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La tormenta final
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Libro electrónico368 páginas4 horas

La tormenta final

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Información de este libro electrónico

Después de la lluvia, la tormenta llega con todas sus fuerzas.

La traición ha creado un nuevo enemigo que hará que Shadow vuelva a revivir su propio infierno.

¿Quién será más rápido? ¿Quién logrará sobrevivir a las mortales trampas que les tiene preparado el destino?

Una vez más, Shadow y los agentes del FBI deberán atrapar al emisario de los cuervos. Pero el líder de los Bleed siempre irá un paso por delante.

Secretos, misterios, dolor…

En una carrera contra reloj, Shadow deberá luchar contra la propia muerte antes de que todo lo que ama desaparezca.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 dic 2023
ISBN9788411818995
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    La tormenta final - Maria Llamas Molné

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Maria Llamas Molné

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1181-899-5

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Para ti, abuelo

    .

    «—Todo asesino es, posiblemente, el viejo amigo de alguien —observó Poirot filosóficamente—. No puede usted mezclar los sentimientos y la razón».

    Agatha Christie

    CAPÍTULO 1

    El ruido y el bullicio de la ciudad se había ido disipando desde hacía un par de manzanas, y el único sonido que llegaba a mis oídos era el tranquilo compás que marcaba mi corazón. Su rítmica melodía recorría lentamente mis venas, llenándome de vida.

    Inhalé con lentitud disfrutando de aquel pequeño momento que se había convertido en un secreto.

    Por primera vez desde hacía mucho tiempo, caminaba despacio, sintiendo cómo el sol acariciaba la piel desnuda de mis antebrazos. No tenía prisa y eso me sorprendía, porque dos meses atrás hubiera dado cualquier cosa para detener el tiempo una fracción de segundo.

    Sabía que me encontraba en un efímero período de tranquilidad, pero había desistido en preocuparme por un futuro incierto que únicamente auguraba una gran tormenta. En aquel momento, solo existía el presente, y no había nadie que pudiera quitarme eso.

    El verano ya había llegado y con él las curiosas golondrinas que surcaban el cielo como si fuera suyo, y lo era. Los cuervos habían desaparecido, pero habían dejado un profundo rastro con su marcha, una cicatriz que nunca terminaría de borrarse.

    Buscando la dirección, giré hacia la calle que quedaba a mi derecha. Había ido antes a aquel lugar, pero mi memoria había querido olvidar el camino.

    Distraída, me quedé mirando el hermoso lirio amarillo que tenía en mi mano. Era pequeño, pero cada uno de sus pétalos parecía lleno de alegría y bondad.

    La noche anterior había quedado con él, y por eso aquella mañana me había escabullido del apartamento mientras Will estaba cocinando y Alice se duchaba. Al salir me había olvidado el móvil en la mesa del comedor, por lo que estaba segura de que en cuanto regresara, escucharía las voces de los dos agentes regañándome.

    Con sigilo, traspasé la oxidada verja metálica que custodiaba el enorme terreno que se dibujaba hacia el horizonte. Los rayos del sol jugueteaban sobre las delicadas piedras, llenando con su calidez el desolador vacío que habitaba en aquel lugar.

    Bajo mis pies la grava crujía a cada paso que daba, rompiendo con el eterno silencio que caracterizaba aquel misterioso mundo al que yo todavía no pertenecía.

    Atentamente, examiné toda la extensión del terreno, buscándolo. Y al fin, después de varios minutos, lo encontré justo al lado de un robusto árbol que lo cubría con su sombra.

    Sin pensármelo, me dirigí hacia donde él se hallaba, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba preso de la emoción.

    —Hola, Jack. Te prometí que vendría, y aquí estoy.

    Con cuidado, me senté al lado de la elegante y esculpida losa de mármol, dejando encima de ella el lirio amarillo.

    —Te he traído una flor, pequeñín. Sé que no es un tarro de miel, pero qué se le va a hacer…

    Una traicionera lágrima se escapó de mis ojos, recorriéndome la mejilla con lentitud.

    —Ya es verano, Jack, y todavía espero que vengas a llamar a mi puerta —susurré mirando el cielo que parecía un océano infinito—. Sabes, han pasado muchas cosas desde que te fuiste. Seguramente ya te lo habrán explicado Will y Alice, pero vencimos al malvado dragón verde, no con una pistola como en tu cuento, sino gracias al valor que tú nos diste. Pero todo esto aún no ha terminado, y desearía que estuvieras aquí para seguir dándonos fuerzas.

    Delicadamente recorrí con mis dedos el nombre del pequeño vecino grabado sobre el mármol. Era extraño anhelar a alguien cuando él ya me había dejado atrás.

    —¡Ah, es verdad! Quería darte una buena noticia, pequeñín, me han admitido en la Academia del FBI. ¿Qué te parece? Si apruebo un examen final, y paso todas las pruebas con éxito, dentro de cinco meses seré una agente del FBI. Estos dos últimos meses Will me ha estado dando clases durante todos los días. Si te soy sincera, es un profesor muy exigente y a veces un poco insoportable —sonreí—. Pero con todo lo que he aprendido, estoy segura de que dentro de poco formaré parte del equipo. También las cosas en el FBI han cambiado bastante, ahora el que se ocupa de la red informática es Owen. Es un hombre muy simpático, poco a poco se ha ido abriendo y adaptando, pero cuando llegó era demasiado callado, como si le preocupara que creyéramos que intentaba sustituir el papel de Archie. Pero el informático que tanto admirábamos murió en una sala de interrogatorios del FBI, dejando un puesto vacante que tenía que ser ocupado.

    El sonido de las hojas al crujir hizo que alzara la vista, un hombre de unos setenta años pasó cerca de donde me encontraba. Llevaba un traje de color gris al que le faltaban un par de botones y un pañuelo azul en el bolsillo de la chaqueta. En sus labios se extendía una tierna sonrisa y, al verme, se quitó el sombrero para saludarme.

    —Buenos días, señorita. Hace un día perfecto para hablar con los nuestros, ¿no cree?

    La calma y la alegría de aquel hombre me dejaron fascinada. No venía al cementerio para aliviar sus penas como hacían la mayoría de las personas, no, él venía a dar luz a un mundo que se creía que estaba formado por la oscuridad. En ese momento, entendí que existían muchas clases de fortaleza, y que cada una de ellas era admirable de igual manera.

    —Tiene toda la razón —añadí devolviéndole la sonrisa—. Que tenga un buen día.

    Acunada por la sombra del árbol, vi cómo el hombre se alejaba, llenando a su paso el aire de una tímida esperanza.

    —Jack… —murmuré acariciando el frío mármol—. Te echo de menos y nunca dejaré de hacerlo. ¿Por qué tenías que irte, pequeño agente? —sollocé—. Nunca te lo dije Jack, pero te quiero. Cada noche, como te prometí, me quedo mirando las estrellas, porque sé que te escondes entre ellas. Algunas veces, Alice me regaña porque me quedo dormida en medio del comedor, pero me parece que ya se está acostumbrando a tropezar conmigo por las mañanas. Hace poco no sabía lo que era amar a alguien, pero ahora lo he descubierto y yo… Te quiero, mi valiente guerrero, te quiero más que todas las estrellas que puedas contar.

    CAPÍTULO 2

    Recostada contra la tumba de Jack, me entretuve mirando el solitario cielo pintado de vez en cuando por alguna escurridiza nube. Mi mente estaba en blanco, al igual que mis emociones, que parecían haberse agotado en una incesable lluvia de lágrimas.

    Pero de repente, aparté mi mirada del cielo, buscando los atentos ojos que sentía posados sobre mí.

    Un hombre joven de más o menos veinticuatro años me observaba con una creciente tranquilidad, sintiendo cómo su nerviosismo desaparecía a la vez que su sentido de protección quedaba saciado. Su corta melena castaña parecía más alborotada de lo normal, como si se hubiese pasado las manos varias veces por su cabello, intentando adivinar dónde podría haber ido. Iba vestido con unos tejanos y una camiseta azul marino manchada de mermelada. Seguramente, cuando había notado mi ausencia, habría cogido las llaves del coche intentando ponerse en mi mente para saber hacia dónde dirigirse.

    Sus ojos verdes parecían brillar bajo la luz del sol, inquietándome con su intensidad. La mirada del agente siempre era muy expresiva, como si en realidad fuera un canal hacia su interior, pero la mayoría de las veces era incapaz de identificar qué emociones se veían reflejadas en sus claros ojos. Él, para mí, era una excepción. Porque por mucho que intentara analizarlo, siempre me sorprendía con sus decisiones y su inconfundible actitud. Y en cambio, él parecía conocerme muy bien, incluso más que yo.

    —¿Cómo me has encontrado, Will? ¿Era tan predecible que estuviera en el cementerio? —Sonreí al ver que se acercaba y se sentaba a mi lado.

    —La verdad es que no, Shadow. Eres imprevisible, un gran caos al que a veces es difícil acercarse.

    En esos últimos meses Will y yo habíamos pasado muchas horas juntos, y los dos habíamos aprendido a leernos el uno al otro. Sabía con una simple mirada del agente, si tenía que dejarle su espacio o si necesitaba alguien con quien hablar cuando el pasado volvía a reconcomerlo por dentro, destruyendo por completo cualquier atisbo de ficticia calma interior.

    —¿Cuánto tiempo llevas vigilándome? —le pregunté divertida.

    —Solo un rato —añadió devolviéndome la sonrisa.

    —Mientes muy mal.

    Poco a poco me había acostumbrado a que Alice y Will me observaran y analizaran constantemente, intentando adivinar qué es lo que estaba pasando por mi cabeza. Los dos agentes estaban preocupados por si era incapaz de adaptarme a lo que ellos llamaban normalidad, temiendo que mi pasado me impidiera seguir avanzando. Y siendo sincera, todo me resultaba bastante complicado, porque mi padre había decidido arrebatarme mi niñez, mi edad de aprender. Pero lo más frustrante era que cada vez que intentaba encajar en algo, me convertía en una persona torpe, incompetente, débil, como si volviera a ser la niña de ocho años que sostenía con manos temblorosas una pistola por primera vez.

    —Yo también echo de menos a Jack —confesó mirándome a los ojos—. Y no pienso descansar hasta que Isaac pague por lo que hizo.

    Los dos sabíamos que el único que había podido guiar a Matthew Morgan hasta la puerta de nuestro inocente vecino, era Isaac Crowe, también conocido con el falso nombre de Archie Miller.

    La única mención de su nombre hacía que la ira recorriera mis venas, pidiendo a gritos que la liberara para cumplir su insaciable deseo de venganza. Archie Miller, el brillante informático, había conseguido engañarme desde un principio, escondiéndome su verdadera identidad. Y hasta el final de una entretejida trama llena de engaños, no había conseguido descubrir que el que había sido mi mejor amigo, era en realidad un psicópata con ansias de muerte, en concreto, de mi muerte. Y lo peor, es que no sabía por qué.

    Sin previo aviso, Will se incorporó sacándome de mis pensamientos.

    —Shadow, quiero volver a un sitio. ¿Me acompañas? —dijo tendiéndome una mano.

    —No me dirás adónde vamos, ¿no?

    —No, pero te daré una pista. Iremos al lugar donde todo empezó.

    —A veces eres demasiado misterioso —me burlé de él.

    Antes de que hiciéramos nuestro viaje de vuelta al mundo de los vivos, Will resiguió con dulzura las letras grabadas en la tumba del pequeño Jack. A la codicia humana no le importaba una inocente víctima más.

    CAPÍTULO 3

    Y allí estaba otra vez, en el inicio de todo. El lugar donde cobraban vida mis pesadillas volvía a hacerse real frente a mí, tomando forma centímetro a centímetro, metro a metro. Pero esta vez todo era distinto, y empezaba a darme cuenta de que el fantasma que tanto me había aterrorizado, solo era un cuento más para que los niños se fueran a dormir presos del miedo.

    De cerca, el edificio ya no daba tanto miedo. Solo eran muros huecos, despojados de los repulsivos individuos que hicieron de aquel lugar un interminable infierno.

    Todas las torturas, todos los gritos y todos mis llantos, volvieron de nuevo a pasearse por mi mente en forma de recuerdos, pero ya casi no me atemorizaban, porque uno a uno habían dejado de tener importancia, perdiendo aquello que los alimentaba, el miedo.

    Sin pensármelo, abrí la puerta de la entrada del almacén, el olor a humedad y a moho luchando por salir al exterior provocó que me estremeciera. Hacía mucho tiempo que aquel lugar estaba cerrado.

    Todo seguía igual que la última vez, las mesas estaban tiradas por el suelo y las paredes blancas seguían quebradas por los golpes de unos puños o salpicadas por diminutas gotas de sangre

    Con lentitud recorrí cada una de sus salas, recordando sus crueles entrenamientos, sus inhumanas torturas. Incluso si cerraba los ojos, todavía podía alcanzar a ver a mi primera víctima tendida en el suelo, una inocente niña con un vestido blanco que poco a poco se había ido manchando de escarlata mientras mis lágrimas le empapaban el rostro.

    Pero todo aquello formaba parte del pasado, y por mucho que me lamentara, no podía hacer nada para cambiar lo que ya estaba hecho.

    Mi cuerpo recorría con tranquilidad cada rincón de la guarida de los Bleed, pero yo me encontraba mucho más lejos, sintiendo como si estuviera observando aquella escena como una simple espectadora. Mis emociones se habían congelado al entrar en el almacén y apenas podía sentir nada. Únicamente habitaba en mi pecho un vacío insaciable que deseaba ser llenado, pero que todavía no sabía con qué.

    Sin embargo, cuando me detuve enfrente de la que había sido mi celda, solo pude sentir una cosa, asco. Y de repente, parecía como si tuviera enfrente de mí el nauseabundo rostro de mi carcelero. Pero aquello no podía ser, porque lo había matado yo misma hacía dos meses en el ataque de los Bleed al FBI.

    Sintiendo cómo la ira me nublaba la vista de recuerdos, sujeté con fuerza las varas metálicas de la celda, notando cómo el óxido se adhería a mi piel. Aquel hombre durante años me había torturado sin la necesidad de tocarme, ya que solo habían bastado sus órdenes y sus palabras para herirme.

    —Shadow —me llamó Will poniendo una mano encima de mi hombro—. Si te he traído aquí, es porque creo que estás lista para enfrentarte por última vez a tu pasado. Tienes que encerrarlo de una vez por todas en una caja de cristal. Podrás mirarlo, pero no te podrá volver a derrumbar.

    —Lo sé, ¿pero y si la caja es demasiado frágil? ¿Qué haré entonces, Will?

    —Recoger los pedazos y volver a empezar. Tranquila, yo te ayudaré si eso pasa. —Sonrió cogiéndome de la muñeca para que me alejara de la celda.

    —Nada es tan fácil —repliqué.

    —No he dicho que lo sea, pero no puedes permitir que los recuerdos te sigan haciendo daño.

    Dejándome guiar por Will, nos adentramos en una amplia sala bañada por la luz del sol. Las paredes eran blancas, como en la mayoría de las habitaciones, y no había ningún mueble que decorara aquella solitaria estancia.

    —Ven —dijo Will sentándose en medio de la habitación.

    —Así que es aquí donde querías volver. —Suspiré acomodándome enfrente de él.

    —Al fin y al cabo, es el sitio donde nos conocimos.

    —Y donde me apuntaste con una pistola. —Me reí—. Parece que hubiese pasado hace mucho tiempo…

    Sus ojos se tornaron más dulces, adquiriendo un brillo de tristeza. Había una súplica en ellos que lo devoraba por dentro.

    —Shadow, explícame lo que te hicieron, lo que te obligaron a hacer.

    —La lista es muy larga —admití.

    —Tenemos todo el tiempo del mundo, o hasta que Alice venga a buscarnos.

    Will era el único que siempre me obligaba a decir la verdad más cruel de mi pasado, haciéndome revivirlo para poder ponerle punto y final al dolor que me provocaba. Él era mi confesor, porque a diferencia de Alice, Will no me miraba con pena cada vez que hablaba de mi sufrimiento. Era como si el agente comprendiera que debía exteriorizar el veneno que se había ido acumulando en mi interior, pero sin ser juzgada con compasión, o de lo contrario, volvería a encerrarme todavía más en mí. Porque lo que nunca podría soportar era que me miraran con pena, ya que eso solo hacía que me sintiera más indefensa, vulnerable.

    —Mi padre, con ocho años, me metió dentro de un coche mientras sonreía al ver cómo me alejaba. En ese momento pensé que ya estaba muerta, pero no me imaginaba que el conductor de aquel coche me llevaría directa a la guarida de una banda criminal.

    A pesar de que mi voz parecía que estuviera a punto de quebrarse, Will asintió, animándome a continuar.

    —Me cubrieron la cara para que no pudiera reconocer el camino y me arrastraron hacia este mismo edificio. Cuando me quitaron el saco que llevaba en la cabeza, me encontraba enfrente de una decena de hombres y de mujeres que me miraban con los ojos brillantes de ilusión, tenían a la hija de su líder a sus pies y podían hacer lo que quisieran conmigo. El odio que sentía mi padre por mí, también les fue infundado a sus súbditos. Y Will —Lo miré como si fuera el único capaz de entenderme—, nunca me trataron como una persona, yo era un animal, el perro que podían apalear cuando quisieran. Cuando llegué aquí, me tuvieron tres días encerrada y solo me alimentaron con un trozo de pan y una taza de agua. Al cuarto día, me llevaron a la sala de entrenamiento donde lo único que hicieron fue pegarme y reírse de mí porque no sabía defenderme. Entonces, me hice amiga de Margot, una niña que tenía un par de años más que yo.

    Nunca le había hablado a nadie de la única persona en la que había confiado en los Bleed. Margot se había quedado anclada en mi pasado y no había vuelto a pensar en todo lo que había sucedido.

    —Ella en secreto me enseñó a defenderme y me explicó cómo debía comportarme con cada miembro de los Bleed. Y después de un año, cuando conseguí por fin que no me dieran una paliza cada día, empezaron a entrenarme para hacer algunas misiones sin mucha importancia. Al principio solo hacía de recadera, me encargaba de entregar armas en ciertos sitios, o de espiar a alguno de sus objetivos. Pero al ir creciendo, las misiones se hacían cada vez más peligrosas y también implicaban asesinar. Por lo general, trabajaba en solitario, porque era prescindible y así mi muerte no implicaría la de otros. Pero todo cambió cuando Margot desapareció, o más bien, cuando los Bleed decidieron que había interactuado demasiado conmigo y la enviaron a una misión suicida.

    Intentando encontrar el aire que me faltaba, me levanté del suelo acercándome a la ventana para poder respirar. Las manos me temblaban y me daba la sensación de que mis piernas en cualquier momento se doblegarían dejándome caer al suelo. Me había enfrentado a un ejército de los Bleed desde lo alto de una azotea y, sin embargo, me parecía más complicado hablar de mi pasado.

    —Fue en ese instante cuando descubrí que me había convertido en una marioneta y decidí que ya no seguiría sus órdenes, aunque sabía que me estaba condenando a morir. Entonces empezaron las torturas y la mejor manera de herir a alguien es sin dejar rastro.

    El sonido de la helada agua al caer, la necesidad de llenar mis pulmones de oxígeno, los calambres abrasadores recorriéndome el cuerpo, el hambre y el sueño… Una tortura sin marcas, una tortura perfecta.

    —No me mataron porque era parte de su plan, era la persona indicada a la que culpar de ser la líder de la banda terrorista —dije volviéndome a sentar enfrente de Will.

    —¿Pero? —insistió al ver que estaba dudando si seguir hablando o no.

    —Pero después de los once años que estuve encerrada hay dos cosas que todavía no puedo sacarme de la cabeza. El hombre que maté en el FBI, el que llevaba un anillo de oro negro en el dedo anular, era mi carcelero.

    —Shadow… —repuso el agente—. Tú no lo mataste.

    —Bueno lo rematé, que es casi lo mismo —insistí levantándome de nuevo.

    Necesitaba moverme porque me sentía encerrada por la propia pesadez de mis recuerdos.

    —Él… Cada semana recogía mi ropa para llevarla a lavar, pero antes se entretenía viendo como me desnudaba, pasando el cuchillo que llevaba en su bota por los barrotes de mi celda.

    Instintivamente Will se enderezó, acercándose hacia mí. Parecía intentar esconder la ira que sentía, pero se le daba igual de mal que mentir.

    —¿Te hizo algo? ¿Llegó a…? —preguntó sujetándome por los hombros.

    —No —le interrumpí antes de que pudiera continuar—. Solo me repetía siempre lo mismo, que era un cuerpo vacío al que nunca nadie iba a querer.

    Y yo me lo había creído durante todos los años, todos los días, y todos los minutos que habían pasado desde aquel instante.

    —Es mentira, Shadow. Una completa tontería… —susurró colocándome detrás de la oreja un escurridizo mechón de pelo que se había escapado de mi coleta.

    Pero ahora que empezaba a entender lo que significaba amar a alguien, sabía que Will estaba equivocado y que mi carcelero tenía razón. Porque no existía nadie lo suficientemente loco como para enamorarse de una asesina, ya que ningún ser humano era capaz de amar a la muerte.

    Quería contestarle a Will que las palabras de aquel hombre que había matado eran verdad. Sin embargo, sabía que el agente insistiría en hacerme pensar lo contrario, y no estaba preparada para admitir una cosa que en mi interior reconocía como una mentira. Necesitaba más tiempo.

    —A mí también me marcaron con el símbolo de los Bleed —confesé dirigiéndome de nuevo hacia la ventana—. Y no puedo hacer nada para borrarlo. Un cuervo, el mensajero de la muerte.

    —Pero los cuervos también simbolizan valentía y audacia —repuso Will nada sorprendido.

    —¿Sabías que tenía ese tatuaje?

    —Lo supuse. Además, estamos en verano y todavía no te he visto ni una sola vez con una camiseta que no te cubra la mayoría de los brazos.

    —No quiero que nadie lo vea —murmuré.

    —¿Por qué?

    —Porque me recuerda a los Bleed, a mi padre. Me hicieron ese tatuaje porque fui débil.

    —No significa debilidad, Shadow, sino fuerza. La fuerza que tuviste para sobrevivir.

    Pero cada vez que veía la tinta negra arremolinarse alrededor de mi brazo, me daban ganas de clavarme las uñas para intentar borrar la sonrisa burlona del cruel cuervo. Era como si se mofara de mí, haciéndome sentir la perdedora de una guerra en la que había gastado todas mis fuerzas para ganar. Porque había conseguido detener a mi padre, pero su legado me había apuñalado de forma inesperada por la espalda, devolviéndome la vista.

    —Todavía no puedo creerte, Will. Todavía no.

    —No tienes nada de lo que preocuparte, porque sé que la herida acabará cicatrizando con el paso del tiempo. Y en ese momento, nos reiremos de todo esto —dijo alborotándome el pelo—. A veces piensas demasiado, Shadow.

    —Y tú eres demasiado optimista —farfullé.

    Rompiendo el silencio que reinaba en el almacén, el teléfono del agente empezó a sonar. Antes de descolgar, Will se fijó en la pantalla del móvil para ver quién lo estaba llamando.

    —Es Alice. ¿Qué hora es?

    —¡La una! —exclamé mirando el reloj de Will.

    —Nos va a matar.

    El agente puso la llamada en altavoz, para que así yo también pudiera escuchar a Alice.

    —¡¿Se puede saber dónde estáis?! Esta mañana he salido de la ducha y los dos habíais desaparecido como por arte de magia.

    —Se podría decir que hemos ido de excursión —contesté mirando de reojo a Will.

    —Shadow, mañana es tu primer día en la Academia del FBI, deberías estar en casa preparándolo todo. —Suspiró la chica.

    —Ahora mismo volvemos —añadió Will.

    —De verdad, es que no podéis quedaros ni un domingo quietecitos —replicó Alice antes de colgar.

    Will y yo nos miramos divertidos. Alice era nuestro punto de apoyo, y sin ella, estaba segura de que estaríamos perdidos. Era muy sobreprotectora con nosotros, pero eso hacía que la apreciáramos todavía más.

    —¿Nos vamos? —me preguntó el agente.

    Como si fuera la última vez, recorrí con la mirada cada rincón de aquella vacía habitación. Porque sabía que, una vez hubiese puesto un pie fuera del almacén, todos mis recuerdos, junto a los Bleed, quedarían encerrados en una pequeña caja de cristal.

    —Vámonos.

    CAPÍTULO 4

    El apartamento de Alice había sufrido algunos cambios desde la desaparición de Archie. Las paredes de color azul ya no estaban decoradas con fotografías de los tres amigos y la gran mesa del comedor solía estar repleta de los papeles y archivos que Will traía del trabajo.

    Desde que nos habíamos mudado con Alice, aquel piso se había vuelto más pequeño, pero a su vez, eso permitía que no hubiera cabida para los secretos.

    Después de la traición del informático, Alice había sido la que peor había llevado el dolor. Durante las primeras semanas su válvula de escape habían sido sus clases de boxeo, la había visto

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