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Divinos de la jungla
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Libro electrónico220 páginas3 horas

Divinos de la jungla

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Información de este libro electrónico

Dos biografías con finales tan espectaculares como divertidos.

Un monarca jubilado y un líder religioso mundial se ven inmersos en unas situaciones de las que solo podrán salir milagrosamente.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento14 jul 2020
ISBN9788418152825
Divinos de la jungla
Autor

Iñaki Zurbano Basabe

Iñaki Zurbano Basabe es actor y humorista. Ha publicado Operación Coso Blanco y Camino de locos a Santiago.

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    Divinos de la jungla - Iñaki Zurbano Basabe

    Uno:

    (Siglo xxi)

    En el preciso instante en el que Aaminah llegaba al lugar de su inmolación, la esquina entre las calles General Dabuten y Matador Ortega Calvo, pasaban por allí los legionarios y su cabra sacando pecho —la cabra no— y haciendo malabares con subfusiles AZ 615. Otros tocaban los tambores y soplaban las cornetas. No había en toda Espanya seres más marchosos que los caballeros legionarios y las damas legionarias. Iban detrás del paso de la Virgen de los Desahuciados, una Virgen muy querida por los seviyanos, y por detrás de ellos avanzaba el paso del Cristo de los Ilegales, un Cristo muy sangrante, con su lacerante corona de espinas y una expresión de mucho dolor, al que azotaba un romano con su flagelo, curiosamente también legionario, pero mucho más antiguo porque era un legionario de los albores del cristianismo.

    Un venerable anciano contemplaba esta muestra de fervor folclórico religioso desde una ventana del tercer piso del portal veintinueve de General Dabuten. El anciano también era folclórico religioso, sin dejar de ser pecador, que lo era desde que tuvo uso de razón, como la mayoría de los espanyoles y las espanyolas. Frisaba los setenta y cinco años. Cubría su cara con unas gafas negras y su cabeza con un sombrero cordobés. Siempre iba de incógnito, salvo en los restaurantes de la Guía Miguelín, en los cuales se dejaba ver muy sonriente e incluso posaba para las fotos de los admiradores, que aún los tenía y muchos, como también los seguía teniendo el antiguo jefe del Estado, el dictador Francis Tranco, quien precisamente le entronizó a él, el ahora venerable anciano y emérito monarca Juandro Carolo I de Espanya.

    Y, mientras don Juandro Carolo contemplaba desde la ventana a los marchosos legionarios y su cabra, Aaminah se encomendaba a Alá, dispuesta a pasar a la acción. Bajo su uniforme del «Servicio de Limpiezas del Excmo. Ayuntamiento de Seviya», uniforme y disfraz a un tiempo, ocultaba el cinturón de explosivos que iba a accionar al paso del Cristo de los Ilegales, con la sana intención de cargarse al arzobispo, al alcalde y a otros prebostes que desfilaban bajo el sufrido Cristo. Pero cuatro ojos la estaban observando en ese momento y con mucha desconfianza. Eran dos agentes de la PSE (Policía Secreta Espanyola), Uribezubía y Oróndez.

    —No perdamos de vista a esa musulmana, Oróndez, no me extrañaría que fuese a tirar una bomba.

    —Lo mismo pienso yo, si fuese una barrendera, debería ir detrás de la procesión, limpiando la mierda que dejan los caballos de los legionarios.

    Justo en ese instante, Aaminah se percató de que la observaban los dos hombres, y ya no esperó a que el paso doblase la esquina. Tiró de la anilla y… ¡¡brrroooom!! Los dos polis, los legionarios, la cabra y un montón de espectadores, además de la mártir, volaron hechos pedazos en todas las direcciones. El Cristo se salvó de milagro, aunque, por su aspecto lastimoso, daba la impresión de que también había sido alcanzado por la bomba. La cabeza de la cabra salió propulsada hasta el tercer piso e impactó en la cabeza del rey emérito de incógnito, don Juandro Carolo I, pero no llegó a matarle. La cincuentañera que yacía desnuda, esperando a que su regio amante se quitase el sombrero cordobés y las gafas negras y volviese a la cama con ella, fue víctima de un ataque de histeria, pero se le pasó enseguida.

    El MIL (Mundo Islámico Letal, en sus siglas en espanyol) se anotó una nueva victoria, y Aaminah, cuyo nombre significa ‘dama de paz y armonía’, se hallaba ya en el paraíso de Alá, dejándose desnudar por un guerrero de enhiesto falo. Otros guerreros de Alá aguardaban su turno para honrar sexualmente a Aaminah.

    Don Juandro Carolo de Barbón salió ileso del atentado, como tantas otras veces en su vida. Lo suyo se limitaba a roturas de cadera, ojos amoratados y lesiones de rodilla, todo ello debido a accidentes domésticos, de esquí o de caza.

    Dos:

    (Geografía e historia)

    El diámetro medio de la Vía Láctea (‘camino de leche’) se estima en unos 100 000 años luz, algo así como un trillón y medio de kilómetros. El planeta Terra es una cosita de nada situada en uno de los «brazos espirales» de la Vía Láctea, la cual se llama así en honor al Astro Rey, una estrella enana alrededor de la cual orbitan unos cuantos planetas de chichinabo, entre ellos la Terra.

    Estudiosos afirman que, en otro lugar del universo, hay otra estrella enana similar al Astro Rey, a la que llaman Sol, también con sus planetitas orbitadores. En realidad, todas esas bolas enormes orbitan. Enormes o canijas, depende del punto de vista.

    El planeta Terra tiene tres partes de agua salada y una de tierra, con sus montañas, bosques, ríos, desiertos, ciudades y fábricas contaminantes. De los cinco continentes, uno se llama Uropa, y al sur de Uropa se encuentra Espanya, bendita tierra en donde puso su trono el amor y un mogollón de reyes muy brutos.

    Al comienzo de esta historia reinaba en Espanya Filipo VIII, hijo de Juandro Carolo I, este último dedicado de pleno en su jubilación a las señoras estupendas, la caza, la buena gastronomía, la bebida y la tauromaquia —esta última en calidad de espectador—.

    Filipo VIII estaba casado con una ex periodista y presentadora del telediario, doña Zleticia Ortigosa Rocalozano.

    A estas alturas de la democracia —unos cincuenta años «democráticos», observen el entrecomillado— la monarquía barbónica no gozaba de excesivas simpatías, pero el monarca y el exmonarca aún contaban con muchos admiradores, y prueba de ello es que eran muy aplaudidos en los toros —tauromaquia—, aunque no en el fútbol. También eran aplaudidos en los desfiles militares espectaculares, desfiles en los que destacaban los caballeros y damas legionarios desfilando a paso muy rápido con la cabra siguiéndoles el paso. Sin embargo, se habían prohibido los espectáculos de gitano trompetista con cabra. La Legión la habían fundado los gloriosos militares Millón Ostray y Francis Tranco con la intención de darle caña a la morisma peleona en tierras del Rif madroquí, aunque luego la utilizaron contra los republicanos espanyoles, uniéndose a los nazis, mussolinianos, falangistas, requetés y otros buenos espanyoles, todos ellos embarcados en una «gloriosa cruzada» contra la Segunda República.

    Tres:

    (Siglo xx)

    Juandrito recibe una orden de su padre que le deja patidifuso.

    Corre el año 1948 de la era cristiana, casi a la mitad del siglo xx, y don John de Barbón, padre de Juandrito, decide que el niño debe estudiar en Espanya bajo la tutela del general Tranco. Bueno, en realidad, el futuro de Juandrito lo ha decidido el propio dictador, que quiere entronizar al hijo de John de Barbón como rey de Espanya para perpetuar el Glorioso Movimiento Nacional Fascista a la Española con la vistosidad de una monarquía. Los Barbón viven en Portugual, otro país de la península imbérica, precisamente el que da al océano Atlético. Y en esas aguas atléticas es donde don John disfruta pescando y conspirando con la camarilla real. El yate de don John se llama Girarda. Conspira contra Franco porque le duele mucho seguir inédito como rey en activo. Pero no conspira en plan golpe de Estado porque los monárquicos son poquitos. La cosa es que le jode mucho no reinar porque él es el legítimo heredero, exceptuando, claro, la legitimidad de la rama barbónica carlista. Pero en otro yate, el Azor, le sigue el rollo a Tranco, el cual ya ha decidido que su vástago, el de don John, reine en Espanya en un futuro, pero un futuro lejano porque Tranco ha decidido morirse muy tarde. Luego su yerno, el cirujano vividor, decidirá que sea más tarde todavía. Al general victorioso se la refanfinfla el orden de sucesión a la corona y, por tal razón, Juandrito debe viajar a Espanya para instruirse en los principios fundamentales del movimiento y convertirse en un rey como Dios y Tranco mandan. Juandrito está apesadumbrado porque se siente muy identificado con sus amiguitos portugualeses. Ya no añora Rouma, lugar en el que ha pasado su infancia. Además, uno de sus amiguitos le ha dicho que Tranco es un dictador y que en Espanya se vive muy mal.

    —Espanya es un coñazo, ¡no vayas, niégate!

    —No puedo, Bartolomeu, debo respeto y sumisión a mi señor padre.

    —Ya, pero el que le ha dado la orden a tu padre es un dictador, ¡digo yo, canastos!

    —Sí, pero mi papá está de acuerdo, porque así recuperamos la monarquía, que la perdimos cuando los rojos echaron de Espanya a mi abuelito Alfonsiano XIII. Además, Tranco, no le ha dado ninguna orden a mi papá, lo han decidido los dos de mutuo acuerdo. Fue durante una conversación que mantuvieron en nuestro yate Girarda en aguas del golfo de Bizcalla.

    —¡Je, je!, «de mutuo acuerdo», eso no te lo crees ni tú, ¡pamplinas!

    —Vale, pues no me lo creo, pero debo ir, no me queda otro remedio. ¡Jolines, con lo bien que me lo estoy pasando en Portugual!

    —Escríbeme cuando llegues. Ah, y me mandas una postal del nuevo estadio de Chamartín, que yo soy muy madridista.

    —Pues yo seré lo que diga Tranco, no tengo otro remedio, no sea que vayan a enfadarse Tranco y mi papá.

    Hacía tan solo tres años que el club «merengue» había estrenado su nuevo estadio y aún no se llamaba Santiago Bernabéu ni jugaba Di Stéfano, pero ya había madridistas hasta fuera de Espanya. Sigue habiéndolos, pero hoy en día en la mayoría de los países uropeos se ven más camisetas del Barça que del Real Madrid, esto también hay que decirlo.

    Cuatro:

    (Siglo xxi)

    La rolliza cincuentona continuaba despatarrada en el tálamo adulterino, pero ahora con los ojos llenos de espanto y el corazón latiéndole aceleradamente.

    —¡¿Qué ha sido eso, Juandrito?!

    —Un bombazo, cariño.

    —¿Un atentado?

    —Me parece que sí a juzgar por la cantidad de cadáveres que aparecen desparramados por la calzada y las aceras, los heridos que se quejan y el resto del personal que chilla mucho. ¡Otro lamentable atentado, Amanda! Yo también me he llevado un buen susto; y, además, me ha impactado en la cabeza la cabeza de la cabra de los legionarios. Bueno, no ha me ha hecho nada, solo ha sido un susto.

    —¿Y en dónde está esa cabeza?

    —Al impactar en mí ha vuelto a la calle.

    Amanda Rosa Velasqueño Mondoñabella, duquesa de los Cerros de Úbeda la Llana, se levantó de la cama rápidamente, a pesar de sus noventa kilos, se puso un batín y salió al balcón. Miró hacia abajo y, al ver el panorama desolador, fue entonces cuando le dio el ataque de histeria. Don Juandro Carolo lo solucionó con un par de bofetadas contundentes y llamó a Tele Farmacia pidiendo un Valium. El Valium no llegó por el jaleo que se había organizado en la calle, pero llegó la Policía.

    —¡Policía! ¡Abran inmediatamente!

    —¡Vaya por Dios! —exclamó el monarca emérito de incógnito—. ¡¿A quién buscan?!

    —¡A los terroristas!

    —Aquí no están; además, es posible que el autor o autores de la matanza se hayan inmolado.

    —¡Abra la puerta, cojones!

    —¡Ya voy! ¡Ya voy!

    Comprendió enseguida que no tenía la sartén por el mango. Y para colmo aquel policía gozaba de peor carácter que su nuera Zleticia. «Bueno —se lo pensó mejor—, el poli está cumpliendo con su obligación». Se quitó el sombrero cordobés y las gafas negras, y abrió la puerta. Amanda cubrió su desnudez con una batita que le llegaba poco más abajo del chocho. Los inspectores Argüelles y Barraincua fingieron sorprenderse muchísimo al reconocer al rey emérito y a la duquesa de los Cerros de Úbeda la Llana. Arnaldo Argüelles sabía que el Barbón tenía un «picadero» en Seviya desde que acabó su relación con Barbarella King. Lo dicho, fingieron sorprenderse, como veremos más adelante.

    —¡Perdone usted, señor!

    —Nada, nada, no hay nada que perdonar, inspector, cumplen ustedes con su obligación de buenos profesionales al servicio de los ciudadanos. Pero yo creo que eso de ahí abajo lo ha hecho algún suicida, y sus restos están entre los restos de los inocentes, ¿no le parece?

    —Sí, eso pensamos nosotros también, pero a veces hay cómplices en los alrededores, ya sabe, otros canallas que esperan su oportunidad para provocar más matanzas. Por otra parte, nuestros compañeros están acordonando la zona para examinar todos los cuerpos con el fin de averiguar cuál es el cuerpo del que se ha inmolado. Bueno, hablemos mejor de trozos de cuerpos. ¡Dios mío, qué masacre!

    José Luis Barraincua observaba a hurtadillas a la duquesa mientras esta daba cuenta de un copazo bien servido de coñac. El poli había visto en el ¡HOLA! ¡HOLA!, revista que compraba habitualmente su mujer, un reportaje con profusión de fotos en el palacete de la familia ducal: la duquesa y su marido, el duque, sus hijos y nietos, perros gatos, una tortuga y peces de colores, posando todos muy dichosos en apariencia. Por estos fingimientos en familia la revista pagaba un buen pastón y, además, los interiores del palacete de Valdepinillos del Cid eran de un lujo exquisito, con profusión de obras de arte entre las que se encontraba un cuadro original de don Jacinto Benavente: Las meninas desnudas de Puerto Real.

    —Confío en su discreción, inspector, y ya sabe que puede contar conmigo cuando lo desee. Soy la persona más influyente de Espanya y me gusta hacer amigos. ¿Me explico?

    —Perfectamente, señor. Yo soy el inspector Arnaldo Argüelles, siempre a su servicio. Él es el subinspector José Luis Barraincua. —Estrechó también la mano al subinspector y los acompañó a la puerta.

    —Adiós, señora —dijo al inspector mirando fugazmente a la duquesa.

    Ella no habló porque se sentía avergonzada y aún no estaba recuperada del susto. Y, además, la incomodaba estar de pie delante de aquellos caballeros, pero en el caso de haberse sentado se le hubiese visto el chocho. ¡Con lo buena imagen que daban el duque y ella de familia unida y muy cantólica! ¡Qué bochorno! Solo habían pasado tres semanas desde que apareciesen en la ¡Hola! ¡Hola! las fotos de la audiencia con el papa Julio Crescencio III en el Viaticano.

    Cinco:

    (Siglo xx)

    —Usted hágame caso a mí, don John, el niño va a estar muy bien atendido en Espanya, dispondrá de los mejores profesores del Movimiento Nacional para formarse en el espíritu del 18 de julio y otras materias relevantes. Va a tener más preparación que todos los reyes anteriores, incluido Alfonsiano X el Sabio.

    —Yo también puedo ser un buen rey, excelencia, estoy preparadísimo. Además, soy el sucesor directo de mi augusto padre, don Alfonsiano XIII.

    Los ojitos diabólicos del general Tranco escrutaban al patético candidato a la sucesión en el trono. Lo que no quería entender aquel pusilánime era que el futuro rey de Espanya no iba a suceder a Alfonsiano XIII, sino a Francis

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