Jachalensis
Por Mingo de Jáchal
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Sonidos. Desinencias.
No hay certeza del significado etimológico de la palabra. Algunos investigadores hablan de "río de arboledas", "tierra de metales" o "piedra acarreada", siendo esta última la más verosímil por las características propias del terreno. La palabra Jáchal deriva de lo que escribieron quienes escucharon la pronunciación en boca de los originarios, un sonido gutural difícil de transcribir, algo así como hackall o jackall (con dos L). El paso del tiempo transformó la k en una h, e hizo desaparecer la última L, así quedó Jáchal. Eso explica por qué el gentilicio es jachallero, y no jachalero.
En ese paisaje, valle rodeado de cerros y atravesado por un río tenaz y maltratado, los jachalleros somos un pueblo sobreviviente. Trashumantes que andamos caminos que siempre nos traen de vuelta a nuestra tierra. Cultivando poesías y pensamientos. Mostrando orgullosos nuestro origen y pertenencia, y asumiéndolos como parte de nuestro nombre propio.
Yo, de Jáchal.
Yo, Jachalensis.
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Jachalensis - Mingo de Jáchal
Piedra acarreada
Aromada de jarilla
maternal piedra acarreada que abraza y contiene.
Rio viejo, maltratado,
anhelante del antiguo ritual del agua.
Gredal y arenisca, algarrobal silbando en el viento.
Cerro partido, chañaral anidando recuerdos.
Pájaro bobo y menta, vertiente que aún canta.
Gente simple, gente buena,
Gente que se va, pero se queda.
Trashumancia ancestral que perpetuamos.
Jac–kal, desinencia y petroglifo.
Jáchal, piedra que vive, piedra que canta.
Primordiales
Son mis primordiales mis raíces y mis ramas,
me dan origen y pertenencia, y esa esencia
que nutre mis venas y después se reparte
entre todo aquello que me abraza.
Siento que cantan en el viento, y me susurran
en dialectos incomprensibles que, sin embargo, comprendo.
Caminan a mi lado como haciendo eco de mis pasos,
como acompañando la senda que trazo,
vigilantes de mi andar errante, pero sin descanso.
Almas serranas
Mi tío Tito escribió una canción que siempre recuerdo. Muchas veces la cantó en mí casa, porque era de visitarlo de vez en cuando a mí viejo y le cantaba sus composiciones. Me costó varios años interpretar esa parte donde decía por las acequias corre agüita cordillerana, como bendición del cielo se purifica en las parras y ha madurado en mí sangre templando mi alma serrana
.
Es como cuando mi Pá me repetía, cada vez que podía, que el día que le toque partir quería quedarse en la cordillera para siempre, entre los penitentes eternos donde anduvo trazando caminos y donde aprendió a amar el Ande con tal profundidad, que solo mencionarlo le hacía escurrir los ojos.
O cuando mi madre abría caminos, azada en mano, para que corra el agua entre los bordos de la huertita familiar, y decía que el agua va dando vida por donde pasa, y que no puede faltar nunca.
Cordillera, agua, tierra, nosotros.
El agüita cordillerana, que da vida a mi valle, nace lejos, muy alto, allá arriba donde se ve la parte blanca de la cordillera, justo ahí, en los glaciares. Y desde ahí escurre y va bajando primero como una lágrima de alegría, o un suspiro de agua, después como un hilito casi invisible, luego como un bracito, que después se abraza a otros, y se hacen riacho que se junta con otros iguales y forman el río. El agua también se infiltra al interior de la montaña y aparece como arroyo, vergel maravilloso que canta. Y a veces, el agua también se acuna bajo tierra y se reserva en cuencos para que la vida la descubra.
Y se hace canal y acequia, esos que trazaron mis ancestros capayán, para que el agua llegue a dar vida a nuestras huertas y madurez a nuestras almas.
Ahora entiendo, como el glaciar, el río y el arroyo, somos parte de la montaña, germinamos ahí, justo ahí, en lo más alto. Ahí donde el alma de mi viejo silba su paz en el aire del viento blanco. Ahí donde habitan las almas serranas que aguas abajo tienen sus cunas, templándose de amor para madurar su paz y volver a ser altura.
Ahora entiendo.
Cordillera, agua, tierra, nosotros.
Nacemos, andamos, volvemos.
Somos un ciclo vital interminable.
Agua que canta
Nace el agua entre las piedras
Cual orquesta de campanas cristalinas
Nace el agua, canta y baila
Y en su frescor el aire baila y trina.
Corre la vida serpenteando por el valle
Y los hombres la veneran al pasar
Corre la vida alimentando el surco
Que nutrirá las espigas del trigal.
Nace y corre el agua, y da la vida
Canta y baila entre las piedras y el camino
Y después de tanto andar no se detiene
Sigue cantando en la rueda del molino.
País del pan
La región del antiguo Jáchal de Angacau abarcaba todo el territorio de lo que hoy son los departamentos de Jáchal, Iglesia y Calingasta. Fue un enclave estratégico, pues, su ubicación le permitía una comunicación fluida hacia los cuatro puntos cardinales. De hecho, ya en la época pre colonial, los caminos usados por distintas naciones originarias tenían un punto de encuentro en Xackal *. Incluso, hay quienes especulan con que el nombre de los habitantes de estas tierras, los Capayán, podría deberse o estar relacionado al concepto de Capak–gnan, la extensa red de caminos que unía a los pueblos andinos.
Esa posición geográfica le ha significado nada más y nada menos que su identidad cultural y su perfil económico.
La cultura jachallera ha recibido influencias directas de cada región con la que se relacionaba, principalmente centro y norte de nuestro territorio y también Chile y Bolivia.
Con la trashumancia se produjo un intercambio inevitable, en cada viaje de arrieros llevando y trayendo ganado y mercancías, como así también en los tiempos de esplendor de los molinos harineros, cuando llegaban caravanas interminables de viajeros buscando turno en las moliendas.
Jáchal, fue de las primeras regiones que acunó el trigo, sus valles regados a manto por las acequias heredadas de los capayán, fueron tierra propicia y fecunda para germinar un tiempo de