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Un imperio de polvo
Un imperio de polvo
Un imperio de polvo
Libro electrónico172 páginas2 horas

Un imperio de polvo

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Información de este libro electrónico

Verano, Italia, una casa en el campo. Lo que podría parecer el paraíso es en realidad una maldición. Llegan desgracias, una detrás de la otra: grietas en las paredes, insectos, granizo, ranas y animales muertos. Es el verano en el que Valentina, la niña de esa casa, deja la infancia y empieza a comprender el mundo, así como la historia de su madre, de su abuela, un linaje de mujeres endurecidas por el polvo y por sus circunstancias. Lo que cada una de ellas realiza para lavar sus culpas y hacer que las desgracias se detengan es lo que narra Un imperio de polvo, una novela de iniciación al mismo tiempo clásica y contemporánea, entrañable y oscura, que atrapa por su prosa cristalina, no por eso menos cortante, traducida estupendamente por Eleonora González Capria en su primera edición en español.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 nov 2023
ISBN9789874178893
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    Un imperio de polvo - Francesca Manfredi

    Un imperio de polvo

    UN IMPERIO DE POLVO

    FRANCESCA MANFREDI

    Traducción

    ELEONORA GONZÁLEZ CAPRIA

    FIORDO · BUENOS AIRES

    ÍNDICE

    Sobre este libro

    Sobre la autora

    Otros títulos de Fiordo

    Prólogo

    Uno

    Casa

    Madre

    Padre

    Madre de madre

    Dos

    Tres

    Cuatro

    Cinco

    Azul

    Seis

    Hombres

    Siete

    Ocho

    Nueve

    Tinieblas

    Diez

    La tierra vomitará a sus habitantes

    SOBRE ESTE LIBRO

    Verano, Italia, una casa en el campo. Lo que podría parecer el paraíso es en realidad una maldición. Llegan desgracias, una detrás de la otra: grietas en las paredes, insectos, granizo, ranas y animales muertos. Es el verano en el que Valentina, la niña de esa casa, deja la infancia y empieza a comprender el mundo, así como la historia de su madre, de su abuela, un linaje de mujeres endurecidas por el polvo y por sus circunstancias. Lo que cada una de ellas realiza para lavar sus culpas y hacer que las desgracias se detengan es lo que narra Un imperio de polvo, una novela de iniciación al mismo tiempo clásica y contemporánea, entrañable y oscura, que atrapa por su prosa cristalina, no por eso menos cortante, traducida estupendamente por Eleonora González Capria en su primera edición en español.

    SOBRE LA AUTORA

    Francesca Manfredi nació en Reggio Emilia, Italia, en 1988. Se formó en escritura creativa en la Scuola Holden, fundada por Alessandro Baricco. Ha colaborado en la revista Linus y en el Corriere della Sera. Su primer libro, el conjunto de cuentos Un buon posto dove stare, ganó el Premio Campiello a la mejor ópera prima de 2017. L’impero della polvere es su primera novela, y fue traducida al inglés y al francés. Vive en Turín.

    OTROS TÍTULOS DE FIORDO

    Ficción


    El diván victoriano, Marghanita Laski

    Hermano ciervo, Juan Pablo Roncone

    Una confesión póstuma, Marcellus Emants

    Desperdicios, Eugene Marten

    La pelusa, Martín Arocena

    El incendiario, Egon Hostovský

    La portadora del cielo, Riikka Pelo

    Hombres del ocaso, Anthony Powell

    Unas pocas palabras, un pequeño refugio, Kenneth Bernard

    Stoner, John Williams

    Leñador, Mike Wilson

    Pantalones azules, Sara Gallardo

    Contemplar el océano, Dominique Ané

    Ártico, Mike Wilson

    El lugar donde mueren los pájaros, Tomás Downey

    El reloj de sol, Shirley Jackson

    Once tipos de soledad, Richard Yates

    El río en la noche, Joan Didion

    Tan cerca en todo momento siempre, Joyce Carol Oates

    Enero, Sara Gallardo

    Mentirosos enamorados, Richard Yates

    Fludd, Hilary Mantel

    La sequía, J. G. Ballard

    Ciencias ocultas, Mike Wilson

    No se turbe vuestro corazón, Eduardo Belgrano Rawson

    Sin paz, Richard Yates

    Solo la noche, John Williams

    El libro de los días, Michael Cunningham

    La rosa en el viento, Sara Gallardo

    Persecución, Joyce Carol Oates

    Primera luz, Charles Baxter

    Flores que se abren de noche, Tomás Downey

    Jaulagrande, Guadalupe Faraj

    Todo lo que hay dentro, Edwidge Danticat

    Cardiff junto al mar, Joyce Carol Oates

    Sobre mi hija, Kim Hye-jin

    Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja, Rivka Galchen

    El mar vivo de los sueños en desvelo, Richard Flanagan

    Ellos, Kay Dick

    Dios duerme en la piedra, Mike Wilson

    Historia de la enfermedad actual, Anna DeForest

    Yo sé lo que sé, Kathryn Scanlan

    Desolación, Julia Leigh


    No ficción


    Visión y diferencia. Feminismo,

    feminidad e historias del arte, Griselda Pollock

    Diario nocturno. Cuadernos 1946-1956, Ennio Flaiano

    Páginas críticas. Formas de leer y

    de narrar de Proust a Mad Men, Martín Schifino

    Destruir la pintura, Louis Marin

    Eros el dulce-amargo, Anne Carson

    Los ríos perdidos de Londres y El sublime topográfico, Iain Sinclair

    La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder, Andrés Barba

    La noche. Una exploración de la vida nocturna, el lenguaje de la noche, el sueño y los sueños, Al Alvarez

    Los hombres me explican cosas, Rebecca Solnit

    Una guía sobre el arte de perderse, Rebecca Solnit

    Nuestro universo. Una guía de astronomía, Jo Dunkley

    El Dios salvaje. Ensayo sobre el suicidio, Al Alvarez

    La mente ausente. La desaparición de la interioridad en el mito moderno del yo, Marilynne Robinson

    Islas del abandono. La vida en los paisajes posthumanos, Cal Flyn


    Legua


    Al borde de la boca. Diez intuiciones en torno al mate, Carmen M. Cáceres

    El viento entre los pinos. Un ensayo acerca del camino del té, Malena Higashi

    ELOGIO DE UN IMPERIO DE POLVO

    «En esta novela intensa e hipnotizante de Francesca Manfredi, las fuerzas cósmicas se cruzan con la vida doméstica de una chica, su madre y su abuela. Con frases solo en apariencia simples, Manfredi evoca espléndidamente los misterios profundos que acechan en las relaciones cotidianas. Lo leí de un tirón».

    Helen Phillips


    «A la vez desconcertante y absolutamente cautivadora».

    Florence Courriol-Seita, Le Monde


    «Una novela de iniciación que despliega, con una prosa poética y descripciones potentes, el choque intergeneracional y las culpas calladas entre tres mujeres».

    Booklist


    «Evocativa (…). La solidez de la prosa da cuenta del potencial de Manfredi».

    Publishers Weekly


    «Tres generaciones de mujeres que viven bajo el mismo techo pueden ser brujas o estar tratando de vivir su vida; el punto de vista es todo (…)».

    Kirkus

    COPYRIGHT

    Título original en italiano: L’impero della polvere


    © Francesca Manfredi, 2019

    All rights reserved.

    © de la traducción, Eleonora González Capria, 2023

    © de esta edición, Fiordo, 2023

    Paroissien 2050 (C1429CXD), Ciudad de Buenos Aires, Argentina

    correo@fiordoeditorial.com.ar

    www.fiordoeditorial.com.ar


    Dirección editorial: Julia Ariza y Salvador Cristofaro

    Diseño de cubierta: Pablo Font


    ISBN 978-987-4178-74-9 (libro impreso)

    ISBN 978-987-4178-89-3 (libro digital)


    Hecho el depósito que establece la ley 11.723


    Hecho en Argentina

    Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra

    sin permiso escrito de la editorial.


    Manfredi, Francesca

    Un imperio de polvo / Francesca Manfredi. - 1a ed. -

    Ciudad Autónoma de Buenos

    Aires: Fiordo, 2023.

    Libro digital, EPUB

    Archivo Digital: descarga y online

    Traducción de: Eleonora González Capria.

    ISBN 978-987-4178-89-3

    1. Novelas. 2. Literatura Italiana. I. González Capria, Eleonora, trad. II. Título.

    CDD 853

    And you could have it all

    My empire of dirt

    I will let you down

    I will make you hurt.

    «Hurt»


    Las mujeres son así no adquieren conocimiento sobre las personas para eso estamos nosotros ellas nacen con una práctica fertilidad para la desconfianza que da fruto de vez en cuando y por lo general con razón tienen una cierta afinidad con el mal para procurar lo que el mal no posee para atraerlo instintivamente como quien se arropa entre sueños fertilizando la mente hasta que el mal cumple su objetivo exista o no.

    William Faulkner, El sonido y la furia

    PRÓLOGO

    La primera vez que le hice una pregunta del estilo a la abuela, yo tenía seis años. Recuerdo bien aquel momento y creo que ella también lo recordaría si pudiera. Le pregunté de dónde venía el dolor de panza que la torturaba a diario. En esa época me la encontraba frotándose el vientre en la cocina o en el pasillo, cuando pensaba que nadie la veía. Jamás lo hacía delante de la familia. Buscaba un lugar, un momento de intimidad para entregarse a esos dolores que, como descubrí tiempo después, eran intensos y mordían con fuerza y constancia, aunque no tanto como los que luego se la llevarían de este mundo.

    Ese día la encontré doblada sobre las alacenas. Tenía una mano en la mesada, junto a la hornalla encendida, y la otra justo debajo del ombligo. Se masajeaba el vientre con movimientos circulares, haciendo presión, como quien trata de limpiarse una mancha del vestido. Estaba con los ojos cerrados, pero no alcancé a descifrar su expresión, porque enseguida advirtió mi presencia y se incorporó dejando caer los brazos a los costados.

    Fue entonces cuando hice la pregunta. Era una inquietud ingenua e infantil, una de esas inquietudes que los adultos responden racionalmente, sin respetar el lugar del que proceden: un lugar todavía desprovisto de lógica y de física, donde todos los acontecimientos ocurren por causas siempre diferentes, a veces bajo el gobierno del azar y a veces de la magia. Era la clase de pregunta que, creía yo, sin duda hasta la abuela contestaría con decisión, exactitud, calma. O quizás respondería soltando en tono agudo una de sus típicas frases, esas que decía cuando alguien se excedía, para marcar los límites. ¿Quién te manda a meterte?, diría. Hay cosas que no se preguntan. Se ve que naciste con la lengua demasiado larga. Déjame verla. Entonces quizás me inspeccionaría la boca, con los ojos entrecerrados y las cejas levantadas. Y después se echaría a reír. Era su manera de defender lo propio, de mantener a raya a quienes querían invadir su privacidad. La abuela era de otra época y nunca se cansaba de enseñar buenos modales. Los consideraba la mejor arma contra las intrusiones, y casi siempre le daban buen resultado.

    Pero esa vez solo se me quedó mirando. Después sacó un cigarrillo largo y delgado del paquete que guardaba en el bolsillo del delantal y lo encendió con un fósforo. Dio una calada larga y expulsó el humo en una bocanada regular. De tanto en tanto, dijo, de tanto en tanto lo que guardamos dentro se vuelve incontenible. Anida en algún rinconcito. Cada secreto tiene su lugar. Y ahí se esconde, obediente y sumiso, hasta que un día decide recordarte que no se fue, que creció, y ya no lo olvidas jamás.

    Así nos crearon. Nos la dio el Señor, dijo, tocándose de nuevo la panza. Una vez que aprende a llenarse nunca permanece vacía mucho tiempo. Tu madre estuvo acá adentro. Y todavía la siento acá, cada vez que pasa algo malo.

    UNO

    Primero vino la sangre.

    Llegó en silencio, sin hacerse notar. Llegó de noche, cuando llegan las cosas más terribles y, así como todas las cosas terribles, me dio a elegir. Era fina y escurridiza, era cálida y seductora, como una voz que invita a hacer lo indebido. Me presentó el hecho consumado y, al mismo tiempo, me dio a entender que, si tenía el valor de no contarle a nadie lo sucedido, podía dejarlo ahí, confinado a aquel espacio, a aquel baño, a aquella noche. Podía tomar la decisión de levantarme, cerrar la puerta y volver a la cama, y todo seguiría igual.

    Lo que no sabía, aún, es que nada puede ocultarse durante demasiado tiempo. Se puede callar, pero no se puede impedir que crezca. Y, como ocurre con todos los líquidos, cuanto más se lo comprime, más se inquieta, hasta que decide escapar del encierro por sus propios medios y lo hace con el poder de una tormenta.

    Pero yo tenía doce años, y nadie me había explicado lo que iba a pasar, y aunque alguien me hubiera avisado, no habría cambiado nada esa noche. Son cosas que se aprenden mucho después, por cuenta propia.

    Escuché la voz, y me guardé el secreto.

    CASA

    En el pueblo la llamaban «la casa ciega» porque tenía ventanas diminutas en solo tres de las paredes y porque en la pared que saludaba a los que venían por el camino no tenía ninguna. Desde esa perspectiva parecía un bloque de cemento blanco, una caja de zapatos. «Es la que vive en la casa ciega», escuché decir una vez a un par de chicos de la escuela, más grandes que yo, durante un recreo en el patio.

    Después de lo que pasó en 1996, empezaron a llamarla «la casa negra» o «la casa maldita» o hasta «la casa de los mil pies», por los insectos negros que aún se veían sobre los muros pálidos, al menos según afirmaban quienes se aventuraban a acercarse. No muchos repetían esos apodos en mi cara y no muchos venían a la casa: el cartero, dos veces por semana; y, por la tarde, algunos chicos que hacían apuestas con amigos, tocaban el timbre y enseguida salían corriendo por la calle que llevaba al pueblo. Con los años, la casa dejó de despertar interés, y lo que había ocurrido poco a poco se transformó en una leyenda, una historia que se narraba e iba cambiando cada vez a gusto de quien la contara. Al final, se convirtió en algo distante en el tiempo, en el espacio: una cosa fría, muerta, a la que no hay por qué temer ni evocar, obsoleta frente a las noticias más sensacionalistas de la televisión.


    La casa ciega, así la llamaba mi madre con desprecio en la voz, moviendo la cabeza de un lado a otro siempre que algo dejaba de funcionar: una canilla, que empezaba a perder a pocas semanas de la última visita del plomero; un postigo con la madera carcomida por la humedad, que se astillaba cuando se lo cerraba de un golpe. La casa ciega, repetía con aspereza en la voz, sin agregar nada más, como si fuera una carga de la que no podía liberarse. La abuela hacía de cuenta que no escuchaba o a veces sonreía, pero yo

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