así que no tenía por qué darle explicaciones a aquel tipo tan grosero—. Tengo que colgar unos cuadros y no sabía que estaba molestando a nadie. Acabo de mudarme —añadió, como si las cajas que había por toda la habitación no hablasen por sí mismas.

    Ashley examinó al hombre con más detenimiento. No había duda, los signos eran muy familiares para ella: atractivo físico, actitud arrogante; el típico mujeriego que cada noche tenía una aventura con una mujer diferente.

    Britt Carlton se dio cuenta de la situación y, poco a poco, su enfado se fue evaporando. Sólo había podido dormir cuatro horas y tenía un horrible dolor de cabeza, pero no era culpa de aquella chica, sino de sus amigos, que lo habían convencido de que se quedara en la despedida de soltero hasta la madrugada. No estaba acostumbrado a beber y tampoco le gustaba salir de noche pero, además, la consecuencia natural de una despedida de soltero era una boda; algo de lo que no quería ni oír hablar.

    —Ya veo —dijo, con una sonrisa paralizante—. No quería gritarla, pero es que me acosté muy tarde y estoy destrozado.

    —¿Trabaja por las noches? —preguntó ella. Le hubiera gustado hacer un comentario caústico sobre la gente que se pasa la noche de juerga, pero no lo hizo. No había ninguna razón para pelearse con un vecino sin conocerlo siquiera.

    —No, es que ayer estuve en una fiesta demasiado larga —contestó él, extendiendo la mano—. Soy Britt Carlton, su vecino.

    —Gracias. Me llamo Ashley Thornton —dijo ella. Cuando estrechó su mano, sintió una sensación de cosquilleo por todo el cuerpo. De cerca, era incluso más guapo y sus ojos grises, aun enrojecidos por la falta de sueño, brillaban cuando sonreía. Tenía una sonrisa que parecía acudir fácilmente a su boca y que hacía juego con sus agradables facciones—. Perdona, no te he dicho que entres —añadió, apartándose de la puerta y levantando una de las cajas que había sobre el sofá para que se sentara.

    —Trae, yo lo haré —dijo él, quitándosela de las manos y dejándola en el suelo. Britt Carlton tenía mucha experiencia con las mujeres y enseguida hizo un rápido reconocimiento de la que tenía frente a él; debía de medir alrededor de un metro sesenta y cinco, era esbelta y, sobre todo, tenía unos ojos de un increíble color azul turquesa, rodeados por las pestañas más largas que había visto en su vida—. ¿Necesitas ayuda? —preguntó, mirando el sofá-cama y los almohadones que había esparcidos por el suelo—. Pídeme lo que quieras —añadió, guiñando un ojo.

    Ella intentó no soltar una carcajada ante el sugerente comentario, pero no lo consiguió del todo. Lo había hecho con una sonrisa tan encantadora que no podía tomarlo como un insulto, pero confirmaba su primera impresión de que era uno de esos hombres para los que las mujeres no son más que un juguete.

    —Eres muy amable, pero creo que puedo arreglármelas sola —dijo, sin poder evitar una sonrisa.

    —Que nadie diga que no le ofrezco mi ayuda a una dama.

    —Ese rumor no saldrá de mis labios.

    Su mirada fue en ese momento de los ojos a los labios de ella. Estaba sonriendo y sus entreabiertos labios húmedos eran una tentación. Aquella boca estaba pidiendo a gritos ser besada y Britt sintió una opresión en el pecho.

    —Unos labios preciosos, por cierto.

    La típica frase ensayada, pensó Ashley apartando la mirada, pero sin poder evitar que se le acelerara el pulso.

    Britt se dio cuenta enseguida de que su torpeza la había hecho sentir incómoda y se puso nervioso.

    —Bueno, ya veo que tienes mucho que hacer, así que no te entretengo más. Pero mi ofrecimiento de ayuda es sincero —dijo, mirando alrededor.

    —Gracias, pero no será necesario —dijo ella, apartándose un mechón de pelo de la cara—. Encantada de conocerte —añadió, ofreciendo su mano.

    —Espero que lo digas de verdad —sonrió él.

    Aquel tipo se las sabía todas, se decía Ashley. Lo sentía por las pobres chicas que salieran con él, creyendo que su relación podría llegar a alguna parte.

    —¿Es que lo dudas? Aún no me conoces lo suficiente como para dudar de lo que digo —ironizó ella.

    —Ese problema tiene fácil solución —sonrió él burlón—. Podemos conocernos mejor cuando quieras.

    —¿Estás seguro de que quieres conocerme mejor? Es posible que te lleves una desilusión.

    —El tiempo lo dirá —replicó él—. Bueno, me voy. Ha sido un placer —añadió, dirigiéndose a la puerta—. Intenta no hacer mucho ruido, por favor.

    Ashley salió al balcón, donde la brisa de la bahía Elliott mecía suavemente su cabello oscuro. Britt Carlton era un hombre atractivo, pensaba sonriendo. Pero conocía muy bien aquella clase de hombre. Era alguien con quien pasarlo bien pero con el que nunca, bajo ninguna circunstancia, había que involucrarse sentimentalmente. Sabía por experiencia que enamorarse de alguien así sólo podría romperle el corazón.

    Cuando volvió a su apartamento, Britt se encontró a tres personas sentadas en el sofá. Lo único que quería era volver a la cama y seguir durmiendo, pero aquel día todo el mundo parecía estar en su contra.

    Darlene y Bob vivían en el piso de arriba y sabían que él nunca dejaba la puerta cerrada cuando estaba en casa, así que no se sorprendió de verlos allí. Pero con ellos había otra mujer a la que no conocía; una de esas mujeres cuyo único objetivo en la vida era parecer seductora e irresistible. Seguramente funcionaría con otros hombres, pero a él lo dejaba frío. Sólo podía ser uno de los intentos de Darlene por buscarle pareja, se dijo, mirándola.

    —¿No vas a presentarme a tu amiga? —preguntó, intentando ser amable.

    —Es mi prima de Phoenix, Julie Robertson —dijo Darlene, entusiasmada—. Julie, te presento a Britt Carlton, del que tanto te he hablado.

    —Julie, es un placer. ¿Es la primera vez que vienes a Seattle?

    —No, claro que no —contestó Julie, con una falsa suavidad que debía creer sensual y extendiendo la mano como si Britt tuviera que besársela—. Ya he venido más veces. Me encanta Seattle —añadió, moviendo la mano en un gesto exagerado.

    —Seattle es una ciudad preciosa. ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí? —preguntó él, estrechando su mano firmemente.

    —Pienso estar dos semanas, a menos que… —contestó ella, dejando la frase sin terminar por un momento y mirándolo con indisimulada admiración—. A menos que ocurra algo que altere mis planes.

    —Pues buena suerte —replicó él, sonriendo amistosamente y sin dejar traslucir lo que estaba pensando.

    —¿Por qué no cenas con nosotros mañana? —preguntó Darlene.

    —Me encantaría, pero seguramente tendré algún vuelo. Otra vez será.

    —De acuerdo. Bueno, tenemos que irnos o llegaremos tarde al cine —dijo Bob, mientras los tres se levantaban.

    Julie se levantó con movimientos seductores y se acercó a Britt. Poniéndole la mano en el pecho y mirándolo con un ensayado puchero en los labios, dijo:

    —¿No te gustaría venir al cine con nosotros? Podríamos compartir las palomitas y, luego, ya veríamos…

    —No me tientes —dijo él con su también ensayada sonrisa—. Pero ya tengo planes para esta noche.

    Ella lanzó una especie de gemido de desilusión y le tiró un beso desde la puerta antes de salir.

    En cuanto la puerta se cerró, Britt borró la sonrisa de su boca.

    —Lo que me faltaba —dijo en voz alta, irritado, entrando en la cocina y sacando una tarrina de helado de la nevera.

    Mientras se tumbaba en el sofá para comerse el helado, volvió a pensar en los increíbles ojos turquesa de su nueva vecina.

    Se había portado como un grosero, pero ella parecía haberlo perdonado inmediatamente. No sólo era guapa, sino también simpática y amable.

    También se sentía un poco culpable por haberle dicho a Darlene y a Bob que tenía que volar al día siguiente, lo cual no era verdad, pero no le apetecía lo más mínimo pasar la noche con alguien como Julie. Sin ser un tipo engreído, Britt se daba cuenta de la impresión que causaba en las mujeres. Muchas de ellas se lanzaban a sus brazos y a él no le importaba nada aceptar según qué proposiciones.

    O, al menos, lo había hecho hasta seis meses antes, cuando de repente había empezado a preguntarse por qué sus relaciones con las mujeres eran tan poco profundas. Frunciendo el ceño ante aquel pensamiento, decidió abandonarlo y concentrarse en algún programa de televisión.

    Ashley terminó de colocar su ropa en el armario y después se metió en la bañera y cerró los ojos, dejando que el agua perfumada relajara sus músculos. Mientras lo hacía, recordaba la razón por la que se había ido a vivir a Seattle, confiando en empezar una nueva vida. Un mes antes había descubierto que su prometido, Jerry Broderick, había estado saliendo con otras dos mujeres al mismo tiempo. Recordaba su sonrisa encantadora, sus atractivas facciones, su conversación fácil y

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