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El secreto de Amanda Soler
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Libro electrónico379 páginas4 horas

El secreto de Amanda Soler

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Información de este libro electrónico

Un susurro al oído de Amanda Soler pondrá al descubierto su secreto mejor guardado. La familia Galán, dueña de Viñedos Trasiego, se verá envuelta en una serie de asesinatos, acontecidos a lo largo de los años y relacionados con aquel secreto. Belinda Blat, licenciada en enología y su hermana Salma, no podrán evitar verse implicadas e intentarán, junto con Dani y Saúl, llegar al fondo del misterio, mientras el inspector Torres, al cargo de la investigación, se esforzará por descubrir al culpable, que parece ser, se ha mantenido siempre muy cerca de la familia Galán.
Una novela llena de misterio, intriga, amor y venganza que no te dejará indiferente.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 ene 2024
ISBN9788410229044
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    El secreto de Amanda Soler - Amparo Arastell

    El_secreto_de_Amanda_Soler.jpg

    EL SECRETO

    DE AMANDA SOLER

    Amparo Arastell

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión por cualquier procedimiento o medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro, o por otros medios, sin permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    © Del texto: Amparo Arastell Bueno

    © Editorial Samaruc, s.l.

    978-84-10229-04-4

    info@samaruceditorial.com

    www.samaruceditorial.com

    PRÓLOGO

    Primavera de 1959

    Aún no había amanecido y la oscuridad de la noche era la nota dominante. Las nubes cubrían el cielo dando al lugar un aspecto siniestro.

    Todos estaban pendientes del futuro nacimiento del hijo de una de las familias más influyentes. Dos mujeres, la comadrona y una enfermera, se afanaban en concluir los últimos preparativos. La futura madre, tumbada, con la espalda apoyada en una especie de camilla y con las piernas abiertas, esperaba ansiosa el nacimiento de su bebé. Le habían dado algo para aliviar el dolor y eso le hacía sentirse como aletargada, como sumida en un sueño difícil de explicar.

    –¡Parece que tiene prisa en salir! –aseguró la comadrona mientras ayudaba con sus manos a que aquella pequeña criatura saliera de las entrañas de su madre.

    –¡¡Dios mío!! –exclamó la enfermera una vez el niño estuvo totalmente fuera y con el cordón umbilical todavía unido a su madre–. ¿Qué es eso que le cubre el cuerpo? –preguntó sin dejar de mirarlo.

    La comadrona cortó el cordón umbilical y se alejó de la madre con el bebé en brazos sin dejar de mirarlo. Unas manchas cubrían el cuerpo de la pequeña criatura dejando tan solo libres las extremidades y la cabeza.

    –No lo sé –dijo sin dejar de observar a aquel ser tan endeble que tenía entre sus manos–, pero esto no es bueno, una familia tan influyente no puede tener un hijo así.

    –¿Pero, qué vamos a hacer? –preguntó la enfermera–. ¿Cómo vamos a explicar…?

    –¡¡Llévatelo!! –le ordenó la comadrona al momento.

    –¿Cómo que me lo lleve? ¿A dónde? No entiendo.

    –Haz que desaparezca –ordenó la comadrona–. Yo me encargaré de todo aquí, pero esos padres jamás deben ver a ese niño.

    La enfermera, sin entender y sin saber muy bien qué significaba aquella orden, tapó con una manta al niño y salió por la puerta de atrás sin que nadie se percatara de la situación. Con el niño en brazos se alejó rápidamente fundiéndose con la noche. Mientras, la madre, medio inconsciente, no entendía muy bien que es lo que pasaba y esperaba ansiosa el lloro de un bebé que no parecía llegar.

    1

    Agosto de 1984

    Los días en los Viñedos Trasiego pasaban sin pena ni gloria. Los trabajos en el campo para la recolecta de la uva marcaban el día a día. Las cuadrillas recogían los racimos de las parras, que estaban en su grado óptimo de maduración. Ataviados con tijeras de podar, los cortaban al tiempo que los iban amontonando en unos capazos preparados para tal fin. Una vez llenos, los vaciaban en unos remolques que circulaban al mismo paso que ellos.

    Cerca de los campos se encontraba la casa señorial, donde residía el dueño de Viñedos Trasiego, Jacinto Galán. Jacinto era el pequeño de cuatro hermanos. Su hermana Cristal era la mayor de todos, le seguía Valentín, con apenas un año de diferencia, doce años más tarde nacería Diego y diez meses después, vino al mundo Jacinto. La desgracia quiso que Diego falleciera a los pocos meses de edad de muerte súbita. Años más tarde la tragedia volvió a golpear a la familia Galán. La fatalidad quiso que sus dos hermanos mayores, acompañados de sus respectivos cónyuges, tuvieran un accidente de tráfico cuando se dirigían a una fiesta en las afueras del pueblo. El vehículo perdió el control y se precipitó fuera de la carretera cayendo por un abismo. El impacto fue brutal y este terminó envuelto en llamas. Los cuatro ocupantes del vehículo fallecieron en el acto.

    Cuando Jacinto recibió la terrible noticia, el mundo se le cayó encima. Llevaba sin ver a sus hermanos casi dos años. Se marchó a punto de cumplir los veintitrés. Ahora, con veinticinco, creía haber olvidado lo que era el día a día en los viñedos. Su decisión de empezar una nueva vida lejos de aquel mundo era algo que no agradó demasiado en el ámbito familiar. Sin embargo aquel fatídico accidente lo cambiaba todo. Cada uno de sus hermanos dejó un niño huérfano. Los primos apenas se llevaban dos meses entre ellos y acababan de cumplir dieciséis años. Eso significaba que Jacinto se convertía, automáticamente, en el único familiar directo, responsable del cuidado de unos sobrinos, con los cuales apenas se llevaba nueve años. Jacinto se vio obligado de alguna manera a regresar a los viñedos y hacerse cargo de las riendas de la situación, empezando por los actos funerarios. Pasados unos meses la situación empezó a normalizarse y sus sobrinos, que en un primer momento no parecían aceptar lo ocurrido, empezaron a asumir aquello que la vida les había deparado: una vida en la que estaban al cargo del hermano menor de sus padres, su tío Jacinto.

    –¡Qué diferentes son! –exclamó Jacinto en voz alta, sin pensar que alguien pudiera oírlo.

    –¿A qué se refiere? –preguntaba Elisa, la mujer que se encargaba del cuidado de los primos.

    –Nada, nada –respondió Jacinto al darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.

    Desde el fallecimiento de sus padres, Franco y Bernardo, Fran y Bernar como los llamaban cariñosamente, habían reaccionado de manera muy distinta el uno del otro. Mientras Fran parecía haber asumido que nunca jamás iba a volver a ver a sus padres, Bernar pensaba que en cualquier momento iban a aparecer por la puerta, con algún obsequio, como solían hacer cada vez que se ausentaban por algún motivo. También tenían cosas en común, una de ellas, la que más, era perderse por los campos hasta bien entrada la tarde.

    –¡Mira, Fran, un diente de León! Mi madre decía que si soplas una de sus flores secas y pides un deseo, este acaba por cumplirse.

    –Eso es una tontería –respondió Fran.

    –¡No es mentira! –gritó Bernar–. Es algo mágico.

    –Sí estás tan seguro, ¿por qué no le pides que vuelvan tus padres? –preguntó de pronto Fran con sarcasmo.

    Bernar se quedó unos segundos en silencio, como queriendo contestarse a sí mismo a la pregunta que le acababa de hacer su primo.

    –Hoy no podrá ser –contestó Bernar–, los deseos si se dicen no se cumplen.

    –¡Venga ya! –exclamó Fran–. ¿Te propongo un juego?

    –¿Qué clase de juego? –preguntó Bernar, intentando no caer en las provocaciones de su primo.

    –A piedra, papel o tijera –respondió Fran–. El que pierda tendrá que hacer lo que el otro le diga.

    Bernar se quedó por un momento pensando en lo que aquello significaba. Sabía perfectamente que a su primo le encantaban los retos, pero no podía echarse atrás. No quería que pensara que era un cobarde ni un llorica.

    –De acuerdo –dijo sin más rodeos.

    –¡Genial! –dijo Fran–. Haremos una partida a tres veces, el que gane dos, será el vencedor y el otro tendrá que obedecer.

    Ambos se colocaron uno enfrente del otro, con las manos en la espalda.

    –Piedra, papel o tijera –dijeron al unísono, enseñando cada uno su mano.

    Bernar sacó piedra y Fran tijera.

    –La piedra aplasta a la tijera –sonrió Bernar–, gano yo.

    –Tranquilo, primo, aún quedan dos veces –dijo Fran sin dejar de mirarlo.

    Volvieron a colocarse en la misma posición que antes. Los dos gritaron al mismo tiempo. Piedra, papel o tijera. Como habían hecho la primera vez, ambos sacaron la mano. En esta ocasión Bernar sacó papel y Fran tijera.

    –La tijera corta el papel –dijo Fran–; estamos empate, el que gane la última será el ganador.

    Bernar no pudo reprimir un sentimiento de rabia. Lo que menos quería en estos momentos era perder y tener que hacer lo que Fran le mandase. Otra vez volvieron a la misma posición que las dos veces anteriores, y de la misma manera gritaron, piedra, papel o tijera. Esta última vez, Bernar sacó piedra y Fran papel.

    –El papel envuelve a la piedra –gritó eufórico Fran–, gano yo.

    La cara de Bernar era la viva imagen de la derrota.

    –¿Qué es lo que quieres que haga? –preguntó Bernar al momento.

    Fran se quedó unos segundos en silencio, meditando lo que quería que su primo hiciese.

    –Quiero que entres en el despacho del tío y abras el cajón de su mesa. Ese que siempre tiene cerrado con llave –le soltó Fran a bote pronto.

    –Pero se va a enfadar mucho –dijo Bernar, intentando digerir lo que le estaba pidiendo su primo–. Sabes que no quiere que nadie entre en su despacho y mucho menos que hurguen en sus cosas.

    –Has perdido en el juego y tienes que hacer lo que yo te diga –dijo Fran–, pero ya veo que eres una nenaza que le tiene miedo al tío.

    –¡No soy ninguna nenaza! –gritó Bernar, presa del histerismo–. Lo haré esta misma noche, cuando se vaya a descansar.

    Bernar esperó pacientemente a que su tío se retirara a su habitación y acto seguido se introdujo en su despacho. Con la certeza de que estaba haciendo algo que no estaba bien, buscó la llave del cajón que otras veces había visto a su tío guardar debajo de la repisa de la lámpara, la misma que alumbraba la mesa. Con el corazón en un puño introdujo la llave en la cerradura al mismo tiempo que la puerta del despacho se abría.

    –¿Qué se supone que estás haciendo? –preguntó su tío al ver lo que su sobrino estaba intentando hacer.

    Bernar se quedó petrificado, sin saber qué decir. Los ojos de su tío lo miraban con una mezcla de decepción y de rabia.

    –¡Creí que había sido lo bastante claro cuando os dije que no debíais entrar en este despacho! –exclamó Jacinto.

    Bernar, que había conseguido abrir el cajón de la mesa del escritorio, no pudo evitar mirar lo que había en su interior antes de cerrarlo rápidamente.

    2

    En la actualidad, 2009 (25 años después)

    El traqueteo del tren le hacía sentirse viva como hacía mucho tiempo que no se sentía. Belinda Blat, Be, como la llamaban en su círculo más íntimo, había confiado en que algún día sus sueños se harían realidad. Ahora estaban a punto de cumplirse.

    El trabajo de camarera, al cual se había dedicado mientras cursaba sus estudios, le había ayudado a pagar la carrera; una carrera por la que siempre había sentido predilección. Ahora podía sentirse orgullosa de sí misma. Tras largos años de arduo trabajo, por fin tenía la licenciatura de enología.

    Reconocía que a veces le había costado seguir aquel ritmo, sobre todo en épocas de exámenes, en las que compaginar las dos cosas hacía que mantener un horario constante de sueño fuese algo prácticamente imposible. Ahora recordaba las palabras de su madre todo esfuerzo tiene su recompensa y por fin aquella recompensa había llegado en forma de carta.

    Sta. Belinda Blat:

    Habiendo recibido su currículum vitae y atendiendo a las necesidades apremiantes de nuestra empresa, le comunicamos que nos gustaría mantener una entrevista con usted, con el fin de conocerla y llegar a un acuerdo para su posterior contratación.

    Un saludo,

    VIÑEDOS TRASIEGO

    Aquella carta no había podido llegar en mejor momento. Con la carrera terminada y un máster en marketing de empresas, Belinda se veía capaz de afrontar con éxito cualquier trabajo, y aquella carta de Viñedos Trasiego era una gran oportunidad para demostrarlo.

    Mientras el tren proseguía su camino, un sentimiento de nostalgia la invadió por un momento. Si bien era cierto que había puesto mucha ilusión en aquella entrevista y que deseaba con todas sus fuerzas conseguir aquel trabajo, la idea de tener que separarse de su familia, con la cual estaba muy unida, era algo que de una manera u otra le apenaba. Sus padres habían dedicado su vida al trabajo para que, tanto su hermana Salma como ella, pudieran estudiar y gozar de todas las oportunidades que ellos en su día a día no habían logrado. Pensó en su hermana, su confidente, su amiga. Apenas se llevaban dos años. Sabía que la iba a echar de menos, pero también que las oportunidades hay que cogerlas cuando se presentan. Se decía a sí misma que tampoco había tanta distancia entre su casa y Viñedos Trasiego. Dependiendo de cómo fueran las cosas, y suponiendo que la contrataran, podría acercarse a su casa los fines de semana.

    En ese preciso instante el tren se detuvo momentáneamente en una estación del trayecto y Belinda volvió a la realidad de aquel vagón.

    Un joven, aproximadamente de su edad, subió y se sentó frente a ella. Belinda lo observó y, por un momento, sus miradas se cruzaron. El tren volvió a ponerse en marcha siguiendo el itinerario previsto.

    El pensamiento de Belinda se evadió una vez más intentando imaginarse cómo sería la entrevista a la cual tenía que enfrentarse. En su devenir diario había hecho varias para el puesto de camarera, pero aquella era la primera vez que tenía una relacionada con sus estudios. Es por ello que estaba tan ilusionada como nerviosa.

    Dada la distancia entre su casa y Viñedos Trasiego había decidido coger algo de ropa y pasar una noche en un hotel cerca del pueblo de Braxton. Dependiendo cómo fuera la entrevista, al día siguiente podría regresar o buscar algún sitio próximo a los viñedos donde alojarse.

    Le había costado decidir si llevar vestido o pantalón para la entrevista. Al final se había decantado por un mono ajustado de pinzas que resaltaba su figura. Ni demasiado arreglada ni demasiado informal, un término medio.

    Próxima parada: Braxton, sonó una voz a través de la megafonía.

    Belinda se levantó de inmediato de su asiento y se dirigió a la puerta de salida del vagón, al igual que media docena de personas, incluido el joven que estaba sentado enfrente de ella. Una vez abiertas las puertas, fueron saliendo uno a uno al andén de la estación.

    La ciudad de Braxton albergaba un mundo de posibilidades para Belinda. Los Viñedos Trasiego daban de comer a prácticamente un tercio de la población. Sus productos se exportaban por medio mundo.

    Una vez fuera de la estación fue en busca de un taxi que le acercara al lugar donde debía realizar la entrevista. Tan pronto estuvo acomodada en su interior, le dio la dirección al taxista y partieron sin más preámbulo.

    Durante el trayecto, Belinda no dejaba de pensar en cómo sería trabajar para Viñedos Trasiego y de qué manera se desarrollaría la tan ansiada entrevista. Sabía que lo más importante era sentirse relajada y segura de sí misma. Debían verla dispuesta y capaz de desempeñar el puesto. Esa era la clave del éxito.

    El taxi dejó a Belinda a las puertas de los Viñedos. Su primera impresión la dejó fascinada, dada la magnitud de las instalaciones. Con los nervios propios del momento se adentró por una gran puerta de hierro. Un largo camino de tierra le llevó a una edificación no muy antigua en la cual, por lo visto, se encontraban las oficinas. Acto seguido y conteniendo la respiración, en un arranque de valentía, se dirigió al interior. Una especie de mostrador a la derecha hacía las veces de recepción.

    –Buenos días –dijo Belinda dirigiéndose a la persona que se encontraba detrás del mostrador.

    –Buenos días –contestó–. ¿En qué puedo ayudarla?

    –Tengo cita con el Sr. Bernardo Galán –contestó Belinda intentando no parecer ansiosa.

    –Un segundo, por favor.

    La persona encargada de atenderla hizo una gestión por teléfono y al momento se dirigió a Belinda.

    –Sígame, por favor, el Sr. Bernardo le atenderá enseguida. Si lo desea puede dejar la bolsa aquí.

    –Muchas gracias –respondió Belinda dejando una especie de bolsa en la cual llevaba la muda y los accesorios de higiene.

    Belinda le siguió en silencio, contemplando cada rincón, a medida que avanzaban por los pasillos. Subieron por unas escaleras hasta llegar a la primera planta. Al fondo y cruzando un salón de reuniones llegaron al despacho del Sr. Bernardo, el cual la esperaba sentado detrás de una enorme mesa de nogal del siglo XVIII. Al mismo tiempo que Belinda entraba en el despacho, el Sr. Bernardo se levantó de su silla y se dirigió a ella estrechándole la mano.

    –Bienvenida, Sta. Belinda Blat, pase y siéntese.

    Belinda se sentó enfrente de su entrevistador con la mirada fija en él. A simple vista parecía un hombre de unos 40 años, quizá alguno más, con la tez curtida por el sol y un carácter afable.

    –He leído detenidamente su currículum y creo que es la persona que andamos buscando –le dijo a bote pronto–. Sustituirá al señor Carles que ahora mismo está pasando por un momento delicado en su salud. Dirigirá el proceso de elaboración del vino. Supervisará tanto su elaboración, como el almacenaje. Entiendo que aunque su currículum es sensacional, no tiene una experiencia que la avale, por lo que tendrá la ayuda del hijo de Carles Miró, Saúl Miró. Si bien es cierto que Saúl hace tiempo que no trabaja en los viñedos, durante mucho tiempo estuvo al lado de su padre y conoce todos los pormenores de la finca. Al enterarse de su enfermedad ha regresado para cuidar de él y se ha ofrecido a ayudar en lo que haga falta. Será él quien se encargue de ponerla al corriente de todo. ¿Alguna pregunta por su parte?

    Belinda escuchaba atentamente cada palabra del Sr. Bernardo. Cuando días antes pensaba en cómo se llevaría a cabo la entrevista, nunca pensó que sería tan fácil que la contrataran. Ahora, en su interior, presentía que tenía una responsabilidad y no quería fallar de ninguna manera.

    –Solo una, Sr. Bernardo –respondió Belinda al momento–. Necesito un sitio donde alojarme ya que mi casa queda algo lejos.

    –No hay problema –respondió sin dilación–. Viñedos Trasiego dispone de alojamiento para algunos de sus empleados. La mayoría viven en el pueblo y no lo necesitan. Por cierto, puede llamarme Bernar. Si no tiene más preguntas…

    Bernar puso el contrato delante de Belinda para su firma, al tiempo que le decía:

    –Bienvenida a Viñedos Trasiego.

    Belinda firmó al momento.

    3

    Agosto de 1984

    Bernar y Fran se encontraban a primera hora de la mañana a las puertas de la casa señorial. La mansión se ubicaba en la parte más alta de Viñedos Trasiego. Las vistas desde cualquier punto de la casa eran espectaculares. Habían sacado las bicicletas y se disponían a salir con ellas cuando Fran preguntó de repente a modo de afirmación:

    –¿Se enfadó mucho el tío anoche cuando te vio en su despacho?

    –¿Si lo sabes para qué preguntas? –contestó Bernar–. Estoy seguro de que estabas a la escucha y oíste todo lo que dijo.

    –¿Conseguiste abrir el cajón de la mesa? –continuó preguntando Fran.

    –Sí –contestó Bernar–, pero no quiero hablar más de eso.

    –¿Por qué? –preguntó nuevamente Fran.

    –Te he dicho que no quiero hablar más de lo que pasó anoche –respondió Bernar subiendo ligeramente la voz.

    Fran entendió al momento que Bernar tenía que haber visto algo en el interior del cajón del despacho de su tío que no quería contarle. Decidió que más adelante volvería a insistir. Conocía perfectamente a su primo y cuando decía que no, era mejor dejarlo. Empezaron a rodar con las bicicletas dejando atrás la casa. Cuando se hubieron alejado lo suficiente Fran volvió a la carga, bajándose de la bicicleta.

    –¿Qué piensas del tío Jacinto? –preguntó Fran de pronto.

    –¿A qué te refieres? –contestó Bernar con otra pregunta al tiempo que colocaba la bici al lado de la de su primo.

    –No sé –respondió Fran–. Es verdad que se ha quedado para cuidar de nosotros, pero verdaderamente no entiendo por qué lo ha hecho. Hasta alguno de los que trabajan en la casa dicen que ha cambiado mucho en los dos años que ha estado fuera. Pienso que hay algo en su manera de actuar…

    –No entiendo qué tratas de insinuar –contestó Bernar–. Si no fuera por él, no tendríamos a nadie que cuidara de nosotros y, seguramente, habríamos acabado en algún internado.

    –Creo que olvidas que el tío Jacinto nunca se llevó bien con nuestros padres y si cuida de nosotros es porque, de una manera u otra, somos los futuros herederos de los viñedos.

    –¿Estás queriendo decir que el tío nos cuida solo por puro interés? ¿Que solo le interesa adueñarse de los viñedos? Creo que no eres consciente de que una parte de esos viñedos es suya, ya que el abuelo los dejó en herencia a todos sus hijos a partes iguales.

    –¿Qué es lo que había en el cajón de su escritorio? –volvió a preguntar Fran sin dejar de mirar a su primo.

    –Te he dicho que no quiero hablar del tema –contestó Bernar–. Si tanto te interesa, entra en su despacho, abre el cajón y lo miras tú mismo, pero a mí déjame en paz.

    –No te entiendo, Bernar. Si no hay nada que ocultar, ¿por qué no me quieres decir qué es lo que has visto en ese cajón y que tanto te preocupa?

    –¿Y qué es lo que te hace pensar que he visto algo y que ese algo me preocupa? –preguntó Bernar queriendo quitar importancia al asunto.

    –Si no tuviera importancia, ya me lo habrías dicho –contestó Fran–. Está bien, si no quieres decírmelo no me lo digas.

    Los dos primos volvieron a subir a sus respectivas bicis y emprendieron la marcha en dirección al pueblo.

    Braxton estaba rodeado de viñedos en su mayoría, aunque los más importantes y los que le daban fama eran sin duda los Viñedos Trasiego.

    Montados en sus bicis tomaron un sendero de tierra y se dirigieron a la tienda de flores situada relativamente cerca de los viñedos. Su dueño, Ismael, era muy amigo de Elisa, la mujer que se encargaba del cuidado de Fran y Bernar. Ambos eran vecinos, ya que la casa de Elisa estaba situada al lado mismo de la floristería y el hecho de que Ismael tuviera un sobrino a su cargo, Martín, de la edad de los primos, hizo que entre ellos surgiera una estrecha amistad. Se podía ver a los tres chicos siempre juntos, como buenos amigos, de un lado a otro del pueblo. Nada más ver a Fran y Bernar, Martín se dirigió a ellos arrastrando su bici.

    –¿Ese que sale del taller no es tu tío? –le preguntó Martín a Bernar, que lo tenía prácticamente a su lado.

    –No –respondió Bernar sin dejar de mirar a la puerta del taller.

    –Yo diría que...

    –Te he dicho que no es –respondió dándole la espalda y acercándose a su primo Fran que se encontraba a unos metros de él.

    Bernar había visto perfectamente a su tío salir del taller y lo había reconocido, pero no quería darle la razón a Martín. En ese mismo momento algo le había llamado la atención. El nombre del taller era el mismo que la noche anterior había visto anunciado en un periódico dentro del cajón de escritorio de su tío. Ese mismo taller había certificado la rotura de los frenos del coche en el que circulaban sus padres poco antes del accidente. La noticia hablaba de sabotaje. Bernar no podía pensar en otra cosa desde el mismo momento en que leyó aquel recorte de prensa.

    ¿Por qué alguien querría hacerle daño a sus padres o en cualquier caso a sus tíos?, se preguntaba Bernar desde el mismo momento en que había leído aquella noticia. Ambos iban en el mismo coche, pero hasta donde él sabía, no tenían enemigos, por lo menos, capaces de urdir un plan para acabar con ellos, aunque, a decir verdad, había cosas que seguramente se le escapaban, dada su edad.

    Su cabeza no paraba de dar vueltas a lo mismo.

    ¿Por qué su tío no les había dicho nada al respecto?, era otra de las preguntas para las que no encontraba respuesta.

    Él siempre decía que la mala fortuna se cruzó en el camino de sus hermanos aquel fatídico día.

    Pero… ¿y si no fue la mala fortuna y alguien lo preparó todo de antemano para crear aquel accidente? Por lo menos era lo que decía aquel recorte en el periódico. Sus pensamientos eran un ir y venir de preguntas sin respuesta.

    Bernar empezaba a entender muchas cosas que en su momento, o no llamaron su atención o simplemente no

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