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Y entonces llegó mi ángel
Y entonces llegó mi ángel
Y entonces llegó mi ángel
Libro electrónico208 páginas2 horas

Y entonces llegó mi ángel

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Información de este libro electrónico

Ainoa es una joven malagueña que ha sufrido varios reveses. Cansada de la monotonía, decide cambiar de aires cuando recibe la oportunidad de ir a trabajar a Ibiza. Allí descubre un mundo de fiestas, desenfreno y diversión junto a sus nuevas compañeras: Daniela, una cubana extravagante, Corinne, una francesa risueña y Alejandra, la rica del grupo.
Pero no todo es rosa en el paraíso. Unos sucesos inesperados pondrán su vida patas arriba. Conocerá a Adrián, un antipático y prepotente guardia civil que no deja de cruzarse en su camino y que, poco a poco, despertará en ella sensaciones que había olvidado. Para colmo, su mejor amiga tendrá que hacer frente a un cáncer y Ainoa, superada por la situación, comprenderá que la única forma de resolver los problemas es plantándoles cara.
¿Podrá hacerlo? ¿Será capaz de adaptarse al ritmo de vida de la isla?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 may 2021
ISBN9788412364187
Y entonces llegó mi ángel
Autor

Dori Salmerón

Dori Salmerón nació el 9 de marzo de 1981 en Abla (Almería). Actualmente reside en Aguadulce junto a su marido y sus dos hijos. Su pasión por la lectura y la escritura le viene desde siempre, pero no fue hasta el 2002 cuando empezó a escribir en serio. Desde entonces, ha narrado un cortometraje y ha compuesto varias canciones. Y entonces llegó mi ángel (Ediciones Arcanas, 2017) es su primera novela de género romántico contemporáneo. Mi ángel nunca se fue (Ediciones Arcanas, 2019) pone el broche final a esta bilogía.

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    Y entonces llegó mi ángel - Dori Salmerón

    Introducción

    Cuando decidí lanzarme a publicar el libro, tenía una cosa muy clara; quería colaborar en un tema que considero muy importante: el cáncer. Para mí es un gran honor poder poner mi granito de arena en algo tan primordial como la investigación de esta horrible enfermedad; sobre todo si es para personitas tan especiales, adorables y maravillosas como los niños.

    Ojalá algún día podamos gritar bien alto que ya no existe esta maldita enfermedad. Mientras tanto, toda ayuda es poca para lograr encontrar un remedio contra ella. Por eso, de cada libro vendido, donaré un 10% al proyecto Mójate por la Vida, ya que hacen una enorme y valiosa labor.

    «Mójate por la vida es una gran aventura de personas normales que quieren colaborar con los verdaderos héroes de toda esta iniciativa, los profesionales de la sanidad, aportando ilusión, apoyo y fondos necesarios para ayudar a los grandes protagonistas: los niños y niñas afectados por el Cáncer.

    ¿Te mojas con nosotros?»

    http://mojateporlavida.org

    1

    Málaga, mes de mayo, puerto.

    Hacía una tarde maravillosa. El sol brillaba con todo su esplendor y el mar parecía un cristal limpio y pulido. Se podía ver reflejado en el agua los pájaros que lo sobrevolaban mientras piaban dulcemente.

    Ainoa estaba sentada en un banco y admiraba la belleza del lugar con la vista perdida en el horizonte. Ensimismada, respiró el aire puro con aroma a sal y comenzó a pasear para admirar los nuevos cruceros que había atracados en el muelle.

    —Málaga tiene el segundo puerto más grande de España… —decía un guía a un grupo de turistas que pasaban por allí, cuando el móvil de Ainoa empezó a sonar e interrumpió su «paseo zen».

    —¿Sí? —contestó la llamada sin mirar la pantalla, con los ojos perdidos en el brillo del mar.

    —¿Ainoa? Hola, soy Susana…

    —¡Hola, Susana! ¿Qué tal? —sonrió.

    —Bien, gracias. Te llamo para decirte que te pases lo antes posible por la tienda. Marcos quiere hablar contigo…

    —¿Y eso? ¿Ha pasado algo? —frunció ligeramente el ceño.

    —No, tranquila, no es nada malo. Ya te contará cuando vengas.

    —Ok. Ahora en un rato me pasaré. Un beso, Susana.

    —Otro para ti.

    La joven guardó el móvil y se quedó mirando pensativa las embarcaciones. No se imaginaba para qué quería hablar el encargado con ella, puesto que la tarde anterior le había dado el horario de la semana siguiente. Se encogió de hombros y, decidida a tomar un café antes de ir a verle, se dirigió hacia una de las terrazas del puerto deportivo.

    Ainoa llevaba seis años trabajando en una tienda de decoración situada en el Centro Comercial Larios. Cuando hizo la entrevista de trabajo no se lo pusieron nada fácil y tuvo que hacer unos exámenes de acceso. Al final, gracias a sus estudios en idiomas —hablaba inglés, francés y alemán—, fue admitida. Primero le hicieron un contrato de dos meses de prueba, después uno de doce y, el último, de seis años. El empleo le vino muy bien a nivel personal, dado que se encontraba muy sola desde que falleció su madre.

    En la tienda también trabajaba Susana, la hermana de su ex-novio, Pablo, a quien conoció en la academia de idiomas. Comenzaron a salir como amigos y, con el tiempo, su relación se consolidó. Vivieron dos años de puro amor y locura, hasta que Pablo encontró un trabajo en Granada. Iba de lunes a viernes y regresaba a Málaga los fines de semana, pero, al cabo de unos meses dejó de hacerlo porque salía mucho de fiesta con sus nuevos amigos. Un día de año nuevo le dijo a Ainoa que debían acabar con su relación de pareja. Durante el tiempo que había estado fuera comprendió que, en realidad, era homosexual y llevaba mucho viviendo una mentira. Ella se quedó en shock durante varias semanas y no quiso ni escuchar su nombre.

    Cuando se enteró de lo ocurrido, Susana no dudó ni un segundo en ponerse en contacto con Ainoa para estar con ella en todo momento y ayudarla a superar ese revés. Todo parecía un mal sueño. Pablo estaba triste y decepcionado consigo mismo. Jamás se imaginó que decir la verdad sobre su sexualidad ocasionara tanto daño a las personas que más quería: sus padres y Ainoa. Susana lo apoyó en todo momento. Habló con sus padres y con el resto de familiares y amigos. Les hizo ver que aquel cambio no era algo malo y que, al final, lo importante era la felicidad de Pablo. Su hermano le estaba muy agradecido por ello.

    Ainoa, por su parte, acabó olvidando el mal trago; al fin y al cabo, no la había engañado y deseaba de corazón que fuese feliz. Lo perdonó y, cuando sus heridas cicatrizaron, volvieron a ser muy buenos amigos. Íntimos, incluso.

    Despejada gracias al paseo y con fuerzas renovadas tras tomarse el café, Ainoa cogió un taxi y se dirigió al centro comercial. Cuando llegó a la tienda, Susana y Marcos estaban detrás del mostrador. Apenas había clientes.

    —Hola, chicos. ¿Cómo estáis?

    —Hola. —Susana se acercó y le dio dos besos—. No nos podemos quejar, la verdad.

    —Y tanto. La tarde está siendo muy tranquila —añadió Marcos.

    Susana le miró de reojo y, al cabo de unos instantes, dijo:

    —Bueno… voy a hacer cosas para que podáis hablar tranquilos…

    Ainoa observó sonriente a su amiga, que se alejó lo justo para poder escuchar la conversación que estaba a punto de tener con Marcos, mientras fingía estar revisando unas cajas bajo el mostrador.

    Ainoa suspiró y, algo inquieta, miró a Marcos:

    —En fin, tú dirás… ¿De qué querías hablar conmigo?

    Marcos le tendió una nota con la dirección de la oficina de la cadena a pie de página y un teléfono de contacto. Ella lo observó sin entender; solo había estado una vez allí.

    —Esta mañana me han traído esto. No me han dicho para qué quieren verte en la oficina central —dijo encogiéndose de hombros—, pero solicitan que vayas lo antes posible. La verdad, me ha sorprendido tanto como a ti.

    —Qué raro, ¿no? ¿Qué creéis que quieren? —preguntó Susana, agachada y alzando la cabeza por encima del mostrador, como si fuera un periscopio oteando el horizonte.

    Ainoa no pudo contener una sonrisa ante su expresión de «amiga cotilla».

    —Pues será mejor que vaya ahora mismo a averiguarlo. En cuanto sepa algo os informo. Qué nervios…

    —Suerte —le sonrió Susana. Marcos asintió.

    La joven salió del centro comercial y fue en busca de un taxi. No quería ir andando.

    La oficina central de la empresa estaba al otro lado de la ciudad, así que tardó algo más de veinte minutos en llegar debido al tráfico. El trayecto se le hizo eterno, la incertidumbre la devoraba.

    Una vez llegó a su destino, pagó al conductor y le dio las gracias antes de salir con rapidez. Entró en la oficina y dio su nombre a la recepcionista, que le indicó que se sentara en un pequeño recibidor. Había una mesa de cristal cuadrada con una montaña de revistas encima. Ainoa supuso que estaban allí para hacer la espera más amena. Se fijó en los grandes y antiguos cuadros que había colgados en la pared derecha. Las sillas eran negras, tapizadas en una tela de pana horrible. La sala era muy fría y sombría.

    Agarró el bolso con nerviosismo cuando un chico joven salió de uno de los despachos. Llevaba traje azul y corbata roja.

    —Señora López, si es usted tan amable de acompañarme… —le dijo mientras, con la mano derecha, le indicaba que pasara al despacho.

    —Sí, pero mejor «señorita» —contestó con una sonrisa nerviosa.

    Tomó asiento en una de las sillas y aguardó a que el joven ejecutivo hiciera lo mismo. Le observó, en tensión, a la espera de que hablase. Él se tomó su tiempo. Se desabrochó el botón de la americana y ocupó su sillón con toda la parsimonia del mundo. Para cuando al fin le habló, ella estaba histérica, con el corazón a punto de salirse por la boca.

    —Señorita López… La hemos llamado para comunicarle una nueva propuesta de trabajo. Desde la central general, en Alemania, pretenden ampliar el personal de algunas de las tiendas que poseen en diversos puntos de Europa. Nos solicitan una empleada para unirse al resto de candidatas y hemos pensado en usted. Es la mejor cualificada para este puesto. Sería con las mismas condiciones que tiene ahora.

    Ainoa sintió alivio y temor al mismo tiempo. ¿Un nuevo puesto de trabajo en alguna de las tiendas que poseen por Europa? Por un lado, se alegraba de que no se tratase de algo malo. Por otro, un cambio de ciudad no entraba en sus planes en ese momento. La oferta la había sorprendido.

    —Uff… —murmuró confusa—. Esto no me lo esperaba. Yo… ¿A dónde tendría que marcharme a vivir? —acertó a preguntar, hecha un manojo de nervios y dudas.

    —Por desgracia, no sabría decírselo en este momento. En caso de aceptar, desde la central decidirían cuál sería el mejor destino para usted y se lo comunicaríamos de inmediato.

    —Entiendo… —Tomó una bocanada profunda de aire, tratando así de calmarse un poco—. La verdad, ahora mismo no sé qué decirle…

    —Tranquila, no hace falta que me dé una respuesta ahora. Tómese su tiempo, piénselo bien y, en caso de aceptar, le daremos una semana de vacaciones para sus asuntos personales. En caso contrario, todo seguirá igual. ¿De acuerdo? —Le dedicó una sonrisa de ejecutivo amable a la vez que se ponía de pie.

    Ainoa también se levantó.

    —De acuerdo. Gracias.

    —Aquí tiene. —El joven le entregó una tarjeta que sacó de su bolsillo—. Espero su respuesta.

    —La tendrá. Buenos días.

    —Buenos días, señorita López.

    2

    De regreso a casa no cogió ni taxis ni el autobús. Decidió andar para poder pensar en la propuesta de trabajo que había recibido.  No le sirvió de mucho. Al llegar a casa estaba hecha un mar de dudas.

    Más tarde, cuando ya se había hecho de noche, seguía sin haber tomado una decisión. No tenía hambre, así que se dio una ducha y se puso a ver la televisión. Su mente no se centraba. No dejaba de preguntarse dónde podrían mandarla a trabajar; en caso de que aceptase, claro. Su empresa era una multinacional, tenía tiendas en muchos países. Cualquiera podría ser su nuevo destino…

    Decidió pedir la opinión de un amigo, ¿y quién mejor que Pablo? Sabía escuchar y solía darle buenos consejos.

    Cogió el móvil, buscó su número en la lista de contactos y le llamó.

    —¿Diga?

    —Hola, Pablo.

    —¡Ainoa! ¡Hola! —se alegró de escucharla—. ¿Qué tal estás?

    —Muy bien. ¿Te pillo ocupado?

    —No, qué va. Dime.

    —Verás… —Tomó aire antes de seguir—: Si te ofrecieran el mismo puesto de trabajo, pero en otra ciudad, posiblemente de otro país… ¿Aceptarías?

    —Pufff… Pues no lo sé… Es una decisión difícil. —Hizo una breve pausa durante la cual solo se escuchó su respiración—. Qué podría decirte… Mi consejo es que pienses en ti. Cierra los ojos y concéntrate en lo que te apetece ahora mismo en tu vida laboral y personal. Deja que sea tu corazón el que elija. Él nunca te fallará.

    Ainoa soltó un suspiro.

    —Mi vida necesita un cambio en todos los ámbitos. Pero irme lejos de aquí…

    —Pero eso no es un problema para ti. Tú puedes con todo, Ainoa —intentó animarla.

    Volvió a tomar aire, agobiada. Pablo se dio cuenta.

    —¿Dónde te quieren mandar exactamente?

    —No lo sé… Me lo van a decir solo si acepto el trabajo. Pero quizás sea en otro país.

    —Bueno, pues piénsalo tranquilamente; sin prisas ni estrés. No vayas delante del tren.

    —Llevas razón… —Volvió a suspirar—. En fin… Gracias por escucharme, voy a intentar dormir. Buenas noches.

    —Descansa. Mañana hablamos. Buenas noches.

    Dejó el móvil sobre la mesilla y frunció los labios, pensativa. Se levantó, sacó del bolso la tarjeta que le había entregado el joven y la leyó:

    —Antonio Martínez Villa… En menudo dilema me acabas de meter… —murmuró ensimismada.

    Se volvió a sentar y buscó una película que la entretuviera. Encontró una comedia romántica, aunque no le prestó demasiada atención. No dejaba de mirar la tarjeta hasta que, poco a poco, el sopor se apoderó de ella y se durmió en el sillón, con la televisión encendida y la dichosa cartulina entre las manos.

    A las ocho de la mañana sonó el despertador y pegó un brinco. Tenía el cuello y la espalda dolorida de haber dormido en mala postura, así que se estiró y movió las articulaciones. En ese momento se dio cuenta de que aún llevaba la tarjeta en la mano. Aunque no lo recordaba, tenía la sensación de haber tenido unas cuantas pesadillas con ella.

    La dejó junto al móvil, apagó la tele y se fue a la cocina a prepararse café. Necesitaba despejarse, coger energías… Antes de marcharse a trabajar se dio una ducha relajante. No había nada mejor para empezar un nuevo día.

    Como siempre, llegó diez minutos antes a la tienda. Susana ya estaba allí y al poco rato llegó Marcos. Ambos estaban desando saber qué le habían dicho en la oficina central, de modo que, a media mañana, aprovechó el descanso para contarles acerca de la propuesta de trabajo que le habían hecho. Su amiga abrió la boca atónita y Marcos hizo gesto de sorpresa, no se esperaba nada

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