DE LAS MILICIAS AL EJÉRCITO
Al principio de la Guerra Civil, los dos bandos contendientes reclutaron a un importante número de milicianos. Hubo, no obstante, una marcada diferencia entre los esfuerzos milicianos de cada zona. En la insurgente o franquista, la autoridad se centralizó rápidamente en los jefes militares, suprimiéndose todo intento de organizar cualquier tipo de autonomía. Los voluntarios carlistas, o requetés, y los falangistas se encontraron, pues, bajo control militar desde el principio, e, igualmente, mandados por jefes y oficiales profesionales, que no escaseaban. En la zona republicana, por el contrario, lo que caracterizó las primeras campañas fue el peso de las milicias, que en el frente del centro-sur no se convirtieron en batallones y brigadas –es decir, no se militarizaron– hasta finales de 1936. A su vez, en Cataluña y en Aragón, donde, hasta bien entrado 1937, dominaban los anarcosindicalistas de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), las secuelas de la época de las milicias, tales como la indisciplina, la falta de organización o la lucha partidista, seguirían siendo evidentes mucho tiempo después.
El hecho de que, en la zona republicana, los insurgentes militares hubieran sido derrotados por la acción revolucionaria de la clase obrera sirvió como alegato para justificar la indisciplina de las proclamaba el 20 de agosto de 1936, tras un mes de guerra, que “pensar en otro tipo de ejército que sustituya las actuales milicias para de algún modo controlar su acción revolucionaria es pensar de manera contrarrevolucionaria”.
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