Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Documentos militares y políticos Versión liberal de la guerra de los mil días
Documentos militares y políticos Versión liberal de la guerra de los mil días
Documentos militares y políticos Versión liberal de la guerra de los mil días
Libro electrónico818 páginas15 horas

Documentos militares y políticos Versión liberal de la guerra de los mil días

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Condición indispensable para que el fallo sea acertado, es determinar previamente si la guerra fue justa o injusta. Si lo primero, es inicua la censura contra los que en ella tomaron parte, sólo por haber sido derrotados; si lo segundo, es incalificable que esos mismos censores se aprestaran a enrolarse en las filas revolucionarias, cuando las creyeron victoriosas, para poder hacerse partícipes y usufructuarios de una Revolución injusta pero vencedora. La justicia vencida no deja de ser justicia, y revela cobardía y falta de fe el volverle la espalda; mientras que en los altares de la injusticia triunfante no ofician sino los logreros y los malvados.
Porque la revolución salió vencida, se va hasta llamarla con el estribillo oficial de "inicua rebelión." Si hubiera triunfado, se la llamaría, como a la española del 68, la Gloriosa, o como a la italiana del 59, el Resurgimiento. Sus autores serían héroes y salvadores de la patria, y se les tendría en el pináculo de la gloria, ahítos de lisonjas y apoteosis. Se les llama criminales porque sucumbieron.
El mundo es así: ¿á qué quejarse? Pero más altas que el criterio tornadizo del éxito están las leyes invariables de la justicia, en cuya virtud merece aprobación todo movimiento encaminado a remediar abusos diarios y clamorosos, cuando signos ciertos anuncian en gran parte del pueblo la disposición a tomar parte en la insurrección, para asegurar las probabilidades de buen suceso.
Corresponde a la posteridad la ardua sentencia entre liberales y conservadores. En cuanto al debate surgido en nuestro campo sobre el mismo punto, basta la opinión del Dr. Aquileo Parra, contenida en estas terminantes palabras de su carta al general Vargas Santos, fecha 26 de febrero de 1900, en que asimila la guerra pasada a la de emancipación:
"Con el más vivo interés he estudiado la historia de nuestras guerras civiles, y de ese estudio he sacado esta conclusión: que si bien algunas de ellas pueden quizá obtener la absolución de la historia, por haber sido relativamente justas, SÓLO LA DE 1810 Y LA PRESENTE PODRÁN, CON JUSTICIA, CALIFICARSE DE NECESARIAS."

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 sept 2019
ISBN9780463253373
Documentos militares y políticos Versión liberal de la guerra de los mil días
Autor

Rafael Uribe Uribe

Caudillo liberal autotitulado general de las fuerzas revolucionarias liberales durante las guerras civiles de finales del siglo XIX en Colombia, y uno de los principales responsables de la atroz matanza de seres humanos enfrentados en la sangrienta guerra de los mil días (1899-1902), que por culpa de la torpeza y egoísmo de personajes como Uribe Uribe terminó con la pérdida de Panamá.

Relacionado con Documentos militares y políticos Versión liberal de la guerra de los mil días

Libros electrónicos relacionados

Historia de América Latina para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Documentos militares y políticos Versión liberal de la guerra de los mil días

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Documentos militares y políticos Versión liberal de la guerra de los mil días - Rafael Uribe Uribe

    Documentos militares y políticos

    Versión liberal de la guerra de los mil días

    Rafael Uribe Uribe

    Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    Documentos militares y políticos

    Versión liberal de la guerra de los mil días

    © Rafael Uribe Uribe

    Historia Militar de Colombia-Las guerras civiles N° 6

    Ediciones LAVP

    © www.luisvillamarin.com

    Cel 9082624010

    New York City, USA

    ISBN: 9780463253373

    Smashwords Inc.

    Documentos militares y políticos

    Advertencia

    Retrospectivamente

    I. Combate de Bucaramanga

    II. Retirada de García Rovira

    III. Batalla de Peralonso

    IV. Batalla de Peralonso

    V. Proclama de Cúcuta

    VI. Los héroes de Peralonso

    VII. Discurso de Pamplona

    VIII. Proclamación del general Vargas Santos

    IX. Discurso de Bucaramanga

    X. Manifestación

    XI. ¡Cerremos filas!

    XII. Parte oficial de Terán

    XIII. De Gramalote a Terán

    XIV. Discurso de Cúcuta

    XV. Proclama de Bochalema

    XVI. Batalla de Palonegro

    XVII. Palonegro

    XVIII. Palonegro

    XIX. Manifiesto al 1° y 4° Cuerpos de Ejército

    XX. Discurso de Ocaña

    XXI. Marcha a Ocaña y regreso

    XXII. Dos Supremos

    XXIII. Campaña de Bolívar

    XXIV. La Paz, el Canal y la Revolución

    XXV. A los liberales de Colombia

    XXVI. Razones justificativas del Manifiesto

    XXVII. Motivos

    XXVIII. Batalla de San Cristóbal

    XXIX. Exposición sobre la necesidad de la marcha al Llano

    XXX. Orden general de Nunchía

    XXXI. El general Uribe en Casanare

    XXXII. Parte del Combate de La Florida

    XXXIII. Acta

    XXXIV. Circular a los Jefes revolucionarios superiores

    XXXV. Informe sobre la campaña de Gachalá

    XXXVI. Influencia del desastre de Soacha, sobre la pérdida de la Revolución

    XXXVII. Carta de Trinidad

    XXXIX. Comentarios

    XL. Querella

    XLI. Declaración

    XLII. Campaña del Magdalena

    XLIII. Texto y antecedentes del Tratado de Nerlandia

    XLIV. Discursos de Barranquilla

    XLV. Tentativas de paz

    XLVI. El general Uribe y los prisioneros

    XLVII. Palabras de Rafael Uribe U. a sus copartidarios

    XLVIII. Discurso por Santiago Calvo

    XLIX. Conclusiones

    Peralonso

    La estatua

    Uribe en Palonegro

    Silueta

    Tarjeta

    Apéndice

    Advertencia

    (Prólogo de la primera edición)

    San Cristóbal (Venezuela), octubre de 1901

    Durante la presente guerra han corrido como del general Uribe proclamas apócrifas y discursos que él no ha pronunciado. Por eso hemos creído conveniente reunir en este folleto las principales piezas tenidas como auténticas, agregando otras, debidas a la pluma de ayudantes del general Uribe y de su Jefe de Estado Mayor.

    Aunque a la luz de sucesos posteriores, quizá el general Uribe moderara muchos elogios y corrigiera muchos de sus juicios sobre hombres y cosas, no nos hemos creído con derecho a introducir la más mínima variación en el tenor de esos documentos, para hacer resaltar el contraste entre la exquisita benevolencia del general Uribe y el pago que algunos le dieron más tarde. Quede cada pieza reproduciendo un estado de alma y una situación, y hállelas así intactas el historiador futuro.

    Si no puede decirse que esos documentos constituyen por sí solos la historia de la Revolución liberal en Santander -de que la campaña de Bolívar no fue sino una derivación-, a lo menos son como los jalones que marcan el derrotero, de suerte que al escritor le bastaría llenar los intermedios para que dicha historia quedase completa.

    No hemos podido hallar la célebre Orden general que precedió al combate de Bucaramanga, y de la cual se dice que si hubiese sido obedecida, habría dado por resultado la toma de la ciudad. Tampoco poseemos un relato verídico de aquella acción sangrienta, ni de la retirada de García Rovira hasta Cúcuta, que los inteligentes consideran como uno de los trabajos militares más notables de esta guerra.

    Del propio modo, no ha llegado a nuestras manos el Parte oficial de Peralonso, suscrito por el general Francisco Albornoz, y publicado en Bucaramanga en enero de 1900. Falta asimismo una narración de la marcha a Ocaña por Torcoroma, regreso a Soto y final desastre del Ejército en las márgenes del Chicamocha y Valle del Chucurí. Serán, por último, episodios curiosos de conocer los del viaje del general Uribe a la Costa, y sucesos que precedieron y siguieron a la toma de Corozal, así como los nuevos capítulos que el mismo general Uribe se prepara a agregar en el curso de la actual campaña.

    Parece innecesario llamar la atención sobre la impecable forma literaria de las proclamas, manifiestos y discursos contenidos en este Folleto, sobre su elocuencia sobria y vigorosa, y sobre el dón de oportunidad que los distingue. Ya que no pueda llamárseles modelos en su género, puesto que el general Uribe no se propuso con ellos «hacer literatura» sino obrar sobre el ánimo de sus soldados, a lo menos ningún hombre de gusto negará que esas producciones se dejan leer, que tienen un sello de originalidad indiscutible, y que están destinadas a durar.

    Quizá no faltarán quienes consideren como demasiado numerosas esas alocuciones, y echen sobre el conjunto la tacha de intemperancia. Pero si bien se examina, se verá que el general Uribe no habla por hablar, ni lo hace a humo de pajas, sino sólo en las grandes ocasiones y con la mira de producir un efecto militar o político.

    Además, la índole de los Ejércitos liberales no repugna la frecuencia en el uso de la palabra. Gomo se componen de voluntarios movidos por una convicción, más piden que sus jefes se les pongan delante y los guíen por el razonamiento, como a seres racionales y conscientes, y no que los arreen a golpes de sable y voces groseras, en medio de estallidos de cólera, como rebaño de reclutas sometidos a la disciplina ciega y pasiva. De ahí que en los Ejércitos liberales no se haya solido considerar como jefes completos sino a los tan capaces de dar una carga como de hacer una arenga, o según el dicho vulgar, a hombres que sirvan tanto para un fregado como para un barrido.

    Creemos conveniente insistir en que el objeto de la presente publicación es el enunciado arriba, no en manera alguna el de acrecentar la fama militar del general Uribe. A los que ásperamente se la disputan, él puede cederla de grado, porque no fue en demanda de ella a lo que vino a la guerra, sino como austeramente lo dice él mismo en su discurso de Cúcuta, en busca de «satisfacciones de conciencia

    Nadie niega la hermosura de las glorias militares bien adquiridas, pero quien de cerca las ve nacer y crecer, suele desilusionarse.

    Las hay puramente casuales, otras improvisadas, y no pocas del todo falsas, usurpadas o de mero oropel. En el estruendo y desbarajuste de las batallas y campañas, abundan las ocasiones de exagerar, de suponer y aun de mentir, sin que por lo pronto sea fácil aclarar los hechos y restablecer la verdad.

    Precisamente, la especialidad de la presente guerra consiste en la prodigiosa formación de reputaciones, y en la manera acelerada como innumerables sujetos de uno y otro bando han trepado a los grados mayores del Escalafón. Antaño los ascensos correspondían al número de campañas, o por lo menos al de batallas en que el postulante comprobaba su buen manejo. Ogaño se sube a brincos, y por poco que la cosa dure, acabaremos por ver que los colombianos que no queden coroneles, será porque se llamen generales.

    Y luego, en un país de valientes como Colombia, no es el serlo sino el no serlo lo que llama la atención, sin contar con aquello que dijo José Manuel Lleras: «Cualquiera es guapo, a veces mientras más bruto

    El mérito que no muchos están en capacidad de disputar al general Uribe, y que es por lo mismo el que debe él apreciar más, es el procedente de sus títulos universitarios y trabajos civiles, resultado de estudios bien hechos y asiduamente continuados durante toda una vida.

    No será de él de quien se diga que no tuvo condiscípulos. Apanden otros con los laureles que pretenden monopolizar: el general Uribe puede contentarse con las palmas académicas. Sus dotes de pensador, de político y de posible hombre de Estado; sus triunfos de tribuno y orador parlamentario; su bien sentada fama de publicista e institutor; todo ese aspecto de vida intelectual, en que no caben invención ni engaño: esa es la palestra donde el general Uribe puede esperar a sus émulos, sin riesgo de que la competencia se oscurezca con sofismas.

    La sólida y extensa popularidad de que el general Uribe goza en todos los Departamentos de Colombia, y que ha traspasado los límites de su patria, no se funda en esta o aquella hazaña guerrera, sino que es producto de una lenta acumulación, por servicios al través de veinticinco años de vida pública. Cuando muchos, durante los períodos de paz, vivían ignorados e inertes, el general Uribe luchaba por su causa con brillo y tesón incomparables. Por eso no necesitó acudir a los campamentos en solicitud de una reputación, sino qué la trajo ya hecha.

    La guerra, manifestación de la fuerza brutal, es un mero accidente en la vida de los pueblos modernos; lo normal es y debe ser la paz, con sus hechos regulares y ordenados. Quienes no tienen aptitudes sino para los tiempos de agitación y de revuelta, no pueden medirse con quienes las tienen para entonces, pero más aún para las épocas tranquilas.

    Todos conocen la experiencia física de la superposición de los líquidos por orden de densidad, aun después de agitados y confundidos en el tubo recipiente. Así en el laboratorio de la sociedad: la guerra conmueve sus capas y las entremezcla y trastorna, sacando a veces arriba lo que estaba al medio o en el fondo, y supeditando los elementos superiores a los de baja extracción; pero al restablecerse la normalidad y el equilibrio, raro caso es que cada cual no vuelva a su puesto, por una ley sociológica muy parecida a la natural de la pesantez.

    Terminada esta guerra, salga o no triunfante el Partido Liberal, el general Uribe será uno de los que sobrenaden, porque a guisa de salvavidas cuenta, para mantenerse a flote, con cualidades que no son de ocasión, sino positivas y permanentes, Esas cualidades, detrás de las cuales se fue siempre el Partido Liberal y que en todo tiempo enamoraron al pueblo colombiano, son el talento brillante y el saber profundo, el valor civil y las maneras distinguidas.

    Siendo pluma y palabra más que espada, cerebro más que brazo, hombre de gabinete sin dejar de ser hombre a caballo y de acción, hay que tener la seguridad de que el general Uribe prevalecerá, y que cuando otras voces se apaguen, la suya seguirá resonando; cuando otros se vayan a pique, a él se le verá sobreaguarse; y cuando otras personalidades entren a la sombra discreta de donde salieron para el combate, la suya seguirá figurando a plena luz en las contiendas incruentas pero inacabables por la libertad.

    Desde ahora y para entonces, el general Uribe puede darse el lujo de proclamar la concordia liberal, como aquí lo ha hecho formando con elementos que le eran adversos un Ejército unido, donde todos lo respetan y lo quieren. Para tener nombre y autoridad de Jefe, no necesita fomentar divisiones que lo pongan a la cabeza de una fracción; su estatura política es de las que descuellan, reunido en asamblea todo el Partido Liberal. La unión y la armonía entre todos los servidores de la Causa, no cuentan hoy con defensor más ardiente y sincero que el general Uribe.

    Los Editores

    Retrospectivamente

    Agotada la primera edición quede estos documentos se hizo en San Cristóbal (Táchira), hemos dispuesto la segunda, que contiene algunas de las piezas omitidas entonces, las relativas a campañas posteriores, y muchas otras que juzgamos de importancia. Al incluir trabajos que no son precisamente de guerra, aunque ocurrieron mientras duraba, o a ella se refieren, liemos debido complementar el título del volumen, denominándolo Documentos Militares y Políticos. Así queda poco menos que completa la obra del general Uribe en todo el curso de la revolución, y puede el público colombiano proceder, con conocimiento de causa, a juzgar del hombre y de sus hechos.

    I

    Condición indispensable para que el fallo sea acertado, es determinar previamente si la guerra fue justa o injusta. Si lo primero, es inicua la censura contra los que en ella tomaron parte, sólo por haber sido derrotados; si lo segundo, es incalificable que esos mismos censores se aprestaran a enrolarse en las filas revolucionarias, cuando las creyeron victoriosas, para poder hacerse partícipes y usufructuarios de una Revolución injusta pero vencedora. La justicia vencida no deja de ser justicia, y revela cobardía y falta de fe el volverle la espalda; mientras que en los altares de la injusticia triunfante no ofician sino los logreros y los malvados.

    Porque la revolución salió vencida, se va hasta llamarla con el estribillo oficial de inicua rebelión. Si hubiera triunfado, se la llamaría, como a la española del 68, la Gloriosa, o como a la italiana del 59, el Resurgimiento. Sus autores serían héroes y salvadores de la patria, y se les tendría en el pináculo de la gloria, ahítos de lisonjas y apoteosis. Se les llama criminales porque sucumbieron.

    El mundo es así: ¿á qué quejarse? Pero más altas que el criterio tornadizo del éxito están las leyes invariables de la justicia, en cuya virtud merece aprobación todo movimiento encaminado a remediar abusos diarios y clamorosos, cuando signos ciertos anuncian en gran parte del pueblo la disposición a tomar parte en la insurrección, para asegurar las probabilidades de buen suceso.

    Corresponde a la posteridad la ardua sentencia entre liberales y conservadores. En cuanto al debate surgido en nuestro campo sobre el mismo punto, basta la opinión del Dr. Aquileo Parra, contenida en estas terminantes palabras de su carta al general Vargas Santos, fecha 26 de febrero de 1900, en que asimila la guerra pasada a la de emancipación:

    "Con el más vivo interés he estudiado la historia de nuestras guerras civiles, y de ese estudio he sacado esta conclusión: que si bien algunas de ellas pueden quizá obtener la absolución de la historia, por haber sido relativamente justas, SÓLO LA DE 1810 Y LA PRESENTE PODRÁN, CON JUSTICIA, CALIFICARSE DE NECESARIAS."

    Pero, además de justa y necesaria, se requería que la guerra fuese oportuna, bien concebida y suficientemente dotada de elementos, ya que no es lícito exponer el ideal al desprestigio del desastre, y que el peor servicio que puede prestársele al derecho es presentarlo desarmado ante la fuerza. La discrepancia en este punto esencial fue la muerte de la Revolución, así como su triunfo era seguro si los Jefes hubieran encabezado el movimiento para hacerlo simultáneo en todo el país.

    II

    La conducta del general Uribe fue, a este respecto, estrictamente lógica. Partidario de la paz hasta 1893, se convenció sinceramente, al sobrevenir el destierro del Dr. Pérez, de que el medio único para reivindicar nuestros derechos era el de la guerra. Por eso concurrió a la de 95, tan imperfectamente preparada por sus promotores. Contra la opinión de sus copartidarios, entró luego a la Cámara de 96, para ver de adquirir autoridad propia y encabezar una corriente capaz de imponerse a los jefes e inducirlos a la guerra. Salió en seguida a trabajar por ella en el Exterior, a virtud de la siguiente credencial, que lo hizo pensar que el Directorio sí abrigaba de veras ideas bélicas:

    "Directorio Nacional del Partido Liberal

    El Sr. general Rafael Uribe Uribe está autorizado para representar a esta Dirección, en asocio de los Sres. Dres. Luis A. Robles (miembro del mismo Directorio) y Foción Soto, de acuerdo con las instrucciones que al efecto se les han comunicado.

    Y para que conste se le expide esta credencial.

    Aquileo Parra -Nicolás Esguerra- Gil Colunje

    Bogotá, mayo 10 de 1897."

    Pero cuando se persuadió de que el Directorio carecía de voluntad o de ánimo para satisfacer el anhelo del Partido, regresó al país en Julio de 98, pronunció el Discurso de Barranquilla y abrió la campaña de El Autonomista para cambiar la Dirección, a fin de ponerla en consonancia con los deseos de la Comunidad. Separado el Dr. Parra, propuso al general Camargo; habiendo éste rehusado, presentó la candidatura del general S. Sarmiento; al declinarla éste, apoyó la iniciativa de los que indicaron al general Vargas Santos. Los tres fueron sucesivamente objeto de nutridas adhesiones del Partido, que bien sabía el fin con que se les proponía.

    Todo esto patentiza dos cosas:

    1a Que el general Uribe no atacaba la Dirección para suplantarla, como entonces se supuso y se escribió, sospecha que quedó infirmada desde que presentó otras candidaturas, sin ocurrírsele nunca asomar la suya propia, aunque ello no habría constituido pecado sino ante un quijotismo político que hace tiempo está mandado recoger por inepto, anticuado y gazmoño.

    Más tarde, vencedor en Peralonso, el general Uribe echó el sello a su desinterés y abnegación proclamando espontáneamente Supremo Director de la Guerra y presidente provisional de la república al general Vargas, y cediéndole la precedencia en las ventajas de una victoria que a esa hora se tenía por decisiva y que realmente lo habría sido si se sabe aprovechar.

    Pocos serán hoy los que, en vista de lo sucedido, no hagan justicia al general Uribe y reconozcan su absoluta buena fe. Bien es que no faltan quienes lo censuren precisamente por haber cedido en Pamplona el mando del Ejército, hecho que consideran como generador del desastre; pero es probable que esos fueran los mismos que, si Uribe no procede como lo hizo y la derrota se produce, no habrían dejado de señalar su ambición como la causa eficiente. Los partidos son sucesores directos del cómitre que daba palo a su chusma de remeros porque no bogaban y también porque bogaban.

    2a Que el general Uribe no quería una guerra cualquiera, sino la que hiciese el Director nacional del Partido, por lo cual anduvo largo tiempo, como Diógenes con su linterna, buscando un hombre adecuado para tal fin. En efecto, para una Revolución que estallase a un tiempo en todo el país, y en que entrase el Liberalismo entero, con todos sus hombres y todos sus recursos, era claro que se necesitaba una autoridad que abrazase todo el territorio de la nación y que estuviese reconocida por todo el Partido. Mal podía el general Uribe ser secuaz de movimientos locales, dispuestos por un jefe departamental, sin más conexión con las otras secciones que la de un simple aviso a los copartidarios, concebido en estos o semejantes términos: «Sepan que para tal fecha nos levantaremos aquí. Ustedes resolverán si nos acompañan.»

    Constándole al general Uribe que los liberales habían erogado una fuerte suma para la guerra, ¿cómo se concibe que apoyara un movimiento iniciado antes de invertir ese dinero en los armamentos a cuya adquisición estaba destinado?

    De ahí que, sabiendo también que esa inversión no podía verificarse sino por quien fuera Director del Partido, puesto que, por otra parte, sólo a quien tuviera ese título serían entregados los fondos por sus antecesores, pusiese todo su conato en que se formara una Dirección que nos organizara militarmente y lo arreglase todo para un alzamiento general.

    Si haber sido partidario de la guerra constituye capítulo de acusación, no hay duda de que al general Uribe le alcanza; pero debe abonársele esta circunstancia atenuante: específicamente «partidario de la guerra» no implica que lo fuera de la que se hizo, tal como se hizo, pues lo que quería era una guerra corta, de dos o tres meses a lo más, para que el mal del remedio no sufriese, en ningún caso, parangón con el de la enfermedad, lo cual habría sucedido si el Partido Liberal en masa entra en ella, en un mismo día, bien organizado y, en lo posible, bien armado.

    III

    Porque estaba muy distante de opinar por una Revolución en la hora y del modo como estalló la de 1899, cuando supo que el Director del Partido en Santander, Dr. Paulo E. Villar, había fijado el 20 de octubre para proceder, le dirigió, en unión del general Figueredo, y de acuerdo con los generales Wilches y Neira, el siguiente telegrama:

    Bogotá, 5 de octubre de 1899

    Dr. Paulo E. Villar -Bucaramanga

    Es voz común en el gobierno y en el público que el 20 estallará movimiento revolucionario encabezado por usted como Director de Santander. Autorícenos para desmentir especie.

    Ruribe -Figueredo

    Hé aquí la respuesta:

    Bucaramanga, 6 de octubre de 1899

    Ruribe, Figueredo -Bogotá

    Ignoraba la especie; autorízolos formalmente para desmentirla; afortunadamente, su misma publicidad la anula; y el país sabe a qué atenerse, por dolorosa experiencia, respecto de esta clase de anuncios.

    Paulo E. Villar

    Están a la vista los objetos del primer telegrama: advertir al Dr. Villar que su plan estaba descubierto, desde que el aviso se le daba por los alambres oficiales; y hacerle saber que en cualquier fecha podía iniciar la revolución, menos en la del 20 o en una anterior. El Dr. Villar penetró bien el sentido del despacho, y sin embargo, anticipó tres días la Revolución.

    IV

    El general Uribe salió de Bogotá para el Norte desde el 7 de octubre. El viaje y su objeto fueron anunciados públicamente en editorial de El Autonomista, número 301, de esa misma fecha. «El Dr. Uribe, dice, se dirige hasta Tame, en Casanare, residencia del general Vargas Santos El principal propósito del Dr. Uribe es conferenciar con el viejo veterano, y obtener de él la admisión de la Jefatura del Partido Liberal»

    En efecto, en el número 308 del mismo diario, correspondiente al 15 de Octubre, se registra este telegrama:

    La Salina, 13 de octubre de 1899

    Autonomista -Bogotá

    Llegué ayer bien con Ruiz. general Vargas Santos dice:

    Las excepcionales circunstancias que han rodeado mi candidatura para jefe unitario del Partido Liberal, pónenme en el caso de aceptarla.

    Comuniquen.

    Sigo Bucaramanga.

    Ruribe

    En seguida telegrafiaba, ya de regreso en Chila, el 14 (número 309, del 17):

    Autonomista -Bogotá

    Confirmo aceptación general Vargas Santos. Magníficas disposiciones.

    Ruribe

    Luégo volvía a telegrafiar, en unión del general Campo Elías Gutiérrez, y ya en camino para Bucaramanga:

    Cocuy, 16 de octubre de 1899

    Autonomista -Bogotá

    Conferenciamos Vargas Santos. Acepta Dirección por deber. Para comenzar ejercerla, espera practíquese escrutinio y comuníquesele elección.

    Ruribe -Campos

    V

    A su paso por Duitama, el 8, había escrito el general Uribe una larga carta al Dr. Villar, explicándole el telegrama del 5, con el general Figueredo, demostrándole la imposibilidad de llevar adelante su plan y la consiguiente necesidad de un aplazamiento. Despachada con propio, esa carta llegó a poder del Dr. Villar el 12 o 13, fue leída en Junta de conjurados, y.... no produjo su efecto, como se verá por las siguientes pruebas:

    Bogotá, Julio 18 de 1902

    Sr. general Rafael Uribe Uribe -E. L. C.

    Muy estimado general y amigo:

    Estoy de acuerdo con usted en que hay hechos y antecedentes relativos a la pasada guerra, que conviene ir esclareciendo, para que por falta de verdadera orientación no se emitan juicios inexactos y apasionados a las veces. En consecuencia, doy respuesta a su misiva de fecha 17 de los corrientes, del modo siguiente:

    El 14 o 15 de octubre de 1899 llegó a Bucaramanga el Sr. D. Ramón María Paz, con cartas de varios caballeros liberales para el Dr. Paulo E. Villar, urgiéndolo para que conviniese en aplazar la Revolución. Recuerdo que en tinta simpática iba una de los generales Ramón Neira y Zenón Figueredo, pero no recuerdo que de usted llevara ninguna.

    Un día antes de la llegada del Sr. Paz llegó a Bucaramanga un posta de Duitama con una larga carta de usted para el mismo Dr. Villar, en que le explicaba la razón de un telegrama que le había puesto en unión de los generales Neira, Figueredo y Wilches, y en que le demostraba, en apoyo de la misión del Sr. Paz, la necesidad del aplazamiento, y hasta recuerdo que como final de esa correspondencia había una frase estos términos: Pero si usted insiste en su calaverada, yo siempre lo acompaño.

    Todas las cartas referidas fueron leídas en una Junta compuesta de los Sres. Villar, Paz, José María Phillips, Roberto Carreño y yo; y a pesar de lo muy razonable expuesto en ella y de todo lo conducente que con ahínco manifestó el Sr. Paz para obtener la suspensión del propósito de la guerra, el Dr. Villar se negó a ello rotundamente por dos razones:

    1a Porque el general Justo L. Durán estaba en marcha a ejecutar órdenes terminantes en combinación con los generales Julio Vengoechea y Domiciano Nieto; y

    2a Porque Julio Jones, comisionado para traer un armamento, debía llegar con él el día 20 de octubre al punto designado, y que con el aplazamiento se corría el riesgo de que se descubriera el plan revolucionario y fueran aprehendidos los comprometidos. Debo hacer presente a usted que Phillips y yo apoyamos al Sr. Paz en su importante comisión.

    El Sr. Paz fue bien recibido en Bucaramanga, pero algunos exaltados partidarios del movimiento bélico, dizque de orden del Dr. Villar, lo pusieron preso en Tona el día 17 de octubre, cuando él iba para Cúcuta, por temor de que fuera al Norte a desprevenir los ánimos y hacer fracasar el movimiento revolucionario. El Dr. Villar dio orden de que lo pusieran en libertad y lo dejaran seguir.

    Dejo así contestada sustancialmente su referida carta, y me repito su afectísimo amigo y copartidario, Francisco Albornoz

    Bogotá, enero 8 de 1904 Sr, general Rafael Uribe Uribe -P.

    Muy estimado general y amigo:

    Refiriéndome a las preguntas 1.a y 2.a de su carta de 22 de septiembre próximo pasado, las cuales comprendo en una sola respuesta, debo antes, para mejor inteligencia de las cosas, traer a cuento un antecedente importante en la materia.

    Acordada ya la guerra por el Sr. Dr. Paulo Emilio Villar, Director del Partido Liberal en Santander, envió él a Bogotá un Comisionado con nota para la Junta que aquí había, en la que indicaba la fecha del movimiento y daba las últimas órdenes. Dicha Junta se reunió en la casa del Dr. Juan Manuel Rudas, el día 14 de septiembre de 1899; allí se deliberó largamente sobre el asunto, tratándolo en sus distintas faces, y a moción mía se aprobó una resolución en que, con algunas razones, entre ellas la muy pertinente de que faltaba organizar convenientemente algunos Departamentos de la República, se excitó con vivo interés al Dr. Villar para que aplazase el movimiento revolucionario, pues por lo pronto lo importante era conseguir que se suspendiera el paso.

    Los generales Zenón Figueredo y Ramón Neira N. votaron en contra de lo acordado, alegando como motivo, a pesar de juzgar cuerdo el diferimiento, la circunstancia de estar comprometidos y temer que su voto afirmativo pudiera atribuirse a vacilaciones o incumplimiento por falta de honor, y usted manifestó que aun cuando también tenía compromisos muy definidos, que cumpliría llegado el caso, apoyaba la proposición relativa al aplazamiento, a reserva de explicar su conducta.

    El día siguiente, esto es, el 15 de septiembre, se comunicó lo resuelto al Dr. Villar.

    A los pocos días, después de dirigido a éste, por usted, Figueredo y no sé quiénes otros, un telegrama enderezado en el fondo a conseguir la suspensión, me fui para Santander con el fin de entenderme a la voz con el Dr. Villar, y obtener la determinación anhelada. Llevé para él, en apoyo de mi misión, cartas de los generales Figueredo, Neira y Wilches, y de los Dres. Rudas, Juan Félix de León, Santiago Lleras, Ignacio V. Espinosa, y otros liberales importantes cuyos nombres no recuerdo ahora.

    Mi salida, que fue el 7 de octubre por la mañana, coincidió con la de usted, que a la sazón iba a conferenciar con el general Vargas Santos; y en Chocontá, en la noche de ese día, platicámos largamente con el general José Santos Maldonado, respecto de la situación, y convinimos en que el aplazamiento buscado era una necesidad; y usted me dijo, en consecuencia, que en Paipa, vía que usted llevaba, me dejaría una carta para Villar, en que apoyaría mi gestión cerca de él.

    Como yo me fui de Tunja hacia el Socorro por la vía de Gámbita, que es más directa, con el propósito de conferenciar cuanto antes con el general Juan Francisco Gómez P., no pude tomar la carta ofrecida por usted; y cuando arribé a Bucaramanga, el 14 de octubre por la tarde, supe que el día anterior había llegado un posta, despachado de Duitama por el general Fernando Soler Mariño, conduciendo correspondencia de usted para el Dr. Villar.

    Esa correspondencia suya era en refuerzo mío, pues en ella abogaba usted por que se aplazara el proyectado movimiento bélico, y fue leída, junto con las otras cartas que yo llevé, en la conferencia que con aquél tuve en presencia de los generales Francisco Albornoz y José María Phillips, y el coronel Roberto Carreño; y hasta recuerdo, si mi memoria no me es infiel, que usted empleaba en aquella misiva estas o semejantes palabras: Pero si usted insiste en su calaverada, yo siempre lo acompaño.

    Mi referida misión era perfectamente lógica, porque aparte de lo que se ve por lo que dejo narrado, yo había escrito a Bucaramanga, días antes, al general Vicente Uscátegui, distinguido amigo mío, muy discreto, exponiéndole sobre el asunto algunas consideraciones de triste previsión (en parte cumplidas luego, por desgracia), e interesándolo en el sentido de que hiciese todos los esfuerzos posibles para hacer cambiar de rumbo a la obstinada voluntad guerrera de nuestro Director en Santander.

    Consecuente, pues, con mi lícita tarea anterior, fui a Bucaramanga, vi al Dr. Villar, conferencié con él, le di verdaderos informes sobre la situación de por acá, le hice las varias observaciones del caso, amén de las contenidas en las correspondencias antes citadas; y a pesar de todo esto, salí vencido, no porque se me convenciera, sino porque aquél, basado en reflexiones que no tenían un peso decisivo, desatendió todas las circunstancias que se presentaron, propicias a la suspensión, y se empeñó en que, por fas o por nefas, la guerra se hiciera en la fecha indicada, y se hizo...!

    Así terminado mi cometido, me dirigía a Cúcuta, con la conciencia de haber llenado mi deber, cuando en el Municipio de Tona fui preso, con éste o aquel pretexto, por una partida de gente armada, que me llevó a un sitio oculto, donde se me tuvo dos días. Afirman que esto se hizo de orden del Dr. Villar, por temor de que yo fuera al Norte a hacer presión sobre el espíritu revolucionario. Verificados los pronunciamientos correspondientes, se me dio libertad, seguí mi marcha y llegué a su término cuando todo estaba cumplido.

    Su amigo y copartidario,

    Ramón María Paz

    VI

    ¿Quién había colocado al Dr. Villar a la cabeza del Partido Liberal de Santander? Oigamos al Dr. Paz en otro lugar de su carta:

    "Aprovecho la ocasión que usted me proporciona, para hacer algunas ligeras apreciaciones sobre quiénes sean en rigor responsables de esa infructuosa guerra de tres años, de ese engendro mirado hoy de espaldas bajo la impresión que producen las esperanzas perdidas, y con el cual no quieren emparentar algunos, a pesar de claras y auténticas filiaciones.

    ¿Quién era el Dr. Villar, Director del Partido Liberal en Santander? Un Agente del Directorio Nacional, suprimible por éste, que pudo haberlo cambiado cuando lo hubiese querido. ¿Cómo hubo los fondos, pocos o muchos, con que fomentó e hizo estallar la Revolución? Por medio y con la autoridad del mismo carácter seccional expresado, y probablemente tomándolos de los dineros nacionales del Liberalismo, manejados por ese mismo Directorio Nacional.

    Luego, en rigor lógico, este Directorio, unitario primero, y plural después, es responsable de lo que su subalterno hizo y él no previno o conjuró, habiendo debido y podido prevenirlo o conjurarlo en tiempo. Tal sustancialísima omisión, sólo se explica como una de tantas tentativas de fortuna, sin responsabilidad directa, para las cuales se dejan correr las cosas o se da el consentimiento tácito; y esa conducta vacilante o indefinida concordaba perfectamente con el modo de ser notorio de nuestro Directorio Nacional, que unos días estaba por la guerra, y otros por la paz; que ya mandaba Comisionados al Exterior a preparar lo conveniente para la lucha armada, y ya daba órdenes contrarias; que unas veces hablaba con los militares de aquí, o escribía a los de los Departamentos, y les mandaba alternativamente preparar las armas o bajarlas.

    De muy distinto modo procedió el ilustre Dr. Santiago Pérez, cuando como Director único del Partido Liberal se decidió a la luz pública, por medio de la Prensa -su poder formidable- por el sistema invariable de la paz a todo trance.

    Y probablemente aquellos equívocos antecedentes, ese oscilar directivo, que habían producido cansancio, fueron los que hicieron decir al general Juan Francisco Gómez P. -cuyo concepto es muy abonado- en carta dirigida al general Ramón Neira con fecha 5 de octubre de 1899, lo siguiente: La idea de un aplazamiento ha sido desechada, pues con él sólo conseguiríamos quedar sometidos de nuevo a la eterna política expectante del Directorio.

    Producto visible de esa inconsistente dirección fue, pues, el imperfecto movimiento revolucionario, porque toda agrupación, llámese Compañía, Familia, Partido o Nación, cuyas corrientes no son encauzadas por el Jefe respectivo, esto es, debidamente arregladas -pues la regla es el cauce en tal caso- da curso a aquéllas a la hora menos pensada y por caminos inconvenientes, produciendo así inundación dañosa, en vez de un riego fecundo. De ello nos ofrece nuestra Patria el doloroso ejemplo reciente que todos deploramos.

    Teniendo en cuenta todo lo dicho, y más que lo dicho, todo lo acontecido, no debe nadie preocuparse por la parte tomada lealmente en la iniciativa de la guerra, pues ésta fue en todo caso motivada y justa, por más que fracasara, sino por la conducta que observó durante la lucha, una vez empeñada, dados sus compromisos y el puesto que le correspondía según su más o menos injerencia en el origen de ella; y en lo que a usted toca, menos cabe esa preocupación, si es que la tiene, porque usted, como lo dejo referido, trabajó por el aplazamiento de la revolución; y hasta tal punto debía contar o contaba con él, que en lugar de hacer su movimiento militar sobre Vélez, en dirección al Socorro y Bucaramanga, según las últimas órdenes del Dr. Villar, marchó para Chita o Tame, casi en vísperas de la guerra, a conferenciar con el general Vargas Santos, próximo Director del Partido, sobre puntos relacionados con la dirección política."

    VII

    Es perfectamente exacta la referencia que hace el Sr. Paz al Dr. Pérez. Solicitado por la Convención Liberal de 1892, para que aceptase el puesto de jefe del partido, sólo accedió a ello bajo la condición de que la política sería de paz. Escrito por él fue el Manifiesto que en tal sentido expidió la Convención.

    El Dr. Pérez nunca se apartó de esa línea de conducta. Si alguien, que se puso tras él, dio pretexto para suponer lo contrario, cometió infidencia que permanece impune todavía; pero la buena fe del Dr. Pérez queda intacta, consagrada por su injusta proscripción y por su muerte.

    En cuanto a la política de los Directorios posteriores, difícil es hoy determinar en qué consistió. No fue de evolución o compromiso; ninguna ventaja se les vio ganar para el Liberalismo, por pacto con alguna de las fracciones conservadoras; o si por odio impolítico a una de ellas -la que estaba en el poder- se mantuvo trato abierto con la que estaba en la oposición -lo cual era ya, en principio, un error- nada efectivo se logró, fuera de las repudiaciones humillantes en la doctrina y en la práctica, porque la inteligencia nunca se asentó sobre la base de cambio de servicios o promesas, y porque, dejándose llevar de la imaginación y de la excesiva confianza, descuidaron asegurarse de garantías reales antes de comprometerse. En sus tratos se quedaron siempre a medio camino, olvidando que los jefes de partido no tienen derecho al candor, porque su deber es la cautela y la prudencia.

    No fue política de paz. Hoy es axiomático que si los Directorios hubieran tenido el valor de alzar resueltamente esa bandera, llamando a sí a todos los que quisieran sostenerla, condenando explícita y sinceramente todo plan revolucionario, denunciándolo al país, si era preciso, y denegándose a emplear los fondos del partido en compras de armas, habrían salvado a Colombia y al Partido Liberal, porque la guerra habría sido imposible: definida la situación, separados los dos campos y desaparecida toda ambigüedad, los revolucionarios descubiertos habrían sido impotentes para perturbar el orden.

    Sin duda se habrían hecho impopulares los que así hubieran procedido: pero, ¿cuánto más valía que lo hicieran entonces, y no en plena guerra, cuando ya era tarde y cuando su conducta había de romper lindes con la traición?

    Y no fue política de guerra la de los Directorios, porque si abiertamente no se opusieron a ella, hasta el telegrama de 17 de octubre, no quisieron acaudillar francamente el movimiento, y cuando estalló pudo verse que nada, pero absolutamente nada, se había hecho para prepararlo, organizado, dotarlo de recursos y asegurarle buen éxito.

    La política de los Directorios fue de tergiversación e incertidumbre; no adoptaron el camino de la paz o el de la guerra, el uno con resuelta exclusión del otro, y ese fue el origen primero de nuestra perdición. Política vacilante, alternativamente de evolución y de revolución, de elecciones y de conspiración, pacífica hoy, belicosa mañana, irresoluta, en fin, si no torticera, fue sin embargo, en su conjunto, la más adecuada para conducir el Liberalismo a la guerra, porque habiéndolo hecho trajinar todos los caminos reales y todos los atajos de la política -votando por candidatos propios y por los ajenos, absteniéndose de votar, fomentando y reprimiendo las luchas de prensa y las de la tribuna, esperando y desesperando- no procuró al partido, al cabo de cada vereda, sino desaires, afrentas, decepciones, burlas y violencias; de donde, por eliminación, vino a convencerse de que no le quedaba más recurso que empuñar las armas.

    A los jefes y a quienes los apoyaron suponiéndolos adversos a la guerra, les faltó penetración para prever que, en esas circunstancias, la guerra venía, y que de no oponerse abiertamente a ella, lo mejor era embarcarse en la corriente general y dirigirla desde Bogotá, para evitar que cayera en manos de conductores locales incapaces.

    Mirando los sucesos a la luz de la experiencia, bien puede hoy decirse que así como estaban en lo cierto los que durante los años de 98 y 99 pedían la reorganización liberal, puesto que al fin vino, y que a quienes la combatieron y retardaron por dos años, les cabe culpa en que el Partido se lanzara a la lucha en desorden; asimismo, erraron los adversarios de la guerra, puesto que al fin vino también, aunque mal preparada y en condiciones desventajosas, a causa de la resistencia que imprevisoramente se le opuso.

    VIII

    Desconfiando de que cartas y telegramas fueran ineficaces para mover el ánimo tozudo del Dr. Villar, admitió el general Uribe comisión del general Vargas Santos para ir a aquél, llevando comunicaciones de éste, con el fin de obtener el ansiado aplazamiento de la guerra. Eso es lo que significa el sigo Bucaramanga, de uno de los partes que dejamos copiados.

    Es que el general Uribe había llegado al coronamiento de su obra de lógica y verdad, inspirada en el más puro amor a su Causa. Había obtenido del general Vargas la promesa de hacerse cargo de la Dirección, de organizar el partido para la guerra, y de encabezarla cuando todo estuviera listo.

    Vargas regresaba al Llano para poner en orden sus negocios y venir a establecerse en Bucaramanga, donde tomaría las riendas del gobierno liberal. Fue cosa convenida que la campaña no se abriría en lo restante del año, pero sí antes de la próxima farsa electoral de mayo siguiente. Mientras tanto, se arreglaría el plan y se allegarían elementos.

    Todo fracasó. El 18 de octubre por la tarde bajaba el general Uribe del páramo de Juan Rodríguez, por la pica de La Florida, para llegar esa noche a Bucaramanga, cuando supo que el movimiento se había iniciado el día anterior.

    El siguiente párrafo del Manifiesto que expidió el general Vargas en diciembre de 1902, después de la entrega del general Herrera en Panamá, confirma el relato que precede, aunque sus últimas líneas, si se refieren al general Uribe, contienen una injusticia rayana en inconsciencia:

    La conferencia de la Salina de Chita, a mediados de octubre de 1899, fue bien concreta y explícita: se convino allí en suspender todo movimiento armado hasta que se organizara el Partido militarmente, trabajo que debía ejecutarse en seguida. Con cuánto dolor y sorpresa supe días después que la guerra había estallado, y que las promesas de los promotores de aquel impaciente movimiento fueron meras palabras engañosas.

    IX

    Léase ahora el siguiente documento:

    "Los suscritos liberales, convencidos de que el restablecimiento de la república no se obtendrá sino por medio de la guerra, prometemos solemnemente levantarnos en armas contra el gobierno actual, en la fecha exacta que fije el director del partido en Santander, y obedeceremos las instrucciones precisas que dicho Director nos comunique.

    El director, a su turno, se compromete a no dar la orden de alzamiento sin tener en su poder los documentos comprobantes de que un número suficiente, por su cuantía y responsabilidad, de Jefes liberales, secundará el movimiento en la mayor parte de la República; contando también con que pondrá en juego todos los elementos que permitan los recursos de que disponga la Dirección del Partido en Santander.

    En este compromiso empeñamos el honor militar y personal de cada uno de los firmantes.

    Bucaramanga, febrero 12 de 1899.

    El Director del Partido en Santander,

    Paulo E. Villar

    José María Ruiz, Rafael Uribe Oribe, Ramón Neira N., Marco A. Wilches, Zenón Figueredo, Ignacio V. Espinosa, J. M. Phillips, Rogerio López, Justo L. Durán, Eduardo Pradilla Fráser, J. F. Gómez Pinzón, Rodolfo Rueda, Francisco Albornoz, Alberto Díaz Gómez, Carlos fosé Gómez, Félix Antonio Alfonso, Pedro P. Sánchez, Luis F. Ulloa, Adán Franco, f. E, Muñoz, Antonio Suárez M., Arcadio Barrero A., Teodoro Pedrosa, Fabio Castillo, Marco A. Herrera, Ramón María Paz, &c. &c. &c."

    Como se ve, el compromiso era recíproco: los Jefes obedecerían las instrucciones del Dr. Villar para levantarse en armas; pero el Dr. Villar no daría la orden de alzamiento sino cuando hubiera llenado dos requisitos: 1°, poseer la prueba escrita de que los Jefes más importantes secundarían el movimiento en todo el país; y 2°, haber invertido en elementos de guerra los recursos de que disponía.

    Es decir, que no se lanzaría a la lucha sino cuando estuviese seguro de que sería general y de que disponía de suficientes fusiles y pertrechos, inmediatamente utilizables, o listos a ser puestos en mano. Probablemente el Dr. Villar no podrá mostrar que, cuando se exhibió inexorable en su negativa de aplazamiento, era porque había cumplido con aquello a que se había obligado.

    Para la fecha en que el general Uribe suscribió el pacto en Bogotá, aún no se había separado de la Dirección el Dr. Parra, y se veía remota la contingencia de poner al frente del partido un jefe que de veras quisiese conducirlo a la reivindicación armada.

    Así se explica el voto de confianza otorgado a un jefe departamental, voto que, por lo demás, estaba bien condicionado, como acaba de verse, y que en el foro interno del general Uribe no tenía más valor que el de un estímulo para el trabajo.

    X

    La base del movimiento en Santander consistía en apoderarse de Bucaramanga, por medio de un golpe de mano. La Revolución empezó mal desde que no se cumplió esa promesa, puesto que su primer descalabro considerable lo ocasionó precisamente la necesidad de poseer esa plaza. Ni siquiera se aseguró a Piedecuesta, por donde los pronunciados pasaron de largo a establecerse en La Mesa de Los Santos.

    Creyéndolos en Piedecuesta, torció allá su camino el general Uribe; pero al saber que el lugar estaba ocupado por el Gobierno, hubo de retroceder, a tiempo que las tropas oficiales procedentes de Pamplona y que temían marchar por los desfiladeros de Tona, se apoderaban de la Mesa de Juan Rodríguez, de suerte que el general quedó sin salida.

    Retenido, además, por una dolencia que le ocasionaran las largas marchas por los páramos, permaneció algunos días en el paraje de La Vega, lo que le permitió estar a la expectativa sobre el éxito del movimiento. Creíalo abortado, por su anticipación de tres días y por no haber podido apoderarse de Bucaramanga.

    Pero desde el punto que corrió sangre liberal en los desgraciados encuentros de Piedecuesta y Punta del Llano, resolvió incorporarse en las filas revolucionarias, aprovechando la ocasión en que una vía le quedó despejada. Para, otros, la derrota habría sido la señal de la abstención; el general Uribe no habría ido al campamento insurrecto si allí hubiesen estado resonando las dianas de la buena fortuna.

    XI

    Como en 85, como en 95, subordinaba su propio juicio, adverso a la guerra, o por lo menos a la oportunidad y forma en que se acometía, para empeñarse en una intentona sugerida por otros copartidarios, y que creía descabellada; con la adehala de que, donde los iniciadores de la empresa la abandonaban por sus malos resultados, el general Uribe la tomaba sobre sí, por pundonor, y la llevaba adelante y más lejos que nadie.

    A la hora de deliberar, hizo oír lo que estimaba como la voz de la razón, y procuró pesar en la resolución que se adoptara. A la hora de obrar, renunció al libre examen para entregarse de lleno a la acción.

    Acaso sea ese un concepto falso o exagerado de la disciplina política, pero a falta de mejor regla de conducta colectiva, a ésa se atiene el general Uribe como miembro de una comunidad. No se entra a formar parte de ellas para hacer a todo trance la propia voluntad.

    El que no quiera obedecer a impulso ajeno, sino reservarse mero mixto imperio sobre su pensamiento y sobre sus actos, que no se afilie en ningún partido, secta o religión, ni admita el bautizo de sus opiniones o creencias con los nombres que esos Cuerpos necesitan emplear.

    Pero desde el momento en que toma puesto en filas, renuncia de hecho a una parte e su libertad, así de juicio como de movimiento; de lo contrario, sería imposible realizar los fines que, por estar fuera del alcance individual, son del exclusivo resorte de la fuerza que se forma por la unión y se retempla por la organización de distintas voluntades.

    No siendo la verdad y el error fáciles de discriminar, sobre todo en materias de hecho, es imposible admitir la solidaridad únicamente en el acierto y las ventajas, reservándose hurtar el cuerpo con respecto a los yerros y sus penosas consecuencias. Hay que sujetarse al destino común, bueno o malo.

    Todos los partidos del mundo, y en especial los hispanoamericanos, que más tienen de tribus que de colectividades políticas a la moderna, están en su derecho para rechazar como inadmisible y para calificar con los términos más duros de su vocabulario, la pretensión que adelantan algunos de sus miembros a erigirse en jueces, a eximirse de las responsabilidades generales, a delimitar por sí mismos la esfera de sus derechos, restringiendo la de sus obligaciones, y a refugiarse en Ja torre ebúrnea de un aislamiento magistral, cuando la masa del partido toma un rumbo que les desplace o que son incapaces de seguir, llegando hasta querer elevar a principio o regla abstracta las inclinaciones de su temperamento, inclusive su interés, su pasión o su cobardía.

    ¡Miserable satisfacción de orgullo y de egoísmo la del que viendo zarpar a sus hermanos con mar de leva y en barco inseguro, rehúsa acompañarlos, los mira luégo al canto de hundirse, en lucha contra los desencadenados elementos, y les amarga su suerte gritándoles desde la ribera: ¿No se lo predije? ¡Cúlpense a sí mismos! y se frota alegremente las manos porque el cumplimiento de su vaticinio lo acredita de previsor, al propio tiempo que le procura la salvación personal!

    Por su parte, el general Uribe ha renunciado siempre a tener razón contra su Partido, y abomina de los políticos que profesan y practican la máxima del Traidor: No embarcarse en nave que pueda irse a pique. Cuando le ha tocado obrar con cordura, cuerdo ha sido como el que más, y cuando le ha tocado calaverearse, se ha tirado al peligro como el más desaforado calvatrueno.

    Porque a escapar solo, ha preferido perderse en compañía de sus hermanos; porque si ellos faltaron, no quiere parecer impecable; porque si erraron, rehúsa sentar plaza de infalible; y porque si se dejaron llevar de un rapto de locura, se deniega a ser el único que conserve lucidez!

    XII

    Mientras tanto, el Directorio provisional de Bogotá publicaba el siguiente telegrama circular, que copiamos de La Crónica, de 17 de octubre:

    "El Directorio del Partido Liberal, convencido de que a los intereses de la Causa Liberal y de la Patria lo que mejor conviene en la presente angustiosa situación de la vida nacional es la conservación de la paz pública; y con la autorización de una respetable Junta de liberales cuyos nombres se expresan a continuación, RESUELVE 1° Aconsejar encarecidamente a sus copartidarios, en nombre de los intereses de la Causa Liberal y de los de la Patria, que conserven actitud pacífica; y Dirigirse a los liberales de toda la República haciéndoles presente que no deben atender más órdenes que las que emanen del actual Directorio, mientras subsista su autoridad y el ejercicio de sus poderes, o sea mientras no sea elegido y posesionado el nuevo Director.

    Medardo Rivas -Juan E. Manrique

    La Junta fue compuesta de los siguientes señores: Diego Mendoza, Lucas Caballero, Celso Rodríguez, Clímaco Iriarte, José M. Quijano W., José Camacho C., Enrique Pérez, Antonio José Iregui, Zoilo Cuéllar, José María Cortés, Simón Araújo, Abel Camacho, Vicente Parra, Lorenzo y Pedro Carlos Manrique, Juan David Herrera, Antonio Vargas Vega, Isidro Barreto, Francisco y Alejo de la Torre, Enrique Silva S., Santiago Ospina A., Miguel Triana, Eladio C. Gutiérrez, José M. Núñez U., Liborio D. Cantillo, Jesús Rozo Ospina, José Ignacio Escobar, Nicolás y Francisco Sáenz, Guillermo Vargas, Roberto Herrera Restrepo, Guillermo Martínez, José Joaquín Liévano, Antonio Suárez M., Santos Acosta, Daniel Aldana, Juan Manuel Rudas y Marco A. Herrera.

    XIII

    Se echa menos al pie de la Resolución, la firma del tercer Director, Dr. José Benito Gaitán, aunque sí apareció en el telegrama transmitido a los Departamentos. Dícese también que no todos los concurrentes a la Junta dieron su voto al dictamen del Directorio. La declaración de éste ha venido a denominarse comúnmente entre los revolucionarios el Telegrama mortal, porque fue como una ducha helada para el ánimo de los liberales, en cuyas filas introdujo el desconcierto en la hora en que más daño causaba.

    Para valuar su influencia desastrosa, basta leer las siguientes respuestas, entre las muchas que el Directorio recibió, y que tomamos de La Crónica, de D. José Camacho C., y de El Diario, de D. Lucas Caballero, números de 18 de octubre:

    Girardot, 17 de octubre

    Juan E. Manrique -Bogotá

    Recibido su importante telegrama. Transmitílo Ibagué.

    Partido Liberal aquí acepta unánime patriótica labor Directorio.

    Guillermo Vila

    Director del Partido Liberal en el Tolima

    Medellín, 17 de octubre

    Juan E. Manrique -Bogotá

    Publiqué, transmití Provincias importantísimos telegramas Directorio, cuyos propósitos secundo sinceramente.

    Fidel Cano

    Director de Antioquia

    Soatá, 17 de Octubre

    Directorio Liberal -Bogotá

    Liberales esta región, Norte, Gutiérrez, mantienen actitud pacífica y no obedecerán otras órdenes que las que emanen de autoridad legítimamente constituida.

    Fortunato Salcedo

    Popayán, octubre 17

    Directorio Liberal -Bogotá

    Paz reinará inalterable Liberalismo Provincia.

    Club

    Málaga, 17 de Octubre

    Directorio Liberal y Sres. Farra, Acosta, Garcés, Rudas, &c. &c.

    Recibido telegrama de ayer. Impuesto. Copartidarios Provincias mantendremos actitud pacífica. Ordenes de ustedes serán severamente cumplidas.

    Virgilio Amado San Juan,

    17 de octubre Rivas, Manrique, Gaitán -Bogotá

    Aquí completa tranquilidad. Liberales de ésta deseamos conservación paz. Cumpliremos únicamente órdenes de ese Directorio.

    Roberto Rubio

    XIV

    Sin esa excitación del Directorio a la inercia, es probable que el Partido se alzara en todas partes, como más tarde lo hizo, entregado a su propia inspiración, y ese levantamiento general, aun mal provisto de elementos, habría paralizado la acción del Gobierno, cuya atención -distraída a un tiempo de todos lados- no le habría permitido concentrarse, llevando sus tropas de un extremo o otro de la república, hasta lograr la supremacía del número.

    Los liberales que nos acusan del mal éxito de la guerra son, pues, los mismos que impidieron que la opinión del Partido fuera unánime en la apelación a las armas, y que a la hora misma en que el movimiento estalló, sembraron la incertidumbre con sus telegramas condenatorios. ¿Cómo pueden erigirse en Jueces los responsables de que la revolución se desgraciara?

    Véanse a continuación algunos pasajes del Manifiesto que la Junta provisional organizadora del Directorio (verdadero nombre de la que después se llamó Directorio a secas), expidió en abril de 1899. Sus autores previeron que la Revolución era inevitable si no se reformaba la ley electoral, y su Manifiesto fue un verdadero grito de guerra. ¿Por qué obraron después en contra de su previsión?

    ¿Por qué no pusieron su voluntad y sus actos en consonancia con su clarividencia de políticos? Si fue porque otros, que no ellos, dispusieron el movimiento, hay que advertir que el Partido se habría sentido feliz en que fuesen ellos quienes lo organizaran, lo encabezaran y lo condujeran a la acción, y que sólo por su renuencia siguió tras otros jefes.

    "Los motivos de malestar social que han venido arruinando la Patria desde hace quince años, subsisten todavía, pues ellos dependen más de los sistemas que de los hombres, más de las instituciones que de los gobernantes, y por eso nos es doloroso anunciar a nuestros conciudadanos que ese malestar no desaparecerá mientras subsista el oprobioso régimen, pues sería ofender el honor de los colombianos pensar que pudieran resignarse a ver destruir la gloriosa obra de nuestros libertadores, sin tratar de evitarlo hasta con el más doloroso sacrificio.

    "La nación tiene sed de paz y de justicia, y el Partido Liberal lamenta el que las desastrosas circunstancias en que la Regeneración ha colocado la República no le permitan corresponder a ese anhelo de los pueblos. La ley electoral vigente es un obstáculo para la paz, que no plugo al Congreso hacer desaparecer; mientras subsista esa ley, el Partido Liberal se considerará privado de la más importante función del ciudadano, y tendrá derecho para declarar que la base fundamental de la República en Colombia es una quimera.

    "Ni los más disciplinados y bien equipados Ejércitos, ni las indefinidas y más cuantiosas emisiones de papel moneda, serán bastantes para mantener la paz en un pueblo altivo y valeroso, como el nuestro, mientras él se sienta privado del más sagrado de sus derechos.

    "Creemos, en efecto, que el orden público no depende ni del Partido Liberal, ni mucho menos de sus Directores, sino de las que se nos gobierna; mientras haya oprimidos, habrá quienes no esquiven sacrificios para derribar a sus opresores.

    "La paz verdadera no podrá reinar en la democracia colombiana mientras no sean capaces los colombianos de darse instituciones verdaderamente nacionales.

    "El Liberalismo tiene horror de la ley electoral vigente, que ya ha servido para burlar sus derechos en las repetidas ocasiones en que su patriotismo y buena fe lo han hecho concurrir a los comicios electorales, fiado en la palabra oficial; y pide a voz en grito que esa ley sea derogada y sustituida por otra que garantice enérgicamente el derecho de sufragio. Uno de los orígenes más evidentes de las desgracias que afligen a Colombia es el de que los pueblos, habiendo perdido la fe en el sufragio, no encuentran otro recurso para hacer pesar su voluntad en los destinos de la Patria, sino los medios violentos. El día en que nuestro pueblo pudiera estar seguro de los beneficios de una buena ley electoral, cesaría este estado de guerra sin batallas en que vivimos, y se arrancaría de raíz todo el germen fecundante de nuestras desastrosas guerras civiles. Solicitamos, pues, en nombre de la sangre colombiana, la derogatoria de la ley electoral vigente y la expedición de otra más conforme con el principio democrático.

    Medardo Rivas -Venancio Rueda

    -Juan E. Manrique"

    XV

    En resumen, ya que el Directorio no aconsejara, como lo hizo el general Marceliano Vélez a sus copartidarios, que siguiese cada cual su propia inspiración, habría sido e agradecérsele que guardara silencio, que no usara de su autoridad, ya caduca, para desautorizar a otros, con tanto derecho como ellos para discernir lo que más convenía a la Causa, y que dejara desarrollar la corriente de los acontecimientos que no había querido encauzar y que era incapaz de contener.

    La neutralidad era lo indicado, pero es patente que con su excitación se puso de parte del enemigo, y asestó a la Revolución naciente un golpe de que nunca después pudo reponerse. ¿Nada decía a sus sentimientos de liberales la concentración de los conservadores al rededor del Gobierno? Cuando -contra lo que era de esperarse- el enemigo histórico se aprestaba, unido y bien armado, para el duelo, ¿era corriente allegarle más probabilidades de triunfo llevando a las filas de los amigos la desunión y el desconcierto?

    Quedó así confirmada esta profecía del folleto Censura de la política liberal, publicado por el general Uribe en noviembre de 1898, un año antes de la guerra y cuatro antes del desastre:

    "Si la historia de lo pasado ha de servir para predecir lo venidero, puede anunciarse que si no se le hace plena justicia (al Partido Liberal), o si no se resigna buenamente a la servidumbre, una vez más prescindirá de Jefes que se obstinan en refrenarlo; una vez más la desesperación lo echará inerme y des organizado a la guerra; una vez más será vencido y despedazado en encuentros parciales, porque sus olímpicos jefes no quisieron disponer un movimiento general; y una vez más querrán justificar con la derrota su absurda política, y se glorificarán, puestos a salvo desde la orilla, del naufragio de una nave que se habría salvado si se embarcan en ella y cogen el timón.

    La responsabilidad que les corresponda nunca podrán descargarla sobre la Comunidad: jamás partido alguno se prestó mejor a ser bien dirigido, pero jamás ninguno lo fue peor. Si su disciplina y sumisión lo han hecho ir por obediencia a donde le repugnaba, ¿con razón cuánto mayor puede afirmarse que habría ido a donde lo inclinaba su gusto?"

    Pero proféticas son también estas otras palabras del mismo folleto, que acaso sirvan de consuelo, aunque insuficiente:

    Lo peor que habría podido sucederle al Liberalismo habría sido ir a dar su sangre generosa en los campos de batalla, para que los beneficiarios del triunfo, o quienes lo hubiesen torcido y malogrado, fuesen estos políticos de altozano, que en ningún caso habrían ido a participar de las fatigas de la campaña, pero que, apellidando civilismo, habrían pretendido arrebatar a los valientes los lauros conquistados.

    Hubo exactitud no sólo en el fondo, sino hasta en los términos del vaticinio; con la sola diferencia de que el apodo civilista no sirvió para el triunfo, sino para nacer más amarga y humillante la desgracia.

    XVI

    Necesitamos repetir que el general Uribe era partidario de la guerra, pero de una guerra corta, para que el bien del cambio político que con el triunfo se efectuara, no quedase igualado ni mucho menos sobrepujado por la magnitud de los sacrificios.

    Y no sólo corta sino fulminante habría sido la guerra, a pesar de la falta de preparación y de los primeros descalabros, si los históricos no se mezclan en la partida.

    Véase la siguiente pieza histórica:

    ACUERDO NÚMERO 3°

    La Junta de Delegados del Partido Conservador

    CONSIDERANDO

    Que en la actualidad no existe vínculo político ninguno entre el Gobierno, que es nacionalista, y el Partido Conservador;

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1