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Cuasi clones
Cuasi clones
Cuasi clones
Libro electrónico129 páginas1 hora

Cuasi clones

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Novela de ciencia ficción ambientada en una Buenos Aires de un futuro próximo en el que Google ha comenzado a comercializar clones.

Cuasi clones es una novela de ciencia ficción ambientada en una Buenos Aires de un futuro próximo en el que Google ha comenzado a comercializar clones a precios exorbitantes.

Yanson, el protagonista, es un charlatán que trabaja haciendo los identikits para la policía. Ideará una forma económica de tener algo parecido a un clon, los cuasi clones. Emprendimiento que, aunque absurdo y decadente, resulta tan exitoso que Yanson y sus excéntricos amigos se harán ricos.

Será entonces cuando los verdaderos problemas comenzarán. Los cuasi clones irán evolucionando y esos cambios se verán reflejados en los clones originales de Google; lo que va a generar inesperados cambios que terminarán en una cruenta guerra civil entre humanos y clones, hasta llegar a un desenlace que obligará al protagonista a reflexionar sobre el verdadero sentido de la humanidad.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento22 mar 2019
ISBN9788417813833
Cuasi clones
Autor

Guillermo Tangelson

Guillermo Tangelson nació el 9 de mayo de 1975 en Mendoza (Argentina) y tres meses después ya estaba volando con su familia a México, donde vivió once años. Hizo la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente,es docente en la Universidad Nacional de Lanús, donde, además, dicta un taller literario y es director de Cooperación Internacional. Participó como alumno de varios talleres literarios, entre ellos están los de Elsa Osorio, Diego Paszkowski, Pablo Ramos, Silvia Schujer, Samanta Schweblin y Vera Giaconi. Sus cuentos fueron publicados en diversas antologías. En el 2004 ganó el Segundo Premio en el Concurso «Violencia, nunca» de la Fundación Lebensohn, con su cuento Avestruz. Y en el 2009 ganó el concurso de relatos de viaje Moleskin, de la Editorial Vagamundos, de España. Publicó en la Editorial EDUNLA la trilogía compuesta por Y un día el mundo se hizo desierto (2009), Los días del mundo peregrino (2011) y El mundo que llegó tarde (2018). También publicó la novela infantil El barrio de los chicos sin sueños (2016). Su novela En el corazón de la lluvia resultó finalista del premio El Barco de Vapor, de la Editorial SM, en el 2014 y al año siguiente su novela La media izquierda del campeón ganó la Mención del Barco de Vapor. A Guillermo le gustaría ser saxofonista, inventor, guionista, dirigir un programa de radio y tener una banda. Pero para ello necesitaría un clon y eso le parece una pésima idea. Mientras tanto, se dedica a criar a sus hijos, Lucio y Joaquín, que lo colman en el mejor de los sentidos.

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    Cuasi clones - Guillermo Tangelson

    Clones 1.0

    —Google Clones, boludo ¿te das cuenta? Estos yanquis saben muy bien lo que hacen —la mano (velluda) de Yanson (velludo también) se mueve frenética sobre el mouse (antiguo y amarillento, sin siquiera un botón de scroll) en busca de un demo que le muestre cómo mierda hicieron los yanquis para lograr:

    1.clonar gente;

    2.comercializar el asunto; y

    3.haber logrado ocultado en estos tiempos de leaky leaks.

    «Skip intro?» Interrogan las letras que titilan en el monitor (de 14 pulgadas, grandote, una reliquia).

    —Ni se te ocurra —amenaza Cara de Flauta (largo, narigón, aflautado en muchos sentidos) desde atrás del hombro de Yanson y empieza a esperar a que cargue.

    El ventilador de techo hace un chirrido molesto, pero apagarlo resultaría todavía más molesto. Yanson y cara de Flauta pasan horas en esa calurosa oficina de la Comisaría de policía esperando que vengan testigos o sospechosos y tomar la correspondiente declaración. Los dos entraron en La Fuerza el mismo día, diez y ocho años atrás, sus dotes como dibujantes no tenían igual y los identikits que lograban eran más precisos que una fotografía en 3D.

    Cuando al fin carga, el resultado, como toda intro, es tan emotivo como decepcionante: música tipo Carmina Burana, sonrisas de gente tan linda que pone en duda toda estadística demográfica; campos de trigo como sinónimo insoportable de libertad, que se extienden en un día de sol. La pareja de personas demasiado hermosas mira para arriba y la imagen funde con dos personas idénticas. Primero jugando al tenis (sobreactuado y sin traspiración), luego navegando en un velero (ésta vez sin mojarse), tirándose en paracaídas, resolviendo la consulta de un grupo de serviles empleados con cascos amarillos que sostienen un plano de una obra de la cual, se deduce, ellos son los arquitectos, o algo así; y al fin se los ve sonrientes en un aula de la Universidad levantando la mano como en un concurso de preguntas y respuestas. Más sonrisas, fundido a blanco y las letras que aparecen con los últimos acordes:

    Google Clones.

    Choose your life.

    —No entendí una mierda —confiesa Cara de Flauta, rascándose la cabeza.

    ¿Registrate?

    —Que no pida tarjeta de crédito, la última vez que puse la tarjeta, me quitaron todo lo que tenía... Fue por un maldito juego de Yenga online que le jugué a un tailandés hijo de puta que tenía un pulso de cirujano. Un vacío legal. No la vi venir, estaba dulce, estábamos rompiendo el récord del mes. Siete metros de yenga, ¿Te imaginás?

    —No no me imagino, ¿De dónde sacaste tantas maderitas?

    —¿Vos no me escuchás? online, te dije. Así, así, hacía —dice y demuestra su destreza de muñeca moviendo el mouse con una precisión irritante.

    —¿Y cómo se te escapó?

    —No sé. Para mí que hubo afano, porque se empezaron a hacer apuestas alrededor de nuestro juego y yo iba como favorito. Y viste lo que pasa con los favoritos...

    —No. No vi, ¿qué pasa con los favoritos?

    —No te dejan tanta plata. Así que mejor jugarles en contra y hacerlos perder ante el primer tailandés con pulso de cirujano con el que puedan complotar.

    —Sos un poco paranoico, Cara de Flauta.

    —Corazón, te lo juro por el pasto de la tumba de mi perro Culo. Las tarjetas de crédito son satánicas. Pero, ¿sabés qué es lo peor? que el tailandés era cirujano posta. Le rearmaba la jeta a la gente quemada. Lo que se dice un bien tipo. Igual,haceme caso, no uses la tarjeta.

    —Tarde —sentencia Yanson—. Me aburrió tu historia de los cubitos de madera, ya pedí el demo gratis.

    —¿Cómo demo gratis? Para mí que es una joda. ¿Cuándo es que celebran los yanquis el día de los inocentes? ¿No era eran abril?

    —Uy, qué cagada... —interrumpe Yanson mirando el monitor—, solo disponible en Estados Unidos… que se metan sus clones en el orto.

    —Muchachos —dice Cosita Dulce abriendo la puerta—, tienen trabajo. ¿Les mando a la testigo?

    —Sí, dale, Cosita Dulce, total estamos al pedo —admite Yanson—, hacer un identikit me va a despabilar un poco.

    La confusión de

    la sombra generosa

    Yanson escribe a máquina con dos dedos, perfectamente verticales, que caen como guillotinas que sentencian cada palabra de manera irrefutable. Tac, tac, tac, sufre la vieja máquina de escribir que cumple servicio en la comisaría desde antes del derrocamiento de Perón.

    —¿Nombre? —pregunta Cara de Flauta ante una lánguida mujer que se sienta como un alumno que visita por primera vez al director del colegio.

    —Zila. Zila Gerson.

    —¿Silla? ¿Cómo la silla de sentarse? —duda Yanson.

    —Zila, con zeta y una ele —corrige Zila sin ánimo de molestar.

    —La primera vez que escucho ese nombre. ¿Y qué quiere decir?

    —Sombra generosa —explica la mujer con la mirada clavada en el piso.

    —¡A la mierda! ¡Sombra generosa! —exclama Yanson—. Suerte que sos flaquita y se infla como un globo para decir—: hola, soy sombra generosa ¡y vengo a taparte la luz!

    Abochornado, Cara de Flauta se tapa la cara con las manos y le dice a Zila:

    —Perdonalo. Es así desde que nació.

    —¿Y eso qué estaría queriendo decir exactamente? —se enfada Yanson.

    —Yanson...

    —Está bien —y muestra los dedos—, listos para volver a la acción.

    —¿Domicilio?

    —Cucha cucha...

    Yanson reprime la risa y Cara de Flauta a su vez lo reprime con la mirada.

    —Cucha cucha 530 timbre 3.

    Mientras se escucha el repiqueteo de teclas, Cara de Flauta se pone en posición de psicólogo para escuchar a Zila decir:

    —Creo que maté a mi marido...

    El tac, tac se detiene.

    —Dice que «cree» haberlo matado ¿No es así? —Zila asiente—. Dígame, en ese caso, ¿Cuál es su duda? ¿Que haya muerto o que se trate de su marido?

    —Las dos cosas —dice la mujer, apenada.

    —Las dos cosas —repite Yanson ante el monitor—. Esto va a estar bueno...

    —¿Le molestaría explicarnos? —interviene Cara de Flauta.

    —Lo que pasa es que mi marido se había ido de viaje, por trabajo, y yo me había quedado sola. Y vio cómo se pone el barrio de noche...

    —¿El arma que le dejó su marido estaba registrada? —interrumpe Yanson.

    —¿Cómo sabía que me había dejado un arma? —pregunta Zila sorprendida.

    —Vivimos de nuestra inteligencia y perspicacia, señora.

    Cara de Flauta mira a su compañero de manera oblicua y al fin pregunta:

    —¿Qué incidente tuvo con el arma?

    —Entró alguien a casa. Alguien igual a mi marido. Y como yo no lo esperaba, porque supuestamente estaba de viaje, le disparé. Y ahora estoy tratando de contáctame con él, pero no me contesta...

    —¿Y exactamente qué la hace dudar de que sea su marido al que mató? —pregunta Yanson.

    —Su hermano gemelo. Mi marido tiene… o tenía… un hermano

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