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Campaña de Invasión del Teniente General don Pablo Morillo 1815-1816
Campaña de Invasión del Teniente General don Pablo Morillo 1815-1816
Campaña de Invasión del Teniente General don Pablo Morillo 1815-1816
Libro electrónico294 páginas4 horas

Campaña de Invasión del Teniente General don Pablo Morillo 1815-1816

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La reconquista española de la Capitanía General de Venezuela y el virreinato de la Nueva Granada, comandada por el general español Pablo Morillo, fue uno de los más sangrientos episodios de la guerra de la independencia de Latinoamérica, pues hizo parte del llamado régimen del terror de la corona española sobre sus antiguas colonias en ultramar.

Pablo Morillo era un brillante y experimentado general que combatió contra Napoleón Bonaparte en las guerras europeas. Morillo llegó a Venezuela, para iniciar la recuperación de los tambaleantes dominios españoles en el Nuevo Mundo, con la orden específica del rey Fernando VII de actuar con diplomacia y sentido humanitario, pero una sangrienta maniobra de engaño realizada por rebeldes tropas venezolanas comandadas por Juan Bautista Arismendi en Isla Margarita, desató la ira y la venganza de Pablo Morillo, quien arrasó literalmente la resistencia venezolana y se dirigió hacia la Nueva Granada a continuar la barbarie que caracterizó la breve reconquista de los territorios que desde 1810, se habían independizado del dominio de la Corona.

El dantesco sitio a la ciudad amurallada de Cartagena en la Nueva Granada, dirigido por los españoles Pablo Morillo y Pascual Enrile es un episodio de la historia colombiana y universal que aún no ha sido tratado en su verdadera dimensión.

Leer esta obra es hacer un recorrido por la historia de Colombia y en general de Latinoamerica, reconocer los valores etnográficos y el valor de una raza indómita que no se doblegó frente al drama de la violencia y la supresión de alimentos, impuesta por los sitiadores.

Campaña de Invasión del Teniente General don Pablo Morillo (1815-1816) publicado en 1919 por el mayor Jorge Mercado del Ejército colombiano y reimpreso en 1963 por las Fuerzas Militares de Colombia, es un documento de alto valor histórico, referente para lectores del público en general, y un importante referente bibliográfico para los historiadores del futuro.

Es una verdadera joya de la literatura histórica colombiana, que le editor recomienda a ojo cerrado a los lectores.

Debido a la escasa literatura seria, documentada, investigativa y soportada, referente a esta dramática etapa de la historia de Colombia y Venezuela, hemos decidido reimprimir esta obra, que con absoluta certeza será de gran valor cultural, informativo y académico para quien desee conocer mas acerca de la formación política, social, económica y militar de Latinoamérica.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 feb 2018
ISBN9781370546091
Campaña de Invasión del Teniente General don Pablo Morillo 1815-1816
Autor

Jorge Mercado

Jorge Mercado fue un autodidacta militar colombiano, nacido a finales del siglo XIX y fallecido a mediados del siglo XX. A su brillante carrera como oficial de Estado Mayor, Mercado agregó a su hoja de vida un profundo conocimiento de la historia militar y el arte de la guerra, dentro de lo que se conocía en las academias militares colombianas de su época. Su contribución a la historia colombiana es fuente bibliográfica de referencia para los centros educativos de mayor nivel académico , enfatizados en los estudios de la historia política, social y militar de Colombia.

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    Campaña de Invasión del Teniente General don Pablo Morillo 1815-1816 - Jorge Mercado

    ADVERTENCIAS

    El estudio de la historia militar nacional ofrécenos el mejor y más fértil y agradable campo de instrucción a los oficiales de un ejército, ora porque los principios fundamentales para la conducción de la guerra permanecen los mismos, a pesar de la influencia de los elementos morales y de los progresos alcanzados en los armamentos y en la técnica militar, ora porque es natural que con más gusto y provecho busquemos preferentemente en la historia de nuestra propia nacionalidad aquellos fundamentos de saber que han de ponernos en capacidad de defenderla.

    Las excitaciones hechas por el señor general Jefe de Estado Mayor General, por medio de circulares y órdenes especiales y el concurso abierto por la Academia Nacional de Historia, nos han estimulado a muchos de los oficiales en servicio activo, a tratar de escribir algunos hechos de nuestra guerra de independencia.

    Hemos emprendido la tarea con amor y con fe, pero debemos confesarlo ─y por mi parte lo hago con ruda franqueza de soldado─ sin estar preparados para escribir historia militar, porque nos faltan escuela y materiales.

    En el memorándum para la ejecución de los trabajos de. Estado Mayor, redactado por el coronel don Francisco J. Díaz, fundador entre nosotros de aquel instituto de acuerdo con las tendencias y necesidades modernas, propónese como patrón de redacción de historia militar la monumental obra del estado mayor prusiano sobre la guerra de 1870.

    Concede el citado oficial que si las condiciones no permiten llevar a cabo un trabajo igual a aquél, se adopten como modelos otros dados a luz por el mismo instituto prusiano, por ejemplo la monografía sobre la guerra surafricana publicada en dos tomos.

    Dejando de lado nuestra superficial preparación científica militar, para acercarnos siquiera a tales modelos nos hacen falta numerosos ele-mentos. En primer lugar, jamás estamos sobrados de tiempo para explorar archivos y bibliotecas. Por más que acoplemos juiciosamente las exigencias del servicio con las aficiones de estudio, al último le quedan menos ratos y siempre en horas en que archivos y bibliotecas están cerrados para el público.

    En segundo lugar, el investigador que transite por los campos de nuestra historia nacional se verá a cada momento detenido por infranqueables lagunas y se perderá muchas veces en caóticos jarales. Además, si

    no se tiene práctica, malgástase el tiempo en copiar documentos que ignorábamos anduvieran publicados en libros al alcance de la mano; en revisar prolija y detenidamente colecciones extensas y difusas para extraer datos que a última hora resultan muy manoseados o impertinentes, cuando no falsos o contradictorios; en cotejar relaciones imperfectamente documentadas, las más de las veces escritas con estrecho criterio y con apasionamiento propicios a extraviar la inteligencia y el corazón del lector.

    Más no son estos los principales obstáculos: nos hacen falta documentos señalados para la redacción de historia militar para convencernos de que ni nuestro entusiasmo, ni nuestra actividad, ni nuestra paciencia pueden ponernos en condiciones de escribir medianamente la historia militar nacional. Tales fundamentos son:

    1°. Los diarios de guerra que deben ser llevados en campaña por cada cuerpo de tropas o unidad de mando.

    2° Las relaciones de combate, incluso listas de pérdidas, gastos de municiones, etc.

    3° Reconocimientos propios hechos por oficiales bien preparados con el fin de averiguar hechos históricos, levantar planos de campo de batalla, etc., y

    4° Las noticias contenidas en la prensa o estudios históricos hechos por particulares.

    ***

    Se nos dio como tema para este trabajo la campaña de invasión realizada por el ejército expedicionario, que a las órdenes del teniente general don Pablo Morillo llevó a cabo la reconquista de la Nueva Grana-da.

    Esta campaña, infausta para las armas de la república, es sumamente fecunda en enseñanzas militares. Demuestra, como ninguna, la influencia que en la guerra tienen la personalidad del jefe y el espíritu de la tropa; que sólo la firme voluntad de vencer puede conducir al éxito; que cuando se espera tener noticias y elementos suficientes para dominar con claridad y sobreseguro una situación de guerra, se cae en la inactividad y se va a la derrota; que cuanto más difícil Y enmarañado sea el orden de cosas existente, tanto más firmeza debe haber en las resoluciones Y energía en los procedimientos; que como dijo Molke:

    ─Al que obra con rapidez, por sorpresa Y con vigor le toca la mayor parte de las ventajas que se le escapan al que espera"; que no deben evitarse los peligros ni aun las crisis cuando se quiere alcanzar un gran objetivo; y, para no extendernos más, que el elemento moral es la base del éxito en la guerra─

    Indican en las escuelas militares prusianas que los ejemplos de la historia militar se utilicen especialmente para demostrar la importancia de las fuerzas morales en la guerra. Y pocos ejemplos habrá en la historia de las naciones que demuestren de manera tan patente el valor de esas fuerzas como los que se desprenden del todo Y de las partes de la campaña que, designaron para nuestro estudio.

    ***

    Enseña Woide que los hechos de la historia militar tienen poca relación con las personas Y que en ella hay que ver más la aplicación de los principios militares de la época que la influencia particular de ciertas personalidades. Aceptamos el precepto para la redacción de nuestro trabajo pero tratando de acordarlo con la idea de que para cumplir nuestro encargo de educar ciudadanos, debemos mantener vivo en nuestros corazones el culto por los hombres que lo sacrificaron todo para darnos patria Y libertad, porque sin ese culto nos será imposible infundir en nuestros soldados el amor a la tierra en que nacimos y a la que debemos estar prontos a defender siguiendo el buen ejemplo de nuestros mayores.

    Hay también quien prescribe que en la redacción de la historia militar se limite el escritor a lo más importante para el objeto que quiere demostrar, prescindiendo de detalles. Así hemos procurado hacerlo, pero armonizando esta doctrina con nuestra creencia de que para la crítica histórica moderna no hay detalle, por nimio que parezca, del cual no pueda sacar provecho el investigador inteligente.

    Contemplando con detenimiento y dándole todo su alcance al precepto anterior, echamos de ver el consejo de que se escriba con seca redacción militar. Laudable consejo que ha de alejarnos de aquella pirotecnia retórica, tan de uso cuando se abordan temas patrióticos, del elogio hiperbólico y de la falsa erudición pedantesca en que tan fácilmente caemos en nuestros primeros ensayos literarios, pero que de ninguna manera puede ir reñido con el mandamiento pedagógico de enseñar deleitando, ni con la doctrina de que debe exponerse la verdad en forma amable, para que no resulte Fría y defectuosa y lleve al hastío, hermano inseparable del desprecio.

    Hemos procurado ser muy parcos en el comento de los hechos narrados, por el temor de que nuestros conceptos puedan contribuir a perturbar el criterio de quienes utilicen nuestros trabajo para mejorar sus conocimientos, y porque creemos que en la historia militar no debe encontrar el estudiante sino la verdad documentada para que con profunda meditación y ánimo sereno y sin seguir a ciegas ninguna escala ni a ningunas autoridades, saque por sí mismo los elementos que necesite para su perfeccionamiento profesional.

    INTRODUCCION

    Parecería innecesario prologar la nueva edición de esta obra cuan-do tan explicado está el objetivo en sus advertencias de la primera publicación y que se reproducen intactas como un tributo de admiración al autor, pero creemos conveniente hacer algunas consideraciones, después de 43 años, cuando el tiempo ha ido valorando aún más los acontecimientos allí relatados.

    Confesaba el autor al iniciar este trabajo su incertidumbre para realizarlo con fortuna por la escasez de documentos y fuentes de informa-ción suficientes que complementarán su voluntad de acción.

    No obstante, su esfuerzo le permitió reunir un documental histórico de valor singular cuya importancia quiere el Comando del Ejército destacar hoy al editarlo nuevamente con destino a sus diversas unidades militares.

    Dentro de la campaña cultural que el comando lleva adelantada entre sus oficiales y soldados con la edición de obras relacionadas con la técnica en sus diferentes cuerpos de tropa, muchas de ellas tomadas de las que la experiencia ha creado en la formación de los ejércitos, en acciones de guerra de otros países más adelantados y en distintas épocas; sin descuidar los últimos avances en la materia, espera encontrar para las fuerzas bajo su dirección una valiosa ayuda en la preparación que reciben para un cabal cumplimiento de la misión ante la república.

    Pero entiende que esta técnica ha de estar complementada con una formación social que mantenga firme el lazo de unión con la parte civil, ambos inconmovibles basamentos de la dignidad nacional.

    A la creencia generalizada en el público, de que la vida en los cuarteles origina un antagonismo con los diversos grupos de la sociedad civil, hay que oponer el concepto de que si unidos han podido mantener, con lamentables pero superadas excepciones, intacta la herencia dignificada por héroes y mártires en ambos campos, así pueden continuar obrando por la suerte y la honra de la nación en tiempos normales, alternando en su noble servicio, la estampa del simple ciudadano con el modesto uniforme del soldado, la toga del magistrado con las estrellas de la jerarquía militar.

    En el desarrollo de estos empeños juega un papel muy importante el conocimiento de nuestra historia política y guerrera. Al traer en esta obra nuevamente el recuerdo de hechos tan fundamentales ocurridos en la gesta emancipadora, que refrescan en las viejas promociones la emoción de glorias pasadas, mantienen en las actuales vivo el culto a los libertadores y un ánimo resuelto, y que servirá a las futuras para conservar y acrecentar la gloriosa tradición, tanto como para obrar, llegado el caso, con el mismo denuedo, sin temor tampoco al sacrificio; surge el deseo de hacer, en el campo que a las Fuerzas Armadas corresponde, un breve análisis comparativo de su acción entre las diversas etapas cumplidas en la vida independiente del país, para concluir con la esperanza cierta de un futuro digno del honroso pasado, porque si los medios de lucha fueron y serán diferentes, siempre habrá una comunidad de sentimientos, una igual emoción forjadora de grandeza.

    Las murallas de Cartagena y sus calles salpicadas de heroísmo son testigos todavía de la resistencia legendaria en donde la alimentación heterogénea de los cañones contrastaba con la de ratas y caballos para los héroes sitiados y donde el guerrero moribundo por las heridas o por el hambre aceptó la muerte pero no la rendición.

    Hace tiempo fueron los inconformes con la tiranía los ansiosos de libertad que devolvieron con la rebeldía armada y decidida contra el opresor, la bofetada recibida en la mejilla del criollo.

    Más tarde, cuando la invasión de Morillo y con medios todavía primitivos, cuánto ardor y cuánta valentía en mil combates dolorosamente infortunados ante la pericia del Pacificador, su certero plan de ataque, su tropa aguerrida y su ansia de total eliminación republicana, pues la sangre que dejó de correr en los campos de guerra continuó su cauce glorioso en los cadalsos.

    Y el epílogo sublime de esta lucha heroica en los desfiladeros de la Cuchilla del Tambo y La Plata, donde el último puñado de valientes entregó su vida combatiendo porque no quiso sobrevivir sin libertad.

    Precisamente la Campaña Libertadora, sellada en la Batalla de Boyacá en 1819 y en cuyo homenaje se escribió esta obra, no fue otra cosa que un holocausto permanente.

    No han faltado los conflictos internacionales, pero tampoco faltó en ellos la hazaña sublime del soldado que se lanza sobre el cañón enemigo para silenciarlo.

    Y más reciente está la acción en Corea en donde para respaldar la palabra empeñada por el gobierno civil, se cruzan los mares y por entre el fragor de la lucha moderna se escala la posición enemiga y se planta la bandera en la colina lejana.

    Fueron muy diferentes las épocas, diversos los medios de lucha y ahora se adelantan los estudios de los nuevos sistemas. Lo que sí es permanente, lo que no han alterado ni el tiempo ni las circunstancias es el espíritu de patriotismo del soldado colombiano, que se ha querido exaltar en estas palabras iniciales para orgullo de la carrera militar cuando se vive con la mística de un culto superior, semejante al rendido en el campo religioso, pues si el sacerdote oficia en el altar de Dios, el soldado lo hace en el altar de la Patria.

    Capítulo I

    SITUACION SOCIAL, POLITICA Y MILITAR DE LA NUEVA GRANADA A TIEMPO DE VERIFICARSE LA INVASION

    Campo propicio al desarrollo de la operación militar que nos pro-ponemos estudiar en esta monografía, era la Nueva Granada en aquellos tiempos aciagos. Una forma de gobierno inconveniente, una administra-ción impotente y pusilánime, descontento y cansancio en todas las capas sociales, pasiones políticas exaltadas hasta la intolerancia, carencia de dineros y de elementos, un ejército empobrecido y anarquizado, y por sobre todo la desilusión, la desesperanza, la fe perdida, algo así como anemia voraz y vehemente consumiendo al recién nacido y endeble organismo nacional.

    La trasplantación del sistema federativo de la América del Norte tenía que dar los peores resultados porque no consultaba la falta de educación del pueblo granadino para la vida libre, los defectos capitales de la raza, ni el aspecto geográfico del país.

    No se desprenden así no más los hábitos de esclavitud, ni se apagan del primer soplo los fuegos que por tantas centurias alimentaron el fanatismo y la superstición, el orgullo altanero y el servilismo degradante. La unión entre los pueblos era, por otra parte, poco menos que una palabra hueca.

    El cacicazgo y el regionalismo adelgazaban hasta la sutileza los lazos que debían ligar las diferentes provincias entre sí, lazos que en razón a la heterogénea formación étnica, a las enormes distancias entre los centros poblados, a la falta de vías y medios de comunicación, semejaban de por sí hilos de caucho estirados hasta no ofrecer resistencia, próximos a romperse al embate de los odios y mezquindades de la política parroquial.

    Este error de adopción, palpado en la práctica, originaba remedios perjudiciales a la salud general de la república.

    En algunas provincias se echó mano del expediente de fortificar los gobiernos suspendiendo parcial o totalmente las constituciones elegidas e invistiendo a los gobernantes con el carácter de dictadores, sin sujeción a ninguna autoridad humana y sin otra responsabilidad que a Dios.

    Consecuencialmente la tiranía y la arbitrariedad sentaban sus reales y la lucha para restaurar a su prístino vigor el sistema constitucional implantado, daba margen a las conspiraciones y revueltas en que tan miserablemente se despilfarraban las fuerzas de defensa nacional.

    En tan anormal estado de cosas, maldita la falta que hacían aquellas superiores energías, aquellas cualidades de mando que exhibieron algunos de los presidentes de las Provincias Unidas. Impotentes para hacerse obedecer a centenares de leguas, encadenados por las circunstancias, sus providencias siempre contrariadas sólo servían para aumentar la confusión y el escándalo, para hacer más cruel y amarga la desesperación de los clarividentes y para avivar la solapada hostilidad de los muchos que suspiraban por la vuelta del régimen colonial.

    La república vacilaba como un edificio resquebrajado sin que el gobierno general pudiera hacer gran cosa para evitar la catástrofe. Las peticiones de contingentes y de recursos no eran atendidas en las provincias; se ahogaban en el rutinario papeleo a que desgraciadamente son tan afectos los pueblos de la raza latina; cuando más se traducían, después de fatigosas diligencias, en misérrimos recursos que no tenían ni el mérito de la oportunidad.

    Con la unión de Cundinamarca a las demás provincias, conseguida merced a una medida violenta, el país concibió un rayo de esperanza. Desdichadamente el encono de las pasiones políticas se conservaba latente. Bajo un velo de ilusorio acercamiento se retorcía y se agitaba el rencor. Las luchas intestinas además de empobrecer el país mataban en flor en muchos corazones el amor al sistema de gobierno implantado.

    El resentimiento de las medidas aconsejadas por la necesidad, ahuyentó muchas voluntades e hizo posible para la causa monárquica el recobro de quienes después, para alardear de arrepentimiento por extravíos pasados, habían de desplegar un celo que no pocas veces echó por los atajos de la delación y de la crueldad.

    Mientras en las clases dirigentes el desfallecimiento y la defección tomaban proporciones pavorosas, en la masa del pueblo las contribuciones y las levas hacían no vanas sino odiosas las palabras soberanía e independencia. El pueblo desprovisto de instrucción y de espíritu de examen y hábilmente alucinado por los agentes del despotismo, prevalidos aviesamente de la cuestión religiosa, sólo veía en la transformación política una calamidad que asolaba los hogares y acrecentaba la pobreza, algo así como el justo castigo de la providencia por la rebeldía contra un gobierno de origen divino.

    Defraudadas las codiciosas esperanzas del principio en un mejoramiento radical de fortuna, en una milagrosa mudanza a medida de las necesidades de cada cual, efectuada al conjuro de la palabra libertad, miraba con horror o con desprecio la causa de la emancipación y ni podía ni quería hacer sacrificios de ninguna especie. La animadversión contra los dirigentes, convertida en una hostilidad sorda y huraña, se hizo patente en muchos pueblos al paso del ejército español. Los habitantes de Girón, organizándose militarmente en pocas horas para contribuir a la persecución de las tropas republicanas derrotadas por Calzada, son uno de los muchos ejemplos que corroboran nuestro aserto.

    Para colmo de males faltaba la fuerza motriz de toda empresa; las arcas nacionales estaban exhaustas, el dinero no parecía por ninguna parte. Los empréstitos forzosos con que se pretendió remediar la insensata abolición de las antiguas contribuciones sin sustituirlas por otros recursos rentísticos, no producían sino muy pobres resultados y en cambio contribuían a enardecer a los malcontentos y transformaban no ya en desabridas patrañas, sino en abominables y fatídicas desgracias las promesas del principio.

    Como tersa y bruñida lámina de acero el ejército reflejaba fielmente la anárquica situación del país. Vientos impropicios lo habían desparramado por la dilatada extensión territorial y en grupos más o menos numerosos, ofrecía el aspecto de hordas famélicas en que las enfermedades, la desnudez y la miseria abrían cada día más grandes claros.

    En la marcha acelerada que con tropas acostumbradas a los ardientes climas de Venezuela ejecutó el general Urdaneta, desde Cúcuta hasta Santafé, para obligar a Cundinamarca a entrar por la fuerza en la confederación, los soldados literalmente desnudos desertaban por partidas para huir de la intemperie. Las tropas de Popayán también desertaban por compañías enteras, y las pocas que no lo hacían se morían de hambre y desnudez.

    La lejanía del poder central que pretendía conservar en su mano la dirección de las empresas militares interviniendo neciamente en pormenores y detalles de ejecución y las veleidades de los gobernadores de provincias que so pretexto de las atribuciones militares conferidas por el congreso obraban con independencia absoluta de la autoridad nacional, determinaba en las partidas desequilibrados impulsos e inconexas direcciones hasta disolverlas en un caos funesto para la seguridad de la república.

    Cuando las tropas de Calzada penetran en la provincia de Tunja, su gobernador levanta fuerzas suficientes para oponer resistencia, pero como el gobierno general envió al coronel Serviez a encargarse del mando de las fuerzas de la provincia, se produce una larga discusión sobre si éste puede mandar tropas que no pertenecen al ejército regular, y entre tanto el enemigo se aleja tranquilamente.

    Los perniciosos efectos de la política partidarista en el ejército corrompieron la disciplina hasta el punto de que jefes superiores como el coronel Manuel Castillo cegados por odios personales y bastardas ambiciones hicieron imposible con su desobediencia empresas que como la de rendir a Santa Marta, confiada al Libertador a raíz de la capitulación de Santafé, ofrecían esperanzas de éxito. Y todavía se dejan arrastrar más allá, hasta desatar sobre la patria moribunda el terrible flagelo de la guerra civil.

    Las deserciones en masa, la desobediencia a las órdenes superiores, los execrables asesinatos de prisioneros inermes ejecutados con pueriles pretextos por orden de oficiales de las tropas de Urdaneta en la provincia de Tunja y por las tropas de Bolívar en la de Honda, la depredación de la propiedad civil, la denegación de auxilios de unas fracciones a las otras, las marchas vagarosas y sin objeto, y cien cosas más, nos muestran al ejército republicano muy parecido a las mesnadas desordenadas y violentas de los tiempos bárbaros.

    Tratándose de un estudio de carácter especial, es indispensable analizar el estado militar de la Nueva Granada, hasta en sus menores detalles, y para ello nos valemos de los escritos y documentos de la época.

    Organización del ejército republicano. Dependencia

    Entre las atribuciones conferidas por el congreso al gobierno general o poder ejecutivo de las provincias unidas de la Nueva Granada, desde octubre de 1814, figuraba como principalísima la de ser el jefe supremo de las fuerzas de mar y tierra, para que en tal calidad pudiera

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