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El Hombre de a Pie
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El Hombre de a Pie
Libro electrónico193 páginas3 horas

El Hombre de a Pie

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El Jinete ha sido un hombre exitoso. Lo ha conseguido todo en la vida, o al menos, eso es lo que cree. Un día, por azares del destino, su caballo muere en medio del desierto. Gracias a esta feliz desgracia, conoce al Hombre de a Pie. ¿Quién es este hombre piadoso que le salva la vida? Pero no sólo eso, sino que también le comparte La instrucción. Con este aprendizaje, y después de múltiples tropiezos en el desierto, el Jinete se encuentra consigo mismo y alcanza un vínculo con la Divinidad; una experiencia que le permite conocer la paz y la plenitud verdaderas. Después de siete días, el Jinete descubre, ya transformado y rodeado de sus seres amados, quién es en realidad el Hombre de a Pie.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 oct 2021
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    El Hombre de a Pie - Martin Martín

    Malo es para muchos, lo que es bueno para unos. Bueno es para uno, lo que es malo para muchos. Malo es para sí mismo quien es bueno para sí.

    El que encuentra no ha buscado y el que busca ya encontró. Quien recorre el camino a caballo, no se fija dónde pisa. Quien lo recorre a pie, se preocupa en no tropezar.

    El que monta a caballo, ¡flota!, no camina.

    El que se vale de sus pies para andar, camina por sí mismo.

    El que anda a caballo baja el rostro para ver al caminante y sonríe.

    El que de sus pies se vale se compadece del que anda a caballo.

    El que anda a caballo, anda hasta que el caballo quiere.

    El que anda a pie andará hasta que pies tenga.

    El que anda a caballo ejercita al caballo. Así mismo se ejercita el que anda a pie. El que anda a caballo ríe a carcajadas.

    Hace muecas el que anda a pie.

    Aquí inicia la historia de dos hombres que recorren el desierto: uno a pie, el otro a caballo.

    Mismo camino recorren los dos, cierto es; tan cierto es como que el de a caballo aventaja y que pronto deja muy atrás al que camina. Mas un día el caballo muere; para nadie es un secreto que la vida del caballo es más corta que la vida del hombre. El Jinete se apea, camina poco y pronto sus pies ya no le responden. Recarga su existencia en una piedra que no le es cómoda. El calor del sol lo agobia, le es insoportable; lleno de angustia pide clemencia rogando porque baje la intensidad de su calor. Pero el Sol ni lo oye, ni se apiada. El Jinete insiste en rogar y ante la insistencia es escuchado.

    —Siempre estuviste expuesto a mis rayos y jamás recapacitaste en mi presencia.

    —Montado en el caballo jamás sentí fatiga. Es por eso que hasta ahora reparo en el poder de tu calor.

    —¿Y dónde quedó el caballo en el que montabas?

    —Muerto está.

    —¡Muerto! ¿Y por qué te fiaste de lo que no tiene vida?

    —Es que no me fie al caballo que tendido ves en el camino. Me fie al que vivía.

    —Para la otra, ¡si es que hay otra!, mejor fíate de lo que no se muera.

    —¡Máteme a regaños, si le place, pero no me deje aquí! ¡No se guarde ninguno de sus reclamos!

    —Cuando saliste de tu casa, saliste a trote andando muy horondo, y el desierto, ¡tan ancho que es, te quedaba pequeño! ¿Y del caballo qué te digo si parecía tu mentor y era igual de arrogante que tú?

    —¡Moriré sin remedio!

    —Yo, que estoy en las alturas, afirmo con toda seguridad que el fin del camino no está a tu alcance y jamás lo estará. ¡Necio, si hubieras dejado al caballo y a tus pies te hubieras fiado, otra sería tu suerte!

    —¡Hay una esperanza! ¡Detrás de mí viene un caminante! ¡En él me instruiré! ¡Él me enseñará a caminar!

    —Él no está a tu alcance. Él viene muy atrás de ti y va muy delante de ti.

    —¿Atrás y adelante a un mismo tiempo? ¿Se está usted burlando de mí, señor Sol?

    —Tú vas por delante y el final del camino ya lo tienes en las narices. ¡Pero de qué fin hablamos! Él llegará a su destino porque fortaleció a sus piernas para soportar el camino y no se fio a un caballo y andará el camino mientras piernas tenga. Mas luego lo verás pasarte de largo y entonces nunca más volverás a burlarte de los andariegos de a pie.

    —¡Hombre fuerte y sabio es el que de sus pies se vale!

    —¿Cómo es posible que un hombre tonto advierta la sabiduría de un hombre sabio? ¿O será que en su persona viste un reflejo tuyo o viceversa?

    —Ahora veo, mas en su momento no lo advertí, que sus piernas son más poderosas de lo que lo eran las de mi brioso corcel. Puesto que sus piernas son y aún siguen siendo, ¡y quiera Dios que nunca dejen de ser! Mientras que las de mi caballo, aunque poderosas también, estaban condenadas a un final. ¿Por qué no me valí de lo que es mío? ¡De mis propias piernas! Ellas, adheridas a mí, fieles me hubieran sido hasta el fin. ¡Pero nadie jamás me enseñó a caminar y ni siquiera lo consideré!

    —¿Específicamente de quién hablas?

    —¡Del Hombre de a Pie!

    —¿El Hombre de a Pie es un nombre propio? ¡Se me acabaron las palabras! ¡Buenos días tenga su merced!

    —¡Señor Sol, señor Sol! ¿Tiene prisa usted? ¿No responderá a mis reclamos?

    El Jinete se recostaba sobre la arena y sus únicas fuerzas las conservaba para mirarse con el Sol.

    —¿Qué hago aquí, en el desierto, perdido y sin un caballo, si mi vida nunca estuvo en riesgo y fui feliz desde el comienzo hasta el final? ¡Cuánto me arrepiento de haberme burlado del Hombre de a Pie! ¡Él podría instruirme, él podría cargarme en hombros y llevarme a casa! ¡Me arrodillaré si es necesario, besaré sus pies, implorándole piedad! ¡Oh, Dios mío, que alguien me enseñe cómo escapar del Infierno! ¡Maldito caballo, cómo te me fuiste a morir!

    ¡Señor Sol, escúcheme usted y no se esconda! ¡Haga algo, defiéndame de la muerte y devuélvame mi vida! ¡Hasta podría trabajar de esclavo con tal de no morir!

    Rasguñaba la arena en busca de agua y agonizaba. La lengua ya no le respondía y sentía que pronto moriría. Se despedía en el pensamiento de sus seres queridos y se veía a sí mismo traspasando el umbral de la muerte. Pero la necesidad de vivir le dio un último soplo de vida para implorar por ayuda.

    —¡Único y grande Hacedor Mío, mueve el camino del andariego de a pie y dirígelo hacia mí!

    Yacía moribundo sobre la arena y llevaba una de sus manos al rostro. Besaba sus dedos y se despedía de su carne como se despidió del caballo. Parecía que encontraría la tranquilidad que se necesita para recibir de buen modo a la muerte, cuando cayó en la completa desesperación y se hacía viviendo en el Infierno. Sentía una manada de lobos correr por sus entrañas, que se lo comían vivo; extrañamente, retomó la paz.

    —El Hombre de a Pie, si acelerara su paso tropezaría conmigo y me cargaría en sus hombros para salir del desierto. Júralo que sí. Porque a leguas se huele la nobleza de su ser. ¿Pero cómo acelerará su andar, si él es un hombre recto y correcto que a sus pasos da la medida justa y necesaria? ¡Y eso sí, va detrás de mí! ¡Por qué se me dijo que también podría ir delante mío! En definitiva, estoy perdido.

    Esperaba a la muerte yendo de un sentimiento a otro hasta que sus reclamos fueron escuchados.

    —¡Heme aquí de nuevo! ¡Qué calamidad la mía! ¡Cuando estás en lo más alto, no puedes dejar de ver lo que pasa allá abajo!

    —¡Señor Sol, volvió mi Señor, sálveme la vida y a cambio andaré por todo el mundo pregonando lo piadoso que es usted!

    —El hombre por el que clamas siempre estuvo a tu lado.

    —¿Viene a mi lado? ¡Pero si yo le pasé por encima y después aceleré y lo dejé muy atrás! ¡Me reí de él y luego me fui!

    —Conservarás tu vida si en Él te instruyes.

    —¡Mi vida tendrá un nuevo comienzo!

    —No te dejaré de ver, porque no te puedo dejar de ver. ¡Pero sí te dejaré de hablar!

    Entonces el Sol se calló y enseguida recobró toda la fuerza de su resplandor.

    El Hombre de a Pie, primero que nada, le dio agua a beber y después se lo montó en hombros. Comenzaron a andar el camino uno montado arriba del otro y dejaron atrás el punto de partida.

    —¿Por qué me ayudas?

    —Porque que a eso vine.

    —¡Bonita razón!

    —El Sol se apiado de ti, pues yo me apiado de ti.

    —¿Tus sentimientos son los del señor Sol?

    —Contempla el camino y guarda silencio.

    Cargaba el Hombre de a Pie con su existencia y la del otro; sin embargo, no mostraba ni huella de cansancio ni de molestia, y a veces hasta sonreía. El Jinete lo venía mirando con la curiosidad de un niño mientras se preguntaba si no le dolía la carga o si no le calaba el Sol.

    —Parece que vienes por El Paraíso cargando un ramo de rosas.

    —No es mi cuerpo quien soporta tu peso ni es mi alma quien lleva tu sufrir, en mi corazón llevo al que me mandó por ti y en sus hombros vas.

    El Jinete inclinaba la cabeza para verle la cara al Hombre de a Pie. Conservaba una posición incómoda por el hecho de que viajaba montado en los hombros del otro, y los ojos le hacían bizcos.

    —¡Veo doble! Me tallaré los ojos y aquí no pasó nada. ¡Perfecto! Estuve a punto de morir y luego llegaste tú y salvaste mi vida.

    ¿Pero, cómo hago yo para aligerar a mi atribulado corazón? ¡Yo soy tonto!

    —Los caminos son largos si eres necio y se acortan si tienes La Gracia, se vuelven interminables al andar a caballo y se tornan placenteros si montas en mis hombros, y las distancias y los tiempos en realidad no cuentan. Pero antes tendrías que rendirte a La Instrucción. Tu corazón se encuentra sumido en sus posesiones y de ti ya nada sabes. Te cargaste de ocupaciones y preocupaciones inútiles, y entre más pasa el tiempo tu corazón se marchita. El hombre no domina sobre el tiempo, ni sobre su vida y mucho menos sobre la vida de los demás. Nada es tuyo que no sean tus entrañas. Tu alma es lo único tuyo, es lo único que tienes atado al cuerpo, por no decir que el cuerpo lo tienes atado al alma. Necesariamente tendrías que considerar que la única conquista verdadera, y el único bien imperecedero, es conquistar a tu persona y realmente pertenecerte a ti mismo.

    —Soy dueño de una hacienda de tal tamaño y tales riquezas que ya la quisieran los mandamases de las naciones. Cientos de familias trabajan para mí y tengo tantos clientes y proveedores que para saber su número tendría que contratar un matemático. Mi familia es perfecta, mis hijos son como solecitos iluminando mini desiertos y mi mujer es una estrella, ¡y yo soy su felicidad! Año con año se juntan todos y organizan una fiesta en mi honor, y rematan la jornada entregándome un reconocimiento. ¡Y luego se aparece un vagabundo que no tiene para comprarse un caballo a decirme que no soy dueño de nada! ¿Qué hombre instruye a otro hombre sugiriéndole que renuncie a todo a cambio de polvo y aire? ¡Te mentí cuando dije que soy un tonto! ¡Más allá del desierto y más allá de las praderas, todos los comerciantes saben que es imposible engañarme!

    —A lo que se renuncia es a ser poseído por lo que se posee.

    —¡El barco se hundiría sin mí! ¡Mi hacienda es como un pequeño país y yo soy su sol!

    —¿Tus hijos son tus solecitos y tú eres el señor Universo?

    —¡A los leones se les enseña a comer, no a ser comidos! ¡Soy un hacendado, no soy un siervo! ¡La Instrucción no me está gustando!

    —Necesitarías estar loco para que te guste. La Instrucción es dolorosa y nadie la toma por placer.

    —Guardaré silencio por respeto al señor Sol y te escucharé bajo protesta.

    —Si quieres llegar sano y salvo a tu destino, habrás de poner a resguardo a tu corazón y entregártele al que te quiere dominar.

    —¿Qué me entregue a otro? ¿Crees que soy estúpido? ¡Si yo soy inteligentísimo! ¡Los maestros de mi escuela no me querían en sus aulas porque les abochornaba mi sabiduría!

    —¿La misma sabiduría que te trajo a morir en el desierto?

    —¡La misma que me hará sobrevivir! ¡Yo me largo!

    Salió disparado y no dio ni treinta pasos cuando cayó vencido por la fatiga. El Hombre de a Pie iba a su encuentro y se lo montó en hombros para reanudar el camino.

    —Hablaba de Dios. Él es el que te quiere dominar. Él vino al desierto a buscar su heredad y a rescatar a los caídos.

    —¡Haberlo dicho antes!

    —Quien se diga dueño es un esclavo, quien se diga esclavo encontró la libertad.

    —¡Habla un poco más y me muero!

    —Atado vas a La Muerte con tu amor por las cosas. ¡Atado y casi desposado!

    —¡Te escucharé, te escucharé!

    —¿Qué tal si me vengo divirtiendo? ¡Recapacita, no seas tonto!

    —¿Dejé de poseer lo que realmente poseía? ¿Mis pertenencias cambiarán de mano? ¿Y quién es el nuevo dueño de mis cosas? ¿No será un andariego loco que anda los desiertos a pie hablando de Dios y robando a los viajantes? ¡Porque eso es lo que me falta por escuchar!

    —Tan listo eres que me dan ganas de invertir los papeles y montar yo en tus hombros.

    —¿Qué clase de iluso crees que soy? ¡Si yo agarro a las serpientes por el cogote y las estrangulo hasta que les saltan los ojos! Como tú hay muchos y muchas, y yo siempre salgo en defensa de mi pueblo, y a los falsos profetas me los desayuno con salsa de tomate. No es por presumir.

    —Descríbeme.

    —Vas por el desierto a la caza de moribundos y luego de encontrarlos los consuelas y los alientas, les das pan y agua, para de inmediato saltarles encima como los lobos feroces a las ovejas y, o te los comes o los trasquilas. ¡Pero yo no soy ningún borreguito! ¡Suerte para la otra! Un momento. Me estoy viendo grosero.

    ¡Comencemos de nuevo! Soy un hombre de fe que sabe del agradecimiento. Sácame de aquí y recibirás una paga que no concebirías ni siendo el más grande de los soñadores.

    —El más grande de los soñadores se tuesta en el infierno y, por andar imaginándose cosas, terminó viviendo una pesadilla. ¿Pero qué quieres que le diga al que me mandó por ti? Él habló de que te instruyeras en mí.

    Se derrumbaba el Jinete al saberse un malagradecido y la cara se le caía a las arenas por la vergüenza y ya no sabía qué decir.

    —No creas que no te entendí. ¡Yo soy el más grande de los soñadores! Perdónenme tú y El que te envió.

    —Háblame de ti. No me canso de escucharte. ¡Y por favor no dejes la espiritualidad de fuera! ¡Eres único!

    —¿Soy único? ¡Hasta que me estás conociendo! En todas mis empresas me encomiendo a Dios. ¡Incluso cuando me le declaré a mi mujer! Siempre ruego antes de actuar, y si nos atenemos a los resultados, Nuestro Señor Dios no me mira con tan malos ojos. Si soy exitoso, soy de su agrado. ¡Mira cómo visto tan elegante, todo de negro! Por cierto, que tu vistes muy pobremente. ¿Por qué vistes así, si tú eres un hombre inteligente y sabio como ninguno otro conocí? ¡Júntate conmigo y serás rico!

    De un salto, como si jamás hubiera perdido el vigor, como si el desierto ya no representara un peligro, el Jinete saltaba de los hombros del Hombre de a Pie y caía parado sobre la arena. Erguía su pecho y colocaba sus manos en puños sobre su cintura, como los verdaderos triunfadores.

    —¡Hombre de a Pie, llegando a la hacienda te nombraré mi capataz y cuando seas viejo serás tan rico como yo, tan admirado y tan respetado! ¡Tendrás solecitos y una mujer que sea una estrella!

    ¡Luego, tus proveedores, tus clientes y tus empleados, año con año te extenderán un diploma! ¿Quieres ser mi discípulo? ¡Yo te enseñaré a ser hombre!

    —¿Recibiré un diploma y minisolecitos girarán a mi alrededor? ¿Tú me enseñarás a ser hombre?

    —¡Sí! ¡Yo! ¡Mírame! ¡Soy como los leones de la pradera!

    El Hombre de a Pie montaba sobre los hombros del Jinete. El Instructor sería capacitado por el instruido. La oveja le enseñaría a aullar al lobo y llovería de abajo para arriba.

    —¡Hombre de a Pie! ¡No es de

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