Las casas en la historia
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Las casas en la historia - Marcel Bataillon
HISTORIA
SERÍA NECESARIO consagrar un enorme expediente de archivos a Las Casas para dar una idea completa de su acción en el Nuevo Mundo durante el siglo de la conquista del continente americano por los españoles. El personaje aparece cada vez más, luego de Cristóbal Colón, como su igual en estatura histórica. ¿Se dirá que el defensor de los indios es importante, pero no el único en ese papel? Otro tanto se dirá del descubridor. ¿Importante aunque extraño? Colón también. Cuatro siglos después de la muerte del obispo de Chiapa, su huella no deja de encontrarse en los archivos españoles e hispanoamericanos.
EL CLÉRIGO-COLONO
Bartolomé de Las Casas nació en Sevilla hacia 1474 dentro del mundo de los negocios del gran puerto andaluz; un medio social que a partir de 1492 atribuyó de golpe grandes esperanzas de enriquecimiento a esas «islas y Tierra Firme» que Cristóbal Colón estaba descubriendo. Los grandes negocios del comercio marítimo sevillano pertenecían principalmente a genoveses, cuyas familias estaban bien asentadas en aquella burguesía donde también tenían cabida conversos o «nuevos cristianos» de origen judío, llegados al cristianismo después de una o varias generaciones, y quienes, entre otras actividades lucrativas, asumían, por ejemplo, la recaudación de ciertas «rentas» (impuestos indirectos) de la ciudad. Se conocen algunos Las Casas «conversos» en ese medio de hombres emprendedores. El más erudito de los biógrafos de nuestro héroe, el estimado don Manuel Giménez Fernández, se preguntó si su padre, Pedro de Las Casas, estaba emparentado con ellos. En todo caso, situaba a Pedro de Las Casas, que con dos de sus hermanos tomó parte en el segundo viaje de Colón (1493), en una clase modesta de ese grupo, digamos, entre los «comerciantes» que navegaban en compañía de cargamentos. Después del regreso de su padre al país, Bartolomé (que no lo olvidó) conoció por algún tiempo, en la casa familiar, a un esclavo indio que formaba parte de un lote que el Almirante de las Indias se había permitido compartir con sus compañeros. La reina Isabel de Castilla se habría escandalizado entonces al enterarse de que sus nuevos «vasallos» habían sido reducidos de ese modo a la esclavitud. Pero sabiendo el papel que el testamento de la reina (1504) desempeñará en la definición del estatuto de los indígenas de América, podemos poner en duda que Isabel, 10 años antes de su muerte, tuviera ideas más estrechas sobre el asunto que sus consejeros.
UN SACERDOTE DE ÉLITE
Bartolomé finalizó sus estudios probablemente en la misma Sevilla, y sin sobrepasar el nivel de cultura de un bachiller en artes, buen latinista. Era el bagaje de los sacerdotes (clérigos) medianamente instruidos. El título de «licenciado» con el que lo saludan desde joven, como a muchos de los suyos, para honrar su sotana negra, no ha de engañar. Sin grado, al parecer, pero no sin esperanza de hallar en el Nuevo Mundo algún beneficio eclesiástico al mismo tiempo que ganancias comerciales, el joven «clérigo Casas», a la edad de 27 o 28 años, va a desembarcar a su vez en 1502 con el comendador de Lares, Nicolás de Ovando, llegado para gobernar la Isla Española donde las maniobras anárquicas de aventureros han agotado ya a dos gobernadores. Evocará, 50 años más tarde, la llegada de esa flota, y aclara sin rodeos, con un instinto seguro del hecho minúsculo preñado de sentido, el objeto de las preocupaciones de sus compañeros de viaje: cuando los navíos atracan en Santo Domingo, los españoles que los esperan en la orilla gritan a los recién llegados grandes y buenas noticias. ¡Mucho oro! ¡Una sola pepita de 35 libras recientemente encontrada contiene varios miles de pesos de metal fino! Luego los indios se sublevaron, gracias a lo cual se les puede hacer la guerra y capturarlos para despacharlos a España como esclavos.
En relación con el promedio de los clérigos que van a buscar fortuna en las Indias, el «clérigo Casas» aparece pronto como sacerdote de élite ante los conquistadores, de quienes es el capellán. Se sentirá orgulloso por haber sido el primero en recibir en las Indias occidentales (¿hacia 1513?) las órdenes del sacerdocio, y atribuirá un valor simbólico a las excentricidades de la fiesta de su ordenación. Ahí, el vino no circuló como en los banquetes de la misa inicial en la metrópoli. No obstante, si faltaba vino en la Isla Española, donde no se había aclimatado la viña, la fundición del oro era el equivalente a la vendimia, y una buena cosecha permite distribuir a los invitados medallas de oro macizo que imitan pesos o ducados. Pero no imaginemos que Las Casas desempeñaba desde entonces el papel de misionero.