Sin orden ni concierto: Homenaje pospuesto a Virginia Woolf
Por Elisa Lerner
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Construido con ingenio, humor y la acostumbrada lucidez de sus célebres crónicas, Elisa Lerner ofrece esta nueva lección de escritura donde imaginación y pensamiento se anudan en feliz y armónico concierto, sin abandonar la ironía de su personalísimo estilo.
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Sin orden ni concierto - Elisa Lerner
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ISBN digital: 978-84-124858-9-9
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Sin orden ni concierto
Homenaje pospuesto a Virginia Woolf
Elisa Lerner
Índice
Sin orden ni concierto
Elisa Lerner
Agradecimientos
Elisa Lerner
(Valencia, Venezuela, 1932). Considerada una de las más importantes cronistas y dramaturgas del país, se ha destacado también como narradora y ensayista. Premio Nacional de Literatura (1999), formó parte del grupo literario Sardio. Asidua colaboradora de las revistas Zona franca, Imagen, El sádico ilustrado y del diario El Nacional. En 1964 obtuvo el Premio Anna Julia Rojas del Ateneo de Caracas por la pieza En el vasto silencio de Manhattan. Otra de sus obras dramáticas, Vida con mamá, estrenada en 1975, recibió el Premio Municipal de Teatro del Distrito Federal y el Premio Juana Sujo. Fue coordinadora de la revista Venezuela, del Ministerio de Relaciones Exteriores. En 2006 publica su primera novela, De muerte lenta, en coedición de la Fundación Bigott y la Editorial Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar. Entre sus libros destacan: En el vasto silencio de Manhattan (teatro, 1961), Vida con mamá (teatro, 1976), Una sonrisa detrás de la metáfora (ensayos, 1969), Yo amo a Columbo o la pasión dispersa (ensayos, 1979), Carriel número cinco (un homenaje al costumbrismo) (crónicas, 1983), Crónicas ginecológicas (1984), Carriel para la fiesta (crónicas, 1997), Así que pasen cien años (crónicas, 2016), En el entretanto (relatos, 2000), Homenaje a la estrella (relatos, 2002), De muerte lenta (novela, 2006), La señorita que amaba por teléfono (novela, 2016)
Agradecimientos
A mi sobrina Eva, en Boston, por su atención al pequeño bosque familiar, a cuya arboleda pertenece.
Para Dita Cohen y Paulina Gamus, resplandor en el desierto.
A Lena Yau, en Madrid, por la gracia y clemencia en los propósitos del corazón.
A Antonio López Ortega.
dedica
Así, como el cuento del niño,
bien valdría, con las puras imágenes,
no dormir, y salvarlas.
(de «Vasija», poema de Bellas ficciones, Yolanda Pantin)
Fanta
1. «La danza de pájaro de la silenciosa bailarina lleva la curación del mundo en la levedad de plumas de sus movimientos», dijo un amante de los espectáculos de arte.
2. «La conciencia produce las mismas molestias que las picadas de zancudo propias de nuestro poco afable trópico», dijo una periodista tenida por insobornable.
3. «¡Ah, las escaleras sin concluir de los laberintos!», dijo el arquitecto desesperado.
4. «Se ha hecho tarde. Desde la ventana de mi alcoba, antes de disponerme a coger el sueño, miro los edificios de enfrente. Al verlos todos con las luces apagadas, siento que somos oscuros pájaros necesitados de reposo. ¿Qué otra cosa son nuestras almohadas sino las alas de un vuelo demasiado breve?», dijo una dama algo insomne, díscola ciudadana de la noche.
5. «Era una dama muy agraciada, pero caía en ira con enorme facilidad. De modo que resultó ser como el lindo juguete que el niño lanza al vacío en un acto de malcriadez», dijo el experto en concursos de belleza.
6. «Los folios breves ahítos de citas literarias nos traen el recuerdo de antiguos sobres epistolares atiborrados hasta no más poder con coloridas estampillas de testas coronadas», dijo un sujeto muy criticón.
7. «Las estrofas de los poetas de un país sumido en el agravio son como rezos para el corazón», dijo un gran conocedor de poesía venezolana.
8. «Nuestras familias siempre eran sorprendidas por las desavenencias de la historia. Las definía una ciudadanía sanguínea. Detrás de ellas no se atisbaban tierras, selvas o ríos visibles. Las expediciones, si las hubo, fueron las de la memoria. De pequeña fui sorprendida por las desangeladas casas de muchos vecinos. A ellos los respaldaba un país. A nosotros tan solo una geografía sonámbula. Por eso en nuestros padres (aunque fuesen de medianos recursos) había el esmero por acicalar nuestras viviendas. El hogar era nuestro insomne país. El que, dentro de nuestras familias, no dormía nunca», dijo Renata, cultivada médica de origen judío.
9. «Pájaros imprevistos visitan el árbol solitario y gustan de alimentarse de un alpiste en que el viento ha dejado un tesoro de sales lejanas», dijo un joven poeta.
10. «Con el ascensor echado a perder, subí y bajé por las escaleras como una trapecista de circo sin empleo», dijo la vecina algo obesa del último piso.
11. «El país se ha quedado a solas con su petróleo», dijo un escritor al que conozco desde días juveniles.
12. «La memoria es una herida que cada vez cicatriza peor en nosotros», dijo un periodista al que no veía desde hacía mucho tiempo.
13. «Mi oso blanco fue la vieja nevera que sacó fuera el hombre de las mudanzas. Suficientes los años de su escondite. Con mi colaboración decidió la vuelta a los bosques fríos», dijo una amiga que se lleva muy mal con la anécdota doméstica.
14. «Mi primo el de Nueva York fue hombre de maneras suaves. Hablaba con la voz –casi en susurros– de una persona muy gentil o como apaleada en su infancia por pertenecer a un pueblo al que le daban duro, muy duro, como en un ring de boxeo», dijo la que fue joven.
15. «El té negro a la hora de la merienda alivia las viejas maldades inglesas y, de paso, maldades propias e impropias», dijo una elegante frecuentadora a tea parties.
16. «El insomnio es la costurera que no logra pegar los botones al alegre chaleco de la noche», dijo la obligada consumidora de somníferos.
17. «¡Este vestido compite en belleza con los más primorosos jardines de Francia! ¡Así se me hace más llevadero llegar a los sesenta! ¡Qué marido sin par tengo en Alonso! ¿A quién se le ocurre que puedo distraerme en tontas aventuras con poetas famélicos, de esos que pululan en los ambientes literarios? ¡Primero mi casa, mis sirvientas, las cenas que doy, mi chofer, mi encantador apartamentito en la playa, los viajes anuales a París instalada, por supuesto, en el Hotel Lutecia! Preciosas dádivas como envueltas en el papel movedizo de las sorpresas. ¡Qué dichosa soy!», dijo la novelista rica a la que le acaban de regalar un traje fastuoso.
18. «Algunas lluvias son como hilachas de un tren descarriado», dijo un sempiterno viajero por ferrocarril.
19. «Las montañas de soledad del escritor son como los más helados y apartados riscos del país», dijo el geógrafo solitario.
20. «¡Ah, la vejez, esa casa en abandono desde donde los huéspedes radiantes han emprendido la huida! Casa que, en algún momento, pudo ser bella. El paso de los años la minó de grietas y de lamentos», dijo una anciana en el parque.
21. «El verde de los árboles en profundo coloquio con la tierra», dijo el jardinero en plena faena.
22. «La escritura debe fluir como agua transparente manchada solamente por la sangre de la vida», dijo un escritor admirado.
23. «Un país que confunde sus nombres trastoca su destino», dijo un urbanista con algo de azoro.
24. «Después de una visita al palacio de las decisiones, una legión de reputados especialistas en fonética fue repentinamente llevada al manicomio», dijo un loquero.
25. «En la montaña, la densa neblina se ha convertido en leche para consuelo del hambre que sufre la ciudad», dijo un tipo que patea la calle.
26. «En medio de los chubascos de una lluvia tropical, los paraguas vuelan de la mano de la gente como maridos que se han ido de fiesta», dijo la poetisa que perdió el marido a pleno sol.
27. «La muerte, esa incorrección, únicamente tiene en la escritura una desesperada vida paralela», dijo un escritor que sufre enfermedad crónica e incurable.
28. «El humor y la fantasía son almas gemelas. Una es traviesa y la otra bella», dijo un hombre sin humor y sin fantasía.
29. «Los nombres que, en medio de una conversación, no acuden rápidamente a la memoria son como los botones que se dejan caer, de a poco, en una chaqueta que hemos tenido abandonada», dijo la dama olvidadiza.
30. «Guijarro ensimismado no volcado por los caminos», dijo el biógrafo de un escritor.
31. «Con el paso de los años, tendemos a empequeñecernos un poco. Es como