Una docena de cómicos y cómicas
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Historia tan creíble como increíble en una España muy antigua, pero que tampoco ha cambiado tanto.
Un grupo de cómicos y cómicas de la legua en la Castilla de 1492 tropiezan con la terrible Inquisición que les culpa de rituales satánicos.
Muchos personajes pueblan la ficción de esta historia tan creíble como increíble. Viajan juntos por tierras de Toledo, Madrid, Alcalá de Henares y Camino de Santiago el amor, el sexo, el humor, el odio, el drama y la tragedia.
Variopintos personajes y situaciones en una España muy antigua, pero que tampoco ha cambiado tanto.
Iñaki Zurbano Basabe
Iñaki Zurbano Basabe es actor y humorista. Ha publicado Operación Coso Blanco y Camino de locos a Santiago.
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Una docena de cómicos y cómicas - Iñaki Zurbano Basabe
Prólogo
Un homenaje a mis
colegas cómicos y cómicas
Mi admirado Arturo Pérez-Reverte opinaría que está de más lo de «y cómicas», pues en la frase «una docena de cómicos» ya están representadas sus colegas femeninas. Pero he querido ponerme al lado de las feministas «creativas» porque me encanta lo de miembras por su heterodoxia, qué quieren que les diga. Y con tal anomalía lingüística y otros camelos me recreo en muchos momentos de la narración.
Esta historia imaginada transcurre en tiempos de los Reyes Católicos, Cristóbal Colón y Torquemada, una transición gloriosa en la historia de España, y la narro en un castellano antiguo sui generis, más enrevesado que el que empleó mi no menos admirado Pedro Muñoz Seca en La venganza de Don Mendo. Todo ello deben ustedes entenderlo como un embrollo humorístico, contando que los embrollos sean inteligibles, pero, eso sí, va implícito en el empeño todo mi amor y respeto al noble oficio del comediante y mi total repulsa al vil empleo de inquisidor, porque en este libro no solo hay cómicos y cómicas, también encontrarán otros personajes: inquisidores, maleantes, brujas, monjas, pajes, guardias y peregrinos santiagueros. En resumidas cuentas, hombres y mujeres, que de ellos se hacen las historias. Y no solo hay humor, también hay drama y tragedia como en la realidad de la vida misma. Este relato contiene esencialmente humor, drama, amor y odio.
Una docena de cómicos y cómicas es mi homenaje a los cómicos anónimos de todas las épocas, representados en una familia de «cómicos de la legua» que deambula por la geografía española en 1492. La he escrito con mucho amor a un oficio que practiqué en una gran parte de mi vida y del que sigo enamorado, pues por encima de todo me considero cómico y payaso.
Que disfruten ustedes de la lectura y muchísimas gracias por tener el libro en sus manos.¹
¹ He evitado poner las palabras del castellano antiguo o «pseudo castellano antiguo» en cursiva para darle más «realismo» al embrollo. Gracias por su comprensión y sentido del humor.
I. En un pasado remoto
LLamámosla hoy en día Edad Media y tiempo fue muy enredado en la España nuestra durante el correr de ocho centurias, tiempo de guerras entre moros y cristianos, entre moros y moros y entre cristianos y cristianos, entre la religión verdadera y los infieles que venieron a adueñarse destas tierras. Y por ahí andaban, pasándolas canutas, los cómicos de la legua, tristes trashumantes empeñados en regalar alegría a las xentes sencillas de los pueblos, el más fermoso regalo a cambio de regalos del respetable público: hortalizas, frutas, algo de queso o de pan… ¡o alguna gallina en contando con la esplendidez de algún buen vecino o vecina!, lo suficiente para poder seguir yantando y saltando de pueblo en pueblo, o más bien a una legua de cada pueblo, pues no permitíaseles acercarse a las zonas de viviendas por su condición de seres demoniacos. La Santa Iglesia, que era tan frecuentada como temida, teníales en la lista negra de los pecadores más redomados, no dexando que fuesen enterrados en sagrado. Y lo de la legua tamién tenía su guasa, porque en todas partes no eran eguales las leguas, ya que no estaban unificadas las medidas en los reinos de las Españas.
. . .
Don Romualdo de Porrasvilla, genuino hijo de la diosa Talía, capitaneaba a los cómicos de su «Compañía de comedias, dramas y tragedias en recorrido por España», pues aquello que había sido tierra de iberos, romanos y visigodos hasta que irrumpieron (y quedáronse por mucho tiempo) los moros, y que ya estaba siendo gobernada por Isabela de la Castilla y Ferdinando del Aragón, tras la reconquista de Granada, llamábase ya la España o «las Españas» por ser antes los reinos de la Castilla, del Aragón, de la Granada, de la Navarra, de la Asturias y del León.
. . .
Isabela y Ferdinando habían fecho un matrimonio de conveniencia histórica y política muy ventajoso, pero al cómico Porrasvilla teníale muy descorazonado la creación más nefasta que ficieron los católicos monarcas: el Santo Oficio, ¡la terrible Inquisición!, porque intuyó que, en después de dirigir su celo represor contra los moros y los judíos, la tomarían con las putas, las brujas, los maricones, los blasfemos, los adulteros… ¡y los cómicos!, que las maniobras de unos reyes que dieron en llamar católicos, no podían ser más que maniobras religiosas. Y vino a acertar con su intuición porque ya iniciábase la represión, que muy malas eran las noticias que corrían por ahí. Don Romualdo no era un hombre religioso, ni mucho menos, considerábase un pensador y un «sin tierra», pues ni siquiera sabía en donde había nascido, porque la suya madre no recordábalo, y acostumbraba a decir que «nosotros los cómicos somos de donde nos echan de yantar», y lo de «Porrasvilla» ocurriósele a ella como apellido artístico, y eso que entodavía no aparecían en carteles los nombres de los cómicos y las cómicas, que eso llegaría en 1789 en el París de la Francia, durante la Revolución Francesa. Contaba don Romualdo los cuarenta abriles y medio en el momento en el que iníciase este relato, muy mal llevados, eso sí, como todos los mortales de su tiempo menos los tripones del alto clero y los nobles, tal que don Romualdo aparentaba los sesenta, y muy pocos homes y mujeres cumplían cincuenta o más. Era alto pero algo encorvado por la vejez prematura, cabeza ligeramente ovalada, dos ojos pequeños, el uno más ruin que el otro y negros azabache, un tanto separados de su napia aguileña y bajo unas cejas tan espesas como grandes; los ojos miraban siempre acusadores aunque no estuviese acusando a nadie. El mentón, algo adelantado, y las orejas despegadas facían que pareciese un ave rapaz. Le encantaban los presonajes de malvado, pues veníanle al pelo, un pelo escaso en donde antes hubo pelambrera abundante.
. . .
Don Romualdo tenía carácter y facíase querer por los cómicos y cómicas del elenco, a los cuales dirigía muy bien en los pasos, entremeses, dramas y comedias que él mesmo creaba. Pero la más querida por los cómicos y cómicas era doña Agripina de Navacierza, casi un caso de longevidad tratándose de una trotamundos, pues ya cumplía los cincuenta y cinco, y habiendo estado mal alimentada en muchas ocasiones y siendo paridora de ocho creaturas, de las cuales solo vivíanla cuatro: Acacia, Benita, Veremunda y don Romualdo de Porrasvilla, que como jefe de la compañía habíase fecho acreedor del «don». Y Agripina dio a luz a Don Romualdo cuando tenía quince años y medio, aunque no recordaba en qué lugar, y fue su profesora de «arte dramático», aunque entonces no decíase asina, decíase «de comedia». Más adelante conosceremos al resto de los comediantes y comediantas, que como ya saben vuesas mercedes son hasta una docena.
II. Noche infernal
Podría ser una noche infernal si en el Infierno lloviese alguna vez de la manera tan copiosa como llovía aquella noche en el camino que une los pueblos de Cazcarroña y Matazambos. La vieja mula Escribana no tenía ya fuerzas para tirar del carro entoldado en el que viajaban las mujeres, pues sus patas empezaban a hundirse en el fango. Don Romualdo y Ambrosillo trataban inútilmente de tirar de la mula. Acacia y Veremunda bajáronse, pero no fue suficiente para reducir el peso del carruaje. Los otros homes caminaban por detrás. Doña Agripina sentíase mal y Benita estaba preñada de nueve meses. Ambrosillo era el galancete o galán cómico, el que no enamoraba a los presonajes femeninos, pero faciales reír.
. . .
Al final desistieron, diéronse por vencidos del todo. No hubo más remedio que resistir bajo la lluvia y que descansase Escribana. Imposible guarecerse en algún sitio, tocaba mojarse y no era la primera vez. Y facía frío, vamos que todo eran alegrías bajo el cielo de nubarrones y la cascada de agua. Benita parió antes de que parase de llover y la creatura murió al poco rato. No hubo llantos, era ley de vida. «Mejor asina que del tifus u otra cosa mala cuando ya hubiese empezado a jugar con los neños que topamosnos por el camino, ¿verdad, madre?». Referíase Benita a los chiquillos de los labriegos. Y forró a la creatura con un trapo para enterrarlo en cuanto cesase el diluvio. Y tamién acercábanse neños de los pueblos a las campas en donde actuaba la compañía, y entre aquestos neños conoscieron un día a Ambrosillo. «Hay demasiadas bocas para alimentar y corren tiempos malos, hermano», «Desde que estoy en esto corren tiempos malos, hermana, y estoy desde que nascí, estamos» respondiole don Romualdo. Y Ambrosillo incorporose a la compañía de los Romualdos y Romualdas, asina conoscida por los villanos de aquellas tierras y de otras tierras en más lejos.
. . .
Cesó el temporal cuando empezaba a amanecer. Benita bajó del carro con el envoltorio de trapo que cubría el cuerpecillo de la retoña y distanciose varios metros del resto de los farsantes, lo que el barro permitiole a sus piernas hinchadas. Con sus propias manos escarbó en la tierra húmeda hasta facer un hoyo del suficiente tamaño para que cupiese la muertita. Y oyó una voz a sus espaldas: «Es poco profundo, hija, las alimañas la desenterrarán y comeránsela», dixo doña Agripina. «Ahí he visto un pedrusco gordo para poner encima, eso no hay alimaña que muévala, madre». Quedósela mirando a su madre con cara de poco fiar: «¿Qué faces con eso en la mano, madre?», «Son dos palos, amarrelos y quedome bien una cruz», «No, madre, no quiero dexar nenguna señal de que hay un enterramiento acá, y mucho menos una cruz. Si este mundo fuese normal, la mía hija sería enterrada en el camposanto de Matazambos, pero la xente que representa esa cruz dice que semos demonios», «Y tienes razón, hija, son ellos los demonios por pensar de aquesa manera». Pero Benita ya no escuchola a la suya madre, fízola una señal para que se callase y metió el cuerpo de la creatura en la improvisada sepultura, y puso el pedrusco gordo encima, abandonando de inmediato el lugar sin oraciones, sin cruces, sin nengún detalle de esa Iglesia que les marginaba. Pero Agripina seguía teniendo fe en Dios o en el Más Allá o en lo que fuese, y clavó la cruz junto al pedrusco.
III. Romualdos y Romualdas
Dormieron de mala manera porque el suelo estaba excesivamente mojado, y aún alejados de los barrizales no estuvieron contentos. El viento movíase racheado y los árboles seguieron echando agua durante un buen rato. Apañáronse de la mejor manera posible con los sacos y mantas que componían sus avíos de nómadas. Ellas dormieron en la carreta y ellos debajo della. Cada uno de los Romualdos y Romualdas dirigió una mirada a Benita que significaba: «siento la pérdida de tu hijo», pero nada más, ni una palabra, pues no eran necesarias. Los cómicos y cómicas eran xente de mucha algarabía ante el público y de muchos versos y muchos decires jocosos o tristes, pero poco dados a pronunciar palabras cuando la situación solo requería un silencio cómplice y miradas de tristura.
. . .
Don Romualdo y su amante el mancebo Arnaldo se envolvieron en un saco abrazados, como siempre, pero esta vez no fornicaron, que no estaba la noche para gozos de la carne. Arnaldo era un rapaz de dieciséis años, ayudante de un molinero que le molía a palos; Don Romualdo diose cuenta enseguida de la condición de maricón del muchacho, pues entre maricones conoscense enseguida, y no costole convencerle para que se ajuntase a la compañía de cómicos. En esta ocasión no soltó Benita su cantinela de «demasiadas bocas para alimentar» porque llevaba tiempo notándole triste a su hermano por la falta de un amante. Ahora don Romualdo sentíase a gusto y eso era lo que importaba. Que cada uno dellos se sentiese a gusto era lo más importante, todos lo necesitaban, porque el desempeño de su oficio no era nada fácil, aunque les gustaba una barbaridad fingir que eran otros y otras, dramatizar provocando emociones o risas entre la chusma