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Baker's Dozen
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Libro electrónico423 páginas5 horas

Baker's Dozen

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Información de este libro electrónico

Se acercó,

bajando el mentón, mirándola fijamente. Sus ojos tenían una profundidad que Andy nunca había visto antes. En sus pupilas se podía ver conocimiento, comprensión y... algo más. “Tu cinturón negro no te salvará siempre, sabes."

Andy se dio la vuelta. Él continuó acechándola. Por alguna razón, su persistencia la irritaba. Ella golpeó con una mano su pecho. Era un roca. "No. Podría derribarte si tuviera que hacerlo."

"Estoy seguro de que podrías". Una sonrisa arrogante comenzó en un lado de su boca, antes de extenderse hacia el otro. "Entonces, buenas noches." Se despidió de ella y se marchó. Cuando dobló la esquina y ya no le veía, Andy cogió su teléfono y llamó a Carla. "¿Qué quería ese tipo?" preguntó Carla.

“Lecciones de kárate”.

"¿Estás segura? Creo que él te quería a ti.

Andy cambió de tema. “¿Qué quería tu madre?"

Antes de que Carla respondiera, dos hombres enmascarados se apresuraron hacia Andy, la acorralaron arrebatándole el teléfono y el bolso. Inmediatamente soltó el móvil desechable, ¡pero su bolso! Todo lo que necesitaba estaba allí.

No renunciaría a su bolso sin luchar.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento12 ene 2023
ISBN9781667448398
Baker's Dozen
Autor

Amey Zeigler

Amey Zeigler received her B.A. in Communication from University of Arizona. When she was nine years old, she started writing romantic mysteries and has been obsessed with the genre ever since. While attending university, she put her studies on hold to live in France and Switzerland for a year and a half. She lives with her husband and three children near Austin, Texas.

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    Baker's Dozen - Amey Zeigler

    Capítulo Uno

    Los hombres mienten. Mienten sobre con cuántas mujeres han estado, su tolerancia al alcohol y hasta con el tamaño de su umm..., cartera. Y eso era, exactamente, con lo que Jack, sentado frente a Andy Miller, le estaba mintiendo.

    Tocó su taza de café con la punta de su dedo, inclinando su cuerpo delgado contra la mesa de Ronney Dell's. Noventa de los grandes solo este año, afirmó.

    En realidad, estaba más cerca de cincuenta de los grandes, según su secretaria. Aunque bueno, tal vez estaba teniendo en cuenta todos los vehículos que saboteó, antes de anotarlos en los libros.

    Pero Andy no lo contradijo. Sino que batió recatadamente sus pestañas y sonrió sobre su hombro. Noventa de los grandes, exclamó, mascando chicle. ¡No lo puedo creer! dijo.

    Y esa fue la verdad.

    Andy tocó un mechón de pelo de la peluca teñida de su personaje de Mary Lou que cubría su cabello castaño natural. Su padre siempre le decía que era marrón como el barro del Mississippi. Acarició su collar justo por encima del pronunciado escote de la camiseta sin mangas siguiendo el estilo de Daisy Duke. Ay..., las profundidades a las que debes ahondar para una historia. Pero para vengar a la pobre y anciana señora Wheyland, todo valía la pena.

    Han sido todo horas extras, ya sabes. Él le dedicó una sonrisa seductora. Había pasado demasiado tiempo desde que había descubierto el pastel.¿Vas a trabajar esta noche?

    Quería echar un vistazo más a los libros de Jack. Algo andaba mal, algo más que el sabotaje. Después de investigar un poco sobre cuánto ganaban los pequeños talleres de reparación, quería volver a calcular las cifras.

    Estoy a punto de terminar tu BMW. ¿Quieres venir?

    Ella asintió. Me encantaría verte trabajar.

    Andy sonrió anticipándose a compartir los diecisiete tratos deshonestos de Jack con sus diez mil seguidores en Twitter @BakersDozen.

    Si había una historia más grande en los libros, sería la guinda encima de toda la corrupción y el escándalo. Así que, mentiras modo "on".

    Vamos. Sacudió la cabeza.

    Bebió un último sorbo de café. Andy se levantó deslizando la silla, los brazaletes tintineaban en sus brazos, y el tacón de aguja de sus botas, casi la hace tropezar con la pata de la mesa. En la caja, Jack tocó sus bolsillos traseros, luego los bolsillos de su camisa, y maldijo.

    "Olvidé la cartera en mis otros pantalones. Mary Lou,

    ¿Pagas tu?"

    Andy mostró una sonrisa tensa mientras hacía matemáticas mentales. Había pagado la cena cinco de las seis veces habían ido fuera. Si esto hubiera sido una cita real con un verdadero novio, Andy le habría hecho lavar los platos de la comida. Al menos Jack, era una deducción de impuestos. Sacó el monedero del bolso rojo, su bolso favorito. Claro, cariño.

    La última vez, lo prometo, le susurró al oído.

    Esa era la única verdad que había dicho en toda su relación. Y ni siquiera sabía qué tan cierta era.

    Andy pagó y se dirigió hacia la puerta mientras Jack se demoraba con una camarera, sonriendo tímidamente mientras charlaba.

    Cegada por la puesta de sol, Andy empujó la puerta de cristal para abrirla, y cogió las gafas de sol que tenía perfectamente colocadas en su peluca, justo cuando un tipo con una espalda enorme, entró en sentido opuesto al suyo.

    Al principio, ella no le prestó mucha atención. Pero él recorrió su cuerpo con la mirada. Andy estaba acostumbrada a que los hombres la comieran con los ojos, especialmente con su atuendo actual. Una minifalda que dejaba ver casi la totalidad de sus piernas. -Las piernas de Andy eran sexys, además, llevaba un top ajustado enalteciendo sus atributos. Su cuerpo era deseable, y a ella, no le importaba usarlo para conseguir lo que quería, información.-

    Y normalmente, cuando Andy trabajaba en un caso, no se distraía. Era una regla fundamental. Podría significar vida o muerte, incluso no podía mirar de reojo. Pero el físico de ese hombre rogó que lo hiciera. No pudo evitarlo.

    Alto. Mandíbula pronunciada, un toque de barba incipiente. Ojos azules penetrantes. Cabello rubio arena cayendo solo en los lugares correctos. Ágil, tonificado, perfectamente creado.

    Perfectamente distraída.

    Tres segundos era demasiado tiempo para mirar. Así que apartó la mirada para volver a centrarse en su objetivo. Pero mientras lo hacía, el chico hizo algo inesperado: levantó sus cejas y le sonrió.

    ¿La reconoció?

    Andy dio un bote por la sorpresa. Su respingo interrumpió en el delicado equilibrio de su peso flotando sobre los tacones del tamaño de lápices afilados. A media zancada, el tobillo de Andy vaciló. Ella trató de recuperarse haciendo contrapeso hacia el otro pie. Pero no funcionó. El tacón se engancho en la alfombra de la entrada, y cayó hacia adelante.

    Su mano voló para agarrarse a algo, cualquier cosa valía para evitar la caída. No atrapó nada más que aire hasta que lo agarró... a él.

    Con rápidos reflejos y una asombrosa agilidad, Andy notó como ese tipo la agarró por la cintura, salvándola de una caída sin duda vergonzosa, en la que seguro, gracias a su vestuario, se le podría haber visto hasta el alma.

    ¿Estás bien? preguntó, sosteniéndola en alto con sus cálidas manos. Sus caras estaban a escasos centímetros. El tiempo se detuvo. Estaban tan cerca y mirándose con tal intensidad, que parecía que fueran a bailar un tango.

    Ella lo absorbió, memorizando cada detalle. La curvatura de sus labios, el arco de sus cejas, su nariz perfecta. Una pequeña cicatriz que partía la ceja izquierda en dos. Era una cara bonita. Pero su mirada deslumbrante la hipnotizó, perspicaz, divertida y... familiar.

    Definitivamente memorable.

    Andy buscó más profundamente en sus ojos. Él la estaba estudiando al detalle también.

    Algo eléctrico, mariposas, o tal vez indigestión por los espaguetis con albóndigas y jalapeños de Ronney's, se removía en su estómago.

    Andy, ¿no es así? susurró.

    Su chaqueta hacía que un agradable olor a cuero irradiara de su cuerpo. Y algo más. ¿Incienso de sándalo?

    El extraño, rápidamente la enderezó, sus mirada no se alejaban.

    ¿Te conozco? preguntó ella, luchando por continuar con su tapadera, acariciando su peluca, esperando que no se le hubiera caído -estaba bien asegurada con no menos de cien horquillas, pero nunca se sabe-. Aún así su mirada continuaba clavada en la de él.

    ¿No te acuerdas?, dijo.

    ¿Conoces a este chico? exigió Jack detrás ella. Poniendo una mano posesiva en su espalda, tratando de alejarla de ese hombre.

    Fuerte. Elegante. Andy todavía estaba aturdida. Llevaba saliendo con escoria demasiado tiempo.

    No, dijo Andy, metiéndose otra vez en el papel de Mary Lou.

    Jack frunció el ceño al extraño. Pero Andy apenas lo vio. Jack y el mundo entero habían desaparecido. Solamente ella y ese hombre existían, encerrados entremedio de puertas de vidrio y Andy, balanceándose como un flamenco.

    Al poner el pie en el suelo un dolor punzante irradió por su pierna. Su grito rompió el trance. Miró hacia su pie estremeciéndose de dolor.

    Rápido, el extraño saltó a la acción, agachándose para examinar el tobillo de Andy.

    Estás herida.

    Está bien, dijo Jack, empujándola hacia la siguiente puerta mientras Andy cojeaba. Jack miró al hombre mientras la envolvía con un brazo protector alrededor de su cintura.

    ¿Quieres hielo? preguntó el extraño, abriendo la puerta y avanzando hacia el comedor.

    No, gracias, dijo Andy. Jack continuó dirigiéndola hacia las puertas del parking. Cada paso que daba le hacía temblar de dolor. Estaba perdiendo la calma y su fachada. Necesitaba que desapareciera ese tipo.

    El extraño, miró de Andy a Jack, y luego, otra vez a Andy. Con decisión les adelantó para abrirles la puerta.

    Andy pasó cojeando junto al hombre, sintiendo, en lugar de viendo, su mirada. Lo miró de reojo. Una fracción de segundo fue todo lo que Mary Lou pudo darle, aunque Andy quería ver más, sentir más. Me llamo Hugo, por si alguna vez necesitas algo, le susurró al pasar, mientras miraba a Jack fijamente.

    Gracias. Su voz, oprimida por el dolor, casi perdió la voz de pánfila de Mary Lou, pero la recuperó rápidamente.

    Su mente buscó a través de la base de datos de su cerebro, aferrándose al reconocimiento, consternado por su memoria casi fotográfica, para olvidar a un hombre como él.

    Y en ese instante, pequeños destellos brillaron en sus ojos. Lo recordaba, pero no sabía de qué...

    Podemos conseguir hielo en Shaft, dijo Jack, alejándola aun más del restaurante. Tengo una máquina de hielo allí. Su pierna irradiaba dolor. ¡Esos zapatos de prostituta! Tenía que usar tacones de seis centímetros esta noche ¿no?.

    En el estacionamiento, Jack se detuvo junto a su camioneta.

    ¿Por qué no vamos en mi camioneta?

    Pero siempre caminamos. Segunda regla. Nunca debes subir al coche de uno de tus objetivos. Tenía su bicicleta de diez marchas encadenada a un árbol cercano.

    Pero el tráfico es horrible esta noche. Y tu tobillo está hinchado.

    La verdad sea dicha, el tobillo estaba muy hinchado. Y doloroso, también. Pero las reglas son las reglas. Andy no podía dejar que cualquiera le da paseos. Nunca. No cuando ella estaba trabajando, de ningún modo. Podría ser demasiado fácil perder el control de la situación.

    Jack insistió. Y el paso de peatones está tan lejos de aquí.

    La tienda estaba a dos calles y el tiempo en primavera en St. Louis, aunque era cálido durante el día, hacía frío por la noche, y no recordó traer un abrigo.

    Esta noche el tráfico era denso. Y si se había torcido el tobillo, ir cojeando podría agravarlo. Andy sopesó las opciones en su mente. Solo un paseo.

    Todavía era temprano. Además, Jack no era una amenaza. Llevaban juntos cuatro semanas, y nunca había intentado nada. Su aliento echaba para atrás, y entre eso y sus dientes, un beso suyo seguro que era hasta infeccioso.

    Claro, cariño dijo ella al fin.

    Con su bolso rojo en el hombro, subió a la camioneta apartando a un lado llaves inglesas, albaranes, servilletas y facturas aún en sus sobres. La recibió el olor rancio de las manchas de aceite, o de las patatas fritas duras como rocas escondidas en los asientos.

    Será mejor que esta historia salga a la luz.

    Si pudiera profundizar un poco más en los libros.

    Los ingresos que Shaft Auto informó a Hacienda, fueron altos para el número de reparaciones que Andy había observado. Incluso con los vehículos manipulados.

    ¿Adónde vamos? Su voz casi se quebró.

    Había estado tan absorta en sus pensamientos, que no se dio cuenta de que él había pasado de largo 'Shaft Auto Shop'.

    Oh, dijo riéndose. A un lugar al que he querido llevarte hace ya un tiempo

    Pensé que íbamos a terminar de arreglar mi coche. Después de recoger el coche esta noche, se suponía que debía terminar la investigación y dejar a Jack.

    No te preocupes. Podemos terminar mañana por la mañana.-le guiñó el ojo-. O por la tarde.

    Andy reprimió un escalofrío. Pero necesito hielo para mi tobillo.

    Habrá hielo donde vamos.

    Se le formó un agujero en el estómago. Nunca iba a tener otra oportunidad para estudiar los libros de Jack. O devolver el coche a Carla. Había perdido el control de la situación.

    Miró su reloj. Seis de la tarde. Le quedaban dos horas hasta que el plazo venciera. Todavía tenía que escribir su artículo y enviar la historia al Sr. Hershal, su editor en Gateway Times.

    El plazo de entrega no dejaba tiempo para holgazanerías...

    Cuando llegaron a su apartamento, Andy sonrió falsamente, ¿Esta es tu casa? Porqué..., es muy bonita

    La fachada estaba descuidada, en sus inicios sería blanca, ahora, era color óxido sangrante. Me encanta el bonito trabajo de hierro.

    Pero Jack solo tenía ojos para Mary Lou. Tintineó sus llaves con anticipación antes de salir de la camioneta. Andy temía esta parte. Ocurría con frecuencia.

    Andy abrió su propia puerta lentamente. Hay un punto en cada relación, incluso las falsas, en la que alguien, generalmente el chico, quiere llevarla al siguiente escalón—la cama. En los últimos tres años como periodista freelance de investigación, Andy había aprendido tres técnicas para solucionar estas situaciones. Dos de ellas las aprendió del Senséi Tanaka.

    Subieron del brazo las escaleras hasta la puerta. Al menos durante el viaje en coche había podido reposar el tobillo.

    Continuando con el tintineo de llaves, abrió la puerta y luego la miró.

    Vamos a sacarnos un selfie, ¿sí? Quiero recordar esta noche. Sacó el teléfono frente a ellos.

    Como por acto reflejo, la mano de Andy voló a tapar su cara. No, Jackie, sabes que no me gusta que me saquen fotos. Andy no podía darse el lujo de dejar cualquier evidencia fotográfica suya con Jack.

    Pero... él todavía persistió.

    Las situaciones desesperadas, requerían acciones desesperadas.

    Hay algo que me apetece más. Le abrazó y se acurrucó contra él, acariciando su pecho, mientras le apartaba la cara de la cámara. Andy hizo una pausa antes de presionar sus labios contra los de él.

    Cariño, tú… Pero sus labios estaban sobre los de él. El shock inicial solo duró media respiración antes de que él mordiera sus labios, separando a la fuerza los dientes para una mayor profundidad. Sus dientes rechinaban un deseo desenfrenado.

    Capítulo Dos

    Una de las razones por las que no tenía muchas citas en su vida personal, era porque aun no había encontrado a nadie capaz de satisfacerla en el área de los besos, y si el besar no era bueno, nada iba a serlo.

    Mientras él estaba distraído, ella le bajó el brazo con el que sostenía el teléfono. Él lo guardó en su bolsillo y luego la agarró con ambas manos sobre sus hombros, aferrándose a ella.

    Andy se separó, casi asfixiada por su abrazo.

    Después, manteniendo su expresión facial seductora, Andy lo agarró por el cuello erizado. Sus ojos estaban iluminados de placer. Acercándose cada vez más y masajeando su cuello, sus dedos encontraron el punto de presión.

    Tres segundos después, Jack se desplomó hacia el interior de la puerta.

    Lo siento, Jack, le dijo a su casi cadáver, moviendo sus piernas hacia dentro de la casa, ya que se habían quedado fuera del portal, antes de escribir una nota de ruptura para dejarla en su mano.

    Simplemente no podría darte ni un solo beso más, ni siquiera por la pobre señora Wheyland.

    Hizo una pausa, contemplando su cuerpo abatido entre suspiros. Me alegro de haberte puesto a dormir de esta forma tan agradable.

    Los infractores de la ley siempre se veían tan pacíficos cuando dormían. Te hace preguntarte cómo pueden dormir por la noche después de robar a indefensas viejecitas toda su pensión y lo que les queda de dinero. Por no hablar de los otros clientes que también tenían coches manipulados.

    Espero que duermas bien después de que esto llegue a las noticias, dijo en voz alta mientras cerraba la puerta.

    Deseó haber estado en el taller del misterioso propietario de Shaft Auto cuando estallase la historia. Se arrepintió de no poder haber investigado más las irregularidades en los libros. Podría haber destapado una historia aun más grande. Ahora, deberá dejarle ese placer a los detectives de policía.

    Quitándose los zapatos, bajó las escaleras, su tobillo finalmente estaba mejor. Este pequeño desvío le había costado demasiado tiempo. El plazo era de una hora y media. Tenía que actuar rápido.

    * * *

    Hugo estacionó su coche afuera del Kwik-E-Mart justo después de la puesta del sol. Miró su reloj. Quedaban algunos minutos antes de su encuentro con Antonio Guterelli.

    Abrió la puerta de su coche. Los perritos calientes y corn dogs -banderillas de salchichas - se veían a través de la ventana de la gasolinera, coincidía con el olor que emanaba ese lugar, cosa que hizo que le apretara el hambre.

    No es algo a lo que lo que él hubiera llamado comida, pero tampoco nada lo era en Ronney Dell's.

    Ronney Dell's era un desastre.

    Claramente interrumpió algo. Una operación, o como se llame cuando no eres un profesional. Hugo podría haber destapado su papel. Aunque fue muy divertido atraparla en acción. De lo más divertido. Y tenía claro que no olvidaría pronto esa minifalda.

    Una vez dentro, cogió dos perritos del calefactor y los metió en sus correspondientes envoltorios. La puerta sonó tras él, cuando un hombre corpulento entró en el establecimiento. No era Antonio, ese tipo tenía una camisa andrajosa desabrochada, sobre una camiseta aun más andrajosa, exponiendo un tatuaje de naipes de diamantes en su cuello.

    Cogió una bolsa de patatas fritas mientras se dirigía al mostrador. Hugo estaba en la cola detrás de él, los perritos calientes ardían en sus manos. La cajera llamó al de la bolsa de patatas y éste la pagó.

    El hombre tatuado golpeó con su mano el mostrador y se inclinó hacia ella, señalando una pegatina en la bolsa de patatas En la etiqueta pone dos cuarenta y nueve, no tres cuarenta y nueve. ¿Eres estúpida o algo? dijo.

    El rostro de la joven empleada se sonrojó al darse cuenta de su error Lo siento. No sé cómo me he podido confundir. Déjeme anular la transacción.

    Buscó a tientas las claves en el ordenador. El hombre suspiró y apoyó el pie pesadamente.

    Lo siento, dijo de nuevo la cajera con sus ojos sobre la pantalla, completamente absorta, y con sus manos temblorosas intentando escribir en el teclado.

    Mientras ella estaba distraída, el hombre cogió un paquete de chicles de debajo del mostrador, y lo deslizó al interior de su bolsillo.

    Estás tardando mucho. Olvídalo, dijo. No necesito las patatas.

    Ya está, dijo finalmente, colocándose un mechón de pelo detrás de la oreja y pasando por el lector las patatas de nuevo. Ya funciona.

    Ya era hora, masculló el hombre, dejando caer las monedas sobre el mostrador.

    La empleada le entregó el cambio.

    Idiota, susurró, no del todo en voz baja, mientras salía.

    Cuando Hugo se acercó al mostrador, puso encima sus dos perritos calientes. ¿Quieres que te los pague? él le preguntó.

    Ella levantó la vista de los perritos, su cara todavía estaba roja. ¿El qué?

    Ese hombre acaba de robar un paquete de chicles. ¿Quieres que lo haga volver y que te lo pague?

    La empleada sonrió y asintió con la cabeza. ¡Sí!

    Vuelvo enseguida.

    ¿Eres policía o algo así? Pero Hugo ya había salido por la puerta.

    Se acercó al hombre mientras abría su coche. Oye, ¿vas a pagar el paquete de chicles? El individuo abrió la puerta y arqueó una ceja hacia Hugo. ¿Perdona?

    Has robado un paquete de chicles. Y creo que le debes una disculpa a la cajera. Has sido bastante grosero.

    Eso no va a pasar. El hombre se metió en su Camaro rojo.

    Hugo sujetó la puerta antes de que éste pudiera cerrarla. El tipo tiró de ella pero Hugo se mantuvo firme. Entrarás, pagarás el chicle y te disculparás con la dependienta de la tienda.

    El hombre se puso de pie de un salto e hinchó el pecho cuando se enfrentó a Hugo. ¿Me vas a obligar? Sacó una pistola de su cinturón y apuntó a escasos diez centímetros de la nariz de Hugo.

    Éste sonrió levemente, divertido. ¿Un arma? ¿Crees que vas a dispararme? Solo te he pedido que hagas lo correcto.

    En un instante, Hugo tiró el arma de la mano del hombre, rotó la articulación de su brazo sometiéndolo, inmovilizándolo hasta el suelo. Todavía controlando el brazo del hombre, Hugo atrapó su rostro contra el alquitrán negro del parking con el pie. ¿Vas a disculparte?

    Antes de que pudiera responder, las sirenas sonaron y las luces azules y rojas de dos coches de policía, iluminaron a Hugo y a su cautivo.

    La cajera de la tienda se acercó. No sabía qué hacer, así que llamé a la policía, dijo. Genial, susurró Hugo, levantando al matón del suelo.

    ¿Qué está pasando aquí? preguntó el primer policía, acercándose con cautela sin saber quién era el bueno y quién el malo. Hugo les entregó al delincuente a dos oficiales, pero un tercero le agarró a él. La empleada se apresuró, hablando rápido.

    Capítulo Tres

    Él le apuntó con un arma a él, farfulló. Señalando primero al hombre y luego a Hugo.

    ¿Sí? Se sorprendió el oficial. Abrió un bloc de notas y apuntó lo que dijo la chica. ¿Por qué le amenazó con una pistola? le preguntó a Hugo.

    Hugo se encogió de hombros, aún sostenido por el policía.

    Es un verdadero héroe, continuó la dependienta con ojos brillantes. Lo vio robando un paquete de chicles, y cuando se enfrentó a él para que lo pagara, el otro tipo sacó una pistola. Él lo desarmó completamente.

    El oficial se volvió hacia Hugo, con las cejas fruncidas. ¿Robó un paquete de chicles e iba a detenerlo? Hugo asintió brevemente.

    Uno de los otros policías interrumpió el interrogatorio tras esposar al matón y escoltarlo a la parte de atrás del coche patrulla. Parece que elegimos un ganador. Conduce un vehículo robado, tiene cuatro órdenes de captura aquí en Misuri, y dos en Illinois.

    El oficial que interrogaba volvió a Hugo. Supongo que le debemos algo de gratitud por detenerlo. Pero no debería de haberse enfrentado a él, nunca sabe si va a encontrarse con un criminal como este. Aún así, me alegro de que nadie haya resultado herido. La próxima vez déjelo en manos de profesionales capacitados.

    Recordaré su buen consejo, señor.

    Hugo observó a un hombre trajeado mirándolo apoyado en un coche. Tenía una gran sonrisa en su rostro.

    La cajera le dio a Hugo sus perritos calientes. A estos invita la casa—le susurró. Hugo recordó el hambre que tenía y cogió, los ahora, perritos helados.

    Gracias le dijo la chica con admiración mientras le brillaban los ojos.

    Miró al oficial. "¿Soy libre para irme, señor? preguntó.

    El policía arqueó una ceja hacia Hugo. Quiero su número en caso de que necesitemos hacerle más preguntas.

    Hugo asintió y le dio un número.

    Fue junto al hombre del traje, quien le esperaba con los codos apoyados en el techo de su Mercedes, y una puerta del coche abierta.

    Antonio se mofó de él cuando los coches de policía se fueron y las sirenas y las luces, ya eran destellos al final de la calle. Siembras el caos allá donde vas, dijo Antonio, con un ligero acento italiano, sacudiendo la cabeza. Sus labios dibujaban una sonrisa.

    El hombre robó un paquete de chicles. Llenó su boca con un perrito caliente.

    No puedes dejar que nada se te escape, ¿verdad?

    Y fue un grosero con la cajera. Masticó.

    Doble peligro.

    Tú habrías hecho lo mismo.

    No, yo le habría dejado robar el paquete de chicles y no hubiera hecho nada, es como si quisieras ser descubierto o algo. Tienes suerte de que no te pidieran identificación.

    Hugo no dijo nada hasta que finalmente todos se dispersaron de la zona.¿Tienes mi portátil?

    Antonio sonrió y se metió dentro del coche para cogerlo. Lo sostuvo contra su pecho. Procura no romperlo tan rápido. Tiene que durar mucho tiempo.

    O no tanto. Hugo extendió la mano hacia el portátil, pero Antonio sonrió y negó con la cabeza.

    ¿Por qué estás tan ansioso por irte? ¿Estas planeando jubilarte a los veintiocho?

    Tengo algunos asuntos pendientes que atender. Sólo estoy aquí para perfeccionar mis habilidades. ‘Bǎoshí méiyǒu mó guāng, méiyǒu mósǔn, yě méiyǒu rén wánchéng méiyǒu shìyàn.’

    ¿Qué dices?

    Es un proverbio chino: Una piedra no se pule sin golpes, o algo así. Estaba agradecido de que lo contrataran con sus circunstancias especiales. ¿Me puedes dar ya el portátil? Tienes, cómo se dice en tu idioma, ¿un oculto querer?"

    Creo que te refieres a un interés oculto.

    Ah, dijo Antonio, asintiendo. Si no, ¿Por qué ibas a querer ser voluntario en este caso?

    Hugo negó con la cabeza.

    Eres un enigma. Eres reservado con tu pasado, pero intentas hacer justicia a un hombre que la mayoría de la gente cree arrogante y pomposo.

    Hugo no respondió durante unos segundos. "¿No me vas a dar el portátil hasta que te lo cuente verdad?

    Antonio volvió a sonreír, esta vez mostrando sus blancos dientes Solo quiero saber por qué un hombre como tú se ofreció como voluntario para llevar a cabo esta misión.

    Aunque habían trabajado juntos durante el último año, a veces Hugo quería borrar de la cara de Antonio su encantadora sonrisa. Podría hacerlo, pero golpear a un superior estaba fuera de lugar. Y a él le caía bien Antonio, al menos, la mayor parte del tiempo.

    La víctima conocía a mis padres.

    Antonio no habló, pero arqueó una ceja.

    Un segundo bastó para que Hugo arrebatara al italiano el portátil. También me ofreció ayuda cuando estaba tocando fondo en mi vida. Puede que haya sido arrogante, pero era un buen hombre, No merecía morir.

    Abrió el portátil en el techo del coche y en pocos clics inició sesión.

    ¿Y le has hecho justicia?

    Me estoy acercando.

    ¿Hiciste contacto con la chica?

    "Contacto, sí. Pero sin preguntas. Hugo recordó sus brazos aferrándose a él cuando iba a caer.

    Antonio se encogió de hombros. Tal vez ella no sea importante.

    Quizás. Algo me hace volver a ella. Es algo más de lo que aparenta. He estado vigilándola de forma intermitente durante el último año. Tengo una teoría sobre ella. Sus intereses son intrigantes.

    Antonio se inclinó hacia él pestañeando con burla.

    Parece que estás interesado.

    Hugo levantó la vista del portátil. Eso no es así, sabes que no. El informe de su objetivo ocupó la pantalla. Voy a atraparla en el trabajo. Por eso debería estar aquí. Señaló una ubicación en la pantalla. Iré a su encuentro en White Fang Dojo. Pone que es una maestra. Impresionante. Mi interrogatorio será aún más divertido. Hugo sonrió mientras cerraba el portátil. Siempre quise aprender kárate japonés.

    Capítulo Cuatro

    Andy guardó los tacones y la peluca ante la larga caminata que tenía por delante para ir a buscar su bici de diez marchas, a Ronney Dell's, y cambiárselos por unas zapatillas de deporte, y una gorra de beisbol, que guardaba en su maxi bolso rojo favorito. Se apresuró en montar en su bicicleta para llegar lo antes posible a casa, esquivando obstáculos y saltando bordillos como si de una profesional de BMX se tratara. Los plazos eran los plazos.

    Nada más cruzar la puerta de la entrada sonó su teléfono. Sabía perfectamente quién era, El señor Hershal, su editor. Andy respiró hondo antes de contestar.

    Amanda, dijo, inusualmente tranquilo.

    El corazón de Andy se paró. ¡Lo sé, lo sé! Ya está casi. Lo termino mientras hablamos.

    Mientras el Sr. Hershal hablaba sobre los plazos, Andy aprovechó para quitarse la esencia restante de Mary Lou, cambiando su vestuario por un pantalón de yoga y una camiseta.Lo tendré antes de la fecha límite.

    Es para dentro de diez minutos.

    Lo sé. Tenía algo urgente y horrible que hacer . En la cocina, se sirvió un poco de

    agua y le aseguró de nuevo, tragando saliva. Súper horrible

    Lo quiero ahora. Tienes un contrato.

    Ya está todo escrito, solo tengo que...

    Si no está aquí en diez, publico la columna de Hansen en su lugar.

    ¿La gastronómica? Habla de la textura del bizcocho y el sonido sordo del pan francés. Qué derroche de espacio.

    Pues envíame el artículo. Colgó.

    Andy abrió su portátil, los dedos volaban sobre el teclado. Antes de presionar enviar, hizo una pausa, leyéndolo por última vez para asegurar la inocencia de la Sra. Wheyland ante el sabotaje de su coche. Satisfecha con el resultado, pulsó enviar.

    Refrescó la página web y luego fue a la cocina para merendar.

    Del congelador cogió un litro de helado.

    Necesitaba un chute de calorías después del viaje a toda prisa desde de Ronney Dell's. Apartó tres libros de mecánica automotriz que tenía en el sofá antes de tirarse en él, se acurrucó, y se metió una deliciosa cucharada de chocolate en la boca.

    Todas las chicas se merecen chocolate tras una ruptura.

    Cuando el teléfono volvió a sonar, el Sr. Hershal sonaba más alegre. Por los pelos Amanda. Pero es brillante.

    El cumplido le dio un subidón de energía. Como siempre.

    Sí. Como tu padre. Sacando a la luz historias que otros periodistas tienen demasiado miedo de investigar. Se necesitan agallas para ir de incógnito Amanda.

    "Solo voy de incógnito por supervivencia.

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