Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Laureano Gómez Biografía Crítica
Laureano Gómez Biografía Crítica
Laureano Gómez Biografía Crítica
Libro electrónico317 páginas9 horas

Laureano Gómez Biografía Crítica

Calificación: 5 de 5 estrellas

5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Laureano Gómez llegaría al capitolio acompañado del magistrado Pedro Alejo Rodríguez y no se posesionaría ante el congreso en pleno, de acuerdo con la usanza democrática, sino ante los magistrados de la Corte Suprema y del Consejo de Estado, como quiera que el presidente Ospina había decretado el estado de sitio y cerrado el congreso y como consecuencia de ello, la posesión debía surtirse ante las cortes.
Debió sentirse un poco raro de no ver a sus colegas parlamentarios sentados en sus curules para presenciar el ascenso a la Presidencia, que coronaba una carrera política ya lo suficientemente larga.
Y llegaba en precarias condiciones físicas, mermado por un vendaval de pasiones que había exigido más de la cuenta su organismo.
Estaba en los sesenta años de su vida, con el pelo cano.
Sin embargo, se mantenía enhiesto, con su amplia banda presidencial cruzada en el pecho, enfundado en su frac y cargando bastón, como era usual en esa época.
Tal vez fue el último presidente elegido popularmente que llegaba vestido de frac, pues el siguiente lo haría con uniforme militar y luego Alberto Lleras acabaría con esa tradición, posesionándose con vestido de calle.
Su discurso de posesión no podía ser concebido en otra forma que como lo hizo, moviéndose dentro de conceptos metafísicos, poniendo por delante los principios y en un segundo lugar su programa de gobierno.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 dic 2020
ISBN9781005845827
Laureano Gómez Biografía Crítica
Autor

Raúl Pacheco Blanco

Escritor, abogado e historiador colombiano.

Relacionado con Laureano Gómez Biografía Crítica

Libros electrónicos relacionados

Biografías de figuras políticas para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Laureano Gómez Biografía Crítica

Calificación: 5 de 5 estrellas
5/5

1 clasificación0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Laureano Gómez Biografía Crítica - Raúl Pacheco Blanco

    Biografía crítica

    Raúl Pacheco Blanco

    Laureano Gómez Biografía crítica

    Colección Presidentes de Colombia N° 13

    © Raúl Pacheco Blanco

    Primera edición 2019

    Reimpresión diciembre de 2020

    El Libro Total

    ISBN 9781005845827

    Smashwords Inc

    Sin que preexista autorización escrita del autor y el editor, queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio de comercio literario. Hecho el depósito legal en Colombia. Todos los derechos reservados.

    Laureano Gómez Biografía crítica

    Capítulo 1 Los primeros tiempos Su origen ocañero

    Capítulo 2 Sus primeros años

    Capítulo 3 Su iniciación en el periodismo

    Capítulo 4 Nacionalistas e históricos

    Capítulo 5 Gómez y el señor Suárez

    Capítulo 6 Aparecen Los Leopardos

    Capítulo 7 Laureano Gómez el conferencista

    Capítulo 8 El romanismo ante Gómez

    Capítulo 9 La siniestra amistad

    Capítulo 10 La división liberal: Turbay y Gaitán

    Capítulo 11 El gobierno de Ospina

    Capítulo 12 Gómez en el poder

    Capítulo 13 La Reforma Constitucional

    Capítulo 14 El pensamiento de Gómez

    Capítulo 15 Gómez y el Mariscal Alzate

    Capítulo 16 El golpe de Estado

    Capítulo 17 En el salón de los virreyes

    Capítulo 18 El Frente Nacional

    Bibliografía

    Capítulo I

    Los primeros tiempos. Su origen ocañero

    El departamento Norte de Santander no tiene una composición étnica y cultural homogénea. Aparecen tres regiones de muy marcada diferencia, como es el caso de Cúcuta, su capital, Pamplona y Ocaña.

    Los cucuteños descienden de los indios motilones, una tribu guerrera, de coloración morena y baja estatura, mientras los pamploneses vienen de los indios chitareros y los ocañeros de los hacaritamas, ya muy ligados con los caribes. (Gutiérrez Fulgencio, pág. 30), Orlando Pacheco, edición particular sin paginación).

    Cúcuta ha sido denominada como una ciudad binacional, por el hecho de ser puerto terrestre y cuya vida comercial se nutre completamente de la clientela venezolana.

    Pamplona en cambio, es la ciudad de la cultura, de la educación, con una tradición de muchos años, primero con sus colegios y ahora con su universidad, que es más importante que las universidades cucuteñas.

    Pero el pamplonés es muy diferente de los ocañeros y de los cucuteños. El pamplonés, dadas sus tradiciones y de haber sido prácticamente la matriz del oriente colombiano, junto con el Socorro en Santander, tiene unos modales y unas costumbres que los acercan un tanto a los cachacos bogotanos, dentro de una cortesía de tierra fría.

    Su población es mestiza, de temperamento reposado, muy inclinado a las actividades intelectuales.

    Los cucuteños en cambio, son más belicosos, de textura morena, baja estatura y con una fuerte vocación comercial.

    Los ocañeros son más costeños. Dado su origen, que los emparenta con los caribes, y como decíamos atrás, con los hacaritamas, su sangre tiende más hacia el caribe que hacia el sector andino.

    Cuentan los historiadores que Ocaña perteneció al cantón de Mompox en alguna época y también a la provincia de Santa Marta, por disposición de la Audiencia de Santa Fe, presidida por Andrés Venero de Leyva (Pacheco Orlando, sin paginación).

    Así que tanto por la composición étnica como por su situación geográfica, además de la historia, está más del lado de la cultura caribe, que algunos llaman cultura Mosquito y otras Bajomagdalenense, como lo señala el historiador Gregorio Hernández de Alba, que de la andina.

    Y si a esto le agregamos la manera de ser del ocañero, extrovertido, abierto, con un acento más costeño que andino, lo mismo que sus costumbres, se acerca más al tipo costeño.

    Ellos de por sí, se sienten más costeños que santandereanos.

    Son amigos de la fiesta, de la parranda, tal como los habitantes de la Costa.

    Y difieren de los pamploneses y de los cucuteños, en que tienen una piel más blanca, de ahí la tradicional belleza de sus mujeres, famosas desde la independencia con las hermanas Ibáñez, Bernardina y Nicolasa, quienes se convirtieron en el centro social de la política, en base a su amistad con los próceres de la Independencia y particularmente con el Libertador y el general Santander.

    Así que se comete un error cuando los biógrafos de Laureano Gómez señalan que su fuerte temperamento es expresión de su origen ocañero, porque el temperamento del ocañero es muy diferente del tradicional temperamento santandereano.

    De Ocaña vienen los Gómez, de varias generaciones de Laureanos.

    El segundo fue precisamente su padre, quien se dedicaba en Ocaña al préstamo de dinero a interés, con sus tradicionales ribetes de usura, que en los pueblos identifican como usureros, lo cual produjo la antipatía que le prodigaba la clientela ocañera beneficiaria de su dinero en préstamo. A tal punto, que en los carnavales tradicionales de la ciudad, vinieron a caracterizarlo en un muñeco que expresaba sus rasgos fuertes, su ademán fiero y demás características físicas y temperamentales. El muñeco era lanzado sobre el público, como si se tratara de una catapulta, o de una amenaza contra la población.

    Y José Laureano, así era su nombre de pila, como se sintiera irrespetado y vejado por su condición de usurero, reflejando en ello la antipatía que despertaba, decidió liar bártulos y emprender viaje hacia Bogotá, cuando su señora, doña Dolores Castro llevaba ya en su vientre a quien sería Laureano Gómez Castro. (Uribe, Juan, pág. l5-l6).

    Lo que sí queda claro es que el temperamento de Gómez lo hereda de su padre, José Laureano, pues precisamente por su genio y figura, por su temperamento, se granjeó la antipatía de los ocañeros, con el valor agregado de su afán de lucro, para que los ocañeros no resistieran la tentación de decírselo en lenguaje de carnaval.

    Capítulo 2

    Sus primeros años

    La decisión de don José Laureano de abandonar Ocaña no fue producto de una reacción momentánea, de escasa trascendencia. Antes por el contrario, fue definitiva, cortando toda vinculación con su pueblo con el viaje hacia Bogotá.

    El traslado se organizó a la usanza de la época, en mulas de silla hasta Gamarra, para tomar ahí la vía fluvial en la Dorada y, de ahí, nuevamente a lomo de mula hasta Bogotá.

    Era toda una odisea y durante la travesía se enfrentaban a grandes riesgos.

    Al llegar a Bogotá se instalaron en una casa de la calle sexta con carrera sexta, ubicada dentro del barrio de la Candelaria, que en esa época era la zona residencial por excelencia de la gente pudiente.

    Allí en esa casa nacería Laureano Gómez el 20 de febrero de 1.889, cuando ya declinaba el siglo XIX.

    Don José Laureano no llegó como un modesto provinciano a soportar los rigores del clima, del atuendo, de las costumbres y de las gentes, sino que posicionó a su familia desde el momento en que arribaron, pues el barrio elegido tenía su solera y las amistades que iría a frecuentar se contaban entre las mejores de la ciudad.

    Así que Gómez no irá a escalar socialmente peldaño por peldaño, sino de una vez comienza por arriba.

    Allí fue bautizado nada menos que por monseñor Carlos Cortés Lee, el 15 de abril del año de su nacimiento, en la iglesia de santa Bárbara, con los bien timbrados nombres de Laureano Eleuterio.

    Andando el tiempo el niño Laureano Gómez gozaría en sus primeros estudios de una preceptora, la señorita Dolores Beriña, quien le enseñaría a leer y escribir y le inculcaría el gusto por la lectura.

    Luego fue monaguillo de monseñor Cortés Lee, el pastor que lo había bautizado y con quien haría buenas migas no obstante el difícil carácter del prelado.

    Bogotá era una ciudad pequeña por esas calendas, de calles frías y desiertas, de gente enfundada en abrigos y pañolones, con una neblina gris y una lluvia permanente.

    Por esa época se almorzaba a las nueve o diez de la mañana, se tomaba las onces a la una de la tarde y se comía a las cuatro. Las casas se alumbraban con lámparas de petróleo.

    Así esperaba la ciudad la llegada del nuevo siglo, cuando avanzaba la república conservadora, iniciada por la Regeneración en 1.886.

    Era pues, una ciudad provinciana y conservadora que avanzaba lentamente hacia el nuevo siglo.

    En 1.930 Laureano Gómez ingresaría al colegio de San Bartolomé, uno de los bastiones culturales del clero católico, donde se estaban formando las élites que gobernarían el país.

    Allí sería discípulo aplicado de los jesuitas, quienes le inculcarían, si acaso faltaba, las ideas religiosas y también las políticas, con tanto ardor, que el discípulo se sintió comprometido de por vida a mantener una fidelidad total con esas enseñanzas.

    Y los jesuitas, con esa amplia experiencia en la educación y en la formación de la juventud, se trazaron la meta de sacar adelante a ese alumno aventajado y convertirlo en un cruzado de la fe católica.

    Por eso cultivaron con esmero sus cualidades, lo fueron puliendo en sus posibilidades y lo fueron orientando, además, hacia la política.

    Allí en San Bartolomé recibiría una formación estrictamente ceñida a la escolástica y en lucha constante contra las ideas de la Ilustración, que se consideraba el mayor flagelo que había enfrentado la Iglesia en mucho tiempo.

    De ahí viene su formación filosófica, basada en los dogmas del catolicismo, en la doctrina de la religión única y verdadera, de acuerdo con esas orientaciones.

    Los jesuitas extremaban su severidad religiosa y no se permitían licencias como las de monseñor Carrasquilla en el colegio del Rosario, donde se exponía el pensamiento de Darwin con rigorismo científico y cierta amplitud, sin mostrar fastidio desde la órbita católica, hacia las teorías del sabio naturalista sobre el origen de las especies.

    Los jesuitas en cambio lo abordaron con un criterio inquisitivo, no exponiendo su pensamiento, sino condenándolo.

    Lo propio ocurría con los filósofos de la Ilustración, cuyo pensamiento no era expuesto con rigor científico, sino bajo el punto de vista de la herejía, de las ideas malsanas, inaceptables para un buen católico. (Abella Arturo, ibídem, Pág. 3l).

    Era pues, una enseñanza comprometida, lejos del rigor puramente académico.

    De allí también vendría su costumbre de memorizar textos y enseñanzas, porque los jesuitas imponían esa modalidad de estudio.

    Por eso Laureano Gómez aprendería a memorizar sus discursos.

    Durante los años de estudio conocería a muchos de nuestros prohombres del parlamento y del gobierno.

    Aprendió a admirar a Caro, su gran devoción intelectual, no obstante militar luego en el ala contraria del conservatismo donde se situaba el gramático: los históricos y no los nacionalistas de Caro.

    Escuchaba al poeta Guillermo Valencia, a Martínez Silva, Carlos Calderón y Antonio José Restrepo.

    Así que todo se iba confabulando para que Laureano Gómez se enderezara por los predios de la política, pues la formación de los jesuitas siempre llevaba esa impronta, de formar líderes.

    De ahí que cuando se va a celebrar un nuevo aniversario del regreso al país de los jesuitas, luego del destierro decretado en las épocas del radicalismo, fue señalado para llevar la palabra en esa ocasión, pues los jesuitas ya lo tenían dentro de sus planes para llevar un vocero suyo a la política, que luchara por la iglesia y por sus ideas.

    Preparó su discurso con la dedicación propia de la circunstancia y fue tan buena la impresión que causó, que el presidente de esa época, el general González Valencia quedó gratamente sorprendido y así se lo hizo saber al felicitarlo muy efusivamente por sus palabras.

    Ese discurso lo proyectó porque de ahí en adelante se le fue considerando como una persona digna de aprovechar para el servicio público

    Capítulo 3

    Su iniciación en el periodismo

    Ya las cosas estaban lo suficientemente maduras como para que el padre Jáuregui le hiciera una propuesta, por lo demás halagüeña.

    Le diría que había necesidad de fundar un periódico que entrara a defender la religión, tan duramente atacada por las doctrinas disolventes que venían de afuera y, que había personas interesadas en suministrar los medios para que tal objetivo se lograra, y consideraba que la persona indicada para dirigirlo y llevar adelante ese propósito era él, Laureano Gómez.

    No sirvieron de nada los argumentos que Gómez esgrimiera en esa ocasión, como los que no tenía la suficiente preparación, que además era un ingeniero y debía dedicarse a su profesión, etc, etc.

    Pero el sacerdote no estuvo de acuerdo con esos argumentos y logró convencerlo de que aceptara el encargo. Entró, pues, a dirigir el periódico, al cual le dio el nombre de La Unidad.

    Ese fue el comienzo periodístico de Gómez, quien lo sería por toda la vida y legaría esa vocación a su hijo Álvaro, que vendría a caracterizarlos.

    El objetivo, como veíamos, era el de librar batallas por la iglesia y no la militancia política propiamente dicha.

    Pero Gómez empezó a realizar un trabajo que vendría a atender los dos frentes: el objetivo de fondo señalado por los jesuitas y la fiscalización de hechos públicos, para lo cual demostraba una vocación prematura muy sólida.

    Desde allí libraría grandes batallas hasta que topó, nada más y nada menos, que con el arzobispo Bernardo Herrera Restrepo, el poder tras del trono en el régimen conservador y amo y señor no solamente de la iglesia de Bogotá, sino del conservatismo, pues era fama que señalaba los candidatos presidenciales y quien imponía, aquí y allá, toda clase de decisiones políticas.

    En uno de esos demoledores ataques periodísticos Laureano Gómez la había emprendido contra el sindicato de Muzo, que era amparado por Laureano García Ortiz, quien a su vez estaba casado con una sobrina del arzobispo.

    Ahí fue Troya, pues la persona que auspiciaba la publicación de la unidad, doña María Teresa Vargas, fue abordada por el arzobispo para que le retirara el apoyo económico al periódico.

    Eso fue suficiente para que no pudiera volver a circular, al no haber otra clase de financiación que supliera el aporte de doña María Teresa. Por lo tanto, había que suspenderla. Y así se hizo.

    Pero fueron pasando los días y el vacío del periódico se volvía cada vez más notorio, pues Laureano Gómez consideraba ya el vehículo natural para impulsar sus campañas políticas, a las cuales ya les estaba tomando gusto y buscó entonces la aproximación al arzobispo, para facilitar el regreso de doña María Teresa y se hiciera viable de nuevo la publicación de la Unidad.

    Las conversaciones con el arzobispo surtieron su efecto y es así como el 2 de abril de 1.913, volvería a aparecer.

    Pero Laureano Gómez tendría que realizar otra faena, escribirle al arzobispo Herrera Restrepo una carta en la que le decía: Para suplicarle que tienda un velo sobre el pasado y perdone y olvide los sufrimientos y mortificaciones que le ha ocasionado mi conducta y para protestarle que profesaré siempre a la persona de su señoría el acatamiento y profundo que son debidos a quien por su ciencia, su virtud, sus méritos insignes, y muy especialmente por los rasgos de magnanimidad de que yo personalmente soy testigo, ha ilustrado y enaltecido la silla metropolitana.

    Esa redacción le debió costar mucho trabajo, o hasta de pronto le hicieron firmar un documento ya redactado por el mismo arzobispo.

    Esto después de pensarlo mucho, de pedir consejo aquí y allá, para tratar de poner en buenos términos a monseñor Herrera Restrepo.

    Le tocó, pues, tascar el freno, someterse a la disciplina de la curia y arrancar de nuevo.

    El arzobispo se mostró muy complacido y le contestó en los siguientes términos: He acogido con positiva satisfacción las manifestaciones que usted me hace, tanto por lo que a mi persona se refiere, como porque veo realizadas mis esperanzas respecto a usted, que se muestra hijo sumiso de nuestra Madre La Iglesia, (entre mayúsculas) y firmemente decidido a no apartarse de ella. Dios ha de bendecir las buenas resoluciones de usted, y le han de inspirar los medios más a propósito que pueda emplear en servicios de la religión todas las dotes de espíritu y de corazón con que el mismo Dios nuestro señor lo ha favorecido especialmente. (Abella Arturo, ibídem, págs. 76, 77).

    Así que el parentesco del arzobispo con Laureano García Ortiz, el agraviado en este incidente, era de tal categoría que ofendía a Nuestra Madre La Iglesia.

    De ahí en adelante el periódico continuaría circulando con más entusiasmo que nunca y a contento del arzobispo Herrera Restrepo.

    La actividad periodística lo fue proyectando a nivel político y lo llevó a hacerse elegir como representante a la Cámara, desde donde empezó una carrera parlamentaria que cubriría largo tiempo hasta llegar a ser considerado como uno de los grandes parlamentarios de Latinoamérica.

    Uno de esos grandes debates en que se comprometió Laureano Gómez fue el del ferrocarril de Puerto Wilches, en donde se descubrieron muchas irregularidades cometidas por su contra parte el general José María Phillips, quien a la vez era parlamentario y accionista de la compañía que adelantaba la construcción del ferrocarril.

    Para tal efecto fueron comisionados los parlamentarios Jorge Enrique Arboleda y Laureano Gómez, quienes rindieron su informe y en el cual concluían: ...aunque en realidad el producido de ella fue inmoral y escandaloso reparto entre concesionarios y accionistas de la compañía y algunos colombianos, solamente una pequeña parte de él, el 32 % fue el que efectivamente se invirtió en los gastos de construcción. Abella Arturo, ibídem, pág. 80).

    Y entre los accionistas estarían también Rafael Parga Cortés y Pomponio Guzmán, personas de mucha importancia.

    El señor Parga Cortés sería con el tiempo uno de los dirigentes más conspicuos del liberalismo y conocido como el lord Parga, por haber sido educado en Londres y por tratarse de una persona muy adinerada.

    Y el general Philips no era cualquier pintado en la pared, pues se trata nada menos que de un veterano de la guerra del 85, cuando peleó duramente contra el ejército de Núñez, pero los errores cometidos por el ejército liberal dieron al traste con la batalla y terminaron perdiendo una batalla que estaba ganada.

    Como buen combatiente y caballero de honor, el general Phillips se sintió lesionado en el suyo y sacó el caso del terreno parlamentario y lo llevó a ese plano desafiando a duelo a Laureano Gómez.

    Gómez le sacó el cuerpo al duelo, entre otras cosas porque estaba prohibido por la Iglesia Católica y le quedó muy fácil alegar motivos de tipo religioso para eludirlo.

    Fue una situación incómoda que sin embargo Laureano Gómez logró sortear.

    Y los duelos en esa época eran muy comunes, pues también surgió otro, cuando el señor Benito Zalamea, retó a Enrique Olaya Herrera, quien era ministro de Relaciones Exteriores, por razones de su cargo. Pero el ministro, como Laureano Gómez, también supo sortear la situación y el caso no pasó a mayores.

    Y parece también fueron los últimos duelos que se suscitaron en los comienzos del siglo XX. (Abella Arturo, ibídem, pag 8l).

    Capítulo 4

    Nacionalistas e históricos

    La división del conservatismo entre nacionalistas e históricos se produce a través de la controvertida figura de Miguel Antonio Caro, quien se fue constituyendo en el hombre fuerte del régimen en la medida en que Rafael Núñez se fue retirando del poder, y prefirió rescatar su tranquilidad, bajo el sol del Caribe en su Cartagena nativa y dejar los lluviosos días bogotanos.

    Y si corremos la historia hacia atrás, nos encontramos con el partido Nacional, que le dio vida a la Regeneración, compuesto por los liberales independientes, amigos de Núñez y del conservatismo, que andando el tiempo se irá diluyendo, al perder importancia la cuota liberal en el gobierno y adquirir mayor preponderancia el conservatismo, con la recia personalidad de Caro al frente suyo.

    Caro al llegar a la presidencia se dedicó a poner en práctica lo ordenado por la constitución del 86, que buscaba fundamentalmente organizar de nuevo el país, unificarlo, luego de la dispersión de la época federal, aún a costa del sacrificio de las libertades individuales que habían sido tan generosas durante el periodo radical.

    Los nacionalistas eran pues, los amigos de Caro, mientras los históricos se convertían en los opositores al régimen, rebelándose contra el autoritarismo del gobierno, manifestado en la persecución contra los sectores liberales, además de no estar de acuerdo con el marcado intervencionismo del Estado en la economía, ni con el proteccionismo industrial, mostrándose por lo tanto, más cercanos a las tesis liberales de la época.

    En 1.888 se había aprobado la ley de los caballos, la cual daba facultades extraordinarias al ejecutivo y mediante ellas produjo una serie de medidas que la oposición estaba considerando como represivas, pues se enderezaban a realizar detenciones, decretar destierros, cerrar periódicos, lo que vino a aumentar el descontento entre los sectores de la oposición.

    Uno de los decretos fue dirigido a suspender el periódico El Relator, cuyo director era el expresidente Santiago Pérez, quien había ejercido la presidencia de 1.874 a 1.876 y estaba precisamente haciendo oposición al gobierno.

    El señor Caro diría luego que había tomado la decisión de cerrar el periódico, porque el hijo de don Santiago Pérez, Santiaguito, se había comprometido a bajarle el tono a la oposición si se le adjudicaba el contrato para la construcción del ferrocarril de Puerto Berrío a Medellín, comentario que le había hecho su ministro de Fomento, Manuel Goenaga, quien a su vez lo había recibido de Alejandro Pérez, sobrino y yerno de don Santiago. Bastante enredada la cosa. (Arismendi, Ignacio, Presidentes de Colombia, Planeta, 1.989, pág. l84).

    Pero al día siguiente del comentario, la oposición del periódico en lugar de ceder, arreció, por lo cual el señor Caro consideró que don Santiago era un farsante que llevaba al país hacia la guerra.

    Y además de El Relator, también fueron clausurados los periódicos El Contemporáneo y el 93.

    El expresidente Santiago Pérez sería desterrado del país, lo mismo que don Modesto Garcés, tesorero del liberalismo.

    Estas medidas llegaron a calar muy hondo en los predios del liberalismo y motivaron la organización de un levantamiento contra las fuerzas del gobierno, inclusive con el apoyo de otros países.

    Al enfrentarse las fuerzas en contienda en la batalla de Enciso, en el departamento de Santander, el 15 de marzo de 1.895, salió vencedor en el combate el general Rafael Reyes, quien por este motivo se encumbró políticamente.

    Fue tal la satisfacción de los sectores adictos al gobierno, que se le hicieron toda clase de homenajes al vencedor y el señor Caro, en agradecimiento, le regalaría el bastón de mando del general Sucre.

    Por esa época los vencedores en las batallas ganaban tal prestigio que los colocaba en la fila de los presidenciables para los periodos siguientes.

    De ahí que algunos llegaron a creer que el señor Caro lanzaría la candidatura del general para el siguiente periodo presidencial, cosa que no hizo, porque como lo veremos más adelante, se entretuvo con dos ancianos como el señor José María Sanclemente y Manuel María Marroquín, lo que resultó un verdadero desastre.

    Por eso diversos historiadores han comentado que si el señor Caro hubiera lanzado la candidatura de Rafael Reyes, seguramente se había ahorrado el país la guerra de los Mil Días, que luego se desataría, cuando el general no encontraba ninguna resistencia dentro del liberalismo.

    (Lemaitre Eduardo, Rafael Reyes, editorial Iqueima, 1.981).

    Si bien es cierto el gobierno logró superar con éxito este problema de orden público, no por ello dejó de seguir creciendo la oposición dentro de los sectores liberales y del histórico del conservatismo, llegando las cosas a tal punto, que en l.896, precisamente cuando se estaban cumpliendo los diez años de la constitución, se vino a producir el manifiesto de los históricos, al cual le dieron el nombre de Motivos de disidencia, en donde expresaban los puntos en que no estaban de acuerdo con el gobierno del señor Caro.

    Ellos en primer lugar hablan de que son voceros del antiguo partido conservador y aunque reconocen que la Regeneración ha logrado la unidad nacional, tan quebrantada en los tiempos de la Federación, además del restablecimiento de relaciones con la iglesia católica, tan duramente perseguida por los radicales, sin embargo, al tratar de huir de esos males, "los constituyentes del 86 organizaron un sistema autoritario sin contrapeso ni correlativos bastantes", que viene a convertirse en peligro para las tradiciones republicanas del país.

    Se dolían igualmente de la suerte que estaban corriendo los sectores liberales, porque "el hecho indiscutible y de bulto es que, después de diez años de vigencia de la constitución de l.886, el partido liberal, cuya

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1