Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Quédate conmigo
Quédate conmigo
Quédate conmigo
Libro electrónico219 páginas3 horas

Quédate conmigo

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

¿Qué diferencia existe entre ser amado y ser querido? No existe diferencia entre lo que sentimos y lo que sienten los demás. Cuando nos enamoramos, cuando amamos y somos amados, la locura es algo que no atiende a la razón. Amar y ser amados es la mejor manera que tenemos de ser felices. Encontrar a esa persona que te haga salir de la oscuridad es lo mejor que puede pasarnos. Adanna, la joven que yace dormida… Wilson, su mejor amigo y Bruce el hombre que la ama. Ann, quien vive una historia de amor con Dante, un hombre mucho mayor que ella. Venus y Benjamin, una antigua historia de guerras y conflictos. Tres chicas. Tres historias. Todas tan distintas. Todas conectadas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 dic 2021
ISBN9788411141079
Quédate conmigo

Relacionado con Quédate conmigo

Libros electrónicos relacionados

Thrillers para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Quédate conmigo

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Quédate conmigo - Paula Escalera Fernández

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Paula Escalera Fernández

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1114-107-9

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Dedicado a

    todos aquellos que han estado conmigo,

    dándome su apoyo y animándome a seguir.

    A todos mis lectores, amigos y familiares.

    Y a ti, que ahora estás leyendo.

    Ann

    Sueños incondicionales

    —¿Qué es lo último que recuerdas?

    —Oscuridad… Luego…, una luz.

    —¿Qué es lo último que sentiste?

    —Odio.

    ¿Qué sientes ahora?

    —Nada.

    —Has estado durmiendo… mucho tiempo, Ann.

    —Lo sé… y si pudiese elegir, me habría quedado.

    —¿Por qué?

    —Porque allí soy feliz.

    —Pero no es real.

    —¿Acaso eso importa? No quiero volver…

    d

    La luz alumbraba toda la estancia, mientras los rayos entraban por la ventana, bañándolo todo con su calidez. Ann despertó como siempre, con la caricia del sol en su rostro y con su único amor al lado de ella, el cual ya la observaba dulcemente. Ann amaba su vida tal y como la tenía. Sin embargo, cada vez eran más frecuentes los extraños sueños que la desvelaban. Él la miraba con ternura, mientras le retiraba los cabellos del rostro.

    —Buenos días, princesa —susurró el muchacho moreno al lado de la joven.

    Ella sonrió cariñosamente mientras le susurraba un «buenos días», depositando un beso en el rostro del chico. Era el día perfecto para tomar el desayuno y bajar a hacer una pequeña excursión por la zona a la que recién habían llegado ambos jóvenes, para disfrutar de unas amplias y merecidas vacaciones juntos, lejos de todo el mundo, lejos de la vida que conocían, donde por unos meses podrían ser una pareja totalmente normal, sin ocultar su amor. Allí podían ser felices por primera vez en mucho tiempo. Ann había terminado sus estudios recientemente. Al año siguiente entraría en su segunda carrera, la cual la lanzaría definitivamente al mundo laboral; al menos así lo esperaba.

    Él, por el contrario, ya tenía su carrera y su trabajo, gracias al cual habían podido permitirse la gran mayoría de los gastos de ese viaje. Si bien era cierto que a Ann no le gustaba que se tomaran tantas molestias por ella, agradecía el regalo de su novio y aceptó en su día la proposición a ese viaje encantada y deseándolo desde que él se lo había propuesto.

    El joven preparaba el desayuno mientras Ann se terminaba de arreglar. Ella casi nunca se maquillaba, pero había cogido el hábito de arreglarse más a menudo gracias a su nueva pareja o, mejor dicho, a su primera y única pareja. No se imaginaba una vida mejor que la que había conseguido en el último año de su relación. Era feliz, lo tenía todo y quería que eso continuase siendo así mucho más tiempo.

    Divagando en sus pensamientos Ann se miró al espejo nuevamente, luciendo su hermoso rostro y su rubia y larga melena recogida en una coleta alta. Sin embargo, al mirarse al espejo Ann no se vio reflejada como debía de estar ese día. Se veía pálida, con el pelo corto y con vías en la cara, saliendo de su nariz, tal y como había estado cuando tuvo su accidente.

    Esta imagen en el espejo provocó que la chica se retirase hacia atrás golpeándose con el lavabo y tirando la mitad de los utensilios que se encontraban sobre la encimera. Instintivamente, su novio apareció por la puerta para encontrarse con una Ann de rodillas en el suelo con las manos tapándose la cara y totalmente asustada.

    —Ann, ¿estás bien? ¿Qué ha pasado? —preguntó el joven mientras se acercaba a ella agarrándola por los hombros y haciendo que ella le mirase. Ann se abrazó al chico con fuerza, mientras comenzaba a llorar.

    El día de su accidente la joven había perdido su vida anterior, la cual había desembocado en la que tenía ahora. Pero recordar aquel terrible suceso aún le causaba un daño que tardaría mucho en desaparecer.

    Después de un par de minutos Ann parecía haberse calmado, mientras tomaba su desayuno, recuperaba las fuerzas, y la alegría característica suya. En poco tiempo ya se encontraba junto a su novio, recorriendo las calles de la hermosa ciudad a la que habían ido.

    Los parques exaltaban por su exuberante naturaleza, por los alegres niños que los recorrían, sonrientes y alegres mientras jugaban con sus padres, mientras eran felices. Los coches circulaban con normalidad y los escaparates lucían brillantes ocultando numerosas joyas y vestidos. Tras atravesar la ciudad, se encontraron frente a un inmenso parque totalmente verde, donde el aire se respiraba puramente, el cual las personas visitaban para quedarse allí relajados, mientras dejaban que la brisa del mar les acariciase el rostro.

    Ann no había visto nunca el mar, no había contemplado la belleza de este cuando el sol cae en la tarde o cuando emerge de las aguas en el hermoso amanecer que se repetía cada día. Tantas veces le habían contado lo precioso y hermoso que era, que tenía miedo de que aquello no fuese como ella se lo imaginaba.

    Habían recorrido gran parte de la ciudad cuando se sentaron a la sombra de un árbol en aquel inmenso parque. El olor a agua salada llegaba desde la lejanía, pero Ann no podía ver el mar aún.

    —Qué agradable es este sitio —dijo mientras exhalaba por la nariz y se apoyaba en el tronco del árbol, él aún la miraba. Ann le invitó a que se sentase a su lado, lo cual el joven hizo encantado. Aprovechó que su novio estaba junto a ella para tumbarse y apoyar su cabeza en el regazo de él, mientras le miraba a los ojos, esos ojos en los que ella tenía la costumbre de perderse.

    Ann se quedó allí relajada mientras dejaba que él la acariciase el pelo y le retirase los mechones del rostro. Posó la mano en la mejilla del chico y susurró dos palabras que ese día aún no le había dicho. Él sonrió y le devolvió aquellas palabras mientras atraía su cabeza hacia la de él, para besarla como solía hacer, lenta y dulcemente.

    Al poco rato de estar allí, Ann se durmió ligeramente, deseando que llegase ya el atardecer, para poder seguir explorando la ciudad, pero deseando quedarse allí para siempre, al lado de la persona que más quería.

    d

    —¿Por qué no vuelves, Ann?

    Ann corría sin descanso y sin encontrar la salida del lugar en el que se encontraba, estaba todo blanco, no había nada más. Estaba vestida también de blanco. Sin embargo, cada vez que corría comenzaba a cansarse más de lo normal, mientras notaba como sus pies parecían hundirse. Al mirar al suelo no había nada, simplemente blanco, allá donde mirase. Una voz susurrante en su cabeza que repetía continuamente lo mismo.

    —¿Por qué no vuelves, Ann?

    —¿Volver a dónde? —preguntaba ella continuamente, pero la voz no contestaba, simplemente se repetía nuevamente.

    Ann perdió la cuenta del tiempo que había estado corriendo, simplemente seguía haciéndolo, pues no era capaz de parar por mucho que le doliesen los pies. Al final consiguió divisar algo al fondo del camino, una figura que pronto se hizo más visible. Gritó el nombre de esa figura, lo intentó, pero a pesar de que sus labios se movían, ningún sonido era capaz de salir de su garganta. Sabía, o por lo menos creía saber, el nombre de aquella figura; era él, pero las palabras no salían de su garganta, hasta que definitivamente aquella persona se convirtió en una figura borrosa que tiñó todo de negro, sumergiéndola en un vacío del que despertó con el cálido susurro de alguien que la llamaba.

    d

    El atardecer había caído y, después de un par de horas allí a la sombra, él por fin la había despertado con aquellas dulces palabras. Desperezándose, Ann se puso en pie mientras dejaba que él la agarrase la mano para continuar con aquel paseo que desembocó en una pista de hielo, la más grande de la ciudad, donde Ann entró emocionada.

    La joven adoraba el deporte, le encantaba el patinaje sobre hielo. A él no tanto, siempre le había gustado otro tipo de deporte. Sin embargo, le gustaba ver una sonrisa siempre en el rostro de Ann.

    Tras colocarse los patines, ajustarlos y observar que no le hacían daño, ambos se adentraron en la pista, mientras él se quedaba detrás de ella. El primer golpe vino nada más entrar, dada la falta de hielo en los patines era normal. No obstante, ella ya sabía controlar aquellos momentos, por lo que simplemente necesitó agarrase a él para no caer.

    Una vez en aquella masa maciza de hielo Ann lo miró, ofreciéndole una amplia sonrisa mientras clavaba las cuchillas en el hielo para poder tener una mayor sujeción. Una vez completo el proceso, solo quedó lanzarse a patinar y disfrutar de aquellas sensaciones que le reportaban tanta alegría y, en cierto modo, tanto placer y relajación.

    Ann siempre había sido alocada, siempre se dejaba llevar por los impulsos. Eso hacía de ella la chica de la que se habían enamorado en más de una ocasión. Por otra parte, su novio era más relajado, siempre le gustaba mantener las cosas bajo control, algo que en cierto modo complementaba mucho aquella relación de pareja.

    Él la observaba desde fuera de la pista mientras la veía grácil y elegante, ciertamente frágil por su figura delgada. La cabellera le caía hasta la cintura, recogida aquella vez en una trenza, su piel blanca se confundía con la nieve y el hielo de la pista. Aquellos ojos, los ojos de los que él se había enamorado, lucían llameantes de alegría por poder estar allí a su lado.

    Ann soñaba mientras patinaba, viajando a otros mundos donde ella era una gran estrella de aquel deporte. Su mente siempre le hacía soñar, pero últimamente todos aquellos sueños terminaban con la visión más horrible de su vida, el accidente que la dejó sin familia, el accidente del cual casi no sale viva.

    La visión que le provocó su mente vino acompañada de las mismas palabras de siempre;

    —¿Por qué no vuelves, Ann?

    Despertó, justo antes de precipitarse contra el muro que separaba la pista de hielo del suelo normal. Justo antes, para poder frenar y caer hacia atrás sobre la dura capa de hielo helada. Ann respiró agitadamente mientras se ponía en pie, ayudándose del muro, mientras observaba cómo él se acercaba a ella. Hizo una señal para que él supiera que se encontraba bien y disimulando de aquella forma tan propia suya, continuó patinando mientras se acercaba para ofrecerle una sonrisa. Tan solo un pequeño resbalón, algo que hizo reír a ambos, ya que, pese a todo, siempre había sido una chica que se tropezaba y caía fácilmente.

    La tarde siguió su curso normal, hasta que Ann decidió que aquello ya le aburría, mientras volvían a la habitación de hotel que ambos tenían. Allí, desde lo alto de la terraza, Ann observó las estrellas, el horizonte mientras los últimos rayos del sol se ocultaban. Observó lo que sería el mar en la lejanía… Lo observó con la misma sensación de siempre; aquella que le indicaba que, por muy cerca que estuviese, el mar sería algo que no conocería, algo que siempre se alejaría de ella…

    Bruce

    A quien conocí una vez

    Él seguía esperando, siempre a punto. No faltaba nunca, no fallaba nunca. Siempre estaría allí para ella, incluso cuando ella no lo estaba. Se odia, odiaba que le hubiese pasado aquello a ella, después de todo lo que le habían hecho, después del dolor que ya había sufrido tras terminar con aquella pesadilla de años… Él había estado allí siempre, creía haber estado allí siempre para ella, pero, al fin y al cabo, no había sido suficiente.

    Día tras día, iba allí, a la habitación, se sentaba y esperaba a que ella abriese los ojos alguna vez. A veces se dormía y recordaba el día en el que se conocieron, un viento helado, un chocolate caliente, una sonrisa tan cálida y un rostro tan hermoso que no pasó desapercibido para él. Lo supo, pese a las dificultades; supo que se había enamorado de ella y esperó que pronto ella pudiese corresponderle.

    Todo empezó aquel día en el que ella le ofreció una sonrisa, en el que él la invitó a tomar algo tras una película que ambos recordarían siempre con cariño. Ella era joven, él un poco mayor; bueno, siete años mayor. Ella aún estaba aprendiendo a vivir, él ya tenía algo más claras las ideas. Entre tantos recuerdos, había uno que bailaba libremente por su mente. Estando allí, observándola inerte, tomó su mano. Parecía dormida, parecía simplemente dormida. Allí sentado recordaba una vez más aquel día… Un día que en el fondo no pertenecía a la persona que se encontraba sujetando su mano sino a aquella que había sido mayor en edad.

    d

    El atronador sonido de los gritos de las personas inundaba la plaza de aquellos inmensos cines. La gente gritaba, todos se agolpaban tras las vallas, todos esperaban la llegada de él. Un joven que se había ganado su fama gracias a su esfuerzo, gracias a su trabajo.

    No era de extrañar todas las personas que se reunieron allí, alrededor de las vallas, esperando su llegada, su visita y sus fotos. Muchas habían llevado sus libros, otros las fotos para que él pudiese firmarlas, pero había una joven entre todos que se encontraba allí por el mero hecho de acompañar a su mejor amiga.

    La chica desconocía quién era aquel joven que venía desde lejos a promocionar aquella película que tarde o temprano ella también vería. Su amiga estaba realmente nerviosa, tanto que estuvo a punto de desmayarse cuando él apareció por la enorme alfombra que habían situado allí, separándolas por unas vallas que se clavaban en su pecho dada la presión que ejercía la gente desde detrás de ella.

    Agobiada, la joven salió de allí, mientras su amiga gritaba histérica en busca del actor que ya había llegado. Tras conseguir salir finalmente de toda aquella masa de gente, pudo respirar un poco de aire limpio. Sin embargo, la gente aún seguía agolpándose, empujando y pasando apresuradamente. Tanto que el empujón la hizo caer hacia delante, precipitándose contra la espalda de un desconocido que parecía estar tan desconcertado como ella.

    —Disculpe la torpeza… —susurró la joven. Sin embargo, no pudo terminar de hablar. El chico que tenía delante había atrapado su mirada por completo. Esos ojos, oscuros como el mismo cielo, la hundieron en una enorme profundidad, tal que las palabras se quedaron atrapadas en su garganta sin poder deslizarse más allá de la misma.

    —¿Estás bien? —dijo aquella voz sacándola del sueño en el que se había sumergido por breves instantes. Era una voz seria, pero no dura, que inspiraba cierta dulzura. Ella lo miró, mientras asentía con cierta vergüenza en su rostro, mientras sonreía ligeramente ante el chico que tenía delante.

    —Adanna —acertó ella a decir, mientras el leve rubor de sus mejillas aparecía por primera vez. El chico sonrió agradablemente al escuchar su nombre.

    —Bruce —se limitó él a contestar mientras la miraba.

    La gente continuaba avanzando apresuradamente, mientras los empujaba, haciendo que ambos se mantuviesen cerca en todo momento. Adanna sintió como alguien cogía su mano y tiraba de ella hacia fuera, lejos de toda aquella gente. Finalmente, cuando consiguió salir de allí se percató de que era el joven quien la había agarrado.

    Respiró hondo, mientras observaba hacia el sitio donde habían montado el espectáculo y se giraba nuevamente hacia él, dándose cuenta de que aún tenía su mano cogida. Ella la soltó inmediatamente mientras sus miradas volvían

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1