Dianas Tristes
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El escritor santandereano, Enrique Otero D'Costa, excombatiente de la guerra, donde ofició como tambor, fusilero, soldado de caballería, ayudante de campo del general Benjamín Herrera y luego guerrillero, extrañado de su suelo, en forma voluntaria después del conflicto, escribió y publicó una conmovedora crónica de la conflagración, y de ese espíritu pundonoroso y caballeresco de los combatientes, de la hidalguía, el arrojo, el sacrificio y el dolor con que batallaron, así como del gesto de los civiles.
"Los luchadores de Palonegro nos enseñaron a morir, y enseñar a morir es la suprema pedagogía de la religión y de la patria” dijo también Antonio Forero Otero en discurso ante el monumento de Palonegro, y este parece ser el lema preciso que envuelve cada uno de los párrafos de Dianas Tristes.
Enrique Otero D'Costa publicó por primera vez en Barranquilla, el año de 1905 los trece relatos cortos que conforman sus Dianas Tristes .
Aunque el testimonio de Otero D ́Costa fue escrito desde la óptica de uno de los bandos políticos (liberales y conservadores) comprpometidos en una de las más atroces guerras civiles, que fueron oxigenadas durante los siglos XIX y XX por las dirigencias políticas bipartidistas, este texto recoge puntos de enseñanza claros acerca de la forma como se vivía y veía la forma de hacer política en Colombia y sirve como referencia para juicios de responsabilidad históricos, asi como para la reconstrucción de desarrollo integral de la colombianidad.
La publicación de esta nueva edición de la obra Dianas Tristes, es una oportunidad para conocer mejor las relaciones políticas y sociales, asi como la historiografía colombiana y latinoamericana que están por escribirse.
Por su versatilidad y fácil comprensión Dianas tristes es un libro de interes para lectores de tenas generales y también para lectores de temas particulares tales como sociologos, geopolitologos, historiadores, sicologos, docentes de ciencias siociales, artistas y en general personas interesadas en hallar la verdad de la historia de los pueblos latinoamericanos, conquistados y colonizados por la Corona Española, cuya herencia se refleja en eventos como la Guerra de los Mil Días.
Enrique Otero D ́Costa
Enrique Otero D ́Costa 1883-1964 fue un escritor, historiador y académico santandereano, autor de varios libros que aportó interesantes documentos a la historiografia nacional y regional santandereana en Colombia.
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Dianas Tristes - Enrique Otero D ́Costa
Literatura y guerra en Santander
Todas las buenas albricias poéticas y literarias que se incubaban en el Santander finisecular del XIX quedaron en suspenso o perecieron al sobrevenir el pavoroso cataclismo de la guerra de los Mil Días (1899-1902).
Lo único que puede informarse al respecto es que las magníficas plumas que habían venido afilándose en las décadas anteriores se silenciaron o se extrañaron voluntariamente de este territorio, cuyos valles y breñas bravías habían sido el epicentro más fiero de la contienda.
Partieron, para sólo citar unos cuantos, Enrique Otero D'Costa, Joaquín Quijano Mantilla, Gregorio Rueda, Luis M. Rovira, prosistas y poetas inigualables que no volverán a pisar el suelo nativo. Como la guerra había estado precedida de una larga y profunda crisis económica (la ruina del café, el empobrecimiento catastrófico de la gran masa de la población como resultado de las políticas monetarias de los gobiernos de La Regeneración), y como la guerra misma se encargó de destruir la riqueza y los medios de producción en gran escala, sólo hasta que una nueva bonanza reactive los espíritus en Santander volverán a cortarse buenos cálamos.
Los diez del cascabel
En Antioquia, donde la guerra de Los Mil Días no alcanzó una repercusión tan honda, El Cascabel, una revista local editada en Medellín, se pudo dar el lujo de convocar a un grupo de escritores para que redactaran cada uno de ellos un cuento corto alrededor del tema del regreso del soldado al hogar. Diez cuentos en diez diferentes plumas aparecieron en un pequeño libro bajo el título de El recluta en febrero de 1901, apenas un año escaso después de batallas tan arrasadoras como Palonegro, y cuando la lucha aún proseguía su marcha convertida en guerra de guerrillas campesinas contra las armas oficiales en diferentes regiones del país. En Santander ninguna publicación de este tipo era posible porque toda forma literaria estaba liquidada, las imprentas rotas o confiscadas, los escritores enrolados o enmudecidos de temor.
Más que por su valor literario en sí, el gran mérito de los diez cuentos de El recluta radica en la exploración que sus autores logran hacer del tremendo impacto que la guerra ha causado en el alma del labriego colombiano, en su fisonomía humana y espiritual, en su familia, en su rol tradicional y en su entorno, lo que Leticia Bernal llama con acierto el inventario de la sobrevivencia
.
No olvidemos las tremendas palabras de Antonio Forero Otero ante el monumento de Palonegro, donde citando al historiador Joaquín Tamayo declara:
La revolución de 1899 no tuvo sino un protagonista, el campesino, nos advierte el historiador citado. Lo caudillos que intervinieron en ella, los funcionarios y los generales se desvanecieron en aquel concierto de disparos y rodar de cureñas. El hombre del suelo, bárbaro e iletrado, dominó con su sangre el escenario histórico, e impuso su áspera personalidad por encima de la sinfonía con que soñaron los conductores civiles y militares
Dianas tristes
Sin embargo, fue un novel escritor santandereano, Enrique Otero D'Costa, excombatiente de la guerra, donde ofició de tambor, fusilero, soldado de caballería, ayudante de campo del general Benjamín Herrera y luego guerrillero, extrañado de su suelo en forma voluntaria después del conflicto, quien nos dejó la más conmovedora instantánea de la conflagración, y de ese espíritu pundonoroso y caballeresco de los combatientes, de la hidalguía, el arrojo, el sacrificio y el dolor con que batallaron, así como del gesto de los civiles. Los luchadores de Palonegro nos enseñaron a morir, y enseñar a morir es la suprema pedagogía de la religión y de la patria
, dijo también Antonio Forero Otero en su discurso ante el monumento de Palonegro, y este parece ser el lema preciso que envuelve cada uno de los párrafos de Dianas Tristes.
Enrique Otero D'Costa publicó los trece relatos cortos que conforman sus Dianas Tristes en Barranquilla, el año de 1905. Lo que sorprende en ellos, además del buen suceso de la prosa y la belleza conmovedora del testimonio, es que el autor haya logrado tomar distancia suficiente frente a lo narrado, al punto de conseguir dar a estos relatos, que aún huelen a pólvora, y están todavía estremecidos por los ayes de los moribundos y el impacto de las descargas, el suave tono neutro y condescendiente de una instantánea suavizada por tonos casi dulces, por el respeto al contrario, por la comprensión tácita de los motivos del otro, por el homenaje al valor de los enemigos mutuos, por la hidalguía de una guerra donde caer era honor.
Empresa difícil, casi nunca lograda en los textos literarios que rememoran el testimonio reciente de la guerra, porque las heridas siguen abiertas, e imponen una carga demasiado acre y vindicadora al lenguaje. Así ocurre en Viento seco de Daniel Caicedo y en casi todas las