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El agua verde del idiota: La errata: cultura e historia
El agua verde del idiota: La errata: cultura e historia
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Libro electrónico332 páginas6 horas

El agua verde del idiota: La errata: cultura e historia

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En este libro, escrito con agudeza y erudición, Yanko González y Pedro Araya exploran una tensión esencial que atraviesa todas las culturas escritas: la obsesión por la corrección de sus textos, los que están llamados a transmitir con fidelidad las intenciones de sus autores. Sin embargo, todas las tradiciones escriturarias se han visto confrontadas con la realidad inexorable, ineluctable de las erratas. Ninguna técnica de reproducción de textos —copia manuscrita, composición tipográfica, linotipia, máquina de escribir o computador— fue capaz de evitarlas, ni siquiera todos los actores que desempeñaron el papel de corrector (salvo Dios, en la metáfora de la vida eterna, entendida como emendación de los gazapos de la existencia humana).
La cultura e historicidad de las erratas, presentes en todos los sistemas de escritura, se remite a las razones que las produjeron y las producen: las manipulaciones torpes de la caja tipográfica o del teclado, los lapsus inconscientes de la composición o las erratas voluntarias que son creaciones lexicales, burlas irónicas o expresión de una protesta. Desde los códices mayas y la "Biblia maldita" de 1631, hasta mapas, grafitis, constituciones políticas o la inscripción del pórtico de Auschwitz (con la compañía de Cervantes, Shakespeare, Machado de Assis, César Vallejo, Neruda, Felisberto Hernández, Clarice Lispector, Camilo José Cela, Rosario Castellanos, Jacques Derrida y muchísimos otros), los autores de este magnífico libro proponen un encuentro insospechado con los poderes domados o incontrolados del yerro escrito.
Roger Chartier
IdiomaEspañol
EditorialFCEChile
Fecha de lanzamiento1 nov 2023
ISBN9789562893343
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    El agua verde del idiota - Yanko González Cangas

    Primera edición, fce Chile, 2023

    González Cangas, Yanko y Pedro Araya Riquelme

    El agua verde del idiota. La errata: cultura e historia / Yanko González Cangas, Pedro Araya Riquelme. – Santiago de Chile : fce, 2023

    301 p. ; 21 × 14 cm – (Colec. Historia)

    ISBN 978-956-289-332-9

    ISBN Digital 978-956-289-334-3

    1. Edición – Historia 2. Pruebas de imprenta – Historia 3. Libro – Historia 4. Imprenta – Historia 5. Español – Estilo I. Araya Riquelme, Pedro, coaut. II. Ser. III. t.

    Z121 Dewey 070.5 G644a

    Distribución en América Latina

    © Yanko González Cangas

    © Pedro Araya Riquelme

    D.R. © 2023, Fondo de Cultura Económica Chile S. A.

    Av. Paseo Bulnes 152, Santiago, Chile

    www.fondodeculturaeconomica.cl

    Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México

    www.fondodeculturaeconomica.com

    Coordinación editorial: Fondo de Cultura Económica Chile S. A.

    Diagramación: Macarena Rojas Líbano

    Fotografías de portada: Imagen 1: Graffiti callejero. Imagen 2: Instrucción para la lectura y corrección de pruebas de imprenta en Revista de Artes y Letras, Tomo XII, Santiago, 1888.

    Registro de propiedad intelectual: 2023-A-7568

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra —incluido el diseño tipográfico y de portada—, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito de los editores.

    ISBN 978-956-289-332-9

    ISBN Digital 978-956-289-334-3

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    ÍNDICE

    Cuando Homero dormita (A modo de introducción)

    por Yanko González C. y Pedro Araya R.

    Primera Parte

    In culpa est

    Yanko González Cangas

    Capítulo I

    Demonios y constituciones

    Capítulo II

    Vusco volvvver de golpe el golpe: erratas fecundas

    y rebeliones ortográficas

    Capítulo III

    Oficina de errores: Castigadores y corruptores

    Segunda Parte

    Alteridades tipográficas

    Pedro Araya Riquelme

    Capítulo IV

    Atomic Typo: Fisuras institucionales

    Capítulo V

    Cargar con el mochuelo: La errata como pensamiento material

    Capítulo VI

    Caza y huida del sentido: erratas vitales

    Epílogo

    Yanko González Cangas

    Pedro Araya Riquelme

    Fuera de la cárcel del alfabeto:

    Erratas conjeturales y otredad cultural

    Bibliografía

    Lo imperfecto es nuestro paraíso.

    Wallace Stevens

    CUANDO HOMERO DORMITA

    (A MODO DE INTRODUCCIÓN)

    Hace pocos años

    , en Moscú, un afamado poeta nos dijo casi en sordina que la mayor felicidad de un lector era encontrar una errata en el libro de su enemigo y saber que por el arte de la imprenta se iba a propagar en todo el planeta. Meses después, cavilada la anécdota, pensamos que el postulado albergaba una traza de verdad, en la medida que, aunque apenas visible, en toda lectura subsiste una pulsión vigilante y autosatisfactoria que nos da luces sobre el hecho de que no pocas personas, suspicaces y pertinaces, no leen libros, leen erratas. No soy muy optimista sobre la capacidad de la gente para cambiar su modo de pensar, pero bastante optimista sobre su capacidad para detectar los errores de los demás, aseguraba el octogenario psicólogo y premio Nobel Daniel Kahneman.¹ Por entonces, cuando ya rumiábamos la escritura de este libro que hoy tienes en tus manos, esa brizna de verdad nos arrojaba a un lugar incómodo, no solo por la antipatía y engreimiento del que anda por la vida enrostrando faltas, sino por todo lo policiaca y majadera que esta actitud lectora encierra. Perpetradores sintomáticos —y a veces, sistemáticos— de gazapos, sabíamos que nuestra erratología iba en un sentido opuesto y que nuestras apariencias engañaban. Si bien es cierto, por mucho tiempo nos transformamos en lectores monográficos del yerro en la amplia historia y variedad de la cultura escrita, lo fue con la sagrada intuición de buscar prójimos, camaradas y hasta cómplices del mote² impreso. En un comienzo, se trataba de hacer un breve y fresco registro antológico sobre el mundo de la errata, que diera continuidad y extensión a las escasas tentativas similares —anecdóticas y literarias— que habían aparecido en pequeñas compilaciones en las últimas décadas.³ No obstante, en corto plazo, la idea se fue arborizando teórica e históricamente a partir de la complejidad conceptual y material que todo error escrito comporta, exigiéndonos una aproximación investigativa y exegética mayor, que hiciera hablar al lapsus calami más allá de su literalidad, pero sin desfallecer en la monocromía del paper y, por supuesto, evitando a toda costa confundirnos con el cetrino rostro de superioridad del que caza y exhibe como trofeo vistoso la presa del equívoco. Este camino se profundizó en medio del primer y fallido proceso constituyente en Chile, cuando en la propuesta final de Carta Magna, distribuida por el Estado y varias casas editoras, apareció un grueso error impreso a través del cual se podía indagar con preguntas inquietantes sobre el lugar de la errata en la cultura escrita. Allí uno de nosotros vertió en una breve columna, un esbozo de los primeros asedios que componen este libro,⁴ aunque su sedimento reflexivo tenía ya varios años de acumulación.

    En un caso como director de una editorial universitaria y en otro como traductor, pero en ambos como antropólogos y poetas, nuestras aproximaciones a la errata se venían trenzando con una investigación y largo proceso de publicación de un volumen que tenía como protagonista a uno de los mayores historiadores del libro y la lectura, Roger Chartier. Se trataba de un diccionario oral sobre la cultura escrita donde, a través de sucesivas entrevistas, compusimos un lexicón que sistematizaba, de la mano de entradas clave, los aportes más significativos y generativos de los múltiples hallazgos del especialista francés.⁵ Una vez publicada la obra y al calor de nuevas conversaciones, reparamos en los olvidos, en aquellos lugares que, por obvios, pasamos por alto, entre ellos, una constante fundamental advertida por el propio Chartier:⁶ independiente del tiempo y espacio histórico, el desarrollo de la cultura escrita estaba signado por el temor. Particularmente, por tres tipos de temores, menos contradictorios que complementarios entre sí. El primero, el miedo al olvido, es decir, a la pérdida de una textualidad irremplazable, ya sea por su sabiduría, inspiración, conocimiento o por la fe que transportaba, lo que había animado a la fijación impresa de manuscritos y al acopio y resguardo, expresados en las primeras bibliotecas o en las actuales bases de datos. El segundo, el pavor al exceso, a la producción escrita desatada, vale decir, al temor tanto a no poder controlar lo que se escribe, como a no poder asirlo, de lo que se deriva la censura, pero también, la utopía enciclopédica, la de reducir todos los libros a uno, con los saberes esenciales. Y el tercero es, precisamente, el miedo a la corrupción del texto en tanto transmisión manuscrita o mecánica, que convoca tanto la idea de pérdida, como de manipulación, con las terribles consecuencias que un yerro puede producir. Entendimos que las investigaciones sobre este último miedo, si bien habían generado una literatura científica importante (desde la paleografía y la historia cultural hasta la filología y la ecdótica, amén de un importante campo profesional nutrido de manuales y bibliografía lingüística, gramatical, ortográfica, semántica y léxica),⁷ su acento en la corrección, en lo normativo y la fidelidad textual había dejado varias zonas mudas o no suficientemente narradas desde el punto de vista especulativo y divulgativo, como la intencionalidad o la imaginación creativa que se hospeda en cada gazapo impreso.⁸

    ***

    Hoy, en que libros, revistas y periódicos son producidos en ingente número para un público de masas, con un fuerte empuje acelerante y multiplicador de las tecnologías digitales y la inteligencia artificial, buena parte de la conciencia manuscrita y tipográfica ha desaparecido. Durante muchos siglos, la factura del libro y su reproducción fue un trabajo laborioso y esencialmente manual. Cada pliego se producía uno a uno, por medio de intrincados y lentos procedimientos, que convertían cada volumen en único. Un oficio que le daba al escriba, al copista o al impresor la oportunidad de expresar su sello y su arte. Un lector —como el del antiguo régimen, tan bien retratado por Robert Darnton— consideraba el libro como un sujeto con carácter propio. Lo observaba detenidamente y ponía especial atención tanto al continente como al contenido. Acariciaba el papel y estimaba su peso, su lucidez y tonicidad; la iluminación, composición, el diseño de los tipos, el interlineado, y la uniformidad de la impresión: Probaba un libro igual que podría haber catado un vaso de vino,⁹ y una vez que se había empapado de todas sus características materiales, comenzaba a leerlo. Todo ello, como lo prueban los denodados esfuerzos del mayor editor moderno, el gran Aldo Manucio, redundaba en atenazar y desalojar toda errata nacida —en términos aristotélicos— de la adición, la omisión, la transmutación o sustitución. Tras este empeño, estaba también la noción de error como hecho teológico, el que hundía sus raíces en la pecaminosidad de la humanidad y el alejamiento de Dios, por lo que acaecida la Reforma, se creó un cisma de fe y dogma dentro del cristianismo y el error se asoció fuertemente a la herejía, con lo cual, la observancia sobre lo escrito y lo impreso era un imperativo, al menos, como predicado moral e ideal, más allá —como veremos en estos ensayos— de las excusas, mitos y constricciones materiales para cumplir este mandato. Secularizado, el error tipográfico se convirtió paulatinamente en una debilidad intrínseca del negocio que, bien administrado, podía aventajar a la competencia en medio de la proliferación de talleres de impresión y casas editoras. Pero lo crucial es que se entendió que luchar contra el gazapo era una empresa estéril y de lo que se trataba era de domesticarlo hasta su indefensión. Aunque en libros de curiosidades se suele citar que el récord de erratas lo tiene la edición del londinense The Times del 22 de agosto de 1978 (en la que en una sola columna aparecieron 97 erratas, que consistían en la omisión de la última letra de la palabra papa (pope) referida a Pablo VI),¹⁰ lo cierto es que diversos estudios recientes que han analizado los errores de impresión en muestras significativas de títulos de ficción y no ficción, publicados por editoriales transnacionales, han encontrado un promedio de 1.3 errores por cada 10 páginas, siendo los más comunes los tipográficos, seguidos de los errores de puntuación y los gramaticales. No nos debe resultar extraño entonces que, en 2010, Penguin Australia destruyera 7.000 ejemplares de su libro de recetas The Pasta Bible (La Biblia de la pasta), al ser advertidos por un lector que en una de las recetas —tagliatelle con sardinas y prosciutto— había una ofensiva errata racista: en vez de decir que el plato requería salt and freshly ground black pepper, indicaba agregarle salt and freshly ground black people (sal y gente negra recién molida).¹¹ La mayor parte de las excusas sobre estos gaffes por parte de los sellos editores o conglomerados de la prensa, se basan en otra novedad tecnológica: la automatización de la corrección vía programas informáticos y uso de algoritmos, la que sin revisión ulterior, sumada a la urgencia, la disminución de correctores humanos y la recirculación digital han expandido las pifias exponencialmente, al punto de ser considerada una de las plagas del siglo XXI.¹² Plaga que, como diestra farmacéutica, Google no se cansa de explotar, al menos desde 2010, ingresando cientos de millones de dólares al año gracias a las búsquedas equivocadas de dominios web populares (esquema conocido como typosquatting): al estar registradas múltiples variantes mal escritas de estos dominios, los usuarios son redirigidos a estos sitios, inundados de publicidad.¹³

    Errare humanum est, dice el lugar común, echando mano al latín para atestiguar la prosapia inmutable de una verdad que encuentra su mejor metáfora en el proverbio transmitido por la pluma de Horacio, ese poeta de Venosa, que floreció entre la Roma republicana y la imperial, y que se convirtiera en preceptor y baremo de toda la poesía occidental. En la que se cree será una de sus últimas obras, una epístola crítica y propedéutica dirigida A los Pisones, más conocida como Arte poética, en el verso 359 escribe: quandoque bonus dormitat Homerus (a veces el buen Homero dormita),¹⁴ aludiendo a esa facticidad invariable, la inevitabilidad del error, que empuja hasta los genios a equivocarse. Bien lo sabía Horacio: entre muchos de los yerros e incongruencias en los poemas de Homero, se encuentra el de la resurrección de Pilémenes, personaje de su Ilíada —líder de los paflagonios y combatiente en la guerra de Troya— que es asesinado por Menelao en el canto V (578-579) y revive inexplicable y mágicamente en el canto XIII (658-659) para acompañar el cadáver de su hijo Harpalión.¹⁵ Aunque el bardo romano se indigna y arremete en contra de los copistas o intérpretes de la cítara que del error hacen una rutina (ridetur chorda qui semper oberrat eadem), Horacio vislumbra, probablemente, que lo constante es ese perpetuo errar a través de una infinidad de errores, donde el peligro es la infinitud, la razón del error es la infinitud. Así, el gazapo habitaría en uno mismo, agazapado, pero como una bestia hambrienta, de pronto saldría para traicionarnos. O bendecirnos. Porque, ¿cómo puede errar un poeta si no hay poeta, solo poema? Tanta buena poesía tiene un precio. Después de todo, como reza el proverbio hindú, no hay un prado perfecto hasta que no cae sobre él una hoja para romper su soberbia.

    La inteligencia solo puede existir en un mundo en el que se cometen errores, en el que reina el error, insistía Paul de Man, seguramente, parafraseando a Nietzsche. Esta siempre yace escondida dentro de la equivocación, como la luz descansa oculta dentro de una sombra o la verdad dentro del error. Como nos ha enseñado la biología, una errata en la replicación del código genético es la que posibilita la variación entre miembros de una especie; y debido a esa diferenciación, la especie en su conjunto es capaz de adaptarse y sobrevivir. Una población pequeña y homogénea está sentenciada. Para cualquier especie, el error es lo que la mantiene viva y en permanente adaptación al cambio. Conscientes de la infinitud del yerro y de que su versión escrita es su microscópica cara, este libro asedia precisamente no solo su sombra, sino sus luces, lo de virtuoso, pero sobremanera, lo de fértil desde el punto de vista interpretativo que la incorrección entraña. Ante esta abundancia, cabe la advertencia de que pocos de los casos que aquí abordamos se examinan de manera suficiente, no digamos exhaustiva. En varios de ellos, nuestras fuerzas han alcanzado únicamente para exponer la evidencia y bosquejar un marco donde pudiesen ser contemplados. Ensayos, algunos impuros, mestizos, pero deseantemente proteicos, a los que hemos definido como asedios, incursiones, no necesariamente exitosas, al mundo del error escrito, pero que buscan comunicar a través de sus pisadas la pequeña inmensidad que albergan.

    ***

    Como se verá, la selección es diversa, como diversas son las preocupaciones que se han abierto en cada ensayo. Aunque una parte significativa refiere a la escritura en tanto literatura de imaginación, abordando la obra de algunas autorías clásicas que convirtieron a la errata en su aliada, su obsesión, su némesis o su fantasma —como César Vallejo, Clarice Lispector, Neruda, Rosario Castellanos, Juan Ramón Jiménez, Eça de Queirós, Mary Ruefle, Cervantes, Shakespeare, Valery Larbaud, Machado de Assis, Nietzsche, entre una treintena—, estos asedios no se agotan ahí. Nos ha interesado darle porosidad y cierta apertura tanto referencial como histórico-contextual a buena parte de los problemas y casos que hemos seleccionado, entendiendo la errata —como bien promete el subtítulo de este libro— inscrita en la amplia pluralidad histórica, cultural y material de las prácticas escriturarias. Debido a ello, el lector se encontrará no solo con gazapos —enmiendas e invenciones— en códices y folios literarios, sino también, en biblias, textos jurídicos, mapas, grafitis callejeros, letreros emblemáticos del nazismo u otras escrituras expuestas, que conviven con un abanico complejo de tecnologías de producción escritural, arraigadas a una cosmovisión y a procedimientos que nos ayudan a comprender la poliédrica vida social de la errata: desde el cálamo a las virguerías del arte tipográfico; y de estas a la linotipia o la esfera de escribir. Tras estas tecnologías y la suma de materialidades anexas, convergen una serie de actores —amanuenses, copistas, correctores, cajistas, prensistas, editores, traductores, libreros, autores, programadores, entre otros— que nos resultaron esenciales para desentrañar tanto el yerro impreso en tinta o en bits, como el estatuto de la exactitud, habida cuenta que, como aventuramos en estos ensayos, tras cada error hay una verdad que sonríe. Consecuentemente, el lector podrá surcar a través de fuentes primarias (por ejemplo, el First folio de W. Shakespeare, la edición príncipe de El Quijote, incunables y post incunables sobre tipografía y corrección en el Renacimiento europeo, impresos novohispanos coloniales y diversos escritos de los siglos XX y XXI), las aguas de la construcción cultural y material del error en algunos regímenes escriturarios, desde su amplificación con la aparición de la imprenta, hasta los procesos, sujetos históricos, consecuencias y usos implicados en el campo de la creación literaria, científica, religiosa, fílmica o legal. Aunque son ensayos exploratorios, la obra tiene una serie de hallazgos investigativos, como un singular libro de erratas sobre las erratas salido de las prensas peruanas en el siglo XVII, erratas escasamente advertidas —aunque generativas—, en el First folio shakespeariano, el rol y resultados de las enmiendas realizadas por el nobel Camilo José Cela a la Constitución española a partir del análisis de los archivos de las sesiones constituyentes, o el impacto textual de ciertas prácticas de composición en las prensas de linotipia, entre varios otros. Al mismo tiempo, estos asedios no están exentos de algunos soplos teóricos que, aunque autolimitados, buscan domiciliar la reflexión más que en la crítica textual —o estemática—, en aquellas tradiciones de investigación sobre el mundo escrito que apuntan a que el conjunto de variantes y formas en que una pieza es publicada debe comprenderse como diferentes encarnaciones socio-históricas, por lo que en muchos sentidos, no es posible alcanzar un texto puro o primigenio que trascienda todas las variantes y sea fiel a la intención original de la obra o el autor. En esta dirección y desde el punto de vista interpretativo, los ensayos dialogan con los aportes de Donald McKenzie y Roger Chartier y con algunas obras que consideramos fundamentales en la literatura especializada sobre el tema, como las de Anthony Grafton, Jack Goody, Armando Petrucci, David Mckitterick, Francisco Rico, entre otras.

    Por último, cabe mencionar el epílogo de este volumen. Al igual que esta introducción, ese apartado fue escrito a cuatro manos, teniendo como horizonte el desafío de nuestra disciplina madre, la antropología, que desde un comienzo nos inquiría, punzante, si era posible la errata en la alteridad radical, por ejemplo, en estelas o códices mayas, como el de Dresde, o en la escritura rongorongo rapanui. Las respuestas a este género de interrogantes resultaron en un asedio que, lejos de ser oclusivo y conclusivo, es una tímida incursión a un universo casi inescrutable, en busca de rastros e indicios sobre la noción de error —su inexistencia o su ilusión— en la variabilidad cultural, acudiendo para ello a algunos casos de contacto con escrituras no alfabéticas con la esperanza de insinuar los posibles bordes del gazapo más allá de nuestro pensamiento domesticado por la tipografía. Un capítulo final —sabrán disculparnos— algo más abultado debido a los imperativos contextuales para describir, aún grosso modo, sistemas escriturales completos y así poder ingresar con nuestras preguntas. Esperamos que este final ensanche las interrogantes y, sobremanera, aliente otras incursiones interpretativas.

    ***

    Como en toda factura de un libro, muchas son las manos, los ojos y la generosidad que participan en su creación. A veces por genuina curiosidad o entrañable amistad, esta obra despertó el entusiasmo entre muchos de nuestros cercanos y recibimos hasta pocos días antes de colocarle el punto final pistas espontáneas que nos hicieron dudar si investigar y escribir en un segundo tomo gaffes en otros géneros y soportes de la lengua, como, por ejemplo, aquellas provenientes de la canción popular a las que alguna noche aludiera la editora Paula Barría en compañía del poeta Sergio Parra y la fotógrafa Paz Errázuriz para recordarnos sobre la deslumbrante errata creativa que supuso la traslación de una de las baladas más emblemáticas del cantante brasileño Roberto Carlos, Un gato en la oscuridad, conocida por su coro como el gato que está triste y azul. Composición esta de Toto Savio y Giancarlo Bigazzi, escrita originalmente en italiano y llamada Un gatto nel blu —algo así como un gato con la noche de fondo—, que después descubrimos fue traducida al castellano por Buddy y Mary McCluskey para convertir el azul oscuro (blu) de la noche itálica, en azzurro, aquel azul claro del cielo, resultando en español un enigmático gato azul, quizás el felino más excéntrico y poético de la canción popular hispanoamericana y que, curiosamente, el mismo cantante jamás terminó de entender.¹⁶ Como este indicio proveniente del universo oral y, por cierto, escritural, recibimos muchos, pero nuestro empeño logró resolver apenas un puñado habida cuenta de los varios casos, de suyo complejos, en los que estábamos ya embarcados hacía tiempo. Por todo ello, queremos agradecer a amigos, colegas y especialistas que nos brindaron además de su entusiasmo y paciencia, consejos lingüísticos e históricos cuando la evidencia requería más precisión que especulación. Estamos en gratitud especialmente con Ricardo Mendoza, quien estuvo en los albores de este libro y nos acompaña cada miércoles en el café de siempre —a veces, junto a su hija Sabina—, no solo en la discusión de nuestros hallazgos, sino también, en desbrozar el tupido bosque de la cultura impresa. Igualmente, con Roger Chartier, Robert Darnton, Signe Klöpper, Andrés Anwandter, Leonardo Sanhueza, Cléo Araya Decante, César Soto, Verónica Zondek, Daniel Quiroz, Andrés Horn, Rafael López, Macarena Rojas y Gloria Alarcón, quienes han sido de una u otra forma parte, con sus destellos, corroboraciones bibliográficas, ayuda en las traducciones, ejemplos y soporte editorial, de las sucesivas idas y regresos en lo que fue nuestro prolongado trabajo de campo en la inmensidad del error escrito. Solo nos cabe añadir, para quienes se pregunten sobre su origen, que el título algo injurioso de este libro encuentra su explicación en uno de los capítulos del volumen; y por supuesto, como cabría esperar, damos absoluta fe de que este libro no contiene ninguna erata.

    YGC & PAR

    Valdivia, primavera de 2023.

    Notas

    1 Livio, M. (2013). Brilliant Blunders: From Darwin to Einstein-Colossal Mistakes by Great Scientists That Changed Our Understanding of Life and the Universe. New York, Simon & Schuster.

    2 En Chile y Perú y según la

    RAE

    , error en lo que se habla o se escribe (N. del E.).

    3 En español circulan desde hace tres décadas dos breves libros compilatorios sobre erratas: Vituperio (y algún elogio) de la errata, de José Esteban (Sevilla, Ediciones Espuela de Plata, 2013), y

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