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De la violencia a la solidaridad: Claves para la mejora de la convivencia escolar
De la violencia a la solidaridad: Claves para la mejora de la convivencia escolar
De la violencia a la solidaridad: Claves para la mejora de la convivencia escolar
Libro electrónico241 páginas2 horas

De la violencia a la solidaridad: Claves para la mejora de la convivencia escolar

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La convivencia escolar es un factor fundamental para asegurar los aprendizajes del estudiantado, mejorar la calidad educativa y garantizar el bienestar de toda la comunidad escolar. Por tanto, la prevención de la violencia escolar y el favorecimiento activo de la convivencia positiva es uno de los principales desafíos de los sistemas educativos actuales.

¿Cómo se manifiesta la violencia en un centro educativo? ¿Cuáles son los pilares para construir una convivencia escolar positiva y prevenir la violencia? El libro responde a estas y otras preguntas y, sobre todo, ofrece estrategias prácticas a docentes de todos los niveles escolares, para trabajar proactivamente la convivencia en la práctica docente.

El primer capítulo está centrado en la violencia escolar: sus características, sus manifestaciones y sus consecuencias. Los siguientes capítulos están dedicados a cuatro claves para construir convivencia positiva en los centros educativos: la participación del alumnado, la atención a la diversidad, el fomento del juego cooperativo y la educación para la igualdad.

La obra, escrita con un lenguaje claro, sencillo y directo, aporta herramientas de reflexión y acción para prevenir la violencia y construir una convivencia positiva.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 nov 2022
ISBN9788427729612
De la violencia a la solidaridad: Claves para la mejora de la convivencia escolar

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    De la violencia a la solidaridad - Berenice Pacheco-Salazar

    Introducción

    Cuando era niña un sueño recurrente me acompañó por muchos años.

    Cada Semana Santa soñaba que entraba descalza y muy hermosamente vestida de blanco a una iglesia. La iglesia me era conocida. Era una grande y hermosa que quedaba justo al frente de la casa de mi abuela y a la cual asistíamos con regularidad. Sus hermosos vitrales anunciaban cada una de las etapas de la vida de Jesús, desde el nacimiento hasta su resurrección. Su imponente órgano me había convencido a ser parte del coro.

    En el sueño, yo entraba a esa iglesia. Estaba repleta de personas. No entendía bien lo que estaba pasando, pero sentía un ambiente de cierta tensión. Me colocaban frente a una gran escultura de madera de Cristo Crucificado. Ahí, mirándonos, sufriendo Él y sufriendo yo, me preguntaba la multitud si yo quería que Él fuese crucificado o liberado. Yo, por supuesto, respondía que quería liberarlo.

    Lo que no sabía es que, antes de que yo entrara a la iglesia, toda la multitud había acordado que se haría lo contrario a lo que yo dijese. Y así, sin saberlo, recaía sobre los hombros de esta pequeña niña la enorme carga de ser responsable de la muerte de Jesús. Despertaba angustiada, llorando. Corría hacia los brazos de mi madre buscando consuelo en medio de tanta culpa y desesperanza.

    Al año siguiente, llegada la Semana Santa, soñaba lo mismo. Y así, por varios años durante toda mi infancia.

    Algunos años recuerdo que, llegada la Semana Santa, hacía durante el día una especie de entrenamiento para el sueño. Me decía: Recuerda, Berenice: debes responder lo contrario a lo que quieras. Di que quieres que sea crucificado para que pueda ser liberado. Repetía ese mantra durante todo el día con la esperanza de que ese año el sueño transcurriese con mejor final.

    Para mi sorpresa, y mayor angustia, ese año cambiaban las reglas del sueño y la multitud había acordado que se haría literalmente lo que yo dijese. Y en ese ir y venir de pesadilla recurrente una vez al año, transcurrieron varios años. Hasta que, en algún momento, no recuerdo cuándo, dejé de soñarlo. Por suerte. Sin embargo, el tiempo ha pasado y siguen en mí muy presentes esas imágenes y sensaciones.

    Todo esto podría atribuirse a mi excesivo consumo de muñequitos y películas cristianas, que en aquel entonces eran habituales en la programación televisiva nacional de cada Semana Santa. O también a estar estudiando en un colegio católico. O muchos otros factores familiares o sociales.

    Lo único cierto (y hasta curioso) es que, al momento de decidir escribir este libro, vino a mí el vivo recuerdo de ese sueño recurrente que, en apariencia, no tiene nada que ver con el tema de esta obra. ¿O tal vez sí?

    Quizás lo recordé para reconectar con esos sentimientos, y empatizar y entender cómo se sienten miles de maestras y maestros al ver que, no importa lo que hagan o dejen de hacer, la situación de violencia en sus aulas y centros educativos sigue creciendo.

    Quizás esa misma desesperación, angustia y desesperanza con las que yo me sentía al despertar del sueño, es cómo cada día entran y salen miles de docentes y estudiantes de sus centros educativos al sentirse atrapados en un espiral sin fin.

    Este libro no es una fórmula o receta mágica. Tal cosa no existe.

    De la violencia a la solidaridad. Claves para la mejora de la convivencia escolar es una reflexión sincera que surge desde mi profunda convicción de que como docentes tenemos un gran potencial para reinventar la escuela y transformar vidas. Aquí encontrarás ideas, reflexiones y propuestas que, desde mi experiencia como estudiante, docente e investigadora, siento que pueden ayudarnos a reconectar con lo humano en los procesos educativos y, con ello, prevenir la violencia y construir una sana convivencia escolar.

    Reconociendo que no puede transformarse lo que no se conoce, el primer capítulo del libro está centrado en la violencia escolar: sus características, sus manifestaciones y sus consecuencias. Los capítulos subsiguientes están dedicados a cuatro claves para construir convivencia positiva en nuestros centros educativos que están intrínsecamente relacionadas entre sí: la participación del estudiantado, la atención a la diversidad, el fomento del juego cooperativo y la educación para la igualdad. En cada uno de ellos encontrarás estrategias prácticas para implementar estos principios en tu práctica áulica.

    De la violencia a la solidaridad es una invitación a mirar hacia adentro y repensar nuestras propias prácticas docentes y, con ello, nuestras propias vidas.

    A lo largo del libro encontrarás citas de estudiantes de primaria y secundaria. Quisiera decir que son ficción, pero lamentablemente no lo son. Se trata de testimonios reales de niñas, niños, adolescentes y jóvenes estudiantes que nos cuentan sus vivencias en los centros educativos¹. Escuchémoslos con empatía. Este es un libro para leer despacio, muy despacio, tomando todas las pausas que sientas necesarias. No hay prisa. Es un libro para leer y volver a leer.

    Es una invitación a leer cada palabra con receptividad, escuchando nuestra voz interior. Si algo te genera rechazo, incredulidad o resistencia, respira, pausa y más adelante vuelves a leer. Abramos nuestro ser a nuevos caminos e ideas.

    Te recomiendo tener a mano un cuaderno o libreta, o incluso la aplicación de notas de tu celular, según prefieras. Así podrás ir anotando los recuerdos, sensaciones, reflexiones y propuestas que el libro te vaya suscitando. De esta manera, mi querida lectora y mi querido lector, en estas páginas en realidad encontrarás dos libros: el escrito por mi, que sostienes ahora en tus manos, y el que tú escribirás, en tu libreta, corazón y práctica pedagógica, a partir de esta lectura.

    Berenice Pacheco-Salazar

    ¹ Los testimonios que se presentan en esta obra (escritos por estudiantes entre los 10 y 16 años de edad) forman parte de la tesis doctoral sobre violencia escolar en República Dominicana, realizada por la Dra. Berenice Pacheco-Salazar en el marco del Doctorado en Educación (Universidad de Sevilla, España) y bajo la tutoría del Dr. Julián López-Yáñez.

    1.

    Reconocer la Violencia

    …para construir

    convivencia

    Mientras realizaba mis estudios de doctorado me enfrenté en varias ocasiones a los cuestionamientos de colegas, docentes, funcionarios educativos y hacedores de políticas públicas. ¿Qué me cuestionaban? Mi tema de investigación. ¿Cuál era mi tema de investigación? La violencia escolar.

    Todo el mundo insistía en que debía tener una mirada más positiva hacia los centros educativos y que, por tanto, debía enfocarme en estudiar la cultura de paz o la sana convivencia. Yo siempre les respondía lo mismo: solo podemos realmente transformar lo que conocemos a profundidad, y para construir una convivencia positiva debemos primero comprender la violencia escolar.

    Y así fue como, con decisión y compromiso (o terquedad, si así prefieran llamarle), me mantuve firme en mi propósito de comprender a profundidad las dinámicas de relacionamiento violento que ocurren en los centros educativos. Creo que:

    1. Solo podemos transformar lo que conocemos.

    2. Solo podemos transformar si identificamos la necesidad de un cambio.

    3. Solo podemos transformar si nos reconocemos como parte del problema y, por tanto, también de la solución.

    4. Las transformaciones reales siempre germinan desde una transformación interior.

    El propósito de este capítulo es que podamos comprender qué es la violencia escolar y las diversas maneras en que esta se expresa y se desarrolla. Además, y quizás lo más importante, es que reflexionemos y tomemos conciencia sobre cómo nuestras propias prácticas docentes pudieran estar también basadas en la violencia, incluso sin darnos cuenta.

    Empecemos pues definiendo tres conceptos que van de la mano y que, aun cuando en ocasiones se utilizan como equivalentes, en realidad no lo son: cultura escolar, clima escolar y convivencia escolar.

    La cultura escolar

    La cultura escolar se refiere al cúmulo de opiniones, expectativas, creencias, actitudes, valores y tradiciones que están presentes, aunque no necesariamente escritas, en todas las interacciones interpersonales que ocurren en el centro educativo, y también entre familias y escuelas (Arribas y Torrego, 2006; López, 2010; Marcelo y Estebaranz, 1999; Marchesi, 2008; Martínez, 1995).

    La cultura escolar es de algún modo normativa ya que, a partir de ella, y de modo implícito, se establecen normas, reglas, modelos de participación y estrategias de enseñanza-aprendizaje.

    El clima escolar

    El clima escolar es la manera en que el centro educativo es percibido, vivido y sentido por la propia comunidad educativa. Es la apreciación colectiva que tiene la comunidad educativa sobre el ambiente de aprendizaje y trabajo, las normas de disciplina y las relaciones interpersonales que existen en la escuela (Garretón, 2013; Murillo y Becerra, 2009; Pérez, Ramos y López, 2010; Royo, 2013).

    El clima escolar es subjetivo pues se define por las percepciones que estudiantes, docentes y personal administrativo tienen sobre el centro como entorno de estudio y trabajo. Este permea las normas culturales y la estructura organizativa de un centro educativo y, en gran medida, impacta en los comportamientos y relacionamientos que allí ocurren.

    Un centro educativo puede tener un clima escolar nutritivo o positivo, que favorece el desarrollo del estudiantado, o, en su defecto, un clima escolar negativo, tóxico u obstaculizador de los aprendizajes. Algunos de los componentes de un clima escolar positivo son la comunicación efectiva entre todas las personas, las altas expectativas, el trabajo colaborativo entre docentes y estudiantes, el afrontamiento eficaz de los conflictos y la atención a la diversidad.

    De esta manera, el clima escolar puede entenderse como un síntoma o termómetro de la convivencia. Un centro con clima escolar positivo tendrá mejores niveles de sana convivencia, mientras que un clima escolar negativo es un indicador de violencia escolar.

    Ahora bien, ¿qué es la convivencia escolar?

    Con-vivir, como su nombre indica, se refiere a vivir en compañía y junto a otras personas. Los seres humanos, como entes sociales, existimos y nos desarrollamos en y gracias a la convivencia.

    La convivencia escolar es el conjunto de relaciones y vínculos que ocurren en el centro educativo. El ámbito educativo es siempre un escenario de construcción de convivencia, y quizás uno de los más importantes a lo largo de toda nuestra vida.

    La convivencia sana o positiva ocurre en un marco de respeto, cooperación, solidaridad y empatía. Tiene su fundamento ético en la garantía y respeto de los derechos humanos que tenemos todas y todos; en el mutuo acuerdo y en el bienestar común.

    En la escuela debemos aprender a relacionarnos, a dialogar, a comprender y valorar las diferencias, a participar y expresar nuestras opiniones; toca también aprender a lograr el consenso para la construcción del bien común. Y ese proceso de aprender a convivir, es también un proceso en sí mismo de formación y aprendizaje. Por eso, la convivencia escolar se considera una forma de relación formativa.

    Para Ortega (2007), la sana convivencia escolar implica compartir un sistema de valores y normas que genere bienestar para todas las personas. Tal y como me dijo hace muchos años un niño del Nivel Primario y nunca lo olvido:

    "Convivir es tener frío, pero ver otra persona con más frío y darle tu abrigo…

    (lo piensa un poco) o ponernos los dos dentro del mismo abrigo"

    Beneficios de la convivencia escolar positiva

    Diversas investigaciones internacionales han concluido que existe una estrecha y recíproca relación entre los logros de aprendizaje del estudiantado y una convivencia escolar positiva (Álvarez-García, Dobarro, Rodríguez, Núñez y Álvarez, 2013; Pacheco-Salazar, 2019; Prieto y Carillo, 2009).

    Esto significa que en los centros donde existe una convivencia escolar positiva hay mayores y mejores aprendizajes.

    La convivencia escolar positiva aumenta la motivación hacia el estudio y favorece el buen desarrollo de los procesos de enseñanza-aprendizaje. Además, contribuye a disminuir las tasas de ausentismo y repetición, y aumenta la permanencia escolar. De esta manera, la convivencia escolar positiva propicia una trayectoria escolar exitosa e incrementa el sentido de pertenencia de estudiantes y docentes hacia su centro educativo.

    Después de todo, ¿quién no quiere sentirse feliz en el lugar donde debe aprender y enseñar?

    A través de las relaciones interpersonales que experimentamos en los centros educativos vamos aprendiendo un sistema de valores y de normas sociales. Con ello, vamos construyendo una idea sobre qué significa ser ciudadana o ciudadano, cómo se relacionan hombres y mujeres, y cómo se vive en sociedad.

    Entre la convivencia y la educación en valores existe una relación de reciprocidad: nadie aprende a ser solidario escuchando un discurso sobre la solidaridad. Solo podemos enseñar y aprender los valores si convivimos sobre la base de esos valores. Aprendemos la solidaridad viviendo, experimentando, sintiendo y practicando la solidaridad en nuestro día a día.

    A través de la convivencia educamos en valores y, a su vez, los valores son la base de toda convivencia positiva. Como ya dijimos, la convivencia sana o positiva ocurre en un marco de respeto, cooperación, solidaridad, empatía, mutuo acuerdo

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