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Matar al otro: Una historia natural de la violencia étnica
Matar al otro: Una historia natural de la violencia étnica
Matar al otro: Una historia natural de la violencia étnica
Libro electrónico547 páginas11 horas

Matar al otro: Una historia natural de la violencia étnica

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Matthew Lange ha dedicado gran parte de su trabajo a la investigación de la violencia étnica y su relación con la construcción del Estado, el nacionalismo y la creación de códigos para identificar al Otro. En el presente título, él busca presentar los elementos y componentes estructurales de la violencia étnica y cómo es que ésta se desarrolla, a la vez también da cuenta de los mecanismos que se han utilizado para hacerle frente. Para incursionar en este estudio el autor presenta casos en los que la violencia étnica han devenido en catástrofe, tal como el genocidio de los tutsis, el de lo judío a manos del nazismo y los crímenes cometidos por parte del KKK, entre otro. A partir de ello realiza un exhaustivo análisis sociológico al cual hace converger otras disciplinas que van desde la historia, la psiquiatría, la antropología, la economía y la religión. De esta manera el autor presenta la gran dimensión del problema que permanece latente en el mundo contemporáneo, a la vez que da cuenta de cómo ciertas medidas han resultado adecuadas como freno ante la propagación de este mal.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 oct 2022
ISBN9786071675996
Matar al otro: Una historia natural de la violencia étnica

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    Matar al otro - Matthew Lange

    Sumario

    Agradecimientos

    Introducción. Matar al otro

         I. Naturaleza y crianza de la violencia étnica

        II. Modernidad y violencia étnica

       III. ¿Enseñar la paz o la violencia?

       IV. Orígenes de la conciencia étnica

        V. Orígenes del pluralismo étnico

      VI. Prejuicios emocionales y obligaciones étnicas.

    Motivos de la violencia étnica

     VII. Los Estados y la violencia étnica.

    ¿Frenar la violencia o instigar la agitación?

    VIII. De los peores a los primeros. La disminución de la violencia étnica en los países modernizadores tempranos

     IX. Modernidad y violencia étnica en África, Asia y

    Latinoamérica

       X. El futuro de la violencia étnica

    Ilustraciones

    Bibliografía

    Índice analítico

    Índice general

    Agradecimientos

    A lo largo de los últimos 15 años he estado trabajando en Matar al otro casi sin percatarme, pues este libro sintetiza, reorganiza y amplía las reflexiones de proyectos anteriores sobre el legado de los Estados coloniales, la formación y la transformación de los Estados, el impacto del colonialismo y los efectos que la educación tinene en la violencia étnica. Durante el largo tiempo de investigación invertido en el libro, recibí la ayuda de muchas personas y organizaciones.

    Desde hace tiempo, Dietrich Rueschemeyer, James Mahoney y Patrick Heller han sido y siguen siendo mentores fabulosos. Mis colegas John A. Hall, Maurice Pinard, Eran Shor y Thomas Soehl me hicieron generosas observaciones sobre diferentes borradores y me ayudaron a formular ideas a través de discusiones frecuentes. John A. Hall merece un agradecimiento especial por sus atinados comentarios sobre tres versiones distintas del texto y por ser una fuente de aliento inagotable. Otro colega, T. V. Paul, me proporcionó invaluables contactos para mi trabajo de campo en Kerala. Varios talentosos ex estudiantes me ayudaron a recoger datos, completar los análisis estadísticos y editar el manuscrito, entre ellos Andrew Dawson, Sara Hall, Jason Jensen y Kalyani Thurairajah. El International Centre for Ethnic Studies en Colombo y Kandy, en Sri Lanka, el Centre for Development Studies en Kerala, la Public Records Office y la British Library en el Reino Unido, el OKD Institute of Social Change and Development en Assam, la Colorado Historical Society y la Biblioteca de la Universidad de Cornell me proporcionaron acceso a valiosos documentos que dieron forma a este estudio. Varias personas de esas organizaciones me ofrecieron su apoyo, guía y amistad, entre ellas, K. M. de Silva, Indranee Dutta, Sunil Mani, Thambirajah Ponnudurai y Bhupen Sarmah. Fuera de esas organizaciones, Rena Choparou, Gopa Gopa Kumar, Yiannis Papadakis, Alexis Rappas, Michael Tharakan, Jandhyala Tilak y Michalinos Zembylas me proporcionaron consejos invaluables y su generosa asistencia en mi trabajo de campo. Mi editor en Cornell University Press, Roger Haydon, fue también de inmensa ayuda en el proceso de publicación, y dos lectores anónimos me proporcionaron recomendaciones y críticas constructivas. Por último, la investigación de este libro fue generosamente financiada con tres subvenciones otorgadas por el Social Sciences and Humanities Research Council de Canadá.

    Otras personas que contribuyeron a este libro más indirectamente fueron mis padres, Eileen y Keith Lange, quienes han sido una fuente continua de apoyo y guía a lo largo de toda mi vida. Finalmente, quedo en deuda con Clodine, Nicolas y Anna —mi esposa e hijos— por mi dosis diaria de amor e inspiración.

    Introducción. Matar al otro

    Elias Clayton, Elmer Jackson e Isaac McGhie, al igual que tantos otros como ellos a principios del siglo XX, abandonaron el sur de los Estados Unidos en busca del sueño americano en el norte, un sueño que se convirtió en una terrible pesadilla: el 15 de junio de 1920, los tres jóvenes fueron arrestados y acusados falsamente de violar a una joven mujer. A pesar de que eran inocentes, deben haber esperado y orado porque las sólidas rejas de acero de sus celdas lograsen contener el embate de la turba de 2 000 personas agolpada frente a la estación de policía y que, para entonces, ya había sometido a los oficiales e intentaba sacarlos a la calle. Después de forcejear durante un buen tiempo, la turba logró romper finalmente las bisagras de las puertas y, ya en sus manos, los inculpados fueron injuriados, golpeados y colgados de un poste de luz.¹ Después de que murieron, los fotógrafos retrataron la espeluznante y carnavalesca escena del crimen. La sobrecogedora fotografía presentada en la figura I.1 muestra el terrible carácter de la violencia de una forma que escapa a toda descripción escrita: los rostros de júbilo de los participantes y los espectadores, que posan junto a los cuerpos destrozados e inertes de las tres jóvenes víctimas.² La imagen también pone de relieve la razón de fondo del asesinato de Elias, Elmer e Isaac: eran afroamericanos, y sus agresores, blancos. Si los inculpados hubiesen sido blancos, los habitantes de Duluth habrían dejado que el sistema de justicia penal lidiara con ellos; de hecho, de haber sido blancos, podríamos asegurar que nunca habrían sido acusados falsamente de violar a una mujer blanca.

    FIGURA I.1. Linchamiento de Elias Clayton, Elmer Jackson e Isaac McGhie

    La vida de Beata Uwazaninka también fue brutalmente afectada por su otredad. En su infancia vivía con su abuela en una zona rural de Ruanda. Cierta noche, unos vecinos irrumpieron en su casa mientras dormían y mataron a su abuela de un martillazo en el cráneo; Beata se salvó porque sólo era una niña. Esos hombres mataron a su abuela por ser tutsi, razón por la cual no fueron juzgados. De acuerdo con Beata: Así fue como supe que soy tutsi, pero para ser sincera, en ese tiempo no tenía idea de qué significaba eso.³ Esa falta de conciencia podría sorprendernos incluso en una niña de siete años de edad; sin embargo, los hutus y los tutsis tienen el mismo color de piel, practican las mismas religiones, hablan el mismo idioma y prácticamente comparten la misma cultura. Por consiguiente, puede ser difícil diferenciar a unos de otros y hay una enorme discrepancia sobre lo que constituye realmente la hutsidad y la tutsidad. Siete años después del asesinato de su abuela por ser tutsi, Beata sobrevivió a una escalada genocida de 100 días, en la que los hutus masacraron a dos terceras partes de los tutsis de Ruanda, incluyendo a casi 100 miembros de su familia. Esos acontecimientos le permitieron comprender el significado fundamental de ser tutsi en Ruanda a finales del siglo XX: muchos hutus creían que era una enemiga y era mejor que muriera.

    Beata, Elias, Elmer e Isaac sufrieron en manos de otros por ser otros, es decir, fueron víctimas de violencia étnica. Lamentablemente, existen millones de historias como las suyas, ya que distintos pueblos de todo el mundo han sido atacados y asesinados debido a la diferencia étnica. Los datos recogidos por el Center for Systemic Peace (Centro para la paz sistémica) indican que, entre 1990 y 2013, cerca de tres millones de personas murieron a causa de la violencia étnica, y advierte que se trata de un cálculo conservador.⁴ Beata y los seres queridos de Elias, Elmer e Isaac, igual que millones de personas, llevan de por vida las cicatrices de la violencia étnica.

    Aunque todos los episodios de violencia étnica comparten rasgos comunes básicos, ésta puede tomar una gran variedad de formas, dependiendo de los objetivos, la escala, la población agredida, el nivel de organización y el grado de involucramiento del Estado. Tales variables generan diferentes tipos de violencia étnica, como linchamientos, disturbios, protestas, ataques terroristas, guerras civiles y genocidios.⁵ Se trata de tipos distintos, pero muchos episodios de violencia étnica combinan varios de ellos, ya sea porque un tipo puede transformarse en otro con el paso del tiempo o porque la violencia étnica adopta simultáneamente múltiples formas.

    La muerte de Elias, Elmer e Isaac es un ejemplo de linchamiento étnico, una forma única de violencia en la que personas de una comunidad étnica dominante asesinan a miembros de otra comunidad subordinada como castigo por un supuesto crimen. Además del castigo, el linchamiento ayuda a mantener los sistemas de dominación étnica. Con los disturbios étnicos también se busca castigar y reforzar el poder comunitario, pero son mucho más indiscriminados que los linchamientos, ya que las muchedumbres tratan de matar y destruir la propiedad de cualquier miembro de la comunidad objetivo. Los disturbios hindúes en contra de los musulmanes en la India son ejemplos característicos. Las protestas étnicas violentas, muy frecuentemente organizadas por comunidades subordinadas, persiguen generar conciencia por los agravios étnicos mediante marchas, plantones y actos de destrucción simbólica; suelen tornarse violentas cuando los miembros de la comunidad étnica dominante —incluida la policía— agreden a los manifestantes. Las protestas del Congreso Nacional Africano (CNA) en contra del gobierno del apartheid de Sudáfrica y la agresión del Estado en contra de los manifestantes ejemplifican esa forma de violencia étnica. Con los ataques terroristas étnicos, de manera intencional e indiscriminada, se mata y destruye la propiedad de otros y se promueve el temor generalizado. Es una forma de violencia étnica muy común cuando existe una gran disparidad de poder; así, los miembros de una comunidad étnica recurren a métodos terroristas cuando son incapaces de usar métodos de lucha más convencionales. Los ataques palestinos contra Israel son un claro ejemplo. La guerra civil étnica es una de las formas más mortíferas de violencia étnica. Comprende extensas luchas militares entre segmentos organizados de diferentes comunidades étnicas, donde cada bando intenta derrotar al otro para tomar el control del Estado o bien formar una nación étnica independiente. La guerra civil siria entre el Estado bajo dominio alauita y la oposición sunita es un ejemplo de guerra civil étnica. Por último, el genocidio étnico es la forma más mortífera de violencia étnica y comprende intentos deliberados de exterminio de una población completa de otros; el genocidio de Ruanda es un ejemplo atroz.

    Algunos investigadores de la violencia étnica subrayan el problema de análisis general que representa esa variedad tan grande de formas de violencia, ya que cada una podría obedecer a causas diferentes —un señalamiento válido, sin duda—.⁶ Romper las normas del contacto interétnico, por ejemplo, podría provocar un linchamiento, aunque su impacto en el genocidio sería muy bajo, porque éste requiere una amenaza mucho mayor a la existencia. No obstante, categorizar la violencia étnica implica también un alto costo, pues se ignoran similitudes importantes que permiten su comprensión general. Aunque en las explicaciones generales se pasan por alto algunas diferencias entre el linchamiento de afroamericanos y la violencia genocida contra los tutsis, nos ayudan a comprender la mayoría de los episodios de violencia étnica.

    En las siguientes páginas se ofrece una revisión general del tema y se analiza todos los tipos de violencia étnica. Se trata de un análisis amplio en tres formas distintas. En primer lugar, se explora la violencia étnica en todas las regiones del mundo. En segundo lugar, se investigan las transformaciones de la violencia étnica a lo largo del tiempo. Por último, conforme a la idea de que todo trabajo científico serio debe integrar una amplia variedad de pruebas, el libro incorpora las reflexiones de múltiples disciplinas. Con la combinación de todos esos elementos, Matar al otro ofrece una historia natural de la violencia étnica que aborda sus orígenes, causas, transformaciones y futuro.

    En los estudios de violencia étnica se debe prestar atención a Beata, Elias, Elmer, Isaac y otras víctimas para subrayar la franca inhumanidad de este tipo de violencia. Lo anterior es de particular importancia para el análisis causal, porque éste puede estar tan centrado en las pruebas que trivialice la violencia real. Al mismo tiempo, se debe prestar atención particular a los perpetradores de la violencia; de hecho, en todo intento de exploración de las causas de la violencia étnica se debe tomar en consideración lo que incita a las personas a atacar y matar a los individuos de otras comunidades étnicas. El sentido común sugiere que los perpetradores son seres depravados y demoniacos por naturaleza, y en general se les considera de una calidad inferior a la humana. La aceptación generalizada de las categorías maniqueas del bien y el mal tiene algo que ver con esa apreciación, porque incita a los seres humanos a ver a los extremistas étnicos violentos como seres intrínsecamente malos y pasa por alto las cualidades de redención que pudieran tener. Los programas de noticias de Hollywood y sus imitadores contribuyen a reforzar esos puntos de vista mediante retratos estereotípicos de asesinos fríos y despiadados que carecen de toda calidad humana.

    Con el fin de no caer en explicaciones simplistas e ingenuas centradas en el bien y el mal, en todo análisis de la violencia étnica se debe, ante todo, reconocer la humanidad de los asesinos y evaluar objetivamente las causas que los llevan a actuar de esa manera. El análisis objetivo demuestra claramente que la mayoría de los perpetradores de actos tan ruines no son seres depravados, dementes y demoniacos por naturaleza. En diversos estudios sobre el genocidio de Ruanda, por ejemplo, se concluye que, antes del intento de exterminio, muchos de los asesinos civiles mantenían relaciones cordiales con sus vecinos tutsis y no actuaban de forma beligerante, intolerante u hostigadora.

    Asimismo, si bien es fácil satanizar a los perpetradores de los linchamientos de Duluth por sus repulsivas sonrisas y arrogantes poses junto a los cuerpos destrozados de Elias, Elmer e Isaac, es preciso comprender que no se trataba de psicópatas trastornados incapaces de amar y sentir empatía. En su excepcional análisis de los linchamientos, Michael Fedo apunta que la mayoría de los participantes llevaron después vidas ejemplares y colaboraron en varios programas cívicos y juveniles en la ciudad.⁸ Incluso antes de los linchamientos eran reconocidos en su mayoría como ciudadanos sobresalientes. Un caso particular y desconcertante es el de Leonard Hedman. Cuando el linchamiento tuvo lugar era un trabajador portuario de 23 años que ahorraba dinero para ingresar a la Facultad de Derecho. Según los informes policiacos, Leonard atacó a un oficial de policía que protegía a los acusados y gritó: "¡Tengo la cuerda! ¡Queremos a esos negros!.⁹ Finalmente fue acusado de atacar a un oficial y estrangular a Isaac McGhie. El comportamiento de Leonard hace pensar en un individuo trastornado y lleno de odio; sin embargo, los compañeros de escuela de Leonard lo recordaban como un joven amable, idealista e inteligente que solía hacer bromas, se preocupaba por otros y tenía como meta ser abogado. Años antes denunció los linchamientos e incluso pronunció un apasionado discurso en una competencia escolar en el que condenaba los males de esa práctica. A partir de un discurso original de Percy E. Thomas titulado The American Infamy" (La infamia estadunidense), Leonard declaró:

    La mayoría de las personas en el norte y en el sur sabe que el linchamiento es un mal, pero es preciso divulgar esta percepción para tratar de contener a los menos juiciosos. Debemos adoptar un criterio que garantice a los acusados que serán juzgados por un tribunal no corrompido por la gangrena del prejuicio; debemos tener un criterio que imponga a los culpables un castigo tan fulminante y certero como si fuese impuesto por la mano de Dios; un criterio que impida al esquivo alguacil lavarse las manos con inocencia ante la muchedumbre enardecida; un criterio que determine con urgencia elevar la ley en toda su majestad muy por encima del juicio enajenado y los espíritus vengativos de la muchedumbre; un sentimiento que acabará por decir: la muerte a manos de la turba es vil asesinato […] y, con la ayuda de Dios, esa infamia estadunidense deberá desaparecer.¹⁰

    Se trata de un discurso poderoso con algunos argumentos excelentes, y resulta más notable aún si tomamos en consideración quién lo pronunció. Entonces, ¿qué ocurrió? ¿Por qué un joven aparentemente íntegro asumió un rol activo en los espeluznantes linchamientos? Desafortunadamente nunca podremos conocer la respuesta exacta, porque Leonard se negó a hablar sobre los linchamientos por el resto de su vida. Muchos perpetradores de violencia étnica suelen adoptar una postura similar, y los relatos de quienes están dispuestos a hablar son dudosos, ya que normalmente tienden a justificar su participación ante sí mismos y su audiencia. Estos problemas hacen difícil señalar las causas exactas de la violencia étnica pero no imposibilitan su análisis, dado que el contexto y el proceso que conducen a la violencia generan reflexiones importantes sobre las causas. Si deseamos entender por qué Leonard y varios de sus colegas atacaron y asesinaron a Elias, Elmer e Isaac en 1920 en Duluth, Minnesota, conocer varios factores del contexto puede ayudarnos a comprenderlo mejor. En primer lugar, en la década de 1920 predominaba en los Estados Unidos un discurso de supremacía blanca que retrataba a los hombres afroamericanos como una amenaza rapaz para las mujeres blancas. En segundo lugar, el intenso flujo de migrantes afroamericanos y una serie de disturbios raciales propiciaron que las relaciones raciales fueran particularmente tensas en 1920 en el Medio Oeste de los Estados Unidos. En tercer lugar, Duluth atravesaba por serias dificultades económicas, y los inmigrantes afroamericanos y de Europa Oriental que llegaban a la ciudad aceptaban trabajar por salarios más bajos que la población local. Si se consideran esos tres factores se puede empezar a entender lo que motivó a Leonard y otros a participar en los linchamientos. En los siguientes capítulos se exponen otras condiciones generales sociales e históricas que fomentan la violencia étnica, lo cual permitirá comprender los motivos que llevaron a Leonard Hedman y otras personas aparentemente normales a atacar y matar al otro.

    DEFINICIONES

    Los expertos ofrecen muy diversas definiciones de la violencia étnica, la etnicidad y otros conceptos relacionados, una diversidad que suele acarrear malentendidos y confusiones conceptuales. En esta sección se busca evitar esos resultados problemáticos mediante una definición clara de los conceptos fundamentales.

    Como es tratada en este estudio, la violencia étnica tiene tres características esenciales: enfrenta a los habitantes de un mismo país, es una forma de violencia colectiva en la que participa una multitud y es motivada por las diferencias étnicas. La primera característica excluye las guerras internacionales como ejemplo de violencia étnica; la segunda descarta los crímenes individuales por odio, y la tercera indica que la violencia motivada exclusivamente por diferencias de clase, partido o género no es violencia étnica. Además de esos rasgos definitorios, el análisis se centra en los incidentes de violencia extrema que causan numerosas muertes y no toma en consideración los episodios de violencia étnica que impliquen abuso verbal, destrucción de la propiedad y ataques físicos no mortales.

    Dada la centralidad de la diferencia étnica en esa forma de violencia, toda definición de violencia étnica debe partir de una clara conceptualización de la etnicidad, tarea particularmente difícil por tratarse de un concepto muy amplio que combina múltiples fenómenos. Antes que tratar de reducir el significado de la etnicidad a un concepto único, se parte de una idea de etnicidad integrada por tres elementos fundamentales: marco de referencia, estructura y conciencia étnica.

    Cada vez más los investigadores reconocen a la etnicidad como una idea, un marco de referencia cognitivo categorizado que determina la manera en que las personas se perciben a sí mismas y el mundo social que los rodea.¹¹ En ese sentido, la etnicidad es una cuestión de percepción del mundo a través de una mirada étnica. En las siguientes páginas, cuando se recurre al marco de referencia cognitivo se menciona como marco de referencia étnico.

    Sin embargo, la etnicidad tiene también un aspecto estructural. Una estructura es un patrón perdurable de relaciones sociales y las estructuras étnicas son relaciones sociales modeladas por la etnicidad que adquieren una forma definida, reconocible y recurrente. Los barrios segregados racialmente y los altos índices de encarcelamiento de los afroamericanos son dos ejemplos particulares de estructuras étnicas. Sin embargo, la etnicidad modela las relaciones sociales de muchas otras formas, entre ellas la pertenencia a ciertas organizaciones, la ocupación, el comportamiento discriminatorio, el apoyo político, la distribución del poder, los ritos públicos y el acceso a los bienes públicos. Esas estructuras determinan las oportunidades de vida de los individuos y, por lo tanto, hacen que la etnicidad resulte asombrosamente significativa.

    Por último, la conciencia étnica es un marco de referencia étnico imbuido de valores, normas y entendidos. Se presenta cuando las personas no sólo perciben la etnicidad sino que se identifican con ella, la valoran y se preocupan por su bienestar. El sociólogo Émile Durkheim¹² habla de una conciencia colectiva, de la que la conciencia étnica es un tipo particular, y sugiere que se trata de un estado mental que lleva al individuo a centrarse en lo colectivo. No es un estado permanente, pues las personas experimentan un ir y venir constante entre niveles de conciencia individual y colectiva dependiendo de las circunstancias.

    A pesar de ser diferentes elementos de la etnicidad, los marcos de referencia, las estructuras y la conciencia étnica se encuentran interrelacionados. Los marcos de referencia y las estructuras étnicas se refuerzan recíprocamente: los primeros fomentan las relaciones modeladas por los patrones étnicos y las segundas moldean las percepciones de la etnicidad. Combinados, contribuyen a la creación de una conciencia étnica prominente y poderosa: un marco de referencia étnico influye en las percepciones de la etnicidad, las estructuras le otorgan significado y ambos son necesarios para que las personas perciban, valoren y se identifiquen con la etnicidad y se interesen en ella.

    De tal modo, la etnicidad es un marco de referencia, estructura y conciencia, pero, ¿qué distingue la etnicidad de otros marcos referenciales, estructuras y formas de la conciencia? En el centro de la etnicidad está la comunidad: el marco referencial étnico se basa en categorías comunitarias; la estructura étnica proporciona los fundamentos mecánicos comunales, y la conciencia étnica permite que los individuos valoren la comunidad. No obstante, la etnicidad no es cualquier tipo de comunidad. Según Max Weber,¹³ una comunidad étnica se basa en las percepciones de una cultura común y ascendencia compartida. En cambio, Benedict Anderson¹⁴ señala acertadamente que la mayoría de las comunidades étnicas son amplias, abstractas y comprensivas e incluyen millones de extraños dentro de una comunidad imaginaria. Así, la etnicidad es distinta de la familia, el barrio, el clan y otras comunidades más tangibles normalmente basadas en una cultura y una ascendencia compartidas. Es importante señalar que el calificativo imaginario no se refiere a una etnicidad falsa; la etnicidad es imaginaria sólo en el sentido en que los individuos se perciben a sí mismos como parte de la misma comunidad, aunque no conozcan a la mayoría de las personas de su misma etnia y a pesar de que generalmente existan diferencias culturales importantes y rara vez tengan vínculos sanguíneos.

    Una serie de factores fomentan las percepciones de cultura y herencia compartida y hacen que algo tan abstracto como la etnicidad parezca concreto y natural. Cinco factores son de particular importancia e influencia: nación, raza, lenguaje, religión e historia compartida. En la actualidad, la comunidad étnica quebequense, por ejemplo, se basa principalmente en el idioma francés, el nacionalismo quebequense y en la historia compartida del asentamiento francés y los conflictos con los ingleses.¹⁵ A pesar del sentimiento primordial de ser una comunidad étnica, los factores que definen la etnicidad cambian con el contexto social. La comunidad étnica francocanadiense —predecesora de la comunidad étnica quebequense— se basaba en la religión católica, la raza francesa y el idioma francés. Así, el idioma francés es el único factor definitorio que ha permanecido relativamente constante durante los últimos 100 años.

    De los principales factores culturales e históricos que definen a las comunidades étnicas, tres —nación, raza y comunidad religiosa— suelen intercambiarse por etnicidad, aunque todos son conceptos distintos. Para los propósitos de este estudio, una nación es una comunidad política que posee una ideología de autogobierno comunitario, generalmente conocida como nacionalismo. En ese sentido, el uso que se hace aquí del concepto de nación no se refiere a todos los ciudadanos de un mismo país, ya que muchos son conciudadanos que se consideran miembros de naciones diferentes. Igual que la etnicidad, las diferentes combinaciones de idioma, religión, raza e historia suelen definir a las naciones; sin embargo, existen etnicidades que tienen los mismos componentes políticos que las naciones, lo cual hace de la nación un tipo particular de etnicidad. Por lo tanto, la violencia nacionalista entre los habitantes de un mismo país es un tipo particular de violencia étnica.

    Por otra parte, raza no es un subtipo de etnicidad, y en este estudio se define como una categoría social no comunitaria basada en una combinación arbitraria de características físicas. A pesar de esa diferencia fundamental, raza y etnicidad están relacionadas, porque muchas etnias son definidas en parte con base en la raza. Los afroamericanos, por ejemplo, constituyen una etnia definida por cuestiones de raza, nación, lenguaje e historia compartida. Así, mientras que un senegalés puede compartir la misma raza que un afroamericano, no comparte la misma etnicidad debido a sus diferencias de nacionalidad, idioma e historia. No obstante, cuando la raza es un componente definitorio de la etnicidad, suele ser el rasgo más importante, razón por la cual las personas subrayan la raza y restan importancia a la etnicidad. Además de su gran visibilidad, y de la existencia de ideologías racistas, el lugar especial que ocupa la raza depende de la manera en que comúnmente se desarrollan las etnias formadas de manera racial: los individuos son clasificados en función de la raza, y esa clasificación tiene consecuencias sociales en el mundo real debido a que rápidamente dota a las razas de características comunitarias; así, esta última se transforma en una etnicidad definida por características tanto raciales como comunitarias.

    Por último, una comunidad religiosa es un grupo de personas que practican la misma religión. De manera similar a la raza, la comunidad religiosa no es un ejemplo de etnicidad, aunque generalmente la define. Las comunidades religiosas frecuentemente coinciden con la etnicidad, de ahí que una colectividad pueda ser tanto una etnia como una comunidad religiosa. Los católicos y los protestantes de Irlanda del Norte son ejemplos notables. Sin embargo, las comunidades religiosas y las etnias raramente coinciden perfectamente, y esta incongruencia se debe a que la religión no suele ser el único elemento que define la etnicidad, mientras que los otros factores definitorios —idioma, raza, nación e historia compartida— aún pueden aplicarse a los individuos que no son religiosos o que practican una religión distinta. Así, solamente los practicantes católicos y protestantes son miembros de comunidades religiosas, mientras que los individuos no religiosos de Irlanda del Norte con herencia católica y protestante son miembros de etnias católicas y protestantes. A diferencia de Irlanda del Norte, muchas comunidades religiosas no coinciden con las etnias. Hoy en los Estados Unidos las etnias católicas y protestantes son débiles o no existen, mientras que las comunidades católicas y protestantes son multiétnicas. Lo contrario también es cierto: muchas etnias integran grupos de individuos que practican múltiples religiones. Por ejemplo, la religión no es un elemento definitorio de la etnicidad afroamericana, y esta comunidad incluye protestantes, católicos, musulmanes, budistas y ateos.

    Otra diferencia importante entre religión y etnicidad es el tipo de violencia que inspiran. Al igual que Brubaker,¹⁶ aquí se define la violencia religiosa como una consecuencia de la aplicación ferviente de los principios y las creencias religiosas, no de la diferencia étnica. Dicha violencia generalmente enfrenta entre sí a miembros de una misma comunidad étnica —por ejemplo, cuando alguien por convicción religiosa decide atacar una clínica donde se practican abortos—, o se dirige a veces contra categorías completas de no creyentes, como los ataques del llamado Estado Islámico (ISIS) en contra de cristianos, yazidíes y otras minorías religiosas de Irak y Siria. No obstante, cuando la violencia se dirige de tal manera contra categorías religiosas completas, no se puede asumir que se trata de violencia religiosa, ya que más bien podría deberse al fanatismo religioso, a las diferencias étnicas o a la combinación de ambos factores. Una distinción similar debe hacerse entre violencia racial y étnica, porque la violencia motivada exclusivamente por diferencias raciales no es violencia étnica. Sin embargo, prácticamente todos los episodios de violencia racial tienen claros componentes étnicos, así que la violencia racial entre connacionales casi siempre es violencia étnica.

    EL ARGUMENTO: MODERNIDAD Y VIOLENCIA ÉTNICA

    Aunque este libro admite que la violencia étnica tiene múltiples causas y no hay dos episodios que obedezcan a los mismos determinantes, en él se argumenta que la modernidad es la causa más común e importante de la violencia étnica. No obstante, el impacto de la modernidad permanece oculto en gran medida por su naturaleza estructural, lo cual significa que la modernidad crea condiciones sociales que aumentan el riesgo de violencia étnica. Si se recurre a la analogía de un incendio forestal, la modernidad crea materiales combustibles que aumentan las probabilidades de que una causa cercana provoque finalmente un incendio. Como se muestra en la figura I.2, Matar al otro ofrece evidencias de que la modernidad fomenta dos condiciones altamente inflamables: la conciencia étnica, que provee motivos que empujan a las personas a participar en la violencia étnica; y los recursos de movilización y vías de salida, que permiten que los individuos actúen con móviles. Aun cuando muchos aspectos de la modernidad contribuyen a generar conciencia étnica y oportunidades de movilización, en este estudio se señala a los Estados y la educación modernos como los factores más importantes.

    FIGURA I.2. El impacto de la modernidad en la violencia étnica

    Como marco de referencia cognitivo, la etnicidad condiciona la forma en que los seres humanos perciben, interpretan y representan el mundo; como estructura, la etnicidad adquiere relevancia, importancia y valor. En conjunto, los marcos de referencia y las estructuras contribuyen a la creación de una conciencia étnica que lleva a los individuos a percibir el mundo en función de la etnicidad, a sentir una fuerte identificación con su comunidad étnica y a preocuparse por el bienestar de esta última. A su vez, la modernidad fortalece los aspectos ideales y estructurales de la etnicidad y, por ende, fomenta la conciencia étnica. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, la mayoría de las personas se han identificado con un grupo reducido de conocidos y unas cuantas han desarrollado una fuerte conciencia étnica. Las transformaciones sociales vinculadas a la modernidad contribuyeron a crear la conciencia étnica y a diseminarla por todo el mundo. La modernidad destaca por sus avances en las tecnologías de organización, comunicaciones y transportes, facilitando así la diseminación de ideas abstractas de etnicidad entre poblaciones que habitan en extensos territorios. Dichas tecnologías han creado también redes sociales más grandes y extendidas y, por lo tanto, han contribuido a la formación de estructuras étnicas que dan sentido a los marcos de referencia étnicos. La modernidad también ha incrementado la influencia de los Estados, la educación y otras instituciones que sirven como portadores sociales de la etnicidad, las cuales difunden las ideas de esta última y estructuran las relaciones de tal manera que le otorgan un significado muy importante.

    Una conciencia étnica fuerte y extendida contribuye a la creación de dos determinantes comunes e influyentes de la violencia étnica: los prejuicios emocionales y las obligaciones étnicas. Los prejuicios emocionales van dirigidos en contra de categorías étnicas completas con odio, rabia, celos, resentimiento, temor y otras emociones negativas. La conciencia étnica es una condición indispensable de los prejuicios emocionales debido a que subraya lo más evidente de la diferencia étnica. Además, los prejuicios emocionales son más comunes cuando los individuos valoran y se preocupan por la etnicidad.

    Las obligaciones étnicas son un segundo motivo poderoso y común de la violencia étnica: empujan a las personas, mediante normas y sanciones, a desarrollar actitudes protectoras de su etnicidad. Asimismo, la conciencia étnica contribuye al desarrollo de obligaciones étnicas porque agudiza el sentido de la diferencia étnica y hace que las personas valoren a tal grado la etnicidad que se sienten obligadas a protegerla. Y, mientras que muchas personas actúan voluntariamente en el cumplimiento de sus obligaciones porque valoran su etnicidad y creen que es su obligación defenderla, las estructuras étnicas y los portadores sociales que fomentan la conciencia étnica también imponen esas actitudes obligatorias mediante la aplicación de sanciones. Tanto el Estado como la educación desempeñan funciones importantes en la popularización y aplicación de las normas que sustentan las obligaciones étnicas.

    Además de influir en los motivos de la violencia étnica, la modernidad también contribuye a la organización y la movilización que hacen posible la violencia colectiva en contra de los otros. La organización es absolutamente vital para todo tipo de violencia colectiva y la modernidad fomenta una gran variedad de formas de organización; las que están basadas en la etnicidad tienen una mayor tendencia a movilizar la violencia étnica. Por otra parte, los principales portadores sociales de etnicidad controlan las organizaciones y los recursos que les permiten movilizar de manera eficaz la violencia étnica. Lo más notable es que los Estados modernos poseen una impresionante variedad de recursos de movilización, y los Estados etnizados son los movilizadores más poderosos de la violencia étnica. Esta violencia también es movilizada, de forma más indirecta, por los Estados etnizados que ofrecen vías políticas de salida para esa violencia y alientan a los civiles a atacar a sus rivales étnicos.

    En suma, Matar al otro subraya que la violencia étnica es una amenaza moderna, y que la modernidad fomenta esa violencia mediante su impacto en los motivos y la movilización. No obstante, se deben hacer dos importantes advertencias a esos aspectos generales. En primer lugar, que la violencia étnica no es exclusivamente moderna. A pesar de que la modernidad fomenta la conciencia étnica y mejora los recursos de movilización, ambos elementos ya estaban presentes en diferentes grados en algunas sociedades premodernas, especialmente en aquellas con un Estado y una religión organizados; no obstante, las transformaciones sociales modernas fortalecieron sensiblemente la conciencia étnica, expandieron enormemente los recursos de movilización y diseminaron ambos por todo el mundo, provocando un abrupto aumento de la violencia étnica.

    La segunda advertencia es que la modernidad no es constante y que su forma cambiante afecta a la violencia étnica. Este factor ayuda a explicar una importante paradoja: a pesar de que la modernidad fomenta la violencia étnica, los primeros países que la alcanzaron presentan los niveles de violencia étnica más bajos de los últimos 70 años. Matar al otro ofrece pruebas de que la manera en que la modernidad se desarrolló en Europa Occidental y en las antiguas colonias británicas ayudó a contrarrestar sus primeros efectos, lo cual redujo el riesgo de la violencia étnica y transformó a esos antiguos partidarios de este tipo de violencia en líderes contemporáneos de la paz étnica. El desarrollo de una democracia sólida basada en los derechos es un factor clave para frenar las fuerzas desatadas por la modernidad, ya que moldea los motivos y las oportunidades de movilidad social de tal manera que reduce el riesgo de violencia étnica. Es importante señalar que las democracias basadas en los derechos cambian el carácter y la orientación de los Estados y la educación y los transforman: de determinantes que influyen en la violencia étnica se convierten en importantes órganos disuasivos.

    LA PERSPECTIVA TEÓRICA: EL MODERNISMO COGNITIVO

    Para defender ese argumento, en Matar al otro se combinan las reflexiones de Benedict Anderson, Rogers Brubaker, Stuart Kaufman, Siniša Malešević y Michael Mann,¹⁷ entre otros, con el fin de formular un enfoque teórico que denomino modernismo cognitivo. Ese enfoque es congitivo porque se reconoce el proceso mental de la etnicidad, en el que la conciencia étnica es un estado mental que favorece el colectivismo. Asimismo, la conciencia étnica es evidente sólo cuando existen estructuras étnicas y los portadores sociales las popularizan, y ese aspecto más estructural de la etnicidad se complementa con el aspecto cognitivo para motivar y movilizar la violencia étnica. Se trata de un enfoque modernista porque se reconoce que la modernidad crea las condiciones estructurales que fomentan la conciencia étnica y movilizan la violencia.

    El enfoque cognitivo modernista combina la psicología y la sociología, valiéndose de la primera para tender un puente entre las explicaciones de la biología y la sociología. A partir de las investigaciones de la psicología, considera los tipos de mentalidad que fomentan la violencia étnica. Esos tipos están determinados por la anatomía del cerebro e incluyen la tendencia a dividir el mundo en grupos internos, o endogrupos, y grupos externos, o exogrupos, a formar una gran variedad de endogrupos y a desarrollar afectos hacia los endogrupos y exogrupos, así como a sacrificarse por el bienestar del endogrupo. Aunque admite la existencia de ese componente biológico, un enfoque cognitivo modernista reconoce la maleabilidad de la mentalidad humana y pone un énfasis más fuerte en la manera en que las relaciones sociales dan forma a la mentalidad. De hecho, la violencia étnica es demasiado rara como para poder considerarla una condición biológica inevitable

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