El anuncio de Clementina y otros relatos desaforados
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El anuncio de Clementina y otros relatos desaforados - Luz Ángela Uscátegui
Primera edición en digital, abril de 2015
© 2014, Luz Ángela Uscátegui
© De esta edición:
2014, Mo Ediciones SAS
Carrera 14B # 118-05, Of. 303, Bogotá D. C.
Teléfono: (57-601) 2145426
http://moediciones.com/contraviento/
ISBN eBook: 978-958-58493-5-8
Editora: Mónica Montes Ferrando
Ilustraciones: Andrea Castro Naranjo
Diseño de interiores: Mo Ediciones SAS
Producción eBook: Mo Ediciones SAS
Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra sin permiso expreso de Mo Ediciones SAS.
Hecho en Colombia - Made in Colombia
El anuncio de Clementina y otros relatos desaforados
Luz Ángela Uscátegui
Ilustraciones
Andrea Castro Naranjo
Con profunda gratitud a mi familia.
La de aquí y la del otro lado del océano.
jaula_fmt1PRIMERA PARTE
mujer 3_fmtEl anuncio de Clementina
El 5 de marzo, durante el almuerzo familiar para celebrar sus 99 años, la abuela Clementina anunció que iba a morirse. Para más detalles nos dio la fecha exacta: el 17 de junio, día de su aniversario de bodas. Aunque no precisó la hora, dijo que seguramente sería en la noche para no molestar
.
La abuela era una mujer delgada y recia, con una voluntad y una salud de hierro. Años atrás intentó por todos los medios que su difunto Aquilino abandonara a la amante de turno que tenía en el pueblo, y como parecía una tarea imposible dejó Calarcá con sus tres hijas y un marido no muy contento con el traslado, convencida de que la vida sería mejor para todos. Y esa es solo una entre las miles de circunstancias en que Clementina demostró que era capaz de todo con tal de conseguir lo que se proponía.
Había pasado mucho tiempo desde aquello, incluso desde la muerte absurda de Aquilino, que se cayó de una azotea intentando escaparse a visitar a una de sus amiguitas
, como las llamaba la abuela. Aunque pensamos que nunca iba a recuperarse de la pérdida, lo cierto es que después de algunos meses recobró la serenidad y la alegría, e incluso le confesó a una de mis tías que estaba tan contenta con la viudez que hasta pecado debía ser
.
La idea la tuvo Ramón durante un almuerzo en su casa, pocas semanas después del anuncio de la abuela. El planteamiento general era aprovechar las frecuentes lagunas de memoria de Cleme y desaparecer
el mes de junio del panorama: así lograríamos que llegara al menos a los cien años y tendríamos tiempo de seguir gozando de su compañía y de las maravillosas historias que nos contaba siempre que estábamos reunidos. No queríamos hacerle daño ni confundir su mente, solamente deseábamos desesperadamente que no cumpliera con la promesa de morirse.
No fue difícil convencer a la tía Alicia y al tío Jorge, los parientes que vivían con ella, así que entre todos nos pusimos manos a la obra: primero cancelaron la suscripción diaria al periódico y tiraron los calendarios de la casa. Lo siguiente fue comprar un televisor de última generación y programar a conciencia todas las emisiones: nada de cosas de actualidad, solo documentales, películas viejas y telenovelas. Toñi, la empleada interna de hace mil años, comprendió que era un asunto de vida o muerte, así que por mucho que extrañara oír las noticias en la radio solo la dejamos conservar el transistor en la cocina siempre y cuando no sintonizara nada distinto a radionovelas.
Aunque Cleme tenía sus recuerdos casi intactos lo cierto es que los años habían hecho mella en su memoria y ocasionalmente confundía los nombres de sus nietos, e incluso preguntaba por vecinos del pueblo que habían muerto hace décadas. En esos momentos una niebla densa parecía cruzar por sus ojos, permanecía callada por un rato y retomaba el tejido en donde lo había dejado. Horas más tarde parecía absolutamente serena y consciente de la época y del lugar en el que estaba.
A finales de mayo llegó la Navidad. Alicia se ocupó de decorar la casa y armar el árbol, Jorge colgó las luces intermitentes del techo de la casa y ambos ignoraron concienzudamente las miradas extrañadas de los vecinos, aunque la tía aprovechó la cola del mercado para comentar, como quien no quiere la cosa, que le iban a adelantar la Navidad a la abuelita porque está muy mala
. No dio más detalles y al parecer el chisme corrió como la pólvora porque nadie volvió a pararse frente a la casa a contemplar el espectáculo navideño en pleno mes de la Virgen.
Lo más complicado fue explicarle a los niños que íbamos a tener una Navidad a destiempo: preguntaron los motivos, desconfiando de que realmente fuera una sorpresa para la abue
, pero todos parecieron comprender que, además de no hacer preguntas delante de Clementina, solamente tenían que vivir la primera Navidad del año
y recibir los regalos felices y encantados, como si no pasara nada. Camilo, el menor de todos, preguntó si la abuelita se iba a morir. Ramón lo miró con ternura y le dijo: No, entre todos vamos a hacer que ese día no llegue nunca
.
Las novenas y los villancicos se repitieron durante tres meses interminables y cuando ya casi estábamos a punto de suicidarnos