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Más allá del infortunio
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Libro electrónico162 páginas1 hora

Más allá del infortunio

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¿Incomprendidos? ¿Frustrados? ¿Oprimidos? Como tú o yo, los personajes de Más allá del infortunio son personas que intentan comprender sus desventuras a través de una colección de relatos que narran de manera absurda la vida cotidiana.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 may 2020
ISBN9789585107090
Más allá del infortunio
Autor

Camilo Rincón

Camilo A. Rincón V. (Bogotá, 1972) es maestro en Artes Escénicas y magister en Comunicación-Educación. Entre 1998 y 2009, llevó a escena como director obras de Tennesse Williams, Samuel Beckett, B. M. Koltes, G. Bernard Shaw, Luis Enrique Osorio, entre otros dramaturgos en Colombia y el exterior. En 2010, participó en la Feria del Ocio y la Fantasía (SOFA) con su proyecto Arte Silueta, cuyo fin es promover la fotografía artesanal. Entre 2014 y 2018, escribió con devoción innumerables cuentos, de los cuales algunos se encuentran publicados en este libro. En la actualidad, combina su quehacer artístico con la pedagogía en diferentes centros educativos de Bogotá, ciudad que le seguirá inspirando historias de ficción.

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    Más allá del infortunio - Camilo Rincón

    Presentimientos

    Cuando presiento que va a caer una piedra, grito, me tapo los ojos, me muerdo el labio y suspiro ante el miedo de romperme en pedazos. Esta sensación tan incómoda nace de mi interior todos los días, a la misma hora, cuando aparece un arcoíris detrás de una montaña bordeada de casuchas construidas de ladrillo rojo y tejas de asbesto. Y es verdad, hace dos días creí que caía una roca de una nube blanca con tonos grisáceos sobre mi lánguido cuerpo, cuyos brazos mostraban agotamiento. De milagro me salvé, no sé cómo, pero lo olvidé mientras bostezaba del hambre, sin posibilidad de comer cazuela de mariscos en un restaurante en forma de barco colonial. Entonces decidí imaginar algo auténtico o más atrayente para el ojo de un loro suspicaz. Supuse que caminaba sobre un lago congelado donde un esquimal, tapado con piel de lobo, patinaba con libertad como si quisiera rodar al igual que un guijarro. Me dio risa y esperé a que se detuviera para preguntarle acerca de su vida, pues sus ojos eran fríos y sus piernas parecidas a las de un colibrí: tiesas y arrugadas por el viento que suele aparecer al comienzo de abril. El hombre se detuvo, pero no me estrechó la mano porque le daba vergüenza sentir que un sujeto de otra parte del planeta lo miraba como si fuera un personaje irreal. Al rato, dejó salir vaho por su boca fragmentada, miró como un loco mi cara embalsamada por la brisa de ese insólito mes y exclamó con fatiga:

    —Patino porque me creo una piedra rodante y seguro aplastaré a los peces congelados. Además, desperdicio el tiempo cavilando en cómo extraviarme en mis pensamientos. Debe ser muy interesante, ¿verdad? —preguntó de forma mecánica con los ojos cerrados, pestañeando de vez en cuando, seguro de que no se le metiera la nieve.

    —Eres igual de raro a mi hermano. Frío, pero cortés y amable cuando se le pide un favor pequeño. Si quieres contarme tus secretos, dímelos. Supongo que tú no patinarás sobre mi espalda que no es lisa, está pintada de color piel —dije mientras veía al esquimal riéndose de un chiste muy viejo que solía decir en la escuela.

    Una broma que me salió de los pulmones porque, en realidad, tenía miedo de que el sujeto aplastara con sus patines mi cuerpo entumecido. Estaba petrificado. Tenía pavor de que un hombre del Polo Norte me atropellara de forma cruel. Por eso hui de él, me fui hasta perderme por entre varios matorrales –grandes, muy grandes… fáciles de ver con un telescopio–, asustado como una marmota mientras añoraba imaginar un mundo inabarcable, mucho más vasto, para hacer de mi vida un universo mejor. Quise reír de los nervios, pero dudé. Luego recordé que debía irme de ahí, di dos pasos tímidos como si el viento detuviera mis piernas, pero me encontré con un lobo cuya fisionomía se parecía a la del esquimal. El animal estaba quieto creyendo intuir mis suaves movimientos –pero rígidos como las palmas de mis manos–, respiró y abrió el hocico mostrándome sus colmillos blancos. Todo fue tan rápido que en cuanto miré el cielo estrellado, me mordí los labios, me tapé los ojos y sentí miedo al pensar que un lobo me podría destrozar con sus garras oscuras, peludas, de pezuñas largas y capaces de aruñar el hielo de aquel lugar blanco, muy blanco, como para pintarlo en un cuadro de pingüinos negros.

    Historia

    A medida que leía una historieta, tuve la sensación de perderme en una escena en la que un hombre de aspecto tenebroso me quitaba la memoria, convencido de que podía ver mis recuerdos en su cabeza. En efecto, se pasmó al ver la imagen de un hombre, más pequeño, muy parecido a él, que miraba a través de un calidoscopio las reminiscencias de su pasado. Se cuestionó sobre la verosimilitud de los hechos varias veces, pues, en realidad, nunca había conocido un hombre casi idéntico a él que gustase de sus recuerdos. Entonces, se le vino a la mente hablarme y preguntarme si, en efecto, yo también veía ese acontecimiento.

    —¿Lo ves? ¿Qué tiene él que no tenga yo? El otro quiere conocer las imágenes que tengo en el interior del cerebro.

    —No sé de quién me hablas porque no puedo visualizar nada. Tú me quitaste la memoria, por tanto, no puedo contemplar el pasado y planificar el futuro en el que pretendes vivir como el ladrón de mis remembranzas —dije, moviendo la barbilla, mientras el hombre de aspecto sombrío persuadió a su otro yo, el de baja estatura, para que lo olvidara.

    Ambos estaban desconcertados por el solo hecho de no comprender sus insólitas evocaciones, distantes a las mías, raras e ingenuas, que no suelo compartir con nadie salvo que alguien me las recuerde a punta de patadas.

    La Voz

    En 1941, el negro Chivas caminó por la senda de un inmenso humedal rodeado de pinos y matorrales. El negro estaba feliz, pero en cuanto pasó por encima de un tronco, se sorprendió al ver un hombre tirado en el suelo; lo miró extrañado e intentó socorrerle, pero de un momento a otro aquel sujeto se esfumó.

    —¿Qué está pasando aquí? —pensó.

    Chivas miró asustado a todos los lados y se sentó cerca de un pino de eucalipto. El árbol era bastante alto, de su corteza y hojas emanaba un olor aromático. Los pájaros silbaron y volaron muy alto hasta perderse entre las nubes. El viento soplaba hacia el oriente, donde se veían montañas muy altas. De nuevo, Chivas echó un vistazo a todo lo que lo rodeaba y cerca de su oído escuchó una voz.

    —Todavía estoy aquí.

    —¿Quién es usted? —preguntó Chivas.

    —Soy el hombre que viste tirado en el camino del humedal.

    —Pero no te veo.

    —No importa en estos momentos, te protejo de lo peor.

    —¿De qué? —preguntó Chivas.

    —Ayudo a los que están perdidos y es probable que pierdas el juicio o la cabeza en este sitio.

    —Nunca he pensado en perder el juicio, soy muy cuerdo —dijo Chivas seguro.

    —Nadie está exento de volverse loco por esta senda.

    El negro se tapó los oídos con sus manos, se paró del lugar en el que se hallaba y comenzó a correr como un animal por aquel camino mientras escuchaba la voz.

    —¡No corras tan apresurado! Te puedes caer.

    —¿Quién eres? —preguntó Chivas horrorizado.

    —Soy yo. El hombre que viste tirado en el camino.

    —¿Por qué no te puedo ver?

    —Porque no te has podido controlar. Cuando una persona está muy nerviosa, se enceguece por instantes.

    —Creo que ya perdí el control. No estoy seguro de lo que hago aquí. Dime, de verdad, ¿quién diablos eres? —imploró el negro.

    —También me perdí en esta senda hace mucho tiempo. Me volví loco mientras intentaba huir de aquí. Escuché muchas voces y todas me dijeron que necesitaban seres con razón.

    —No comprendo con exactitud.

    Después de escuchar todas esas palabras por muchas horas, dejé de respirar y caí a un charco de aguas diáfanas. En seguida, me vi en un bosque azul y allí un anciano de rostro triangular me dijo que yo era el elegido.

    —¿Para qué? —preguntó Chivas.

    —Para intimidar

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