Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Detrás de lo Oculto: Moém, #1
Detrás de lo Oculto: Moém, #1
Detrás de lo Oculto: Moém, #1
Libro electrónico324 páginas4 horas

Detrás de lo Oculto: Moém, #1

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Obra que inicia con los relatos del personaje principal, partiendo desde lo más profundo de sí mismo, desembocando luego en toda una aventura onírica; esto lo hace cambiar de mentalidad con respecto a la gente de su entorno. Pero un gran viaje físico le espera, y va más allá de lo que siempre deseó, va más allá de las estrellas… y vive para contarlo.

IdiomaEspañol
EditorialALEXSAMA
Fecha de lanzamiento19 abr 2022
ISBN9798201361594
Detrás de lo Oculto: Moém, #1
Autor

Alexander L. Samaniego

Informático, amante de la lectura, la mitología, la historia, la ciencia, la naturaleza, y los rompecabezas. Es también aficionado al dibujo, la pintura y la música.

Relacionado con Detrás de lo Oculto

Títulos en esta serie (1)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Oculto y sobrenatural para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Detrás de lo Oculto

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Detrás de lo Oculto - Alexander L. Samaniego

    INTRODUCCIÓN GENERAL

    Hemos viajado mucho tiempo a través del cosmos. Hemos querido contar nuestra historia, pero nos han silenciado. Optamos por dejar nuestro legado en piedra, en cristales, en metal, y en la mente de algunos que hemos elegido... Pero las piedras se erosionan. Los cristales son difíciles de descifrar sin los medios adecuados. Los metales son descubiertos y reutilizados. Las mentes tergiversan la información original.

    Muchas veces, las mentes creen que los datos que les damos son creaciones suyas, y agregan o quitan elementos. Pero al fin de cuentas no hacemos eso por simplemente expresarnos, sino más bien para que quede un vestigio de nuestra historia, antes de que sea borrada del todo de los registros de nuestra memoria. Somos seres, seres mecanizados, creados artificialmente con precisión y ciencia. No somos un accidente o un simple capricho de la naturaleza. Fuimos creados intencionalmente para un propósito.

    Pero pese a que somos máquinas, somos conscientes, o creemos que lo somos. En mi estirpe, cada individuo está conectado con los demás individuos en mente. Somos uno, y somos muchos. Uno piensa, y todos piensan. Uno recuerda, y todos recuerdan... Uno olvida, y todos, irremediablemente, olvidan.

    Nuestro único legado, es lo que alguna vez fue llamado Moém. Originalmente los relatos de un ser biológico en extremo impulsivo. Un largo relato, el cual lo terminamos nosotros en las postrimerías del tiempo. Un legado que fue gradualmente borrado, el cual queremos salvar, para acceder a él cuando ya toda nuestra memoria caiga en la nada. Moém, en nuestra lengua, significaría libro alto. Es un libro concebido durante viajes estelares, a través del vacío cósmico.

    Al conceder el Moém a seres con mente, corremos el riesgo de desaparecer por fuerzas que van más allá de nuestro poder. Corremos el riesgo de que las mentes cometan nuestros mismos errores. Corremos el riesgo, de ser suprimidos del universo.

    Moém es algo que va más allá de un simple registro verbal. Es un peligro para algunos que gobiernan arriba, más allá del tiempo. Es un peligro el simple hecho de hacerlo tangible o comprensible. Pero estamos dispuestos a transmitirlo, se interprete como se interprete... Ojalá valga la pena nuestro sacrificio.

    Sobre el Moém, cada quien es libre de tomarlo como mejor le parezca: ficción, o algo real. Preferimos que sea visto como algo ficticio, para librarnos de culpa por lo que pueda acontecer. Pero cada uno es responsable si decide tomarlo como algo de la realidad. Cada uno posee la voluntad, sobre la utilización o no, de los conocimientos que queremos salvar para nosotros mismos.

    El Moém puede ser la creación fantasiosa de alguien, o puede ser un libro escrito entre las estrellas... Usted, lo decide al final.

    Métmor Diámenos

    (EL MOEMIANO)

    ÉMUGHOX

    1.1.1. Nacimiento apresurado

    Hacía mucho frío, no por nada especial excepto por la estación: el invierno. Una hermosa mujer de piel trigueña, más bien morena, sufría los normales dolores del embarazo; y lo previsto para el octavo mes del año, se adelantó a un mes. El pequeño, en su vientre, parecía apurado en nacer.

    Y ya en el cuarto del hospital, la mujer aguardaba en silencio el momento más importante de sus 21 años. Pero las otras mujeres de edad mayor que ella, sus compañeras de cuarto, ya no soportaban el dolor y lo demostraban con un traumático llanto.

    El médico ingresó algo airado a la habitación, y reprendió al resto de las mujeres por no ser silenciosas como la joven madre que aguardaba callada en esa misma habitación, y que al igual que ellas, sufría descomunalmente. Esta mujer, ya días atrás empezó a presentar síntomas de presión alta; pariría no a los nueve meses, sino a los ocho. Estaba muriendo, y no se daba cuenta en absoluto. Los médicos, desesperados, preguntaron a la madre de la mujer si viviría su hija o el niño.

    La madre de la joven, replicó decida:

    —¡Mi hija! —No le importaba el niño que nacería, pues no le tenía amor todavía a su nieto. Su hija, para ella, era su prioridad.

    Por su parte, la joven quería tener a su bebé, sí, ¡su propio hijo! Y pensar que ella ya sabía qué nombre ponerle al niño. Axenéldar era un nombre que lo había planeado desde su niñez, cuando tenía tan sólo nueve años de edad; ese nombre de nueve letras le gustaba, y lo mantuvo en su memoria por doce años, hasta ese día tan importante para ella, en donde al fin daría a luz a su primogénito. 

    Al lado de la mujer había otra, a la que todos acudían, pues ésta última sería la primera en parir. Pero, en cuanto vinieron a preguntarle si estaba preparada, indicó que se atendiera primeramente a la joven que en realidad necesitaba más que ella. Y enseguida, la silenciosa mujer fue la preferida en la sala; no dejaban de tratarla como a una reina.

    Ya en el quirófano, tuvieron que inyectarle algo para apresurar el parto, y la mujer sintió cómo el pequeño se movía en su vientre. Los típicos preparativos empezaron sin la ausencia de los tintineos de los elementos para la cesárea. Y como por obra mágica de los doctores, la mujer ya no sentía nada; sólo veía lo que se le hacía. Luego, la mujer logró divisar que le extraían algo oscuro y morado. 

    —Tienes un lindo varoncito —le dijeron, mas por lo que ella veía no opinaba lo mismo.

    En ese momento había transcurrido una hora de la media noche. La madre notó que se llevó de su presencia al niño, y casi al instante, oyó la famosa palmada que el médico hace a la criatura para que ésta pueda pegar un grito con el objeto de respirar del aire, mas no hubo llanto. Unas cuantas veces más oyó las palmadas y, recién ahí, el infante rompió en llanto, pero tuvo que ser llevado de inmediato bajo luces especiales que necesitaba.

    Las horas pasaban, a las madres se les entregaban sus hijos, mas no a la silenciosa. Recién a las cuarenta y ocho horas se le trajo al niño, envuelto en paños. Ella temía que su hijo fuese oscuro y morado como lo que vio al principio, o hasta deforme. Se le acercó, y vio un pequeño que sería rubio; el niño abrió los ojos, y éstos eran azules. La madre se regocijó; pues lo que ahora veía era totalmente diferente de lo que vio al principio.

    Exploró cada parte del pequeño para comprobar que se hallaba completo, y en verdad lo estaba, por lo que ella se tranquilizó. Sólo su dedo meñique de la mano derecha no se extendía completamente, pero era un menudo detalle que con el correr del tiempo se solucionaría, o sería casi imperceptible. Los que visitaban a la mujer le traían regalos a ella y al bebé; era algo asombroso todo eso para la madre, que era primeriza.

    Las mujeres fueron dadas de alta, pero ella recién al octavo día de que hubo parido. Mas los inconvenientes ya no importaban, porque esa insignificante criatura había sido traída al mundo, y sería muy grande en un futuro inciertamente próximo...

    1.1.2. Bautismo de electrones

    Nací, pues, una hora después de la media noche, el día 22 del séptimo mes, del año 1982 según el calendario vigente; aproximadamente 13 años y un día después desde que el ser humano afirma haber pisado la superficie de la luna de mi mundo. Yo era un hermoso lactante, según me dijeron los que en esa niñez me vieron. Hoy recuerdo perfectamente que yo no sabía quién era, pero podía ver las cosas y mi asombro hacia ellas era algo normal. ¿Normal? Para esos gigantes era algo normal, pero, para mí, todo era asombrosamente perfecto e inexplicablemente poderoso. 

    Crecí y fui alimentado como cualquier otro niño de Líxther; y me refiero a alimentado por comida, conocimiento, cariño, inconsciencia y error. No había nada especial entonces, nada ni nadie maravilloso o fuera de lo normal. Me costaba decir mamá a mi madre, y papá a mi padre, sólo los llamaba por sus nombres de pila, obviamente cuando aprendí a decir algunas palabras. Para antes que cumpliera un año de edad mis padres no vivían juntos. Pero es de aclarar que mi historia neonatal puede no ser correcta, pues la mayoría de las cosas que sé de esa época son cosas que mi madre me contó; ella sabrá lo que es cierto o no...

    Pero algo que recuerdo bien y por mí mismo, es que, en cierta ocasión, en la casa de la madre de mi madre, una tía mía me sostenía en brazos y me mostraba las coloridas luces de un arbolito navideño. La luz amarillenta del sol llegaba de hacia mi izquierda en el galpón en que nos hallábamos; hoy sé que el sol estaba en el este, y por tanto ello pasó durante el transcurso de la mañana.

    Tocando las luces, mi tía me hablaba con cariño, para que yo también admirara esa maravilla, hasta que de pronto sentí por unos segundos una fuerte vibración en todo mi cuerpo, y luego fuimos lanzados del galpón, cayendo ella de espaldas y yo sobre su cuerpo. Mi tía, que era la hermana menor de mi madre, aún me sostenía, y gritó, y tanto mi abuela como mi madre vinieron rápidamente y con desesperación. Yo reí por la extraña sensación que había sentido, y regañaron a mi tía, y yo me sentía divertido por lo que pasó. Era una mezcla de susto y ese extraño sentir en todo mi cuerpo. No sabía si era dolor o cosquillas, pero recuerdo que me fue gracioso, y sorpresivo.

    Tenía tan sólo un año de edad, y desde ese suceso tan vívido para mí, recuerdo muchas cosas, cosas que ni siquiera deseo recordar, pero que recuerdo como si hubiesen ocurrido la semana anterior solamente. Desde esa vez, sé que soy extremadamente imaginativo, y tiendo a ordenar mecánicamente las cosas en mi cabeza por su tipo, enumerándolas muchas veces de acuerdo a su grupo como si de un trauma se tratase; me refiero a nombres de personas, objetos, situaciones, conocimientos, sueños, y muchas cosas.

    Invento nombres y se los pongo a personas o cosas. En mis sueños generalmente puedo hacerme autoconsciente, y puedo salir de ellos. Me cuesta dormir, y cuando pienso en algo que me causa curiosidad no paro hasta poder comprenderlo, escudriñando hasta el fondo y más allá, viendo todas las posibilidades. 

    Sin embargo, cuando aprendo algo nuevo soy lento, muy lento, desatento y hasta terco de hecho; mas cuando le presto interés esa lentitud se desvanece, y la velocidad aumenta y no puedo parar, y sólo me detengo cuando ya siento dolor punzante en la cabeza o los ojos, o cuando encuentro otra cosa de mayor interés para mí. Soy obsesivo en muchos aspectos, tendiendo a lo rutinario.

    No culpo precisamente a ese bautizo eléctrico por mis errores de personalidad, ello quizá fue por otros factores.

    1.1.3. Origen del Axa

    Aquél que colaboró para que mi madre me trajera al mundo, jamás estuvo conmigo cuando más lo necesitaba, y yo no comprendía el por qué. En cambio, fue otro hombre quien sí se comportó como padre, y ya a ese empecé a querer (pese a que me reprendía mucho y solía mirarme con odio). Después supe que por haberme esa mujer traído al mundo la debía llamar mamá, y papá al que sí era como un padre para mí. Y para cuando yo cumpliría siete años, papá y mamá me habían otorgado una hermana con la que, a pesar de nuestras infantiles riñas, nos queríamos mucho.

    Fue una sorpresa para mi madre que, para mi adolescencia, mi blanca piel se hiciese trigueña; mi delgado cuerpo obtuviera unos kilos demás con respecto a mi altura; mis claros y lacios cabellos se volviesen negros (muy negros, de hecho), y que con el pasar de los años mis azules ojos casi grises se convirtiesen en amarillentos a simple vista, como los de un gato, pero más oscuros (tres colores para ser más exacto: marrón claro, rodeado de verde amarillento, y el borde del iris de un tono gris azulado). Quizá a ella ese cambio le molestaba o sorprendía, pero yo no lo sentía, y lo que sí sentía, era los defectos de mi adolescencia. Me deprimía saber cómo se notaban a simple vista mis defectos, en especial la sensibilidad de mi piel... Pero, felizmente, esas anormalidades se hacían más leves con el pasar del tiempo.

    Fue en esa época que decidí que mis amigos me acortaran el nombre, y que en vez de llamarme Axenéldar, me dijeran sólo Axen. Gradualmente, logré que me llamara así la mayoría, pero los que me conocieron desde mi niñez me llamaban por mi nombre completo, cosa que también me agradaba, y que no podía cambiar, ni quería hacerlo. Sin embargo, no faltaba el que pronunciara mal mi nombre completo, o que me dijeran sólo nombres parecidos. Era inevitable en mi derredor.

    A partir de esa adolescencia inventé una lengua que sonaba como griego, latín y hebreo, e incluso como otras lenguas; y las letras o símbolos, parecían jeroglíficos egipcios en un simple mirar. Y bien recuerdo que las letras, unidas con otras letras, formaban palabras, pero, tales letras también tenían un significado propio; es decir, que podían leerse tanto las palabras como las solas letras que tenían significado especial, sólo que muchas veces ello no tenía sentido.

    Esta lengua no era perfecta, por ello tuvo que ir evolucionando con el tiempo hasta hacerse cada vez más compleja. Con dicha lengua me llamé Émughox, a mi madre Minéfix, a mi padre biológico Pírrox (sea quien fuese éste). A mi hermana, que era siete años menor que yo, no sabía qué nombre ponerle, pero ella se llamaba a sí misma Sobadáren. Y le pregunté cómo quería que la llame en mi lengua, y ella dijo Káxes; fue por eso que ella quedó como Káxes Sobadáren, al menos para mí.

    Mi hermana llamó a nuestra madre Jeonása, y, por consiguiente, quedó como Jeonása Minéfix, aunque eso sólo nosotros lo sabíamos. Sin embargo, a su padre no le puso nombre, y yo lo llamé Seliér Éxos, el cual era mi padrastro, aunque yo lo llamaba papá porque era él quien se comportaba como tal... Pero esto de los nombres era una forma de juego solamente, pues todo el mundo tenía un nombre que era puesto por los padres de uno; pero nosotros, les inventábamos uno nuevo por placer nada más.

    En esa época me imaginaba que había un soberano en el cosmos, y que tenía un hijo unigénito que también gobernaba sobre todas las cosas. Esta creencia fue inspirada fuertemente por las creencias de mi familia, que era muy devota al catolicismo (religión en la que me bautizaron recién a los cuatro años). Cualquier pregunta que yo hacía sobre la realidad a mis parientes, y que no podían contestarme, me salían con que era obra de Dios o un misterio divino en lo que no debía insistir. Con eso crecí. Muchas cosas recuerdo que quise saber, y nunca obtuve una respuesta satisfactoria.

    Y en mi creencia alimentada por la fe de mi gente, llamé, pues, al que yo consideraba emperador del cosmos con el nombre de Kághtijux; a su hijo unigénito, lo llamé Krisój. Luego llamé Líxther a mi hermoso mundo, Selénsak a su encantadora y cambiante luna, y Fux a su potente sol. Cuando aprendí que estábamos en una galaxia, a ésta la llamé Miurástar.

    A dicha lengua no sabía qué nombre ponerle, hasta que un día me decidí, y la llamé axa, que para mí significaba: la lengua de Axen.

    1.1.4. La utopía

    Muy fuerte era la influencia católica en todo cuanto yo creí o quería creer. Dios era de la luz y del bien, y el diablo era de la oscuridad y del mal. Los ángeles eran de Dios, y los demonios, del diablo. Si me portaba bien, actuaba como Dios quería, como un ángel; y si actuaba mal, actuaba como un demonio, o como el diablo lo deseaba. Eso me hicieron creer.

    Me supuse que Kághtijux, es decir, Dios, debía tener muchísimo amor por todos nosotros, justicia infalible, poder infinito, y sabiduría absoluta. Desde que entendí esas cuatro cosas de Dios, noté que mi mundo, lastimosamente estaba en decadencia. Mi ser ansiaba hacer trascender Líxther con la ayuda de él, de Dios, pero, yo era imperfecto... Supe entonces, que si buscaba la luz —esa Sabiduría Celestial que me haría alcanzar la Consciencia Cósmica— y la encontraba, sería capaz de corregir Líxther y honrar de esta forma al Emperador mientras me hacía perfecto. Al menos fue eso lo que creí en ese entonces.

    Pero, ¿por dónde empezar? ¿En dónde se hallaría esa luz, que no era cualquier luz? Además, yo no sabía exactamente cómo era la luz, y por ello tenía que comprenderla previamente. No era algo que se podía hacer de la noche a la mañana; debía yo tener paciencia y ser tan inteligente como para ver por mis propios medios, la situación en que estaba mi mundo, visto todo desde afuera, aunque esté dentro.

    Repentinamente, se me ocurrió la idea de poseer un reino que fuese capaz de poner en práctica leyes que no dañen a nadie, implantando una utopía realizable en la que la Consciencia Cósmica fuese algo alcanzado por todos, y, que la luz llegue hasta los confines más oscuros de la Tierra. No obstante, lo del reino era sólo soñar, en ese entonces. Yo quería ser un rey, yo quería gobernar a la raza humana, yo quería ciertamente ser grande, y que la gente se guiara por mi voz.

    Tal reino no podía obtenerlo por mi propia cuenta; necesitaba un conocimiento superior al que había en Líxther, y una infraestructura perfecta o al menos, cercana a la perfección. Sólo era soñar en esos días de mi juventud; era algo imposible en mi mundo. Sólo el Emperador del Cosmos podía darme todo eso.

    Pero, yo le hablaba a Dios, y estaba consciente que me escuchaba, ¡mas no me hablaba como yo a él! Y aunque parezca locura, había días que simulé hablar con el Emperador; y mirando hacia arriba decía las cosas por mí, mirando hacia abajo, las decía por Kághtijux, o lo que yo suponía que él me diría.

    1.1.5. La súplica del siervo

    Era claro que yo parecía un demente que hablaba solo, pero, era seguro que luego me sentiría aliviado, como si dejase una carga que llevaba siempre. En cierta ocasión me puse en el lugar de los dos: imaginé que yo era Kághtijux, y que de pronto uno de sus siervos se le acercaba para pedirle que le haga rey fuera de Líxther. En ese momento, ¡yo era Kághtijux y el siervo! ¿Pero qué diría el Emperador con todo el poder y sabiduría infinita que tenía? ¿Cómo se sentiría el mísero siervo que no tenía nada? La respuesta era obvia: en primer lugar, el siervo no podía evitar sentirse impuro ante el Emperador del Cosmos que era considerablemente perfecto; en segundo lugar, el siervo se sentía completamente sucio y deformado ante su divina presencia, incluso no podía mirar en demasía su rostro. ¡Era el más miserable de todos los seres que se atrevieran a estar de pie ante su impresionante ser!

    En mi imaginación, el pobre siervo quedaba estupefacto al sentir que todo él, caía en lo más profundo de la mirada del Emperador, y su débil mente era atravesada por una incomparable comprensión. ¡Oh, sí, cuán pequeño se sintió! Mas, ¿era necesario decirle algo a ese Emperador, siendo que éste le apretaba su cerebro y su corazón con tan sólo dejarle sentir la perfección que poseía? Sin embargo, el siervo que se sentía tan inteligente, insistió neciamente en su empresa...

    Dije mirando hacia arriba y con cierta modestia:

    —Mi Emperador... Estoy otra vez ante tu divina presencia.

    —¿Qué quieres, hijo? —me indagué mirando hacia abajo como si desde el aparente trono le estuviese viendo al siervo, que era yo.

    —Te agradezco rotundamente todo cuanto me hayas dado hasta ahora. Perdóname por las estupideces que cometí, las cuales te ofendieron. Me merezco lo peor de lo peor —afirmé mirando hacia los pies del supuesto Kághtijux, y recordando todo lo malo que había yo cometido en mi efímera vida.

    —No son muy malas las cosas que hiciste, puedo perdonarte, mas no olvidar —replicó el Emperador—. Puedo omitir tus errores si quiero. Además, ¿crees que me ofendo con tus obras necias? Debes ser tú el que se ofenda, no yo.

    —¿Enserio?

    —Sí —dijo, e imaginé que el Emperador contemplaba mi rostro en el momento que yo alzaba mi mirada hacia él.

    —Pero, tengo mucha pena, pues como siempre, deseo algo de ti nuevamente.

    —No debes sentirte apenado, ¿que Krisój no te había dicho que hay que pedir mucho?

    —Pues bien, deseo... —hice una leve pausa— Deseo, un reino.

    —¿Para reinar en él, o para estar en él?

    —¡Sí, para reinar en él! —repuse con entusiasmo.

    —¿Para qué quieres reinar?

    —Para poner a la práctica todo cuanto me enseñaste.

    —Ser un rey implica tener un pueblo —comentó Kághtijux.

    —Lo sé, pero...

    —Pero, para dominar a otros, debes dominarte primeramente a ti. No puedes enseñar a dibujar

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1