Mánchester, Sevilla y olé
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Dos ciudades hermanadas en un entretenido disparate literario.
La suegra de Terio sospecha que su yerno le pone los cuernos a la Manoli, hija de ella —ella es examante de un capo de la mafia marsellesa—. Doña Zoila contrata a un detective aficionado para que lo espíe en Manchester, en donde el supuesto burlador currela como miles de españoles más. El chinito Zhao Cheng está enamorado de la inglesita Fiona, que es la amante del burlador.
Hay mafiosos jubilatas, asesinos muy sádicos, policías ingleses y españoles, barquitos turísticos, un cementerio a oscuras... El autor conoce muy bien las dos ciudades por donde se mueven sus personajes.
Iñaki Zurbano Basabe
Iñaki Zurbano Basabe es actor y humorista. Ha publicado Operación Coso Blanco y Camino de locos a Santiago.
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Mánchester, Sevilla y olé - Iñaki Zurbano Basabe
Mánchester, Sevilla y olé
Iñaki Zurbano Basabe
Mánchester, Sevilla y olé
Primera edición: 2020
ISBN: 9788418203251
ISBN eBook: 9788418203688
© del texto:
Iñaki Zurbano Basabe
© del diseño de esta edición:
Penguin Random House Grupo Editorial
(Caligrama, 2020
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com)
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
A lady Sarah Balconing y sir León Darío por los buenos momentos que pasamos en Castle Plums.
A Keio y Dunia para que recuerden
al abuelete cuando sean mayores.
I.
Detective en acción
Aquel hombre casi mayor, frisaría los cincuenta y cinco años, estaba arrodillado en el césped de Piccadilly Gardens con una cámara Fujifilm barata en las manos, simulando que hacía fotos a las palomas. Ya llevaba un buen rato centrando su atención, o fingiendo que centraba su atención, en una paloma huidiza y su palomo arrullador. Había mucha más gente sentada o tumbada en la hierba de Piccadilly Gardens, un extenso terreno con zonas ajardinadas, paseos pavimentados, una estatua enorme de la reina Victoria emblanquecida por las deposiciones de las palomas y una zona de surtidores que proyectaban sus chorros de agua, brotando del suelo, hasta alcanzar diversas alturas, todo para el deleite y griterío de la gente menuda, que los había hasta de pañales, eso sí, vigilados muy atentamente por sus mamis. Un espacio agradable en medio de la populosa Manchester City. Este lugar de recreo estaba flanqueado por edificios de diversos estilos, muy modernos unos, señoriales los otros, que albergaban desde hoteles y oficinas hasta establecimientos de comida para llevar, takeaways, y paradas de autobuses urbanos, todos de dos pisos y con publicidad de películas. Padres, madres y críos; nativos y emigrantes; blancos, negros, morenos y orientales disfrutaban de uno de los pocos días veraniegos de verdad, de esos de cielo totalmente despejado y sol generoso que se pueden disfrutar raramente en Mánchester, más conocida como «Rainchester», porque rain significa lluvia, y menos conocida por ser el lugar en donde se conocieron Marx y Engels y redactaron su Manifiesto comunista.
El hombre se llamaba Ramiro Panzáñez, era español y estaba de paso por esta city norteña de la Gran Bretaña. No, no era turista, había volado hacía un par de días sobre el English Channel —el canal de la Mancha— para hacer un trabajillo rápido por encargo de una señora española a la que conocía desde mucho tiempo atrás. Más que amiga, se trataba de una conocida.
Su aspecto desaliñado, pelo demasiado largo para un cincuentañero típico, barba de tres o cuatro días, pantalón vaquero con rotos, botas de trekking muy usadas, porque a veces hacía etapas sueltas del Camino de Santiago, y una camiseta del Manchester United que se había comprado en una tienda de souvenirs y prensa internacional de Market Street, al lado de Piccadilly, unido al hecho de que se arrastrase por la hierba para hacerles fotos a las palomas, motivaban la curiosidad y el rechazo de algunas damas que lo miraban a hurtadillas. Una de ellas era una señora musulmana obesa con niqab, o sea, que solo se le veían los ojos, rodeada de cuatro niños pequeños que comían helado. A la señora musulmana le daba mucho asco que aquel sujeto fotografiase a las palomas en su cortejo amoroso. «Los europeos son asquerosos —pensaba para sí misma—, aunque esto no sea exactamente Europa y pronto, quizá, deje de serlo del todo».
Pero el señor Panzáñez solo simulaba fotografiar a los palomos y las palomas. Su interés estaba puesto en una pareja humana que se hacía arrumacos un poco más allá de la zona de las palomas y que estaba sentada en uno de los largos bancos de piedra que había entre la zona verde y un sendero de asfalto de no más de dos metros de anchura que delimitaba la zona verde de los surtidores de agua soterrados. Panzáñez se sentía algo molesto porque no había conseguido todavía una buena foto de la parejita en actitud amorosa, una imagen en la que se le viese bien la cara a él. Este era el inconveniente de estar situado en un sitio hacia donde ellos no miraban, pero le era imposible situarse más cerca y de frente sin que se percatasen de que los estaba fotografiando. Así que nada, se sintió obligado a intentarlo desde otro lugar, un sitio idóneo para tenerlos muy cerca y que no lo viesen, porque, de ser sorprendido, se arriesgaba a que el hombre le rompiese la cara y la cámara. Y es que a nadie le gusta ser espiado por un detective, aunque este sea un detective de chichinabo; tal era el caso de Ramiro Panzáñez.
II.
Madre e hija
Doña Zoila Arregalaña y su hija Manoli discutían mucho desde el mismo día en el que Terio, marido de Manoli y yerno de doña Zoila, se fue a trabajar a Inglaterra. Terio y Manoli eran un matrimonio casi reciente, pero vivían de momento en casa de mamá, o de la suegra, según cómo se mire. Y la suegra volvió a la carga esa mañana veraniega sevillana.
—Pues ya me dirás tú qué dinero puede ahorrar en tres meses trabajando de pinche de cocina.
—Ya te he dicho, mamá, que le ofrecieron más dinero que aquí y que le ha dejado una habitación en su casa su primo Eduardo. Ah, y le dan de comer en el restaurante en donde trabaja.
—Sí, todo eso ya me lo has dicho, pero…
Los «peros» de doña Zoila siempre enlazaban con una serie de sospechas acerca de la mala vida que, con toda probabilidad, llevaba su yerno en Mánchester. Eleuterio había aceptado un contrato de tres meses en un restaurante de la franquicia Cooks of the United Kingdom —Cocineros del Reino Unido— por recomendación de su primo Eduardo, un primo lejano, hijo de la única hermana de su madre, Basilisa, ya fallecida. Eduardo trabajaba de dependiente y reponedor en el Tesco de Cheetham Hill. Terio currelaba como pinche de cocina, pero estaba muy contento porque a la semana de llegar se echó una novia manchesteriana, Fiona; cuando la conoció, trabajaba en un fish and chips de Blas de Lezo Street, pero al poco había perdido su trabajo y ahora paseaba perros ajenos, lo que se llama in English una dog walker.
La discusión entre madre e hija se prolongó durante veinte minutos más.
—Ya lleva allí dos semanas y apenas te manda un wásap a diario, y eso es muy poco para un matrimonio joven que supuestamente se quiere.
—¡Por favor, mamá, «supuestamente»…!
—Tú misma me lo has dicho, un wásap al día.
—Pues maldito momento en el que te lo dije. Los dos trabajamos, mamá, no podemos estar todo el día intercambiando wásaps.
Hasta hacía poco, Manoli había trabajado limpiando un colegio de curas —Padres Quinientoeuristas del Santo Sepulcro— en el barrio de las Trescientas Mil Viviendas. La echaron casi a patadas por blasfemar delante de los niños. Ahora hacía entregas a domicilio para un gran bazar chino: La Muralla de Ávila y el Cerdo Feliz. Eleuterio llevaba dos semanas en Mánchester en