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Halcones Azules
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Libro electrónico291 páginas4 horas

Halcones Azules

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Asume un nuevo ministro de defensa en Argentina. Su misión es reequipar a las FFAA, pero no es una tarea fácial. Tiene la oposición interna de la derecha, los ingleses que no van a permitirlo y envían a una mujer agente para que se infiltre en lo más alto del gobierno argentino, y la cIA que está interesada en mantener a la Argentina tan sumergida como sea posible. Un thriller de acción, suspenso y espionaje con un final sorprendente.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 may 2020
ISBN9798201298012
Halcones Azules

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    Halcones Azules - GABRIEL MELCHIOR

    Uno

    El presente

    Muchas cosas pasaron desde la Guerra de las Malvinas. Dejando de lado el retorno (y afianzamiento), de la democracia de Argentina, por el contrario, y por causa de su accionar represivo y salvaje (como se ha visto pocas veces en el historia de la humanidad), con su tendal de desaparecidos y una política económica que hundió literalmente al país, la FFAA argentinas sufrieron desde 1983 un constante recorte de su presupuesto y eso trajo como consecuencia un continuo deterioro de equipamiento militar, ya sea por obsolescencia, ya por falta de mantenimiento y modernización, ya por falta de recursos que se destinen a comprar equipamiento nuevo, implicó una reducción drástica y continua de material militar en uso, amén de menos efectivos en servicio activo.

    En cuanto a la Fuerza Aérea, y a pesar de haber emergido de la guerra de las Malvinas como héroes que, con un poco más de suerte, hubieran podido derrotar a la Royal Navy, su situación en cuanto a aviones y equipos no mejoró, y de hecho, ni siquiera se logró mantener un inventario de aviones aceptable a las necesidades de la Fuerza Aérea Argentina.

    Se intentó comprar en principio aviones Skyhawk A-4 de Israel que reemplazaran las pérdidas en la guerra, pero el veto de EEUU lo impidió. Sin embargo, se pudo adquirir del mismo país Mirage IIIC veteranos de la Guerra de los Seis Días, además de seguir manteniendo (con una modernización en los 90) los IAI Dagger que quedaron en servicio. El bombardero Camberra se lo mantuvo en servicio hasta 1999, y no hubo un reemplazo. Lo mismo ocurrió con los helicópteros pesados Boeing Vertol CH-47 Chinook. En la misma década de los 90, se compró comprar unos 36 A-4M Skyhawk... para reemplazar los 72 A-4B y C que alguna vez la FAA tuvo, aunque aquéllos fueron modernizados (a un alto costo). En cuanto a los Mirage IIIE, se los mantuvo en servicio, en una cantidad cada vez menor, hasta 2015. Casi mismo destino tuvieron los IA-58 Pucará de fabricación nacional, y a pesar de iniciar en 1984 la fabricación del IA-63 Pampa de entrenamiento avanzado, nunca se alcanzó a fabricar la cantidad suficiente.

    En resumen, la Fuerza Aérea Argentina, desde 1983, vio cómo su inventario de aviones militares avanzaba hacia la obsolescencia y cada vez su inventario de aviones en servicio se reducía año tras año. Los reemplazos (cuando llegan), son simples parches para resolver problemas puntuales. Ningún gobierno en la actual democracia argentina quiso asumir un plan de equipamiento y renovación de la FAA (y de las FFAA en general), a largo plazo y que traspase gobiernos.

    Aunque también hubo otros factores. Aún hoy el recuerdo oscuro del Proceso de Reorganización Nacional pesa todavía sobre los militares argentinos, y la sociedad argentina hasta la fecha no tiene demasiado entusiasmo en volver a aceptar a los militares dentro del esquema integral de la Argentina. Los levantamientos carapintada de los años 80 empeoraron aún más su imagen. Y los políticos supieron explotar esa situación muy bien, reduciendo los gastos militares continuamente (sobre todo porque los militares tienen prohibido quejarse). Eso, sumado al hecho de que la mayoría del país no llega a reconciliarse con los militares (sus pasadas violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura aún es noticia de una manera u otra), hace que la mayoría de la sociedad argentina prefiera darle más prioridad a las necesidades de seguridad interna, educación, infraestructura y vivienda que hacer onerosos gastos militares.

    Es en esa situación difícil, que al iniciar un nuevo mandato de gobierno, el nuevo ministro de defensa encara una labor casi titánica de modernizar y reequipar las FFAA argentinas y al mismo tiempo conseguir los recursos necesarios. La voluntad está, lo mismo que la infraestructura (aunque deteriorada), y un reducido complejo militar industrial que puede proveer de algunos sistemas de armas convencionales.

    Falta el dinero.

    Es en este escenario en que llega Sergio Alejandro Sánchez, hombre de edad madura, cabello negro cortado al rape al estilo militar, tez morena, ojos marones redondos y de cuerpo robusto. Había llegado al Ministerio de Defensa casi de casualidad, pero escalando posiciones durante largos años. Desde que era joven en los 90 ingresando al partido peronista como simple afiliado y participando apenas discretamente en actividades políticas, ya que no le interesaba demasiado. Sin embargo, desde temprano sabía que para ocupar un cargo en el gobierno en Argentina había tres caminos: Por méritos gracias a estudios universitarios en ciencias políticas u abogacía, por acomodo al ser apadrinado por otro político con más poder o subiendo peldaño a peldaño a través de un partido político importante hasta hacerse notar. Sergio prefirió lo último, además de hacer notar sus conocimientos en defensa, e historia gracias a su constante apego por los libros, pasión que llevaba consigo casi desde niño.

    Así que al asumir un nuevo gobierno peronista, con inclinación hacia la izquierda, el nuevo presidente decidió que él era el indicado para asumir defensa, en parte por su reputación al conocer el ámbito castrense, en parte porque la gente que rodeaba al nuevo presidente simplemente no le interesaba ese ministerio alicaído, preferían otras carteras más interesantes y que les aseguraban poder político para el futuro. Así que podría decirse que a Sergio lo habían elegido casi por descarte, simplemente para que alguien se ocupe de ese ministerio, nada más.

    Sin embargo apenas tomo la mano, Sergio comenzó a planificar en base a los recursos existentes, que por cierto, eran exiguos, y no había posibilidades de conseguir mayores recursos. Para adquirir armamento entonces, decidió ir por lo más bajo: envió una circular a todos los agregados militares argentinos en las embajadas en todo el mundo, solicitándoles que se dediquen a sondear los respectivos gobiernos extranjeros para recibir material militar en calidad de donativo. Ya hubo éxito, por ejemplo, con los Oerlikon 20mm recibidos de Suiza y los 20 helicópteros Agusta AB-206 italianos. Cualquier cosa que pueda ser útil como sistema de arma terrestre, naval o aéreo, y que en el peor de los casos pueda ser reacondicionado y/o modernizado en Argentina. Obviamente que sólo armamento que esté en relativamente buen estado. Lo que es chatarra, no.

    En persona, establece contacto con los agregados militares de las embajadas de Rusia y China, para solicitar de manera oficial lo que pudiesen ofrecer.

    De cualquier manera, iba a necesitar más recursos, y la única manera de hacerlo era solicitar una reunión en un comité bicameral de defensa en el Congreso y tratar de convencer a diputados y senadores sobre lo factible de aumentar aunque sea un poco el presupuesto. A pesar de que las posibilidades de tener éxito sean remotas, de todas maneras había que intentarlo.

    Dos

    Comienzo en Londres

    Leah Stevens se sentía satisfecha con su trabajo. Hacía apenas un par de años que estaba en su puesto de traductora de español en el MI-6 aunque por supuesto, nadie en su entorno de amigos ni nadie de su familia lo sabía. Para todos ellos, ella trabajaba de traductor de español, sí, pero en una multinacional británica de minería, que tenía sus antecedentes en sus registros, e incluso tenía sus datos en Linkedin, pero todo con el arreglo y supervisión del gobierno.

    Parecía que había pasado una eternidad desde que había egresado del exclusivo colegio de señoritas de Nothwood, y buscando trabajo encontró primero un aburrido puesto de asistente administrativa en una empresa de poca monta en Brent Cross. Era casi un suburbio de Londres, pero tenía un autobús que la acercaba rápidamente al centro de la capital británica, y a la vez recuerda con nostalgia cómo gastaba sus sueldo en el When Brent Cross Shopping Centre, en ropa, calzado, perfume y demás elementos femeninos. No la pasaba mal, pero siempre deseaba estar en un lugar mejor.

    Todo cambió un día cuando un viernes, al salir de su trabajo, decidió tomar el undeground y trasladarse velozmente hasta Picadilly, y de allí caminó hasta Kahve Dünyasi, un café acogedor y que tiene buenos chocolates, a pasar un buen rato y dejar pasar el resto del día, y tomar su café lentamente mientras escucha el tráfico y el movimiento de la gente del centro neurálgico de Londres. Era atractiva, tenía apenas 30 años, rubia, 1,70 mts, delgada, ojos castaños redondos y chispeantes, labios sensuales aunque delgados, cabellera suave que llegaba hasta sus hombros, cejas medianas y negras (herencia de su padre español), que sin embargo una vez que dejó embarazada a su madre inglesa volvió a su país y desapareció sin hacerse responsable por ambas, y por eso ella tiene el apellido de su madre. Pero la sangre, como dicen, llama, y Leah en sus estudios tuvo mucho interés en aprender español, en un principio con la idea de poder viajar a España y buscar a su padre, idea que desechó tiempo después al conseguir su primer empleo e independizarse.

    -  Puedo sentarme con usted?

    Leah estudió al hombre. Bien parecido, ojos grises y penetrantes, cabello cortado casi al ras, estilo militar, cabeza cuadrada, mandíbula que parecía esculpida en granito, cuerpo atlético. Tenía cierto parecido al James Bond de las historietas que su madre conservaba (siempre tuvo debilidad, como ella, por los latinos u hombres de cabello negro), y que ella alguna vez hojeó cuando era niña por curiosidad. Salvo algunas salidas espontáneas con amigas los sábados en los que conoció a algunos muchachos (con sus dosis de satisfacción sexual), la verdad estaba siempre sola debido a que hasta ese entonces no encontraba quien le sirva para acompañarla seriamente en su vida. La voz del hombre, sin embargo, era suave, aunque decidida. Qué podía perder? Igual Leah puso sus sentidos en guardia, con intención de conocerlo pero a la vez no dejarse llevar por la primera impresión que la podía costar cara...

    -Sí – respondió ella casi mecánicamente.

    Al parecer el hombre lo tenía todo preparado de antemano, ya que no bien se acomoda en su asiento, una empleada de la cafetería le coloca ante él sobre la mesa su café y chocolates.

    -Son deliciosos estos chocolates – exclama aquel hombre mientras mira por un momento con una sonrisa sin mostrar sus dientes lo recién servido ante él.

    Leah sonríe apenas mostrando sus dientes. Sin embargo, el hombre extiende la mano por encima de la mesa ofreciéndosela la Leah, para romper el hielo y ser amistoso.

    -Me llamo Ian, Ian Campbell

    -Leah. Estrecha la mano que le ofrecen con delicadeza

    -Perdón si me senté aquí, pero es que siempre a este café y francamente estoy cansado de tomar mi café con chocolates solo, y entonces la vi sentada en esta mesa y me dije: Porqué no me acerco a ella y conversamos, así ambos superamos la soledad.... Esperas a alguien?

    -Realmente no.

    Ian sonríe triunfal. Un pequeño paso para el hombre es....

    -Es lo que pensé. Pero puedes estar tranquila. Solamente quiero charlar un  poco, es todo- aclaró Ian

    Eso para Leah era un alivio (en principio). Todo hombre que se le acercaba era para ir a la cama con ella y punto.

    -Gracias- balbuceó Leah delicadamente. Todo lo que quería en ese momento era seguirle la corriente, terminar su café e irse a casa. En ese momento pensaba que Ian era un hombre con el que conversaría y pasaría en su vida fugazmente, como alguien que se cuza con uno de la calle para pedir alguna indicación.

    Pero se equivocaba. Un indicio lo vio en ese mismo momento. Mientras ella misma consumía su propio café y chocolates con movimientos suaves y delicados (alguna vez un hombre de su pasado le dijo que admiraba eso pero igual se fue de su vida), Ian la miraba cada tanto mientras hacía lo mismo pero con movimientos casi mecánicos, como un robot, así que Leah aventuró preguntar.

    -Has estado en el Ejército?

    -En la marina. Por qué?

    -Curiosidad. Lo siento.

    Ian levanta una palma en señal de paz

    -No hay problema. Puedes preguntar lo que quieras de mí mientras  disfruto de mi café. Al fin y al cabo, eso ayuda a la charla...

    -Claro, por eso estamos aquí...Leah percibe un agradable aroma a café de alguna parte de aquel bar mientras contempla por un segundo el gentío y los vehículos fuera. También descubre que el cielo se había nublado repentinamente y había pasado de blanco oscuro a gris. En cualquier momento llovería, situación en la los británicos conocen por demás bien dado su clima húmedo propio de su isla. Había que irse. Aceleró un poco sus movimientos para terminar su café. Ian percibió aquello  e hizo lo mismo.

    Ambos se levantaron casi al mismo tiempo. Ian decidió abordarla antes de salir fuera.

    -Vienes por aquí seguido?- preguntó mirando de cerca y a los ojos a Leah para percibir su reacción.

    -A veces. Me gusta este lugar, pero no tengo días fijos- contestó ella con sinceridad.

    Caminaron lentamente hacia la salida. Afuera comenzó una lluvia intensa y la gente y vehículos parecían andar más acelerados. Leah había olvidado su paraguas en su oficina. Casualmente Ian tampoco tenía.

    -Yo también ando por aquí y me gustaría que nos volvamos a ver. Como verás soy inofensivo. Solo quiero charlar y así no tomo mi café solo. Qué dices? Creo que no tienes nada que perder...

    Leah, en su experiencia, sabía que NO podía dar su número de teléfono celular o el teléfono de su casa. Escuchó suficientes historias sobre depravados que llaman todo el tiempo simplemente para molestar o peor, para acosar. Decir que no podía ser descortés, y al fin y al cabo, en ese momento estaba sola y sin candidatos a la vista, así que buscó el camino intermedio. Le dictó un número que Ian se apresuró en grabarlo en su teléfono celular.

    -Es de mi trabajo. Si estoy con poca actividad en la oficina puedo atenderte en persona –previno-, pero si no tienes que dejar tu mensaje y yo te llamaré en cuanto pueda.

    Para Ian al menos tener una forma de comunicarse con Leah era un gran paso y una victoria. Qué importaba que fuese el teléfono de su oficina?. Si la situación avanzaba ya obtendría otros datos de ella.

    -Hecho! Respondió Ian con una sonrisa casi sin mirarla. Se concentró momentáneamente en anotar el número de Leah en su celular y mirar afuera. Tomaría un taxi hasta su auto y de allí manejaría hasta su casa para llegar lo menos mojado posible.

    Leah se despidió de él y salió de allí trotando hasta la boca de entrada del underground  y viajar hasta su hogar. Ian la vio irse y contemplarla un poco, admirando su figura, pero inmediatamente después él también salió trotando hasta el borde de la acerca y buscar un taxi.

    Las siguientes semanas fueron la rutina de siempre para Leah en su oficina. Ian llamaba de vez en cuando. En un principio le encargaba a una compañera de trabajo que hablara con él de parte de ella notificándole de que no estaba o se encontraba de licencia por enfermedad o algo parecido. Sin embargo a pesar de que Ian demostraba no ser demasiado molesto, en principio y casi por discreción, Leah lo ignoraba. Sin embargo un día casi con temor volvió a Kahve Dünyasi, a disfrutar de un buen café, pero pudo beberlo sola y dejarse estar un largo rato detrás del aroma de su bebida. No bien salió de allí, se dirigió como siempre al underground pero cuando estaba a unos 50 metros del café por curiosidad y casi instintivamente hizo algo atípico: girar la cabeza hacia atrás... y allí estaba Ian, vestido casi al estilo Miami Vice, chaqueta y pantalones oscuros, zapatos náuticos y chomba en lugar de camisa. Leah sonrió ampliamente. Para ella era un pequeño triunfo en su vida desairar a un hombre. Al fin y al cabo, hubo varios hombres que a su vez la desairaron a ella, que sólo buscaban su cuerpo y nada más y nunca hasta ese momento tuvo el ofrecimiento de amor verdadero.

    Pero por otra parte, necesitaba un hombre, aunque sea para satisfacer sus necesidades sexuales. No podía pasarse la vida tocándose en las noches en la soledad de su habitación, necesitaba resolver eso de alguna manera. Así, mientras descendía por las escaleras de la estación del underground, ya lo tenía decidido: contestaría la próxima llamada de Ian y saldría con él. Sin embargo, trataría de demorar el ir a la cama con él lo más posible, tampoco era cuestión de ser una chica fácil...

    Una semana después de ver a Ian entrar al Kahve Dünyasi, llamó él a su oficina. Esta vez Leah estuvo de acuerdo en encontrarse en el mismo café.

    El encuentro esta vez fue más cordial, amistoso y menos frío...

    -Lamento llamarte tantas veces. Se disculpó Ian con una sonrisa amplia, a la vez que se sentaba frente a ella en la misma mesa en que se habían visto la primera vez, aunque sus palabras tenían algo de falso, Leah prefirió no dar importancia al asunto.

    -Yo también lamento no haber contestado tus llamadas, pero estuve ocupada y complicada con asuntos personales- mintió ella hablando con suavidad. De todas formas eso no importa ahora, estamos aquí otra vez en un deja vu, misma mesa, mismo bar, misma hora.

    Ian consulto su reloj deportivo.

    -Sí, es cierto, no me di cuenta de ese detalle.

    Ian vestía de sport, con un traje azul marino y camisa color crema abierta por el cuello. Leah, llevaba un vestido largo floreado que eligió para la ocasión porque la hacía ver más femenina. También tuvo cuidado en elegir la delgada gargantilla en el cuello y el reloj analógico dorado con malla de cuero negro delgado y discreto en su muñeca. La prudencia de ambos en la comunicación hacía que este encuentro sea casi idéntico al primero. Poca charla y además muy trivial. A qué te dedicas, dónde vives, etc. Para colmo, era el mismo café y chocolates de siempre con lo cual el cuadro contribuía casi a la monotonía. Parecía que el encuentro estaba destinado al fracaso.

    -Quisiera volver a verte, pero en otro lugar. Qué te parecería Hyde Park el sábado a la tarde? Simplemente charlamos y caminamos un poco, qué dices?

    Leah contempló unos segundos a aquel hombre de rostro cincelado. Parecía sincero, pero había algo en él que no convencía, aunque en ese momento no sabía qué. Un paseo en Hyde Park... qué podía perder?. Siempre y cuando no le propusiera ir de allí a algún hotel.

    .Llevaría comida para un buen picnic... agregó Ian en tono de vendedor de autos.

    Leah se acomoda un poco sus rubios cabellos, sonríe apenas con condescendencia.

    -Okey, a las 2. En la entrada al parque. De allí buscaremos un lugar en donde hacer el picnic.

    Ian sonríe a su vez. Su cara mostrando sus dientes casi perfectos le hacían acordar a Leah a aquellas publicidades masculinas de desodorantes o ropa interior.

    -Hecho! A las 2. Llevaré una gran canasta.

    -Como quieras, pero sé puntual.

    -No hay problema.

    Esta vez Ian se levantó antes y hasta se atrevió a besar a Leah en una mejilla, algo que al ella le sorprendió por lo espontáneo, pero no dijo nada. Lo vio alejarse rápidamente con las manos en los bolsillos del pantalón. Para ella, estaba satisfecha porque por el momento mantenía la situación bajo control.

    El sábado llega Leah a las 2 a Hyde Park y allí estaba Ian, con un enorme canasto en sus manos delante de una de las entradas al parque de columnas jónicas, que curiosamente estaba cerrada con rejas, aunque las otras dos estaban abiertas al público. Vestía pantalones vaqueros, camisa a cuadros y zapatillas blancas que en otras personas aquel atuendo los hacían parecer nerds pero a él le quedaba bastante bien. Ella también lleva casualmente el mismo conjunto con la diferencia que llevaba una chomba rosa en lugar de una camisa.

    -Hola.

    -Hola... Leah recibió otro beso en la mejilla de Ian, quien resopla y sonríe.

    -Caminamos?

    Caminaron distraídamente, mirando un poco a las demás personas que andaban por allí disfrutando como ellos del sábado con un sol radiante y un cielo casi sin nubes, tratando de asimilar los aromas vegetales del parque y dejando que el tiempo pasara mientras los pies casi se movían solos. Finalmente encontraron un lugar adecuado cerca de la casa de árbol de Hyde Park. Se sentaron en el prado de césped e Ian saca algunas cosas del canasto: despliega el mantel sobre el césped y sobre ella coloca una jarra plástica con jugo de naranja y un Tupperware al que le quita la tapa y de él extrae un par de sándwiches con embutidos, queso, tomates en rodaja y lechuga. Le alcanza uno a Leah, ella agradece y a continuación, un vaso plástico con jugo de naranja.

    -Espero que te guste el jugo de naranjas. Es natural, no sabía que traer y no estoy acostumbrado a la Coca Cola- de justificó Ian casi disculpándose.

    Leah no tenía problemas con ello.

    -No hay problema, está bien. -Leah bebió de su vaso. No había duda de que la naranja tenía buen sabor. Masticó muy lentamente su sándwich mientras miraba a la gente pasar y a otros que como ellos disfrutaban de un picnic en el parque, algunos incluso eran familias completas con

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