¿Tenemos Un Trato?
Por Evelyn Tomson
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Ella acababa de finalizar sus estudios universitarios y estaba en Sofía para hacerse una revisión médica. Él estaba allí por negocios. Ambos hablaban inglés y, cuando la recepcionista no quiso devolverles los pasaportes, Isabel se ofreció a ayudar. Luego, él la invitaría a un café como pago por su ayuda y en seguida se dieron cuenta de que se gustaban. Pero él era turco y ella tenía muchos prejuicios a este respecto. Así que, cuando él le hace una oferta, ella le da un no tajante. ¿A dónde les llevará la vida? ¿Serán Isabel y su familia capaces de superar sus prejuicios? Esta versión moderna de Orgullo y prejuicio te conmoverá hasta el final.
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¿Tenemos Un Trato? - Evelyn Tomson
Conociendo a un hombre agradable
Isabel acababa de llegar y estaba sola en la gran ciudad por primera vez. Solía venir con su madre, acompañándola en sus viajes de negocios. Normalmente, reservaba una cita en la clínica oftalmológica para revisar sus lentillas. En el nº 22 de la calle Klokotnitsa, en Sofía, contaban con tecnología americana de gran calidad, y fabricaban las mejores lentes de contacto rígidas del mercado: las Dk 100.
Al acabar, iría a tomar un café al hotel Princesa o a la cafetería del Sheraton, y daría un paseo por el centro, disfrutando de la belleza de los edificios de las embajadas o del Teatro Nacional Ivan Vazov. También pasearía por el Bulevar Vitoshka, con sus tentadores escaparates, el olor a café Lavazza y el bullicio de gente.
Le gustaba su hotel porque no era caro y estaba céntrico, justo detrás del gran centro comercial TSUM, lo que le facilitaba entrar y salir varias veces al día, pero también poder admirar la ciudad incluso de noche. Las luces brillaban en el centro de Sofía y era seguro dar un paseo a última hora, disfrutando del encanto nocturno en estos tiempos tranquilos.
Tenía solo veintitrés años. Acababa de realizar los exámenes finales en la universidad y se merecía mimarse un poco, quizás comprar algo o al menos tomar un café con tarta en el hotel Sheraton. No hay mucha gente a quien no le guste un sitio como ese, exquisito y elegante, al tiempo que cómodo y acogedor. Los buses turísticos solían parar allí y el exterior de la cafetería del hotel Sheraton era el punto de encuentro de muchos visitantes extranjeros que llegaban a la ciudad o que la abandonaban.
De cualquier forma, teniendo tanto tiempo ese día, Isabel no tenía prisa por decidir qué hacer primero y qué después, así que se registró en el hotel Lyulin sobre las dos del mediodía y decidió descansar una hora en su habitación y luego salir a dar un paseo. De camino al hotel había pasado junto a unos puestos callejeros donde la gente vendía libros de segunda mano en otros idiomas y le gustó una revista en inglés. Se llamaba Unique y en las primeras páginas había una foto de Sharon Stone desfilando en una pasarela con un vestido color champán, así que no dudó en comprarla. Tenía el hábito de tener siempre algo para leer, y la calidad de la revista era tan alta como sugería su nombre. Además, estaba en sintonía con el modo en que se sentía Isabel: feliz, realizada y triunfadora. Había finalizado una importante etapa de su vida y estaba llena de esperanza y expectativas positivas de lo que le depararía el futuro.
El tiempo pasó rápido, y a eso de las cuatro estaba en la recepción, donde los huéspedes dejaban sus llaves antes de irse. Le sorprendió oír a alguien hablando inglés porque el hotel no tenía nada de especial (ni cortinas ni muebles de diseño) excepto su fantástica ubicación, y lo usaban sobre todo funcionarios, trabajadores municipales y empleados, pero fundamentalmente búlgaros. La recepcionista preguntó a los hombres si hablaban ruso, pero respondieron negativamente y ella no supo qué hacer. Intentaba explicar algo a un grupo de tres hombres, claramente sin lograrlo. Isabel creyó correcto intervenir y dijo:
—Quizás yo pueda ayudarla; hablo inglés —se ofreció a la recepcionista. No era molestia. Resultó que los hombres querían sus pasaportes para poder viajar a otra ciudad.
—¿Por qué no nos devuelven los pasaportes? —preguntó uno.
Isabel tradujo la respuesta de la recepcionista: según la política del hotel, todos los huéspedes deben depositar un documento identificativo en la recepción hasta el momento de dejar la habitación y pagar. Como este no era el caso, ella no estaba dispuesta a darles sus documentos. Los tres hombres discutieron algo en otro idioma y el que hablaba inglés solucionó el asunto en unos minutos. Era alto, llevaba un elegante traje azul y tenía unos cuarenta años. Isabel también iba muy elegante, con una blusa blanca de manga larga finamente bordada y una falta negra midi de tablas. Ese día iba «vestida para matar». Mucha de su ropa se la había diseñado su abuela, que era modista. Así que, gracias a su elegante aspecto y a su ayuda, había causado buena impresión, y el tipo que hablaba inglés propuso:
—Si tiene usted tiempo, quizás podríamos tomar un café, y así le devuelvo el favor.
—En realidad, no he hecho gran cosa —señaló Isabel. Pero el hombre, que era paciente, preguntó de nuevo:
—Si tiene tiempo, quizás pueda mostrarme la capital.
Isabel consideró la oferta un momento y luego respondió, para su propia sorpresa:
—¿Por qué no? Tengo tiempo.
—Voy a hablar un momento con mi equipo —dijo el caballero. Y salió para dirigirse brevemente a los otros dos hombres. Volvió con Isabel y añadió:
—Ya podemos irnos. He dicho a mi equipo que vayan a Pravets sin mí. ¿Está lista?
—Claro —respondió Isabel, quien en las dos horas o dos horas y media siguientes le contó casi todo lo que sabía de Sofía, la iglesia de Sveti Georgi detrás del hotel Sheraton y la pequeña plaza con la iglesia de Sveta Nedelya. Pasearon junto al edificio de la Presidencia y el mausoleo de