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Roma
Roma
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Libro electrónico348 páginas4 horas

Roma

Por Anjana

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Información de este libro electrónico

Y tú, ¿estás dispuesto a vivir con plenitud todo lo que nos rodea?

La vida: frágil, vulnerable, sincera. Una vorágine de ensoñaciones constantes, deseos descubiertos y amores que no desaparecen entre las infinitas puestas de sol. Amistades que creemos adormecidas y que tan solo velan por nuestro sueño. Familias que nunca dejan de ser brújula y hablan con los puntos cardinales. Son las casualidades las únicas que se atreven a hacernos reflexionar, a regalarnos la empatía olvidada y convertir las emociones en refugio. Valientes incautos los que se enamoran, se enternecen y reescriben sus historias.

Elsa, de apellido «Coraje», hizo de la vida su propio viaje.

Destinada para los que descubran su nombre entre líneas y al llegar a la última página sonrían recordando sus paseos por Roma.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento4 jul 2018
ISBN9788417505554
Roma
Autor

Anjana

Anjana Pérez García (Valladolid, 21 de noviembre de 1994). Mi nombre causa extrañeza, es peculiar. Su secreto está en su significado y que tan solo con leerlo sabrás como pronunciarlo. Dicen que va acorde al mundo de los sueños, las imaginaciones y deseos. «Hada buena» reza la mitología cántabra, dispuesta a ayudar a quienes lo necesitan y sufren, alivio para las almas perdidas y lleno de esperanza. Me gusta tal y como suena, con la misma fuerza que busco plasmar en mis novelas y personajes. La misma naturalidad y dulzura que brota al nombrarlo.Mi pasión es la escritura y la lengua, soy estudiante de Filología Clásica. Busco perseverarnuestros orígenes y con ellos comprender la dulzura que transmiten las palabras.

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    Roma - Anjana

    Prólogo

    Mi nombre es Elsa, a secas, tal y cómo soy yo la mayor parte del tiempo. Mi historia no tiene nada de diferente a tantas muchas otras, incluso la podría calificar de repetitiva. Es mi historia y por eso la convierte en algo mágico,pero su final desilusiona, tanto o más que me ha desilusionado a mí que soy su protagonista. Quizás puedo empezar diciendo que todo empezó de la manera más ingenua, ni yo misma lo vi venir, nunca antes había estado enamorada ni me habían hecho llorar. Conocí medio mundo de la mano de la dulzura y la locura, aprendí a leer ojos igual que posos de hojas de té, bailé descalza y me corté con el amanecer. Igual puedo afirmar que me enamoré de los días que se mezclaban con las ilusiones y que me regalé a mí misma los mejores recuerdos que puede darte el amor.

    Cuando dicen que el amor es caótico, no saben hasta qué punto puede cambiar el rumbo de tus días si le das la autonomía y le permites que dicte tus acciones.

    Cuando el amor se topa con la realidad, su forma de despertar es brusca, cruel y fría. Se cuela, cala los huesos y destruye las sonrisas. Cuando la vida vuelve a su rumbo anterior, pero se acelera, solo queda la resignación y los pañuelos mojados bajo la almohada.

    Mi nombre es Elsa y esta es mi carta de despedida, con una caligrafía torpe, confusa y triste. Podría ser el epílogo de mi gran novela, la cual nunca será publicada. Podría ser el resumen de todo lo vivido hasta hoy.

    Es la pieza que no encaja hasta que se llega a la última página con el corazón encogido y el temblor de un invierno en pleno julio.

    Igual podría darte la bienvenida, pero si has llegado hasta aquí te doy las gracias por vivir conmigo «Roma».

    Capítulo 1

    Es un pensamiento muy común el «odio madrugar» cada lunes, pero eso no lo convierte en menos importante o igual de necesario expresar para sentirse bien con tu «yo» quejica y lastimero, que te recuerda mentalmente que esta noche deberías irte a dormir con el horario infantil y así al día siguiente no habría queja alguna.

    Aunque nunca se me dio bien seguir las normas. Me quedé leyendo hasta altas horas y cuando quise darme cuenta eran las dos de la mañana y me quedaban solo cuatro horas de sueño.

    Erael primer día del resto de mi vida, o eso pretendía; empecé como profesora de latín en un instituto donde la mitad de sus alumnos sentían indiferencia por esta materia y tenía el cometido de hacerlos caer en mis redes. Según me dijeron en la entrevista que tuve, otros profesores habían desistidoen su empeño, y el reducido grupo de jóvenes inexpertos hacían las clases un auténtico infierno. La verdad es que no pude contenerme y me reí delante del jefe de estudios y la directora y mi boca habló antes de que mi cerebro lograse pararla, aludiendo al primer capítulo de «Los Serrano» donde más que una clase de colegio público parecía un reformatorio. A día de hoy, no sé cómo logré conseguir el puesto, supongo que la desesperación por encontrar una profesora a aquellas alturas del curso era más apremiante que conseguir controlar mi humor ácido y mi sarcasmo hiriente.

    Así que aquí estábamos, con un par de cafés, nervios a flor de piel y mis vaqueros de la suerte en el primer autobús de la mañana con las legañas compartidas y las miradas perdidas. Una de las cosas que más me gustabade este mundo era observar a las personas, en mi cabeza imaginaba sus vidas, me enfrascaba en diálogos inútiles que quizás estuvieran teniendo ese señor de traje con aquella joven estudiante. En mi cabeza tenía sentido que todos fuéramos al mismo destino y que, aunque no nos conociésemos, entre nosotros dejábamos huella en nuestros recuerdos. Estúpido, ¿verdad? Nadie dijo que yo tuviese sentido.

    Era noviembre y cuando bajé del bus me recibió un golpe de aire frío y un escalofrío me recorrió de puntas a dedos; podría culpar al contraste de temperaturas, pero en el fondo no sería sincera del todo conmigo misma puesto que tenía miedo. Mi sueño desde pequeña siempre había sido ser profesora y ahora que estaba a punto de cumplirlo tenía la sensación de que en cualquier momento mis piernas responderían por mí y correrían en la dirección contraria. No temía no hacerme con el «timón» y lograr impartir mi pasión desde que erajoven, tenía miedo de desencantarme con ello. No valía denada quedarme estática, viendo como la entrada empezaba a llenarse de jóvenes dormidos con bultos a las espaldas.

    Me hacía gracia reconocer que, aunque mis compañeros de departamento se habían asegurado de indicarme bien el camino hacia mi nueva aula, había acabadopérdida por los infinitos pasillos llenos de chavales ansiosos de cotilleos por la «nueva».

    A pesar de mis dudas, la clase me recibió con un caluroso «hola» y una docena de ojos se posaron en mí expectantes a que yo empezara a hablar. Mentiría si no dijese que en casa habría ensayado el discurso de bienvenida aproximadamente un billón de veces, pero al llegar allí se me había olvidado y tuve que tirar de improvisación. Escribí en el encerado mi nombre y sonreí tanto cómo pude ante mi nueva etapa.

    —Buenos días a todos, o quizás debería decir «yo también odio los lunes» y más teniendo latín a primera hora de la mañana. Mi nombre es Elsa y posiblemente estaré con vosotros el tiempo suficiente para que os guste madrugar—muchos de los rostros que me miraron lo hicieron con sorna y no les culpabilicé—Entiendo que muchos de vosotros estéis en esta clase porque las «letras son fáciles» pero yo intentaré enseñaros que el latín va más allá de ser una asignatura sencilla. Confieso que mi primer contacto con esta lengua fue escribir garabatos estúpidos en los márgenes de los libros con frases tales cómo «odio el latín», «para qué sirve» y «ojalá ponerme enferma».

    Finalizado el primer día era incapaz de admitir que hubiese sido un éxito puesto que había que seguir trabajando mucho, tanto desde el plano profesional como personal. Me había apenado las carencias generales que tenían muchos de ellos y lo poco capaces que se veían de llegar a ser alguien en su futuro. Me responsabilicé de ello en parte, puesto que en ocasiones no solíamos querer cambiar de postura y pasábamos por la vida casi de puntillas, sin dedicar un par de minutos a aquellos que más lo podían necesitar. No queríamos cargas emocionales ni jugar a los «papás y mamás» con aquellos que tenían una familia que aguardaba en su casa con la cena caliente. Me había propuesto como meta hacer que esos niños creyeran tanto en ellos como podía llegar yo a creer en los meses que teníamos por delante.

    Mientras divagaba en mis reflexiones, me sonó el teléfono, no siendo otra que mi mejor amiga Cristina, que a sabiendas de que hoy era mi primer día, llamaba terminadas las clases.

    —¿A cuántos niños has querido estrangular? Sé sincera—me preguntó nada más contestar.

    Directa, sin anestesia, puesto que no tenía necesidad de dar rodeos para preguntar lo que quería o necesitaba saber.

    —A un par, pero supongo que a final de semana los tendré comiendo de mi mano.

    —Si llevas todos los días un escote sugerente, seguramente.

    —Para tu información hoy ha tocado jersey—le contesté mientras me subí al autobús, de nuevo.

    —¿Desde cuándo te has vuelto tan conservadora? Lo próximo será que rechaces unas buenas cervezas.

    —Es lunes, entiendo que tú aún seas estudiante, pero hay gente de bien que trabaja mañana y tiene que dormir más de dos horas.

    —Elsa, que hasta tu madre tiene más ritmo que tú—se quejó—Es una cerveza cuando salga de clase, después te dejaré invernar y engordar.

    —¿En qué momento has decidido que debería engordar para sentirme mejor conmigo misma?

    —En el mismo que tú por un día de trabajo ya has dejado la veintena atrás para tener cuarenta años y amamantar a tus neuronas.

    Así era Cristina, o Cris, como prefería que la llamasen el resto de mortales. Únicamente existían cuatro personas en el mundo capaces de poderla llamar por su nombre completo sin miedo a perder la cabeza en el intento, puesto que todo lo que tenía de bajita tenía de mal genio. Cris siempre había estado en las buenas y en las malas, en las resacas, las lagunas y en los recuerdos más intensos. Siempre había sido ella sin cambiar un ápice de su personalidad, sin dejarse influir por los «qué dirán» y siendo fiel a su corazón. Con su cabellera pelirrubia, cambiante con el sol, símil de sus estados de ánimo y sus hoyuelos que dulcificaban su rostro cuando más enfadada estaba, Cristina era arquitecta de profesión y real vividora como vocación. Siempre tenía un plan previsto, aunque implicase pijama y palomitas. Ella no era de las que se anduviesen con tonterías, si quería algo, iba a por ello, si algo le molestaba no perdía el tiempo en hacerlo saber. Si se impacientaba, malo era que estuvieses tú implicado, y si quería te arrasaba sin pedir permiso. Quizás por ser tan idéntica a mí, supiera comprender mis silencios, mis meses caóticos y las calmas que los precedían. Quizás por eso terminé aceptando esa cerveza que sé que acabaría convirtiéndose en una salida improvisada con un par de amigos más.

    Cuando llegué a uno de nuestros bares favoritos y donde el camarero tenía ya por costumbre servirnos «lo de siempre» la encontré charlando animadamente con dos chicos. Igual que ella, habían dejado sus enormes carpetas en uno de los sofás, por lo que deduje que tenían que ser arquitectos como ella. No es que fuese asocial por naturaleza, pero me gustaba bien poco «las sorpresas» y tenía el presentimiento de que esos dos se quedarían con nosotras.

    Sin saber cómo ya intuí el interés de Cristina en uno de ellos, por lo que siendo lo más seguro a mí me tocaríahacer de carabina con el otro amigo que solía ser el «más feo» sin obviar que normalmente resultaba pedante con un único tema de conversación con el que estar durante un par de horas. ¡El plan perfecto!

    Antes de acercarme a ellos me dirigí a la barra para pedir un botellín,ya que si tenía que enfrascarme en una conversación ridícula quizás un poco de alcohol que nublase mi mente me ayudaría a sobrellevarlo.

    —¡Al fin, has llegado!—Exclamó Cris al verme aparecer a su lado—Estos son Matías y Juan, son compañeros del máster y estaban haciéndome compañía hasta que llegases.

    El primero en el que me fijé y saludé fue a Matías. Era alto, con el pelo rubio y los ojos de color azul. Sí, reconozco que a primera vista impresionaba, pero no era el tipo de belleza que a mí me gustaba. Era simpático, tenía una sonrisa dulce y presentí que era en el que Cristina estaba interesada. Se habían sentado juntos, no le quitaba los ojos de encima y había pronunciado su nombre con toda la ilusión posible. Vestía unos pantalones vaqueros sencillos y una camisa azul, logrando que potenciase más su mirada, era consciente de que gustaba y sabía cómo hacerlo.

    Lo admito, el primer vistazo hacia Juan fue con desgana,y mi subconsciente me reprendió de haberlo hecho, puesto que consiguió lo inimaginable, que yo me quedase sin saber qué decir durante un par de segundos. Era prácticamente de la misma altura que Matías,pero a diferencia de este, tenía el cabello castaño claro y unos impresionantes ojos marrones. Erancomo un pozo sin fondo, no sabías dónde ibas a encontrar la salida, ni cómo habías acabado allí o si siempre parecían el reflejo de su interior. Tenía ese tipo de mirada que podías llamar «hogar» y era afectuosa. La sonrisa que le acompañaba era enigmática y presentí que iba a ser mi perdición, porque si algo me gustaba era descubrir qué escondía cualquier tipo de gesto. A diferencia de su amigo, este llevaba la típica barba de dos o tres días que siempre dije que odiaba y que al igual que la moda de dejarse el pelo largo para recogérselo en unmoño. Pero a él le quedaba bien, igual que la camisa de cuadros y los pantalones color«camel». Quizás y ojalá fuese un presuntuoso, una persona que tan solo se quedase con la primera apariencia y que basaba sus juicios de valor en los estereotipos, de esta forma me sería más fácil detestarlo.

    Volviendo a la realidad y dejando de conjeturar en mi mente, me percaté de que los tres me miraban expectantes, así que posiblemente me hubiese perdido alguna pregunta.

    —Elsa ¿te encuentras bien?—preguntó Cristina que no se había pasado por alto el rubor de mis mejillas y mi mirada fija en Juan.

    —Sí, solo estoy cansada, ha sido un día bastante largo—me justifiqué con una verdad a medias.

    El resto de la tarde los fui conociendo. Eran compañeros de Cris, pero no fue hasta hacia un par de semanas que Matías y ella hablaron. Fue por «casualidad», por necesidad de comparar ambos proyectos, lo que los llevó a tomar un par de copas después de clases y ahí surgió la «amistad». Todo ello encomillado,porque gracias a las miradas que intercambié con Juan era consciente de que ese encuentro, al menos por parte de Matías, había sido buscado y calculado al milímetro. Él en cambio, había tenido que soportar largas charlas entre ellos y siendo un figurante más, todo por y para su amigo. Lo supe ya que cuando me acompañó a por la tercera ronda, no pude evitar preguntarle si él también disfrutaba de esas casualidades. Admito que perdí el equilibrio emocional oyéndole hablar y reír, confesándome que Matías llevaba detrás de Cris desde hacía años, pero ella nunca se había fijado en él. Tenía una manera peculiar de torcer la sonrisa y enfatizar con la mirada los detalles que consideraba interesantes.

    —No puedes imaginarte la de veces que se ha echado para atrás cuando ha querido hablar con ella.

    —Qué cobarde entonces, si quieres algo deberías lanzarte a por ello sin tener miedo—comenté, apoyada en la barra.

    Juan arqueó una ceja y no me quitó los ojos de encima, no era capaz de adivinar los pensamientos que cruzaban su mente en ese preciso momento, pero no erré en creer que le parecí un bicho raro. No me preocupaba lo más mínimo, una de mis premisas siempre había sido que lo diferente asustaba.

    —¿Dices siempre todo lo que piensas?

    —Sí, ¿por qué debería callármelo? Eso solo haría daño a la otra persona.

    —Supongamos que es así, no conociendo a Matías más de un par de horas, ¿crees que oír ese comentario sobre él, le gustaría? Tan solo te has quedado en la apariencia—me planteó con sorna.

    —Solo estaba haciendo un apunte a lo que tú me has querido contar, para mí sería de cobarde ocultar mis sentimientos, la vida está para vivirla, para lanzarse y no para preguntarse «por qué no lo hice».

    —No es tan sencillo.

    —Igual no estás dispuesto a vivir la plenitud de todo lo que nos rodea—me encogí de brazos, indiferente—no te culpo, ese es el precio que se paga por conformarse.

    —Me sorprende qué, no conociéndome de nada, creas saber tanto de mí.

    Parecíaque la conversación estaba tomando un carizde enfado, pero disfruté de ese cambio de humor repentino. Nunca antes me había creído las caretas forzosas y la necesidad imperiosa de ser complaciente con todo aquel que se acercase. Tenía el presentimiento de que Juan era uno de esos.

    —¿Sabes lo que sí sé? No te gusta que te prejuzguen, al igual que los demás mortales, no te gusta que den por sentado cómo eres y no soportas que alguien ajeno a ti descubra que te conformas con poco. Podrías caerme bien algún día, cuando descubras que la vida es más que un trámite, mientras tanto me apena que tenga que venir alguien a abrirte los ojos.

    Sabía que le había dejado descolocado, que en esos momentos estaba preguntándose de donde había salido y por qué había tenido la osadía de hablarle así, pero me marché antes de que tuviese opción a réplica. Me despedí de mi amiga y de Matías y volví a mi noviembre particular, puesto que esto no era más que un comienzo.

    Capítulo 2

    Juan

    Elsa era ácida, bastante sarcástica e incluso prepotente. Era todo lo contrario a mí, no era calma, sino huracán. Era galerna en el mar y soga que quemaba las manos. Morena, con el pelo desordenado y rizos que terminan en tirabuzones, ojos verdes y sonreía poco, solo teníauna sonrisa cínica que ofendía. Callaba más que hablaba en muchas ocasiones y lo analizaba todo mientras ponía muecas, podría ser insoportable si no fuera por la chispa que tenía. Era como darle a un botón, le brillaban los ojos y cambiaba su actitud, su forma de estar sentada, levantaba la barbilla y desafiaba con su forma de hablar, sabía hacerlo, le ponía pasión.

    Hacía dos semanas de nuestro primer y único encuentro e intenté saber algo más de ella, pero Cris no era tonta y su nariz respingonaolía el interés a kilómetros; sabía que si preguntaba por ella me sometería a un tercer grado al que no tenía ninguna gana de responder, así que me conformé con acoplarme a todos los planes en los que oía la palabra «cervezas» de por medio.

    Mentiría si dijese que mi nuevo interés social no tuvo un interés implícito; Elsa me descolocó y a pesar de las ganas repentinas que tuve de matarla por hablarme así aquel día, me apetecía verla y saber más de ella. Así que me volví la sombra incansable de la nueva pareja. Adjetivo calificativo el cual oséponerles yo, puesto que aún no había sucedido nada, y remarco el aún porque era consciente de las ganas de ambos. Matías siempre se había fijado en ella, al principio le resultaba curioso su humor, su moño sujeto por un lápiz y la manera que tenía de poner los ojos en blanco.Se hizo fiel consumidor de café para cruzarse con ella en la máquina de café cada mañana y buscaba la manera de que se le ocurriese una frase ingeniosa, aunque al final algo se interpusiera entre ellos. Desistió y simplemente se limitó a observarla cada vez que podía y comentarme lo «especialmente guapa que venía hoy» a pesar de que el día anterior ya había venido «insuperable».

    Tardó, pero se obró el milagro de la forma más estúpida. Uno de los profesores de «Construcción» nos había encargado el mismo proyecto a todos, pero solo Matías y Cris destacaban entre los mejores. Él estaba desesperado con uno de los materiales que Cristina ya había encajado a la perfección en su trabajo y ella tenía un problema con los paneles solares que Matías había sabido colocar con bastante atino. El profesor les aconsejó hablar entre ellos para compartir unas pocas ideas. El resto fue saliendo solo. Conectaron enseguida y las risas siempre fueron su forma de comunicarse, incluso se inició una pequeña competición de ver quién era el primero en llegar a clase. Después llegaron los cafés a mitad de mañana y posteriormente las cervezas para relajarse. Yo siempre estaba incluido en ellas, Matías vivía con el miedo de decir algo estúpido que rompiese el encanto y yo solo me encargaba de ir viendo cómo había historias que estaban destinadas a tener un final feliz, que las tragedias no tenían espacio, que los «peros» se los dejaban a las personas como yo y que los «quizás» solo servían para acostarse con los «síes». Por eso me llegó a molestar tanto que Elsa calificase a Matías de cobarde. No lo era, pero tenía miedo, su vida no había sido lo que se dice un camino de rosas y por primera vez en mucho tiempo estaba ilusionado por sentir algo más que pena de sí mismo y Cristina lo hacía sentir importante. Nadie les garantizaba el éxito seguro, a pesar de lo que yo creyese o intuyese, y él prefería por una vez en su vida, dejase sorprender por aquello que merecía la pena.

    De ahí venía parte de mi ira cada vez que la nombraban, sabía con mayúsculas que en cuanto le diese la oportunidad y lo tratase más allá de una charla superficial en un bar ella misma caería sobre su influjo, pues era ese tipo de personas que entraba en tu vida y se amoldaba a tus necesidades, era a quién más se echaba en falta si desaparecía.

    Matías y yo nos conocimos con tan solo seis años cuando mis padres se separaron; mi madre decidió cambiar de barrio, algo más accesible a su bolsillo puesto que mi padre ya no estaba con nosotros. En ese nuevo bloque de pisos vivía Matías con su padre viudo. Fue instantáneo, él llevaba una camiseta de «Zipi y Zape» y yo bajo mi brazo no soltaba mi comic favorito de esos dos granujas. Veinte años de amistad en los que había pasado de ser mi mejor amigo a ser mi hermano, incluso legalmente, puesto que nuestros padres terminaron casándose diez años después de conocerse y de tenerse una gran devoción. La boda no nos supuso ningún problema, veíamos la felicidad mutua de nuestros progenitores y respiramos con alivio cuando nos hablaron de su intención de formalizar su amor. Decidimos emprender la misma carrera juntos y no nos había ido nada mal, teníamos incluso ya planes de futuro y solo nos faltaba terminar este ridículo máster que tantos dolores de cabeza me estaba trayendo, como el de esa mañana.

    —Juan acuérdate de que hoy quedaste con Isabel, no le hagas esperar, por favor—me gritó mi madre desde el salón.

    Habíamos ido Matías y yo a desayunar a casa aquel día ante la insistencia de mi madre. Nos habíamos independizado nada más empezar la carrera y las visitas cada vez eran menos constantes, por lo tanto, para acallar sus quejas, habíamos madrugado puesto que ese día no teníamos por qué acudir a la facultad hasta la tarde.

    Isabel era la directora de un instituto público a las afueras de la ciudad y la mejor amiga de mi madre. La conocía de toda la vida y me había hecho el favor de reunirse conmigo ese día para seguir avanzando con mi proyecto final de máster. Este consistía en remodelar una institución que ya existiese, en principio ficticio, pero aquel que mejor lo hiciese podría presentar su proyecto con intención de que se llevase a cabo durante el año siguiente, era una gran oportunidad y después de haber dado mil vueltas sin encontrar una que mereciese la pena mi madre me sugirió el instituto que su mejor amiga llevaba años dirigiendo. No me gustaban los favores, pero me veía ya bastante agobiado con las fechas de revisión que se estaban aproximando y yo sin edificio

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