Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El planisferio de Morgius Cancri: Enciclopedia universal
El planisferio de Morgius Cancri: Enciclopedia universal
El planisferio de Morgius Cancri: Enciclopedia universal
Libro electrónico276 páginas2 horas

El planisferio de Morgius Cancri: Enciclopedia universal

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Narrativa amena y divertida, una especie de juego literario, consta de 136 entradas organizadas alfabéticamente, un sinfín de breves textos que describen historias de personajes o elementos que se balancean entre lo real y lo fantástico. Así, esta obra que podría considerarse una gran contradicción en sí misma, en realidad busca generar cuestionamientos y duda de la realidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2014
ISBN9786071623393
El planisferio de Morgius Cancri: Enciclopedia universal

Lee más de Ignacio Díaz De La Serna

Relacionado con El planisferio de Morgius Cancri

Libros electrónicos relacionados

Crítica literaria para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El planisferio de Morgius Cancri

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El planisferio de Morgius Cancri - Ignacio Díaz de la Serna

    Fotografía: Armando Casas.

    Ignacio Díaz de la Serna (Ciudad de México), escritor y académico en el Centro de Investigaciones sobre América del Norte (CISAN-UNAM). Realizó estudios de posgrado en la Universidad Complutense de Madrid. Es doctor en filosofía por la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. En 1989 fue galardonado con el Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer. Entre sus publicaciones se encuentran Humos y dispersos (1989), Los bufones celestiales (1994), Georges Bataille: Poemas (1995), Del desorden de Dios (1997), Georges Bataille: la oscuridad no miente (2002), Príncipe de Ligne: extravíos o mis ideas al vuelo (2004), Los acordes esféricos (2005) y Franklin y Jefferson: entre dos revoluciones. Inicios de la política internacional estadunidense (2009). Junto con Philippe Ollé-Laprune editó Para leer a Georges Bataille (FCE, 2012).

    LETRAS MEXICANAS

    El planisferio de Morgius Cancri

    IGNACIO DÍAZ DE LA SERNA

    El planisferio

    de Morgius Cancri

    ENCICLOPEDIA UNIVERSAL

    Primera edición, 2014

    Primera edición electrónica, 2014

    Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar

    Imagen de portada: Atlas lunar de Juan Hevelio (s. XVII)

    D. R. © 2014, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-2339-3 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Para mis tres amores:
    Iván, Leonor y Aline
    Quid mirum?
    [¿Qué hay de sorprendente en esto?]

    QUINTA PRÓCULA

    AVISO SIN IMPORTANCIA

    Cuando René Magritte pintó una pipa y escribió debajo de esa imagen Esto no es una pipa, justo en ese instante comenzó la Era del Desconcierto.

    Nadie, en su sano juicio, se atrevería a dudar que hoy seguimos instalados en ella.

    Por consiguiente, no resulta descabellado suponer que este planisferio, después de todo, quizás no sea un planisferio. Para colmo, el asunto se complica si se considera que, al decir que este libro es una enciclopedia universal, en realidad lo que se pretende afirmar es que no es una enciclopedia, y mucho menos universal. También podría sostenerse lo contrario en el subtítulo, que esto no es una enciclopedia universal, para que se dé a entender a quien la lea que, en efecto, sí se trata de una enciclopedia, y además, que es rigurosamente universal.

    Pero si esto no es un planisferio, ni un fresco de Tiepolo, ni un mamut disecado, tal vez sea una Máquina de Fabular. O la colección de historias que Far-li-mas contaba sin descanso, noche tras noche, en el reino de Naphta, porque Roberto Calasso cuenta en La ruina de Kasch que Far-li-mas contaba historias, aunque no cuenta ninguna de las historias que Far-li-mas contaba.

    Sucede lo mismo con el nombre de Morgius Cancri. No basta preguntarse quién es el mentado Morgius; lo crucial aquí es quebrarse la cabeza elucubrando si Morgius es o no Morgius, si acaso es un pseudónimo del autor, o mejor, si el autor no es, a fin de cuentas, un pseudónimo previsible de Morgius.

    Sea cual fuere el caso, a medida que lo leas, atento lector, te darás cuenta de que este planisferio —o esta Máquina de Fabular, si así lo prefieres— contiene la geografía de todo lo posible. Sin embargo, quedas advertido: hay una infinidad de cosas que todavía faltan...

    PARTE BOREAL

    O LADO IZQUIERDO

    DEL PLANISFERIO

    Ahmed al-Razi

    Conquistó la ciudad de Serfes, ubicada en el borde oriental del reino de Alip Dalmach. La gobernó con mano despiadada en calidad de tirano.

    De las rebeliones que pretendieron desbancarlo del gobierno, ninguna tuvo éxito. Zaila, su madre, alentó la última. Conspiró con algunos miembros de la guardia palaciega, quienes al final la delataron.

    Una vez apresada, el tirano resolvió que su madre moriría de manera ejemplar.

    Ordenó que le cortaran la nariz, la desollaran, y esparcieran sal por todo su cuerpo. Zaila murió maldiciendo a su hijo mientras la devoraban, aún viva, unos cerdos salvajes.

    La crueldad de al-Razi era tan inmensa como su afición a los amoríos volátiles.

    Cuando ansiaba las caricias de un joven tímido, y éste se resistía, lo invitaba a escuchar música en un aposento de su palacio donde previamente había colocado ramos de caléndula silvestre y encendido una lámpara con gordura de gato paúl.

    El joven, antes indeciso, cedía de inmediato.

    Alejo

    Azote de moros. Fue un hombre de ojos grandes, verdes, y la tez aceitunada.

    Pródigo en caridades, equitativo al repartir justicia, jamás tuvo apego a las riquezas terrenales. Con el tiempo, su leyenda hizo olvidar al Preste Juan.

    Alejo casó en terceras nupcias con doña Clotilde, cuyo paso de paloma lo hacía suspirar.

    Locamente enamorado, cuando algún hecho de armas lo mantenía lejos de su doña, él cantaba a la caída de la noche, esforzándose por contener el llanto:

    ¡Ay! esto el cielo ha de saber

    mi dolor el cielo ha de sanar

    sabe mi amor que sé pelear

    pero ¿sabe mi dolor que sé vencer?

    Su memoria pasó al futuro por inventar la cetrería.

    Antorcha de Ibn Mu’ammal

    Fatimita él, la inventó para escandalizar a los habitantes de Judea.

    En cuanto salía a la calle con su hachón encendido, aparecía un tropel de esqueletos humanos flotando entre las nubes. ¡Mirad, perros de Dios! ¡Yo soy el Arcángel!, gritaba a los transeúntes.

    Al apagar su artificio, la visión desaparecía.

    Como los vecinos estaban hartos de sus desplantes, Mu’ammal murió acuchillado mientras dormía la siesta.

    Apagafuegos catalán

    Especial para los que peregrinaban a Santiago de Compostela, ya que se iban de casa protegidos, hasta su regreso, de ser cornudos.

    Por mucho tiempo se creyó que este remedio había tenido su origen en Asturias durante el reinado de Alfonso II el Casto. No obstante, investigaciones recientes del hispanista Alfred Nister demuestran que la cuna del apagafuegos fue el norte de Cataluña, y cayó en desuso durante el primer tercio del siglo XVIII.

    Se toma boñiga seca de burro y pelos de los que el lobo tiene debajo del hocico en forma de barba, todo lo cual se reduce a polvo calcinándolo. Después se disuelve en leche, y se da de beber a la esposa.

    Así, una queda apacible, sin ardores que la abrasen; el otro se despide confiado.

    Arbusto aún sin clasificar

    Crece bajo los álamos de Durudni, en Tayikistán. No produce flor ni fruto; sólo tiene quince raíces largas y gruesas. Si logran hundirse lo suficiente, atraen hacia sí oro, plata, bronce, piedras preciosas, cualquier plástico flexible y todo lo demás, excepto el ámbar.

    Cuando se toma de dichas raíces la medida exacta de un codo, el pedazo es capaz de atraer a corderos, cabras y otros animales de mayor tamaño. Y una vez que los atrae, los paraliza.

    No hay que ser un genio para comprender por qué este arbusto (que los lugareños llaman imanto desde hace siglos) es el arma preferida de los cazadores que deambulan en los bosques de aquel país.

    Batalla del pastor

    Episodio militar que llenó de deshonra a la nación francesa. Así lo juzgó y lo sostuvo el célebre cronista del siglo XV Roger de Guilleville, quien fue justamente el primer autor en llamarlo de ese modo.

    Desde entonces, la Batalla del pastor ha sido borrada por completo de los libros de historia.

    Van a continuación los pormenores.

    En cuanto se propagó la noticia sobre la muerte de Juana de Arco, comenzaron a viajar, de aldea en aldea, los decires de un pastor, aún imberbe, vecino de Pique-en-Niques, caserío situado en las montañas del Gévaudan.

    Su nombre era Hiquet Coulette, y sus familiares lo apodaban Garot.

    A quien deseara escucharlo, el joven aseguraba que Dios lo había enviado para reconfortar y levantar el ánimo del ejército antes comandado por la Doncella de Orléans. Insistía, además, que le había sido asignada la tarea de seguir combatiendo a los ingleses, y no ceder un ápice en el empeño hasta conseguir deshacerse de ellos, arrojándolos al Canal de la Mancha.

    Según Garot, Dios en persona se había tomado la molestia de dirigirle en privado la palabra. Después de una interesante conversación con Él acerca de diversos asuntos políticos, le respondió que aceptaba gustoso el trabajo que le encomendaba: contribuir con todas sus fuerzas a que Carlos VII, coronado legítimamente en Reims, recobrara pronto la totalidad de su reino.

    Los cronistas más importantes de la época, incluido por supuesto Roger de Guilleville, coinciden en que ese joven logró tener innumerables seguidores, entre los cuales hubo cinco capitanes del rey y un mariscal de Francia.

    Con ayuda de algunos discursos apasionados, los convenció de pelear contra los invasores, aun cuando las condiciones eran desfavorables, pues el enemigo no sólo los superaba en número, sino que también poseía una dotación mayor de lanzas y ballestas.

    Corría el año de 1431.

    La batalla tuvo lugar, un viernes de octubre, en el llano pantanoso de Montluçon. Fue una catástrofe. Los franceses sufrieron muchísimas bajas. Se retiraron de ahí, vapuleados, malheridos la mayoría, todos sin excepción cubiertos de oprobio y de vergüenza.

    Al final de esa triste aventura, relata Roger de Guilleville: "... fut prins le povre Bergier sur lequel estoit l’espérance des François".¹

    En efecto, aquellos nobles que antes habían seguido a Garot con tanta devoción y credulidad, lo persiguieron sin cuartel en las inmediaciones de Pique-en-Niques.

    Buscaron como sabuesos en la inmensidad de aquellas montañas, detrás de cada arbusto, debajo de cada piedra.

    No les resultó difícil capturarlo.

    Ese mismo día, más tarde, acamparon en un claro. Durante la noche, mantuvieron despierto a Garot. Fueron turnándose de dos en dos para darle una paliza tras otra, mientras el resto bebía, reía y cantaba al amor del fuego.

    Al día siguiente, cuando el sol apenas despuntaba en el horizonte, después de castrarlo y meterle uno de sus testículos en la boca, ataron una piedra al cuello del infortunado Hiquet Coulette, alias Garot, y lo lanzaron a las aguas revueltas del Loira.

    ¹ ... fue apresado el pobre pastor en quien estaba depositada la esperanza de los franceses.

    Bou-Kabul

    Fue segundo repostero en la corte del sultán Maadin Masudi.

    Sabía imitar a la perfección cualquier ruido: el estremecimiento de las orugas, el tintineo de una moneda al caer por la escalinata del palacio Krak, el rumor de las fuentes, el paso veloz de las nubes, la música de las palmeras al crecer, el silencio conmovedor de las amatistas.

    En el tercer año de su reinado, los vigías comunicaron al sultán que las hordas del mameluco Sonqor-al-Ashkar se alistaban para apoderarse de Damasco. Masudi decidió enviar a su repostero.

    El valiente Bou-Kabul partió como único ejército hacia el oasis de Hadramaut. Oculto en un montículo, imitó tan bien la carga de la caballería, el silbido de las hechas cortando el aire, la batahola de una tropa inexistente, que los invasores huyeron despavoridos, creyéndose rodeados por un enemigo cien veces mayor en número.

    Bullabesa al gusto

    del vicealmirante Villaret-Joyeuse

    Louis Thomas Villaret-Joyeuse tuvo a su mando la flota francesa que combatió en el Atlántico durante el periodo revolucionario.

    Los reveses que sufrió suscitaron desconfianza hacia su competencia profesional en los círculos gubernamentales. Aun así, Napoleón lo puso al frente de la expedición militar que consiguió recuperar Santo Domingo.

    En 1802, con la venia del ministro Talleyrand, fue nombrado gobernador de la Martinica.

    Entre el tropel de sirvientes y subalternos que el vicealmirante llevó consigo a aquella isla, estaba el marsellés Henri Leloup, recién nombrado Superintendente General de Alimentos y Bebidas para las Colonias de Ultramar, a quien se le atribuyó hasta 1962 una de las versiones más logradas de la bullabesa.

    Precisamente en ese año, la Convención Internacional Gastronómica, con sede fija en Estrasburgo, decretó con el beneplácito de todos sus miembros que la receta de Leloup, incluida en su libro Dones de las Ninfas o El arte del cocinero burgués, debía ser considerada la original y auténtica bullabesa.

    Leloup señalaba que el mérito de tal sopa residía menos en la forma de prepararla, de por sí banal, que en la bondad de los ingredientes empleados.

    Ha de hacerse con pescado del golfo de Lyon, llamado pescado de roca, el cual resulta particularmente sabroso y posee la consistencia adecuada. Entra también el perguezuelo de aleta amarilla, cuya carne es más enjuta. Aromatiza, pero no se come.

    Nunca hay que añadirle langosta, pues queda fofa después del segundo hervor, además de que no comunica su gusto al platillo.

    Por otro lado, es importante vigilar el tiempo que debe permanecer en el fuego; de él depende que el pescado no se desmigaje.

    Las hebras de azafrán van completas, no picadas como se estila hoy en casi todos los sitios, y se espera hasta que le tout bouille et baisse.¹

    ¹ ... que todo hierva y baje.

    Cabeza de Tafrad

    En la ciudad santa de Tafrad. Era de cerámica. Medía aproximadamente un metro de alto. Estuvo colocada en el dintel de la Puerta el-Luq.

    Al terminarla, el alfarero que la modeló compuso una receta para que su obra tuviera el don de la palabra.

    Así, cada vez que entraba en la ciudad un forastero, la cabeza gritaba: ¡Forastero en Tafrad! Y no cesaba de advertir a los habitantes hasta que el intruso salía perseguido por la muchedumbre. Entonces la cabeza daba nuevamente grandes voces, diciendo: ¡Forastero fuera de Tafrad!

    Esta maravilla duró cuarenta y cuatro años. El alfarero murió, llevándose consigo el secreto de su fórmula, cuando las tropas de Reinaldo de Châtillon saltaron los muros de Tafrad y saquearon la tumba del emir Sa’ad Qalawun.

    Cacofúcigo

    Todo aquel que pretenda describirlo o mencionarlo en público, afirma Aristóteles, será presa de una terrible maldición.

    Sólo está permitido decir que el cacofúcigo no tiene sombra y lanza a sus enemigos unos escupitajos tan ardientes como el fuego.

    Capítulo de San Macario

    Por Cuaresma, San Macario cruzaba un yermo, no lejos de Antioquía, cuando encontró la cabeza de un finado entre las zarzas. Tras reponerse de su sorpresa, le preguntó a quién había pertenecido.

    —Fui de un arquitecto. Construí el templo de la ciudad donde se venera a un dios pagano. Pequé de obra, y aquí me tenéis. Viví perdido, seguiré podrido.

    San Macario calló un instante. Tras acicalarse el bigote marfileño, preguntó nuevamente al finado:

    —Dime, pecador, ¿son ciertas las penalidades del infierno?

    La cabeza parlante replicó:

    —El fuego de allá es contrario al que fabrica la industria humana, el cual nunca aminora.

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1