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El embrujo del Rif. Volumen 2
El embrujo del Rif. Volumen 2
El embrujo del Rif. Volumen 2
Libro electrónico519 páginas6 horas

El embrujo del Rif. Volumen 2

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Segunda entrega de El embrujo del Rif, una historia de amor en la guerra de África.

El día de su decimotercer cumpleaños, Javier paseaba por el Campo Grande de Valladolid cuando encontró a Elena, una madrileña de doce años, y se enamoró nada más verla. Estuvieron tres días juntos y la niña desapareció. Solo sabía de ella que su padre era capitán de caballería.

Al terminar el bachillerato, Javier, impulsado por el amor de su adolescencia, ingresó en la Academia de Caballería contra el criterio de su familia. No conocía otra forma de buscarla. Al licenciarse con el grado de alférez, su padre consiguió que lo destinaran a Málaga y, gracias a sus sobornos, ascendió a teniente y a capitán sin apenas dedicarse a los asuntos castrenses.

Javier disfrutaba plenamente de la vida cuando la suerte le jugó una mala pasada. Las Juntas Militares consiguieron que los méritos de guerra dejaran de utilizarse para ascender en el Ejército, lo que ocasionó que muchos oficiales veteranos abandonaran la guerra de África. La carencia de oficiales se suplió con los que, como Javier, vivían alejados de la guerra sin ningún interés en conseguir la gloria, y en mayo de 1920 fue destinado al regimiento de Cazadores de Alcántara, 14 de Caballería, acuartelado en Melilla.

Javier pensaba que Melilla sería una ciudad aburrida y se llevó una gran sorpresa al ver que era todo lo contrario. Había una juerga permanente plagada de putas, borracheras y juego. España invertía una fortuna en la conquista del norte de Marruecos y ese dinero terminaba, por regla general, en los bolsillos de unos cuantos bribones que lo derrochaban a manos llenas.

A pesar de sus reparos iniciales, se integró enseguida en la sociedad melillense y, con el regimiento de Alcántara, participó en los principales episodios de la guerra del Rif.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento25 oct 2019
ISBN9788417887872
El embrujo del Rif. Volumen 2
Autor

Carlos Antón

Carlos José Antón Gutiérrez nació en Málaga, estudió Medicina en Valladolid y actualmente ejerce en Melilla. Al ser aficionado a la historia, aprovechó la cercanía de la ciudad con el escenario de la guerra del Rif para estudiar y describir de forma muy amena para los lectores el Desastre de Annual, la mayor tragedia de la historia colonial española. Compagina su trabajo como médico con la afición por la literatura. Ha escrito muchos cuentos y tres novelas. Recientemente ha publicado Los órfidas, una de las mejores novelas de ciencia ficción.

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    El embrujo del Rif. Volumen 2 - Carlos Antón

    El embrujo del Rif

    Volumen 2

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417887452

    ISBN eBook: 9788417887872

    © del texto:

    Carlos Antón

    © de esta edición:

    Caligrama, 2019

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Corrección ortotipográfica: Pilar Gómez Esteban.

    Portada y mapas: Miguel Ángel López, Carlos Antón

    y la genial pintora de Soraluce Luisa Blasco del Amo.

    Página web: www.guerradelrif.es DBC software Melilla

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Para Alejandra.

    Esta historia transcurre durante la conquista del protectorado español de Marruecos.

    Las frases en cursiva son transcripciones literales de documentos militares, archivos históricos o artículos periodísticos. Se expresan en cursiva por especial interés del autor. Quiere recalcar las palabras, o mensajes, de los principales personajes reales de esta historia.

    Enero de 1921

    Málaga

    En la tarde del 2 de enero salieron por primera vez con la pandilla de Javier. A Elena le sorprendió la diversidad de clases sociales. Había rentistas, militares, médicos, abogados, obreros, parados. Aunque se moderaban en su presencia, muy pronto apreció la abundancia de puntos filipinos. Araceli la miró divertida.

    —¿Lo has notado? —le preguntó en voz baja—. Aquí nadie tiene vergüenza.

    Destacaba un personaje singular. Se llamaba Francisco Montoya, aunque todos los llamaban Perico. Estudió en los jesuitas con Javier. Al acabar el bachillerato, decidió que había tenido suficiente estudio para toda la vida y se dedicó a disfrutar de las rentas heredadas de su abuelo. Su familia tenía fincas en Antequera y el padre era un empresario agrícola que intentó introducirle en el negocio familiar, pero Perico prefirió pasar varios años sabáticos bajo el lema de «solo se vive una vez». Fue el mejor amigo de Javier en el colegio de San Estanislao y, después, su principal compañero de juergas. Mientras Javier estuvo en la academia militar, Perico exploró la noche malagueña donde abundaban los tablaos y los cafés cantantes como el Chinitas. Cuando Javier iba en vacaciones, Perico tenía nuevos recorridos preparados y nuevas modistillas por conocer. Fue el principal responsable de su introducción en el mundo de la noche. Araceli le confió a Elena un rumor muy extendido: al parecer, Perico tuvo un hijo con una gitana de un tablao flamenco, a la que pagaba una pensión. Parecía afectada. Elena quiso saber la causa y Araceli contestó, con algo de vergüenza, que Perico la pretendía y a ella le gustaba. Su preocupación se debía a que su familia no quería saber nada de él, lo consideraban un vago y un golfo redomado. Sabía que salir con Perico podía ser una aventura incierta llena de ausencias y de queridas ocultas.

    Con Araceli, Perico y varios amigos recorrieron tablaos y salones de baile aceptables para las damas. Elena notó enseguida la gran complicidad existente entre Javier y Perico. Se entendían sin hablarse. Araceli lo definió muy bien. De chicos eran compinches en las gamberradas y de mayores en las francachelas con señoritas de mal vivir.

    —¿Qué te parece que tu prima salga con Perico? —le interrogó Elena cuando se acostaron.

    —No sé qué decirte. Perico es mi mejor amigo y a Araceli la quiero mucho. Me encantaría que salieran juntos, pero él es un bribón. Lo más probable es que la haga sufrir… aunque esas cosas nunca se saben... ¿quién iba a decirme hace un año que ahora sería un «pringao»?

    Elena le pegó un puñetazo y se hizo daño en la mano.

    Málaga

    María José se escamó cuando Javier le dijo que quería hablar con ella. Conociéndolo, tanta formalidad no auguraba nada bueno. Condujo a la pareja de novios a su gabinete pensando en un posible embarazo.

    —Un amigo nos ha pedido ayuda —refirió Javier—. Se ha enamorado de una chica marroquí. El padre es un comerciante en Tánger y ella estudiaba en el Lycée Regnault.

    —Lo conozco —intervino María José —. Es el mejor instituto de Tánger. Tengo amigas que hicieron el bachillerato allí.

    Lo miró muy incisiva. No sabía qué se ocultaba tras la sonrisa de su hijo.

    —¿Dices que es la novia de tu amigo?

    Javier relató el encuentro en el zoco de Nador, el intercambio de miradas y el hecho de que la niña dejara caer el velo para que Luis viera su cara. Después, habló de la petición de ayuda de la morita, su familia quería casarla con un hombre de cincuenta años que tenía otras dos esposas.

    —¡Es escandaloso! Si tienen dinero, ¿por qué quieren casarla?

    —El futuro marido es uno de los hombres más ricos y poderosos de la tribu de Beni Urriaguel.

    —¿Qué quieres hacer?

    —Traerla a España. Maribel tiene corredores en la zona que podrían embarcarla en uno de nuestros buques. Antes deberíamos tener en Málaga un hogar para ella. En Melilla estaría en peligro.

    —¿Quieres que la acojamos en casa? —preguntó mirándolos a los dos.

    Elena no hablaba. No quería ir contra Javier, aunque siempre se opuso al rapto.

    —En nuestra casa o en otra. Tenemos que encontrar una familia que la acoja. La chica tiene una esmerada educación. No habla español, pero sí muy bien francés. Si conseguimos traerla, diremos que es francesa. Si los militares se enteran de su identidad, son capaces de devolverla a Alhucemas. Se guiarían por criterios políticos y no humanos.

    —¿La entregarían a los suyos sabiendo que van a casarla con un hombre que tiene otras dos mujeres?

    —Sí.

    —Deja que lo piense —pidió María José.

    El día 4, antes de que embarcaran para Melilla, María José les anunció que estaba dispuesta a acoger por un tiempo a la invitada. Javier volvió a insistir en el secreto de la operación. Nadie debía enterarse del desembarco de una mujer. Su madre diría que era una sobrina francesa. Quiso prepararlo todo antes de irse, incluyendo contraseñas telefónicas o telegráficas, por si no tenían otra oportunidad de hablar por medios seguros. Estaba seguro de que, tras el rapto, Agustín la buscaría debajo de las alfombras.

    Día de Reyes

    Como era costumbre en Melilla, el día 5 por la noche salieron a comprar los últimos regalos. La ciudad estaba muy animada. Todos los comercios habían abierto. Fueron a La Reconquista a buscar juguetes para Rocío, la hija de Remedios. Elena aconsejó una muñeca de porcelana.

    —Es un buen regalo. Compra también algunas chucherías para completar los reyes. Ten en cuenta que es una niña de tres años.

    Recorrieron las abarrotadas calles y charlaron con multitud de amigos hasta las cuatro de la mañana. Habían quedado con los padres de Elena en que, si terminaban muy tarde, todas dormirían en casa de Javier.

    La fiesta de los Reyes Magos se celebró en casa de los padres de Elena. Javier y Cristina alquilaron un coche de caballos para comprar buñuelos y churros en la buñolería de la calle Mar Fradera, en el barrio del Hipódromo, mientras Begoña y Garmiñe se duchaban. Elena y María Teresa salieron antes para preparar la fiesta.

    Compraron dos ruedas de churros y dos paquetes grandes de buñuelos. Al llegar a la calle Alfonso XIII vieron a las primas y las esperaron para subir con ellas. Dentro de la casa había un extraordinario aroma a café y chocolate recién hecho. Todas las chicas llevaban elegantes vestidos de seda, como si fueran a una fiesta. Elena lucía el collar de esmeraldas.

    Anne Marie sacó varios cuencos con azúcar para los churros y sirvió café y chocolate.

    Al acabar el desayuno, se acomodaron en una esquina del salón. Luis y Cristina, retiraron dos biombos que ocultaban un montón de regalos. María Teresa, Cristina y sus dos primas recibieron medias de seda negras y un body de raso muy sensual. Begoña y Garmiñe se ruborizaron. Era el tipo de ropa que anhelaba cualquier jovencita. Las medias de seda eran muy caras y solicitadas. Su madre protestó.

    —¿Cómo compráis esos regalos a las niñas?

    —No fue idea mía. Se le ocurrió a Javier y no pude impedirlo.

    Luis soltó una carcajada y María Teresa le regañó con la mirada.

    Hubo regalos para todos. Hasta Anne Maríe recibió varios paquetes. En uno de ellos había medias y ropa interior similares a las otras. Se puso muy colorada. Javier recibió un jersey de lana tricotado por Elena y un reloj Longines. La familia de Elena quiso corresponder al magnífico collar. Luis señaló con el dedo la enseña del establecimiento: un reloj sobre un trasfondo de chimeneas de fábricas por encima de un arco donde figuraba el nombre del dueño de la relojería alemana, Carlos Coppel. Era la sucursal en la calle O´Donnell, de la que estaba en la calle Fuencarral de Madrid.

    —Un espía alemán —informó Luis con una sonrisa—. Suministraba dinero a Pablo Rettschlag, el dueño de la relojería alemana del polígono. Crearon una agencia para facilitar que desertaran los soldados de la Legión Extranjera francesa del Oranesado. También armaban harcas para combatir contra los franceses... como todo en esta tierra, fue un enorme timo. Los cabileños cobraron a Alemania sin atacar a los gabachos. Tuvieron algunas escaramuzas que sirvieron para relatar grandes batallas y terribles pérdidas francesas. El director de la relojería de los Coppel en Melilla es Carlos Redondo Gallego, marido de Carlota Coppel. Si Alemania hubiera ganado la guerra, ellos y Pablo Rettschlag serían personajes muy importantes en el norte de África. Ahora tienen que vivir de los comercios que abrieron como tapadera de su verdadera actividad.

    Escondido entre los regalos, que poco a poco iban abriendo había un paquete más pequeño. Llevaba el nombre de Cristina. La joven quitó el envoltorio y encontró un bonito estuche de porcelana verde con un magnífico collar de oro y esmeraldas. Tenía grabado su nombre.

    Cristina comenzó a llorar. Javier le colocó el collar en el cuello.

    —Es una forma de darte las gracias por tu ayuda. Sin ti no podría trabajar.

    Cristina se abrazó a él, sollozando.

    —¿No crees que te has pasado un poco? —regañó Luis a Javier minutos más tarde.

    —¿Con el collar o con las medias?

    —Con ambos —rio.

    —Las adolescentes desean esas prendas que sus padres nunca les compran. Son un regalo magnífico. Fíjate cómo las miran —señaló a las primas que observaban con admiración las medias y la ropa interior—. En cuanto al collar, Cristina se lo ha ganado. Los beneficios de los negocios con Inglaterra han crecido gracias a los encargos de Maribel, y la mayor parte del trabajo lo hace ella. Quise que sepa que la valoro. De todas formas, tanto el collar como la ropa interior los autorizó Elena —Javier sonreía—. Ya sabes que soy un mandado.

    Esa noche durmieron todas las chicas en casa de Javier. Las invitaron a cenar y luego al baile del Casino Español que se prolongó hasta las tres de la mañana. Elena y Javier dormían en su habitación. Cristina y María Teresa en la de Cristina y Begoña y Garbiñe en la que utilizaban Maribel y Gregorio.

    —¿Nos invitas a una copa antes de dormir? —sugirió María Teresa.

    —¿Una copa? —miró a Elena que asintió con los ojos.

    —De acuerdo.

    —Nos vamos a poner cómodas —anunció María Teresa y desaparecieron en las habitaciones.

    Javier sacó botellas de Marie Brizard, Calisay y brandy Cardenal Mendoza y puso seis copas encima de la mesa.

    Las niñas salieron con las medias y la ropa interior que les había regalado. Estaban preciosas. Primero dieron una vuelta sobre sí mismas para que pudiera verlas bien y luego se sentaron. Unas tomaron Marie Brizard y otras Calisay. Javier prefirió el coñac.

    —Estáis estupendas.

    —Elena, ¿tú no tienes ropa como esta? —preguntó su prima Begoña.

    —Sí.

    —¿Por qué no te la pones?

    Elena entró en el cuarto y salió vestida con camisola y calzón de raso celeste. Las jóvenes, al moverse, mostraban de vez en cuando los senos por el escote y dejaban ver sus pezones rosados. Todas eran de piel clara y bastante rubias. Se comportaban con naturalidad. El raso tenía bandas de encaje por donde se podía ver el vello púbico, o parte del culo, pero no hicieron nada por taparse.

    Ya en la cama, Elena y Javier tuvieron una intensa sesión de sexo oral. Ella hizo lo que pudo por no emitir un solo gemido, aunque no lo consiguió.

    —Las niñas quieren que les hable de sexo —dijo antes de dormirse.

    —Pues dales una clase. Ya eres veterana en estas lides

    —Les dije que tú serás el profesor. Comenzaremos mañana por la noche.

    Capitanía General

    Con la conquista de Beni Said, y de la parte oriental de la cabila de Beni Ulixek, se completó el plan de avance diseñado por el coronel Morales. España se quedó a las puertas de la cadena montañosa de Beni Ulixek. Silvestre conquistó un territorio que casi doblaba al ocupado por España cuando llegó a Melilla, en enero de 1920. Por fin pudo alcanzar la gloria tan anhelada. Solo una sombra enturbiaba su mente: la posibilidad de que Berenguer conquistara Alhucemas llegando con sus tropas desde el oeste. Los avances del alto comisario no se detenían, mientras a él le recomendaba prudencia. El ejército que operaba en la zona occidental del Protectorado seguía su lenta, pero implacable, marcha. Raisuni, su principal enemigo, estaba acorralado en Tazarut, en las montañas de la cabila Beni Aros. Entre Xauen y Alhucemas había al menos quince tribus salvajes y desconocidas con las que tendrían que combatir si querían alcanzar Beni Urriaguel por ese camino. Era una tarea muy difícil, pero Silvestre temía que el alto comisario la acometiera con éxito y se llevara toda la gloria.

    A principios de enero de 1921, los jefes de las fracciones de Temsaman: Beni-Marganin, Beni-Buidir, Beni-Tabau y Arba el-Fokani se presentaron en Melilla para someterse a España. Fueron agasajados por el coronel Morales y les dio la primera de las pensiones mensuales de doscientas pesetas que iban a cobrar en adelante. La cantidad podría incrementarse dependiendo de sus trabajos en beneficio de la colonización española. Los moros manifestaron que el kaíd Al Lal, el jefe de la fracción Trugut, la más occidental de las cinco fracciones de Temsaman –fronteriza con Beni Urriaguel–, también quería someterse; sin embargo, no acudió porque una harca de beniurriagueles estaba acampada en su territorio.

    A pesar de reconocer las buenas intenciones del kaíd Al Lal, Morales no dio sus doscientas pesetas a los otros jefes. Dijo estar seguro de que era un gran amigo de España, pero tenía que ir a Melilla si quería percibir su pensión.

    El comandante Jesús Villar de la Policía Indígena se llevó a los jefes de Temsaman a dar el habitual paseo por la ciudad. Silvestre se quedó con el coronel Morales y el teniente coronel Fidel Dávila.

    —¿Qué os parece?

    —Muy bien —asintió Morales—. Podríamos pagarles las pensiones a cambio de que impidan ataques desde su territorio.

    —¿No pensáis que deberíamos ocupar el resto de Beni Ulixek?

    —No —se opuso radicalmente. Eso supondría atravesar el macizo de Beni Ulixek, unas escarpadas montañas donde nos pueden emboscar en cualquier lugar del camino.

    —Tenemos de nuestra parte a los jefes de la zona.

    —La fidelidad de los moros siempre es relativa, y no olvides que la tribu más poderosa del Rif nos es hostil. No deberíamos avanzar más este año. Si fortificamos Quebdani, Ben Tieb, Drius, Midar y Zoco el Telatza crearíamos una primera línea muy fuerte donde nos podríamos defender bien de los ataques... Antes de pensar en nuevos avances tenemos que arreglar los caminos, para posibilitar rápidos desplazamientos de tropas, y consolidar el territorio conquistado.

    —¿Tú qué piensas? —Silvestre se dirigió a Dávila.

    —Lo mismo que Morales. Conquistar el resto de Beni Ulixek supone instalar una posición en la hoya de Annual, entre la sierra de Quilates y el macizo de Beni Ulixek. Si el enemigo ocupara las montañas, nos embotellaría en un valle del que solo podríamos escapar por un estrecho desfiladero. Debemos fortificar la retaguardia y, a la vez, fomentar la guerra de otras tribus contra Beni Urriaguel. Les daremos armamento y asesoramiento táctico sin participar nosotros.

    Después de escuchar a sus mejores estrategas, Silvestre meditó en solitario hasta la llegada del comandante Jesús Villar. El comandante era de su misma opinión. Tenían que aprovechar la inercia victoriosa. Entre los dos redactaron un telegrama al alto comisario para notificar la buena disposición de la tribu de Temsaman, y solicitar su permiso para ocupar las posiciones de Annual, Mehayast, Sidi Hossein y Sidi Dris, por ser necesarias para proteger el territorio conquistado.

    Berenguer autorizó el avance, aunque hizo hincapié en las habituales recomendaciones de prudencia:

    Creo que la situación de aquellas cabilas, muy desgastadas ya por la resistencia y en las que existe un estado verdaderamente crítico por el hambre que reina en el Rif, te han permitido avanzar más nuestras líneas.

    Se refería a la conquista de Beni Said y Beni Ulixek. Berenguer sabía que las tribus se rindieron a causa de la terrible hambruna y no por las hazañas militares pregonadas por la prensa.

    Vapor Reina Victoria

    El 8 de Enero, Elena, María Teresa, sus tíos y primas embarcaron rumbo a Málaga. Los padres de Javier quedaron en acogerlos hasta que salieran por la noche en el tren de Madrid.

    Los dos días anteriores, Javier les dio clases teóricas sobre las técnicas sexuales. Salían a cenar, daban una vuelta disfrutando del ambiente navideño y retornaban a la casa para la lección. Las chicas vestían la erótica ropa interior, y Javier les explicaba los misterios del amor utilizando un libro de sexo francés ilustrado con dibujos. Tenían una enorme curiosidad. A veces, cuando hablaba de alguna novedad, se llevaban las manos a la boca, escandalizadas, para, a continuación, preguntar por los pormenores del tema en cuestión.

    —¿Todos los chicos saben estas cosas?

    —No —contestó riendo—. Muchos no saben ni que existen la mayor parte de estas técnicas… Os voy a regalar un libro como este por si lo necesitáis alguna vez. En Melilla es difícil conseguirlo, pero llamé a mi prima Araceli y ha comprado uno para cada una. Os lo dará en Málaga.

    —¿Delante de mis padres? —preguntó Begoña alarmada.

    —Mi prima se los dará a Elena y ella encontrará el momento para entregároslo.

    —¿Vosotros practicáis estas formas de amar? —preguntó Begoña.

    —Las relaciones sexuales pertenecen a los secretos de la pareja —repuso Javier—. Nadie tiene que enterarse de lo que hacen los demás.

    Las cuatro alumnas miraban tan embobadas al profesor que Elena, muerta de risa, tiró de Javier hacia la habitación.

    Punta Afrau

    El 11 de enero, a las 11 de la noche, el vapor Gandía de la naviera Transmediterránea salió del puerto hacia el oeste. Iban a bordo una compañía del regimiento de Melilla, al mando del teniente Viudez, y una de ingenieros, a cargo del teniente coronel Luís Ugarte Sainz, para instalar la estación óptica, la radiotelegrafía de campaña y fortificar en nuevo enclave. El teniente coronel Luis Gorostiza embarcó a última hora con otro grupo de zapadores, como dispuso Silvestre. También iba en la expedición el teniente coronel de artillería Joaquín Gay Borras, el capitán Eusebio Collazo y los veinticinco artilleros que quedarían en Punta Afrau para servir los dos cañones Krupp de 75 milímetros. Detrás del vapor Gandía viajaba la lancha Europa con las tropas que iban a trabajar en las operaciones de desembarco.

    El viaje duró cuatro horas navegando contra un fuerte viento del noroeste. Una vez alcanzada la desembocadura del río Sidi Hossein, esperaron al amanecer para desembarcar. En cuanto clareó, la lancha Europa comenzó a transportar tropas y pertrechos desde el vapor Gandía hasta la costa donde aguardaba el capitán Gerardo González-Longoria al frente de setenta y cinco askaris. Llegaron desde la desembocadura del Kert para ocupar la playa de Sidi Hossein. También ayudaban en las operaciones cien nativos enviados por los jefes de Isaome. El coronel Morales llegó por tierra con varios jefes de Beni Said. Pernoctó en la nueva posición de Mehayast, en las montañas de Beni Ulixek.

    El general Silvestre embarcó a las cinco de la mañana en el cañonero Lauria y llegó a la ensenada de Sidi Hossein a las once. La lancha Europa, con la ayuda de varios cárabos indígenas, descargaba pertrechos. Silvestre desembarcó y el capitán Longoria le presentó a los notables del territorio de Isaome. El general abrazó a los jefes moros y prometió que construiría un puerto que sirviera de refugio a las barcas pesqueras de la zona. Después, todos juntos subieron la penosa pendiente de la colina donde emplazaron la posición de Punta Afrau. En la cima, los tenientes coroneles de ingenieros Ugarte y Gorostiza terminaron las fortificaciones y prepararon los huecos para los cañones Krupp. El capitán Eguía y sus zapadores tendieron la doble fila de alambradas, empedraron el camino de subida a la loma y cavaron varios pozos hasta encontrar agua de buena calidad.

    Silvestre volvió a Melilla pasadas las tres de la tarde. El coronel Morales se quedó vigilando la descarga del vapor Gandía. Se realizaba con mucha lentitud debido al temporal de poniente. Emplazaron una estación de radio de campaña y consiguieron comunicar con la Comandancia General de Melilla.

    Ya muy de noche, el coronel Morales y las tropas embarcaron en el Gandía y llegaron a Melilla de madrugada.

    El Telegrama del Rif dedicó un amplio editorial a la conquista de punta Afrau. Hacía referencia a la costa salvaje que se estaba civilizando gracias al ejército español.

    Los barcos pesqueros y mercantes y hasta los de guerra no podían aproximarse a la costa sin peligro de ser tiroteados. Los primeros huían de esas aguas en evitación de agresiones o de ser sorprendidos por los cárabos rifeños los días de calma.

    Cándido Lobera relataba que hacía menos de un mes navegó por la zona a bordo del cañonero Lauria y les dispararon desde la costa. Vaticinaba el fin de la piratería rifeña gracias a la nueva posición que dominaba la playa de Sidi Hossein, un venerado morabito cuya tumba se hallaba en un bosque cercano de añosas encinas.

    Annual

    El 15 de enero de 1921, las tropas españolas, encabezadas por las mías de la Policía Indígena y los Regulares, partieron desde Zoco Innunaten hacia Annual. En la operación participaban tres mil hombres.

    Tardaron tres horas en coronar el Izzumar, una cota escarpada de setecientos cincuenta metros de altura que dominaba la meseta de Annual. Desde la cima, el coronel Morales y el teniente coronel Dávila contemplaron el profundo valle que tantas veces vieron en las fotografías aéreas o en los mapas de los dibujantes que sobrevolaron la zona. El valle de Annual estaba a unos doscientos cincuenta metros debajo del Izzumar. Tenía forma de U con la parte abierta dirigida hacia el mar, en el norte. El lado oeste de la U era la imponente sierra de Quilates. El lado este, las agrestes montañas de Beni Ulixek, que acababan de atravesar, y la U se cerraba al sur por el macizo de Tizzi-Assa. Era una meseta que parecía llana, aunque, mirándola con los prismáticos, la vieron repleta de lomas bajas, de diez, quince o veinte metros de altura, separadas por profundas torrenteras, que supondrían un gran obstáculo para la movilidad del ejército.

    —Es un mal lugar —sentenció Dávila.

    —Sí que lo es —asintió Morales bastante sombrío.

    —Las tropas que metamos en ese valle solo comunicarán con el resto del territorio por el paso de Izzumar. Si el enemigo conquista esta montaña, estaremos perdidos.

    Silvestre había decidido establecer la posición sobre tres colinas que rodeaban el poblado abandonado de Annual, como le propusieron los jefes de Beni Ulixek. A Morales ya le pareció mala la ubicación del campamento cuando la dibujaron sobre el papel. En ese momento, al verla por primera vez con los prismáticos, pensó que era mucho peor.

    Una loma alargada de unos siete kilómetros de larga, con una anchura máxima de cincuenta metros, le gustaba mucho más para instalar la posición dominante del valle.

    —¿Qué te parece aquella loma? —consultó a Dávila—. La que tiene árboles en la cima.

    El teniente coronel la examinó durante un rato.

    —Magnífica. Esa es la posición clave del valle. También está muy bien aquella colina que parece tener dos cumbres —señaló con el dedo un monte de mayor altura que parecía prolongar la loma anterior—. Ahí deberíamos montar el campamento. ¿Crees que podremos convencer a Silvestre?

    —No. Ha pactado con los nativos establecerlo en las tres colinas. Si todos los jefes insistiéramos en cambiarlo, quizás modificara su decisión. Pero con Silvestre vendrán Navarro y el resto de aduladores que defenderán el criterio del general, sea cual sea.

    No se veían enemigos. La harca del Xerif Tunzi debía haberse disuelto. A la vista de tanta tranquilidad, Morales ordenó la partida de las tropas. Las compañías de a pie entraron en el desfiladero que bajaba hacia el valle. Detrás de ellos iban los carros con la impedimenta. Los cañones, arrastrados por mulos, iban dando tumbos por el mal estado de la pista. Los oficiales de ingenieros llevaban cuadernos de dibujo donde apuntaban los innumerables arreglos que requería el camino.

    Dávila y Morales bajaron a caballo por un estrecho desfiladero. En muchos puntos, el camino apenas permitía el paso de un carro y tenía pocas posibilidades de mejora. A un lado estaba la pared de piedra y, al otro, un profundo barranco. La bajada del Izzumar era muy peligrosa; desde arriba podrían disparar a placer a quienes marcharan por la pista. Después de pasar varios toboganes –curvas en herradura muy pronunciadas con pendientes de más del quince por ciento–, llegaron al valle de Annual. Recorrieron tres kilómetros de llano, a tiro desde las lomas cercanas, y alcanzaron la primera de las colinas donde instalarían el futuro campamento.

    Silvestre llegó con su estado mayor cuando montaban las primeras tiendas cónicas. Los zapadores construían parapetos en cada una de las lomas y dobles alambradas para rodear el perímetro de la posición. Los tenientes coroneles Luis Ugarte y Luis Gorostiza habían llevado a todos los ingenieros de Melilla. El capitán Jesús Aguirre, muy preocupado por la pista, se quedó en la montaña para buscar soluciones. Félix Arenas, sentado en una piedra con los prismáticos en la mano, dibujaba en su libreta las posibles líneas de comunicación telefónica. Dada la fragilidad del nuevo enclave, pensaba pedir una estación radiotelegráfica para que no quedara incomunicada si los moros cortaban los cables.

    La actividad era febril. Por todas partes los soldados trabajaban, levantando una gran polvareda.

    La meseta de Annual estaba a unos quinientos metros sobre el nivel del mar y a unos quince o dieciséis kilómetros de la costa. Dávila estudió la posibilidad de hacer una carretera hasta el litoral para tener otra vía de escape, aunque sería bastante cara y difícil de construir por lo escabroso del terreno. Silvestre no respondió cuando propuso la idea.

    Desde las huertas cercanas, las nativas llegaron para ofrecer sus productos. Era una zona fértil. El principal río del valle, el Amekrán, llevaba abundante agua, aunque era enero y no sabían que caudal tendría en verano.

    La aguada estaba a unos trescientos metros del campamento en unos pozos dentro del arroyo Annual, como lo bautizaron en Melilla. El arroyo tenía un sinuoso recorrido hasta desembocar en otro mayor, llamado Brahim por los nativos. Siguiendo el curso de este, había unas grandes pozas frente a una colina que denominaron Buymeyán. Los ingenieros aseguraban que esas pozas tendrían agua todo el año. El Brahim acababa en el río Amekrán.

    El teniente coronel Fidel Dávila y Arrondo Gil y Arija era un militar muy competente. Nació en Barcelona en 1878. Era hijo de militar y pasó su infancia y adolescencia en las guarniciones de diversas ciudades españolas. Con diecisiete años fue a la guerra de Cuba de la que volvió en 1897 como segundo teniente y con la Cruz al Mérito Militar. Más tarde ingresó en el Estado Mayor donde pasó muchos años dedicado a la logística. Al ascender a teniente coronel, lo destinaron a Marruecos. Dávila era muy pesimista desde que Silvestre ordenó la conquista de Annual, cosa que no se cortaba de comunicar a quien quisiera escucharle, incluyendo al mismo comandante general.

    En cuanto Silvestre encontró a Morales y Dávila, preguntó con sorna al teniente coronel si tenía algo que decir sobre la conquista incruenta de Annual.

    Mi general, no digo que los pelos se me han puesto de punta, pero sí digo que me ha salido pelo a través de la calva —contestó Dávila, que era calvo desde su temprana juventud.

    Aprovechó el buen talante de Silvestre para proponer la conquista de Sidi Dris, una loma rojiza junto al mar en la desembocadura del río Amerkrán y la creación de una carretera que uniera Sidi Dris y Annual.

    Eso tenemos que madurarlo —intervino Morales. También había pensado en la posibilidad que sugería Dávila, pero temió que realizar más avances provocara un ataque de los moros.

    Dávila insistió. Dijo que habían ocupado Annual en contra de su criterio y consideraba muy urgente enlazar la posición con Sidi Dris, de forma que pudieran abastecer el campamento por mar y también, si venían mal dadas, evacuarlo por medio de buques anclados frente a la playa. Aseguró que los rifeños podían cercar Annual en cualquier momento.

    Silvestre hizo comentarios procaces y guasones sobre el pudor de Morales y Dávila en las operaciones militares, y manifestó su voluntad de seguir adelante hasta conquistar Alhucemas.

    El capitán de infantería Carlos Lázaro Muñoz les hizo varias fotografías a instancias del general. Posaron juntos Silvestre, el general Navarro, el coronel Morales, el teniente coronel Dávila y el capitán Sabaté.

    Regaron la comida con vino de rioja y con el agua de los pozos del arroyo Annual. A todos les gustó el agua. Silvestre recordó que algún «simpático» había dicho que era salobre.

    La columna retornó a Melilla a las tres y media de la tarde. Dejaron de guarnición en Annual una compañía del regimiento de San Fernando, una batería de montaña y la 11 mía de Policía Indígena a las órdenes del capitán Huelva.

    Unos días antes, Silvestre había convocado una junta de jefes, donde propuso los ascensos del coronel Morales al rango de brigadier y del teniente coronel Dávila al de coronel.

    Nador

    La pérdida de cosechas de los últimos años llevó la miseria al norte de Marruecos y muchos nativos quedaron en la más absoluta indigencia. Una gran cantidad de enfermos, ciegos, mancos, cojos, tullidos de toda índole y centenares de mujeres y niños famélicos recorrían el territorio en busca de comida. El aspecto de los nativos era espantoso. La gente se moría de hambre.

    El 20 de enero de 1921, José Bernal, corresponsal del Telegrama del Rif en Nador, escribió un artículo sobre la hambruna que azotaba el territorio.

    Son incontables los indígenas indigentes que invadieron como langosta los poblados de esta zona. Pena da ver durante el día, criaturitas esqueléticas, que apenas cuentan cinco años, pedir limosna con su débil vocecita. Las mujeres piden llorosas «por Munana», para vivir y criar al chiquitín que llevan al pecho, extrayendo el poco jugo que conserva la hambrienta madre.

    Y se ven también hombres jóvenes, que ayer eran fuertes, con aspecto de momias andantes. Estos hombres jóvenes forman trío con ancianos y tullidos, componiendo la caravana del hambre que desfila ante nuestra vista.

    Las latas y cajones de la basura son removidos una y mil veces por los hambrientos para sacar piltrafas que los perros despreciaron. En los estercoleros del campamento hacen lo mismo para sacar los granos de cebada que no pudieron digerir los cuadrúpedos por falta de trituración. Y por las noches, amparados en los quicios de las puertas, entre las pacas de paja y de esparto, se oye llorar y gemir.

    Y a ese hambre, y ese frío que sienten estos desgraciados, va unida a otra cosa mucho más terrible para ellos y para nosotros; una miseria crónica, arraigada, propia de las razas nómadas, a las que en su mayoría pertenecen estos mendigos.

    Y nuestras puertas y los vestíbulos de nuestras casas y la calle donde transitamos y los parajes donde juegan nuestros hijos, se contaminan del virus de terribles enfermedades.

    ¡Por humanidad! ¡Por egoísmo! Y hasta por espíritu de conservación, debemos hacer algo que expulse de nuestras puertas, aliviándola en lo que sea posible, esta ola de hambre y de miseria.

    Izzumar

    El 21 de enero, el coronel Morales estableció una posición en Izzumar para dominar el valle de Annual. Quiso reforzar el camino a Ben Tieb, pues los confidentes traían noticias cada vez más aterradoras sobre los beniurriagueles. La rebelión se iba propagando. En todos los zocos hablaban contra la invasión española. En Axdir, los partidarios de Abd el Krim mataron a veinticinco moros amigos de España y apalearon a muchos más. Morales tenía la seguridad de que el Rif Central estaba en franca efervescencia.

    Instalaron cuatro cañones Krupp de 75 milímetros orientados hacia el valle de Annual. El objetivo de la posición de Izzumar era defender el valle y la pista a Ben Tieb. Quedó de jefe el capitán Joaquín Pérez Valdivia, al mando de noventa y ocho hombres. El teniente Román Rodríguez Aranda era el responsable de la batería de montaña con diecinueve artilleros a su cargo. Estaba previsto que se incorporaran un oficial médico y otros noventa soldados.

    Al coronel Morales no le gustaba Annual. Él habría retirado las tropas a Ben Tieb y suspendido los avances, pero no tenía el menor ascendiente sobre Silvestre. Miraba con sus prismáticos las tres colinas del campamento plagadas de tiendas cónicas. Era muy vulnerable. La posición de Izzumar defendía el desfiladero; iban a hacer falta muchas posiciones similares para proteger el sinuoso camino entre Ben Tieb y Annual. Los ingenieros intentaban ensanchar la pista luchando con enormes dificultades por la aspereza del terreno. Habrían sido necesarios cientos de trabajadores y un montón de barrenos para ampliar las zonas estrechas. Los zapadores empedraban el firme a marchas forzadas. No querían que se convirtiera en un barrizal impracticable al llegar las lluvias. Morales dudaba de que el camino sirviera alguna vez para rápidos desplazamientos de tropas.

    Cabo Tres Forcas

    Javier había quedado para pescar con el sargento de Alcántara Enrique Benavent Duart. Había intimado con él en los meses que llevaba en Melilla. Enrique fue el principal artífice de que aprendiera a desenvolverse en la caballería. Ya capitaneaba con mucha soltura el 5º escuadrón del Alcántara tanto en los desfiles como en los entrenamientos. Cuando llegó a Melilla no sabía

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