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Yo, Lazaro
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Libro electrónico654 páginas9 horas

Yo, Lazaro

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A principios de siglo, Sergio conoce a Petra, una atractiva rubia alemana con la que entabla una buena amistad que evoluciona hacia el sexo. Sin embargo, ese estado de cosas corre peligro cuando en septiembre de 2004 éste es asaltado a mano armada y recibe varios disparos, quedando al borde de la muerte. A partir de entonces, todo cambia: es la lucha por la vida en un hospital público, las idas y vueltas, los tratamientos, las operaciones. La incógnita del futuro es que si Sergio volverá a ver a Petra, y si quienes le dispararon terminarán ante la justicia. Basada en parte en hechos reales un Thriller donde el sexo, el drama y el suspenso se entrecruzan una y otra vez.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 may 2020
ISBN9798201365899
Yo, Lazaro

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    Yo, Lazaro - GABRIEL MELCHIOR

    Yo, Lázaro

    Dedicado

    A la doctora T.

    Una mujer perfecta...

    con defectos de doctora

    Prólogo explicativo

    Hay personas que al encontrarse con un desafío casi imposible y con obstáculos casi insalvables, deciden sin embargo enfrentar los hechos y luchar.

    Que esta historia sirva de inspiración para estos hombres y mujeres que nunca se rinden.

    Muy probablemente ésta sea la primera novela de médicos escrita desde el punto de vista del paciente. Siempre en la historia reciente hubo novelas escritas que alcanzaron el nivel de Best séller  relatando historias de médicos heroicos enfrentándose a casos clínicos difíciles, en hospitales de ambiente difícil, con un entorno de colegas y enfermeras difícil, tratando pacientes difíciles y confrontando con sus respectivos familiares, también difíciles. Su vida fuera del hospital es igualmente difícil, a pesar de la casa bien, su auto deportivo y un buen disfrute del sexo de vez en cuando. Basta mencionar a Robin Cook (Coma), o Henry Denker (La doctora diagnostica), entre otros.

    Pero esta historia es diferente, sobre todo porque está basada en hechos verídicos. Básicamente abarca unos 26 años de mi vida en total, pero su centro es el período entre Septiembre de 2004 y Junio de 2006, o sea, desde que cerca de mi casa fui asaltado y baleado, y posteriormente enviado al hospital de Lanús, hasta la última consulta médica sobre mi caso que realicé en aquel nosocomio.

    Antes de relatar mi historia sopesé los pros y los contras, analicé con detenimiento las situaciones, hice acopio de memoria para recordar todo lo que me había pasado, y sobre todo, hacer cálculos de probabilidades acerca de posibles reacciones de parte del público lector y galenos.

    Por tal motivo decidí planificar la edición como si fuese una operación militar, con una mesa de gabinete conteniendo un mapa y banderitas que hay que mover de aquí para allá, en un ejercicio de plan de batalla.

    Primero llevé el manuscrito a varios abogados y conversé largamente con ellos sobre mi historia y las implicaciones que pudieran acarrearme. Casi todos me respondieron que para evitar acciones del tipo legal por parte de los protagonistas médicos, no los mencione por su nombre, en todo caso coloque únicamente la inicial de su apellido. En cuanto a los residentes y el personal no médico, no hay problema que mencione sus nombres pero no sus apellidos. Y por último, al mencionar el hospital, no lo nombre por su denominación completa, así que en el relato siempre es el hospital de Lanús (hay dos hospitales públicos principales en la localidad de Lanús, al sur del Gran Buenos Aires), y los dos tienen en su denominación el nombre de la localidad al final, o sea: Hospital (aquí va el nombre) de Lanús. Y a su vez, me aconsejaron que tratara de ser lo más ambiguo posible en los detalles de las instalaciones del nosocomio, eso explica algunos datos importantes que faltan en mi relato o agregados de ambientes y habitaciones que posiblemente el hospital en cuestión no posea.

    No había problema en solicitar la autorización respectiva, pero el meollo es que yo detesto los trámites y no me gusta pedir ayuda. De la vida aprendí a arreglármelas solo tanto como sea posible. El solo hecho de solicitar la Historia Clínica personal sobre mi caso, almacenado en los archivos del Hospital de Lanús para sacarle una copia, ya me parece un trabajo excepcional y por demás molesto, así que me las arreglé en reconstruir mi caso en base en mi propia experiencia de campo y los resúmenes de mi H.C. que solicité a finales de 2004 y principios del 2005.

    Pensé hipotéticamente sobre la base de la información y conocimiento de la personalidad de cada uno de los involucrados de qué pasaría si les hubiese solicitado autorización para nombrarlos con nombre y apellido y por extensión, también el nombre completo del hospital.

    Para empezar, el personal no médico del hospital, con un conocimiento básico de las cosas y el temor a encontrarse ante una situación extraña y desconocida para ellos como es ser mencionados en una novela, directamente me hubieran dicho que no sin más explicaciones.

    En tanto los médicos, desconfiados ante las implicancias que pudieran traerles mi relato y el hecho que quizás quedaran comprometidos seriamente, me hubieran exigido leer primero mi manuscrito con lupa, para después solicitarme como condición sine qua non de ser mencionados que haga modificaciones a mi relato que con seguridad los favorecería en su imagen, con una dosis de términos y conceptos médicos en muchos casos incomprensibles para el lector común, lo cual traería como consecuencia un desdibujamiento de la historia y la pérdida de gran parte de mi propio estilo y marca.

    Y por último, solicitar el permiso para mencionar el nombre completo del Hospital quizás implicaba hacer largos y molestos trámites ante el Ministerio de Salud Nacional y Provincial, y al final, el visto bueno de la dirección del nosocomio.

    Todo esto es demasiado para mí, así que mejor seguí los consejos de mis abogados.

    Luego llevé el manuscrito a un grupo de psicólogos. Como el hospital de Lanús tiene un equipo de psicólogos (que tuve el ingrato placer de conocer), es casi seguro que los médicos, astutos como son, les solicitarían a aquel equipo que leyera mi novela y sacara un perfil psicológico de mí mismo en caso de presentarse la posibilidad de confrontación directa y saber por anticipado a qué atenerse.

    Así que para impedir eso, los psicólogos me sugirieron que disfrazara mi personalidad en la historia tanto como pueda, sin temor a entrar en contradicciones (para confundir), y no ofrezca un perfil llano y limpio de mí mismo, sino que tratara de hacer todo lo contrario.

    Esto último parece algo paranoico, pero tengo mis razones. Al no existir antecedentes de una historia de este tipo ni ser ficticia, caí en la cuenta de encontrarme ante lo desconocido si esta obra sale a la luz. Me gustaría que la gente pueda apreciar lo que escribí y eso me dé el espaldarazo para continuar escribiendo otras historias, esta vez de ficción, para deleite de propios y extraños, y no convertirme en un Salman Rushdie que deba esconderme de la ira de algunos que quieren mi cabeza.

    Igual si Dios quiere y pudiera realizar una nueva edición de esta obra, tengo la expectativa de que pueda contar sin ambages con todos los nombres y apellidos y el nombre completo del Hospital, además de nuevos detalles clínicos sobre mi caso, en una versión recargada de este mismo libro.

    Pero de todas maneras, igual siento preocupación por los ecos que mi historia pueda producir. Al tener sólo conjeturas de lo que pudiera pasar, no puedo negar que decidí adoptar una posición defensiva y estar preparado para cualquier eventualidad.

    Argentina no es Estados Unidos o algún otro país desarrollado con plena libertad de expresión. A pesar de que la libertad de opiniones existe sobre el papel en la Constitución Nacional, es condicional en ciertos aspectos particulares. Si mi historia fuese publicada en Norteamérica, quizás hubiese sido sometida a debate y opiniones diversas que invitarían a la opinión pública a tomar sus propias conclusiones. Los protagonistas de mi novela, de ser nacidos en el país del norte, podrían haber reaccionado, sí, pero dentro de los límites de los derechos constitucionales del individuo y siendo conscientes también de mis propios derechos de expresión e ideas.

    Pero estamos en la Argentina, un país que colocó a los médicos en un pedestal y cubriéndolos de ropajes inmaculados, considerándolos héroes, al salvar vidas e idear nuevos métodos para aliviar el sufrimiento de las personas, muchas veces con escasos recursos. Aún aquí el médico es, ante todo, un Herr Doktor, y por lo tanto hay que respetarlo casi sin condiciones.

    A pesar que en los últimos años van creciendo exponencialmente los casos de mala praxis que van a juicio, igual los galenos argentinos no perdieron su imagen de supermanes salvadores del mundo, más en esta época convulsiva en que la violencia va in crecendo y las guardias de los hospitales públicos de todas las ciudades del país reciben una cantidad cada vez mayor de tanto víctimas como victimarios con heridas de arma blanca o de fuego. Los medios de difusión, en tanto, maximizan estos hechos y muchas veces ponen énfasis en casos médicos que parecían imposibles de resolver pero que sin embargo un grupo de galenos de algún hospital público, con esfuerzo y tesón, logró encontrar la salida al problema y así un paciente más sale a la calle entero y con los pies para adelante.

    Todo esto es muy loable y habla bien del excelente nivel de la medicina argentina, a pesar de faltar recursos para hacer más cosas en aras del bienestar del prójimo.

    Pero todo esto, a su vez, inhibe a cualquier crítica que pudiera haber acerca de lo que ocurre tras bastidores en los hospitales públicos de la Nación.

    Evaluando todo esto, es que busqué en lo posible y dentro de mi condición de ser humano en ser lo más justo y equitativo en cuanto a mis conclusiones sobre mi propia experiencia al pasar por el hospital de Lanús se refiere. En realidad casi no detecté grietas en cuanto al manejo que llevaron adelante los médicos de mi caso, sino más bien encontré fallas en las normas de procedimiento y doctrina en el manejo de casos clínicos como el mío. Dichas normas procedimentales existen así desde hace muchos años y posiblemente jamás cambien. Esto, muchas veces, viene del Ministerio de Salud hacia abajo, además de que los médicos están muy acostumbrados por lo general a manejar las cosas de determinada manera y no ven motivo (y mucho menos que alguien neófito se atreva a discutirlo), de hacer cambios que a la larga puedan ser beneficiosos para los pacientes del futuro.

    Y es así como llegamos a la intención real de este libro. Como está hecho para el lector común, no tiene demasiados detalles médicos, por lo tanto un galeno quizás lo encuentre con conceptos muy elementales de lo que ya conoce con detenimiento sobre la base de su experiencia y capacidad.

    Sin embargo, tengo la esperanza de que mi historia pueda servir de aprendizaje a las nuevas generaciones de jóvenes galenos. Los que actualmente dirigen hospitales y toman decisiones en los quirófanos no tienen arreglo, por eso quiero llegar a los jóvenes residentes con, insisto, la esperanza de que puedan aprender algo de mi propio caso médico y les sirva de enseñanza acerca de lo que hay que hacer y lo que no a la hora de atender un caso de similares características al mío.

    Mi experiencia no fue agradable y casi me cuesta la vida, así que en mi opinión es importante que alguien que acabe como yo en un hospital con un cuadro similar vea abreviado su sufrimiento gracias a que alguien leyó este libro y supo que determinadas normas existentes son modificables para el bien del paciente y que no deba pasar por lo mismo que pasé yo.

    Si esto se logra, siquiera con un solo caso, el hecho de haber escrito esta obra habrá valido la pena.

    ––––––––

    El autor

    Buenos Aires, Agosto de 2007

    Primera parte

    El comienzo de todo

    Uno

    El Génesis

    El Hombre inteligente habla con autoridad cuando dirige su propia vida

    Platón

    Toda historia tiene sus antecedentes.

    Considero que el punto de partida de esta historia arranca en Mayo de 1980. Tenía 10 años y asistía al 5° grado de escuela primaria en el Colegio Don Bosco de Avellaneda. Un fin de semana de aquel mes, mi colegio ofrecía la exhibición de películas en su salón de actos. Allí pude ver la película Dos locos en el aire protagonizada por Palito Ortega, Carlitos Balá y Evangelina Salazar. Aquella película me dejó impactado y salí de allí con la firme decisión de ser aviador de la Fuerza Aérea Argentina. Una determinación que guiaría mi vida durante los siguientes 10 años, y más allá.

    Pero la vida comenzó a conspirar muy temprano contra mis planes. Cuando ingresé a la secundaria, en 1983, me costaba mucho ver con claridad la pizarra. En febrero de 1984 me diagnosticaron miopía y a partir de entonces utilicé anteojos.

    El obstáculo en mis planes me obligó a buscar la solución a mi problema. La única forma de corregir mi defecto en la vista en los ´80 era la queratropía radial, que consiste en hacer pequeñas incisiones alrededor de la córnea del ojo hasta corregir el defecto visual. Lamentablemente la falta de recursos (un problema de toda la vida), impidieron que pueda llevar adelante mi propósito. Casi al final de la década conocí la cirugía láser, que con solo 10 segundos exponiendo el ojo a aquel rayo se corrige el defecto visual, pero el costo económico de la operación es mayor que  el método quirúrgico.

    En 1986 y por razones de estudio, viajé a La Paz, Bolivia, a finalizar la secundaria. El plan original contemplaba estar en aquel país uno o dos años, pero en realidad viví unos 12 años en la casa de los padres de mi padre. Finalicé mis estudios secundarios en 1989, y aún tenía esperanzas de ingresar a la Escuela de Aviación Militar de Córdoba, hasta el punto de solicitar los prospectos de ingreso, averiguar los trámites ante el consulado argentino en La Paz para homologar mi título de Bachiller y sopesar las alternativas para recuperar la vista normal.

    En 1990, ingresé al Shopping Sur de La Paz como Secretario de la Administración, gracias a la ayuda de uno de mis tíos. Allí estaría los siguientes dos años y medio y sería el mejor trabajo que tendría en ese país.

    Para 1991, al no lograr ninguno de los objetivos que me propuse en la década del ´80, y al mismo tiempo al llegar mi edad límite (para ser cadete de la Fuerza Aérea hay que tener un máximo de 21 años), renuncié abrumado por las circunstancias a ser militar.

    Sin embargo, la muerte de algo trajo a su vez el nacimiento de algo. A partir de entonces, tomé la decisión de que si no entraba a la Fuerza Aérea por la puerta delantera, lo haría por la trasera. Fue así como nació mi proyecto Blue Eagle.

    Sabía que para realizarlo era por demás impráctico usar una máquina de escribir, era mejor una computadora. El problema era que en aquel entonces no tenía conocimiento alguno de computación.

    Mi tío dejó el empleo de administrador del Shopping a mediados de 1992, y a partir de ahí mis días en aquel centro comercial estuvieron contados. El nuevo Administrador sólo me mantuvo en el cargo algunos meses más hasta adquirir el conocimiento suficiente de todo. Finalmente en Octubre de 1992 salí de allí con los pies para adelante, no sin antes recibir la visita en mi oficina de una promotora de cursos de computación, ofreciéndome un curso de Programador en Aplicaciones. Hice el curso a partir de Octubre de 1992 y egresé como programador un año después. Ahora ya tenía el conocimiento de computación necesario.

    Sólo faltaba poseer una computadora para comenzar mi proyecto. En 1995 conocí a un judío del cual me hice amigo y me vendió por unos 500 dólares (a facilidades), mi primera PC, una Epson modelo 1984 que contaba con dos floppys de 5¼, una enorme placa de memoria y carecía de disco rígido, con monitor ámbar y una impresora de matriz de punto. También me entregó todos los accesorios y programas originales. A partir de aquel año comencé a trabajar en Blue Eagle usando el procesador de texto Word Perfect versión 4.0 que funcionaba en el entorno DOS.

    Pero como en la vida, empecé a sufrir obstáculos. Primero la PC accidentalmente se infectó con el virus Miguel Ángel afectando a mi propio proyecto. Una vez limpiado, la PC comenzó entonces a mostrar síntomas de desgaste consecuencia de su antigüedad. Uno de los floppys de 5 ¼ quedó fuera de servicio y para colmo, a la Epson no se le ocurrió mejor idea que diseñar esa computadora de manera única, por lo cual el floppy roto no podía ser reemplazado por uno estándar. Al funcionar la PC solamente con discos flexibles, (en una unidad se cargaba el DOS, luego en la otra el programa y por último se quitaba el disco DOS para reemplazarlo por el diskette para almacenar archivos) fue el equivalente a que toda la PC quedara out.

    Así que me vi obligado a alquilar una PC para continuar con mi proyecto. Encontré un lugar en que asignaron en un principio un cubículo de cemento de 2 metros por uno y medio, iluminado con una bombilla eléctrica, una silla de madera barata y la PC con el programa Word Perfect pero esta vez en su versión 5.0. Así, en 1996 continué con mi proyecto, con un gasto considerable en recursos que siempre me escaseaban. En Mayo de 1997, a duras penas, concluí Blue Eagle, un proyecto de más de 500 páginas que hice encuadernar y despachar a Buenos Aires con la esperanza de que salga a la luz.

    Pero fue rechazado en todas partes. Para febrero de 1998 volví finalmente a Buenos Aires después de 12 años fuera del país y personalmente me ocupé de tratar de que Blue Eagle pueda salir adelante. Rechazado de todos lados, en Mayo de 1999 tiré la toalla y archivé el proyecto, y allí está desde entonces, acumulando polvo y humedad, junto con los discos de 5 ¼ originales, los borradores y todo lo demás.

    Sabía que si Blue Eagle fracasaba y no lograba el objetivo de alcanzar un mejor nivel de vida que me permita ser independiente, tener una familia y demás, pagaría terriblemente las consecuencias. Sólo algo como Blue Eagle puede cambiar mi vida, nada más.

    Y como de costumbre, yo siempre tengo razón.

    No bien retorné al país comencé a trabajar como ayudante de sastrería en el taller de costura de mi padre hasta Octubre de 1998, cuando conseguí un empleo como Administrador en una Agencia de remises. Allí estuve hasta Junio de 1999 cuando pasé a auxiliar administrativo en una empresa representante de una cadena de supermercados, hasta Mayo de 2000. Estuve un mes desocupado y en Junio conseguí un empleo como soporte técnico de computadoras para un centro de otorrinolaringología. Ganaba un sueldo aceptable pero allí solamente duré 30 días. A partir de entonces pasé varios meses por las bibliotecas de Capital Federal y usando su servicio de Internet gratis para enviar ejemplares de mi currículo vía e-mail, colocando avisos de ofrecido en los diarios Clarín, La Nación y la revista Segundamano y entregando personalmente en papel en las consultoras de Recursos Humanos. En sólo unos meses entregué cerca de 100 ejemplares en papel y más de 1000 por e-mail. Pero fueron los avisos de ofrecido los que me dieron mejor resultado. A mediados de Septiembre, obtuve un trabajo en administración en una empresa de servicios cloacales. Me duró unos 90 días y partir de allí todo fue en declive.

    En ese período tomé una iniciativa que conseguí de casualidad. En una edición dominical de finales de Julio de 2000 del diario Clarín descubrí un anuncio de un evento de informática que se realizaría en el Hotel Intercontinental Plaza a mediados de Agosto. Y así fue como comencé a asistir a todos los eventos y seminarios de informática que podía de Microsoft, IBM, Cisco Systems, Computer Associates, Oracle, y demás empresas de informática de renombre mundial. Calculo haber asistido en unos 6 años a más de 300 eventos informáticos.

    Siempre me agradaron los eventos en hoteles como el Sheraton de Buenos Aires o el Hilton. Había comida y bebida en abundancia y souvenirs para llevar, además de material de escritorio como lapiceras y blocs de notas. Me agradaba el ambiente cómodo y acogedor, y el hecho que dentro de aquellos eventos me separaba momentáneamente del mundo exterior y su realidad. Iba con la esperanza de acumular conocimientos sobre lo último en tecnología informática y que eso a su vez fuera un respaldo poderoso a la hora de encontrar un buen empleo, pero a la fecha los resultados obtenidos en ese sentido fueron nulos. Igual conservo en archivo documentación en software de múltiples aplicaciones, con la intención de algún día conseguir al menos un trabajo medianamente decente que me por fin me permita crecer económicamente.

    Entre 2000 y 2006 el envío de currículos vía e-mail respondiendo avisos en los diarios fue acompañado de incremento en conocimientos informáticos, pero sorprendentemente no obtuve nada a cambio.

    En épocas pasadas, los postulantes a un empleo trataban directamente con el empleador, pero ahora existen estas consultoras de Recursos Humanos que hacen más daño que ayuda. A pesar de haber varios reportes periodísticos sobre las deplorables elecciones de personal que hacen estas consultoras, aún siguen existiendo. Lo malo es que yo y miles de personas más son víctimas de esta situación. Está comprobado que las consultoras de RRHH no siempre se guían por la capacidad de las personas sino más bien por su linda carita. ¿Alguna vez vio a alguien bien parecido, hombre o mujer, desocupado?. ¿No?. Yo tampoco. Por algo muchos avisos clasificados de empleo especifican que el CV del postulante se envíe con foto, muestra oculta de un país que no quiere que el cabecita negra, sea parte de su imagen ni mucho menos.

    En 2001 fue el principio de mi crisis económica, a la par con los acontecimientos del país. Estuve cerca de 6 meses desocupado hasta que desbordado por las deudas y la presión familiar, me vi obligado a emplearme como mensajero en una... consultora de RRHH que a su vez representaba una conocida firma de cadena de venta de electrodomésticos. Fue el trabajo más duro y peor pagado de toda mi vida. Recuerdo que al principio me levantaba a eso de las 3:30 AM, entre vestirme y desayunar, salía de mi casa a las 4:30 y tenía 2 horas de viaje desde Lanús hasta el depósito de electrodomésticos en Villa Devoto al que finalmente llegaba a las 6:30. Una vez allí me entregaban 20 kilos de correspondencia y un mapa de un determinado sector de Capital Federal o Gran Buenos Aires. Por lo general caminaba por día un promedio de 200 cuadras o 20 kilómetros. Si era invierno sufría del frío exterior, si era verano era víctima de la insolación, la humedad y la deshidratación. Si la lluvia me sorprendía a mitad de mi jornada... había que aguantar y seguir. Si me sorprendía la noche repartía hasta que no pudiera ver los nombres de las calles y los números de las casas y finalmente volvía a la base. En ese triste y duro empleo estuve desde Junio de 2001 hasta Diciembre de 2003, cuando finalmente conseguí algo mejor.

    En Noviembre de 2001 conocí a José gracias a que él vio uno de mis avisos de ofrecido en el diario La Nación. Él necesitaba un programador en Microsoft Access para desarrollar una aplicación para una empresa multinacional así que decidí cooperar con él. Finalmente nos hicimos buenos amigos hasta el día de hoy. Me enseñó nuevas cosas respecto al manejo del sistema operativo Windows, su instalación, configuración y mantenimiento, además de enseñarme también sobre reparación de equipos. Estos conocimientos adquiridos me ayudarían mucho a conseguir mejores empleos... aunque no más redituables.

    En Marzo de 2002 José armó un improvisado cyber dentro de un restaurante de una cadena de clubes de deporte, en Villa Devoto. Rústico, con apenas 4 Pc´s diferentes en prestaciones y con una arrogante clientela adolescente que iba al club. Él no estaba en condiciones de pagarme, pero me facilitaba Internet sin límite para la búsqueda de empleo y registración a eventos de informática, practicar reparación de PC con equipos de clientes y aprendizaje sobre diversas versiones de Windows. Igual recibía dinero para viáticos que me servía para moverme en mi trabajo de mensajero. La combinación de ambos trabajos era extenuante. (Con el tiempo y los cambios sucesivos de horario en el trabajo de mensajería, logré finalmente salir de mi casa a las 6:30, pero volvía casi a las 23:00), pero por el momento no tenía alternativa.

    Hasta que en Julio de 2003 conocí a Augusto. Hombre maduro de cuarenta y tantos años, estatura y cuerpo medios, cabello gris, ojos claros y un rostro atractivo para ciertas mujeres, aunque a veces tenía mal genio y reaccionaba en ocasiones casi de manera histérica. Quizá por eso su mujer se separó de él. Él era dueño de un cyber vidriado y pequeño con entrepiso  en una galería de Villa Devoto de 14 Pc´s todas iguales y en ese entonces le iba muy bien. Como ya tenía los conocimientos técnicos suficientes y a su vez conocía el manejo de ese tipo de negocio, fui contratado y comencé a trabajar a partir de mediados de Agosto del mismo año. En un período determinado de aquel año, desde Agosto a Octubre, tenía 3 trabajos, pero la suma total de ganancias, no llegaba ni siquiera a alcanzar un sueldo mínimo de un empleado común. Trabajaba más, por muy poco.

    José nunca obtuvo ganancias de su cyber. Desde el principio trabajó a pérdida y así fue hasta el día en que tuvo que cerrarlo, a principios de Octubre de 2003. Para ese entonces yo ya no estaba en condiciones de atenderlo y él a su vez había conseguido un buen empleo como asesor en una empresa importante.

    Me quedaban los trabajos de empleado en el cyber de Augusto y mi trabajo de mensajero.

    Ya para Noviembre de 2003, Augusto me anunciaba que abriría una sucursal de su negocio en Caballito. Recuerdo que las dos preguntas principales al respecto de mi parte fueron si era una zona relativamente segura y si había una comisaría cerca. Para lo primero, él me contestó que el barrio era tranquilo. Para lo segundo, la comisaría 11° estaba a dos cuadras del nuevo negocio. El cyber de Caballito lo armaba en sociedad con su tío, Osvaldo, hombre de unos 60 años, miope como yo y por eso usaba lentes, algo obeso. Tenía una personalidad muy astuta y eso lo descubrí casi desde el primer momento en que lo vi. Era un empresario dedicado a la fabricación e implementación de sistemas de tarjetas de identificación para empresas. Sus oficinas funcionaban en pleno centro de Buenos Aires, muy cerca del Congreso.

    Augusto me propuso a fines de Noviembre de 2003 un nuevo trabajo como empleado del nuevo cyber a partir de su inauguración el 15 de Diciembre. Obviamente acepté.

    El viernes 12 de Diciembre trabajé por última vez como mensajero y abandoné para siempre aquel empleo que a pesar de trabajar en regla y con todos los aportes patronales, igual ganaba menos que una miseria.

    Dios quiera que nunca más deba trabajar en un empleo como ése.

    A partir del 15 de Diciembre de 2003 comencé mi trabajo como empleado del nuevo cyber de 24 Pc´s nuevas de Caballito con Augusto y su tío como dueños por partes iguales. Al comienzo, como todo, había fuertes esperanzas de crecimiento. Mi horario laboral era entre las 17:00 y las 23:00, que poco después se amplió a las 24:00 de Lunes a Viernes. Los Sábados y Domingos de 14:00 a 24:00. El local era amplio, con frente de vidrio, con paredes pintadas de diferentes colores para darle un toque de modernismo, y un sótano enorme casi de la mitad de la superficie del cyber. Las Pc´s estaban en cubículos y sus CPUs con un cepo de barras de acero para evitar el robo. Además, contaban con una alarma con detectores de movimiento y un botón antipático para llamar a la policía si entraban delincuentes, Estaba bien iluminado y era sencillo de limpiar y mantener.

    Existía otro turno de 9:00 a 17:00 y los sábados de 9:00 a 14:00 que era cumplido por Germán, un muchacho del cual me hice amigo. Tenía veintitantos años, morocho, ojos marrones redondos, estatura media, cabello negro muy corto. Tenía un carácter agradable y tranquilo. Los días hábiles en las tardes, luego del trabajo en el cyber estudiaba análisis de sistemas, estaba casado con una atractiva joven rubia, y tenía un hijo. Vivía en un pequeño departamento alquilado en la zona de Villa Devoto. Llegó a ese puesto de trabajo por recomendación del tío de Augusto. Con el tiempo ambos nos entendíamos bien, así que conociendo su situación socioeconómica le preguntaba cómo hizo para tener pareja, un auto (tenía un Fiat Uno almacenado dentro de un contenedor, según él), y tener una familia. Su respuesta fue por demás simple.

    -  Cuando trabajaba en un empleo anterior, tenía a disposición el 100% de lo ganado, y mi padre me ayudó a juntar la plata para comprarme el auto.

    Ah, bueno. Así cualquiera. Si yo hubiera gozado de esas ventajas en un principio... quién sabe.

    Mientras todo esto me acontecía, los escasos recursos me impedían poder crecer económicamente como hubiera deseado, y llegar, al menos, a lo que había logrado Germán. Sin embargo, siempre busqué algún tipo de alternativa que haga de mi vida lo más próspera y llevadera posible.

    Siempre supe que si llegara a conocer a mi alma gemela, resolvería un 50% de mi vida. El otro 50% sería un trabajo redituable que me permitiera salir avante. El problema es que está demostrado científicamente que si un hombre no resuelve del todo el 50% económico difícilmente pueda conocer el 50% de pareja. Casi nunca la ecuación es a la inversa.

    Pero así y todo, intento resolver las cosas de alguna manera.

    Primero asistí a las reuniones de solas y solos, pero siempre sentí la sensación en aquellas reuniones de estar junto con lo que parece el sobrante de la sociedad, gente que no quiere nadie y le cuesta integrarse y formar (o volver a formar), una pareja. Solteros, viudos, separados, divorciados... algo que deprimía a pesar que los organizadores de esas reuniones de grupos de personas tratan siempre de hacerla lo más amena posible. Igual no sirve. Al menos para mí.

    Entonces pasé a Internet, la red de redes. Los primeros pasos, como todo, fueron difíciles y casi sin rumbo. Luego me fui encausando hacia los sitios de encuentros de amigos, aunque con resultados negativos, pese a enviar cientos y cientos de e-mails con  mi perfil en búsqueda de alguna amiga.

    Así que finalmente acabé en el chat más utilizado del mundo: MSN Messenger, de Microsoft. Fui encontrando grupos de personas, y armando poco a poco contactos con los que podía, al menos, conversar y establecer una amistad aunque sea lejana. Los comienzos fueron ensayo y error, pero contaba con largas horas en el cyber de José para cometer todos los errores, hasta que finalmente me quedó un selecto grupo de 5 amigas. Cuatro, casualmente, eran todas de San Isidro, y la restante, que tenía el nick de FraüleinPVD,  era de Capital Federal. Esto ocurría en mayo de 2002, apenas comenzaba a trabajar en el cyber de José.

    Las de San Isidro, entre idas y vueltas, se fueron borrando del chat por sí solas una a una. Alguna incluso alcanzó a darme su teléfono para conversar y conocer nuestras respectivas voces, pero las cosas no fueron más allá. Con otra intercambié fotos, pero tampoco las cosas avanzaron a un nuevo nivel.

    Pero la de Capital Federal se mantenía. Nuestras charlas pasaron del chat al e-mail y nuestro intercambio siempre fue fluido. Así pude saber que era alemana (con razón lo de Fraülein -señorita- pero no sabía qué era PVD), que en ese entonces tenía 39 años y vivía hacía algunos años en Buenos Aires. Estaba separada y trabajaba en una empresa farmacéutica alemana. Esa misma empresa fue la que la trajo al país. Se consideraba delgada, unos 1,75 mts, cabello rubio, ojos azules, y un cuerpo que ella se esforzaba por mantenerlo lo más joven posible mediante gimnasia. Nunca me envió una foto suya por correo electrónico, pero ella sí me pidió la mía y se la envié sin chistar. Supuse que al ver mi foto, ella quizás se borre por sí sola de mi lista de contactos como las chicas de San Isidro, pero para mi asombro, ella continuó contactándose conmigo.

    Me sorprendía su gran inteligencia (más tratándose de una mujer), y su amplio conocimiento del mundo y de historia reciente. Discutíamos mucho sobre diversos temas de actualidad y a veces llegábamos a conclusiones parecidas sobre esto o aquello.

    A principios de 2003, surgió un contacto espontáneo por parte de una mujer que me envió un e-mail que había visto uno de mis perfiles insertados en algún sitio de Internet de amistades. Luego de un par de intercambios por el ciberespacio, ella me dio su dirección y quedamos en vernos en su departamento.

    Salí del cyber más temprano y usando un colectivo pude desplazarme desde Villa Devoto hasta la avenida Callao (centro de la ciudad), y de allí caminar un par de calles en dirección al obelisco hasta un edificio de departamentos que no resaltaba en nada en comparación con los que le rodeaban. Cerca de las 21:00 horas y ya con la oscuridad dueña de la ciudad subí por el ascensor hasta el piso correspondiente y de allí me encaminé a su puerta. Toqué el timbre y me abrió la puerta una mujer madura de 42 años, cabello negro y tez morena con algunas arrugas, delgada, cabello negro largo, ojos oscuros y pequeños y labios delgados. Me hizo pasar a su departamento de dos ambientes, iluminado apenas por una lámpara lo cual hacía que la mayoría del inmueble estuviese en penumbras, con mobiliario algo anticuado con décadas de uso a cuestas pero que sin embargo estaba en buen estado y aceptablemente bien ubicados. Tenia en un extremo un amplio ventanal que daba a un balcón. Me hace sentar en un sillón de cuerina marrón delante de una pequeña mesa ratona y ella acerca una pequeña bandeja con tazas de café y un pote con azúcar.

    Esta mujer resultó ser una psicóloga que trabajaba para diversas empresas y más que una reunión amistosa ella lo encauzó en realidad como una entrevista con uno de sus pacientes y así se desenvolvió parte de nuestra conversación, tratando ella de indagar sobre mi vida y buscando contradicciones para así generar puntos de discusión. Como yo estoy entrenado para tratar con esta clase de elementos resolví de inmediato no darle demasiada información personal, girar la charla en sentido contrario tratando de saber sobre ella y sus actividades y dándole respuestas ambiguas y confusas a cada una de sus preguntas.

    Transcurridos exactamente 30 minutos, ella anunció que nuestra reunión había terminado y me despidió. Al menos estoe encuentro confirmaba lo que pienso acerca de los psicólogos.

    Pero la Fraülein se seguía manteniendo incólume en mi tráfico personal de correo electrónico. Todas pasaban y ella siempre quedaba.

    Para Mayo de 2003, ya conocía detalles precisos de mi vida, mi familia y mis actividades, cuando ella, finalmente, toma la decisión de encontrarnos personalmente. Me dio una dirección en el barrio de Belgrano y así un miércoles de medidos de aquel mes, quedamos en vernos a las 19:00 en su departamento.

    Y de paso me dio su nombre: Petra. Probablemente nunca en mi vida olvide aquel nombre de origen germano.

    Tomando en cuenta el anterior encuentro con la psicóloga y como acostumbro no cometer el mismo error dos veces, mi perspectiva era por demás escéptica, casi negativa. Sin embargo, era importante para mí volver a intentar y quizás lograr algo positivo.

    Aquel día no tuve jornada de mensajero (en promedio solamente trabajaba 10 días al mes), así que en lugar de llevar encima la vieja indumentaria de trabajo, pude en cambio vestirme con algo más adecuado para la ocasión. Como el tiempo estaba bastante fresco y al mismo tiempo trato siempre de mantener un cierto estilo británico en el vestir es que decidí llevar zapatos de cuero negro con suela de goma (no uso zapatos de suela lisa porque los considero poco prácticos), pantalón azul de paño con unas casi imperceptibles líneas blancas verticales. Camisa celeste desabotonada sólo del primer botón superior, cardigan azul y una campera amplia de color gris de mis favoritas. La había adquirido en una de las tiendas C & A a crédito. Era de tela sintética impermeable y a pesar de no ofrecer demasiado abrigo, igual me gustaban sus amplios bolsillos delanteros. También me llamaba la atención la etiqueta sobre su origen: Hecho en Vietman.

    Con apenas mi billetera, DNI, una guía de calles de bolsillo de la Capital Federal y un libro para leer en el viaje, desde las cercanías del cyber de José salí alrededor de las 17:30 para tomar el colectivo de la línea 80 que me llevaría hasta el punto culminante de su recorrido, las Barrancas de Belgrano.

    Al ser casi la hora pico en la que la gente deja sus trabajos para volver a casa, tardé más de una hora en llegar al final del trayecto del colectivo. Una vez llegado a destino, consulté mi guía para ubicar la dirección que me había dado Petra y calculé la distancia desde las Barrancas de Belgrano. Había que caminar varias cuadras y doblar aquí y allá. Consulté mi reloj: las 18:40. Había que apurarse.

    En Mayo es otoño en Buenos Aires y por consiguiente el sol se ocultaba más temprano. Las penumbras comenzaban a cubrir la ciudad y la iluminación artificial de la vía pública y edificios ya comenzaba a aparecer en diversos tonos de blanca y amarilla. Circulaba una brisa fresca que invitaba a refugiarse, así que apuré el paso y caminé con rapidez hasta llegar a la dirección final.

    Cuando llegué, encontré ante mí un edificio muy moderno, posiblemente construido hacía muy poco tiempo. En su mitad derecha tenía una rampa en pendiente que llevaba a una enorme puerta levadiza metálica de color gris oscuro de entrada al garaje. En su mitad izquierda, una entrada acristalada y bien iluminada, con un pequeño jardín delante con plantas bien cuidadas y un par de escalones de mármol rosado. El piso del vestíbulo también era de mármol rosa y estaba bien iluminado por lámparas dicroicas. Antes de llegar a las puertas dobles y en el lado derecho de ésta había un pilar en cuya parte superior estaba la consola de metal cromado con los botones para llamar a cada uno de los departamentos de aquel edificio. Por lo que podía apreciar, aquel inmueble tenía más de 12 pisos. En la parte superior de la consola había un altavoz y el lente de una cámara de seguridad. Oprimo el botón a cuyo lado tenía la indicación 7° D.

    ¿Wher ist?

    -  Soy yo, Gabriel, quedamos en vernos hoy a esta hora.

    -  Ah, sí, pasa.

    Y a continuación se acciona el portero eléctrico que me permite ingresar al edificio. En el vestíbulo, un hombre sentado delante de un pequeño escritorio de madera de pino con cara de pocos amigos y uniformado como guardia de seguridad dobla el diario que estaba leyendo y lo deposita sobre el mueble, tomando en cambio un libro de registros y una lapicera de uno de los bolsillos de su camisa. Le saludo pero él no me contesta. Anota fecha y hora en el extremo izquierdo de un renglón.

    -  ¿Me permite su identificación por favor?

    Le entrego mi Documento nacional de Identidad y él copia en el registro mis datos personales.

    -  ¿Motivo de su visita?

    -  Vengo a ver a la señorita Petra en el 7° D.

    El guardia me devuelve mi DNI sin verme. Señala con su pulgar derecho hacia atrás.

    -  Puede pasar. Los ascensores están avanzando por ese pasillo.

    -  Gracias.

    Dicen que el carácter de los porteros (y/o los guardias de seguridad) de un edificio muchas veces refleja la personalidad de sus copropietarios. De ser así en este caso, la gente que vivía en aquel inmueble definitivamente eran unos estirados de mierda.

    Mientras avanzo por el pasillo veo una cámara de seguridad vigilante en el sector de ascensores. Luego de avanzar unos pasos, me encuentro frente a tres ascensores de puertas metálicas dobles de acero pulido. Oprimo levemente el botón de llamaba y los indicadores digitales en la parte superior me mostraban que el ascensor del medio descendía rápidamente hasta la Planta Baja. Segundos después sus puertas dobles se abrían una voz femenina en off decía:

    Planta baja

    Ingreso al ascensor con un espejo en la pared opuesta a la puerta, bien iluminado con luz fluorescente, paredes también de acero pulido y consola del mismo material, con botones rasantes sensibles al tacto. Oprimo el 7. Nuevamente la voz femenina.

    Atención, se cierra la puerta.

    Mientras asciendo, escucho en aquel ascensor música funcional suave. Su andar era veloz casi al punto de sentir fuerzas G. Finalmente llego al séptimo piso y las puertas se abren.

    Séptimo piso.

    La electrónica reemplaza al hombre.

    Salgo del ascensor y camino por un pasillo bien iluminado con piso de mosaico antideslizante gris claro y paredes blancas impecables. Mientras avanzo camino al lado de puertas de madera pintadas de blanco opaco con sencillos ornamentos y con cerraduras y manijas de bronce perfectamente pulidas. Mis zapatos resuenan en aquel corredor tan silencioso y monástico.

    Finalmente me detengo ante la puerta con la letra D también de bronce pulido. A su derecha. Había un intercomunicador plástico cuadrado marca Siemens. Oprimo el botón y escucho en secuencia electrónica idéntica a la de la película Encuentros cercanos del tercer tipo.

    -  ¿Sind sie?

    -  Sí, soy yo

    ¡Kommt!

    Escucho el zumbido eléctrico y empujo la puerta. Una vez dentro, veo un departamento pequeño pero bien equipado. Para empezar, estaba cubierto de pared a pared con una alfombra rojo oscura. Del lado derecho de puerta, una alta cómoda de madera pintada de blanco. Encima, una cajita negra de madera con caracteres chinos. Ya que mi mirada apuntaba a la derecha, veía a unos pocos pasos una puerta blanca orientada a un lado y la otra vista al frente. Después descubriría que la primera llevaba al baño y la segunda a la cocina. Al mirar hacia delante contemplo una cama de dos plazas, cubierta con un edredón blanco, franqueada por dos mesas de luz, cada una con su respectiva lámpara con cuerpo de porcelana. Todo aquel juego de muebles estaba cubierto con laca de color blanco.

    Opuesta a la cama y contra una pared y hacia la ventana, había un gran placard y al lado de éste, un tocador. Todo blanco. Por lo menos ya sabía del color favorito de Petra.

    A la izquierda de la puerta y cercano a un rincón había un juego de living compuesto de un sofá y tres sillones, todos con gruesos almohadones y revestidos de cuero blanco. En su centro, una mesita ratona rectangular de madera negra y superficie de vidrio templado.

    Por último, al fondo, había un enorme ventanal con marcos de aluminio y cubierto parcialmente por una gruesa cortina blanca. El ambiente tenía un perfume exquisito pero indefinible para mí, e iluminado solamente por una lámpara de pie ubicado entre la puerta y el sofá del living, con lo cual el resto del departamento casi estaba en penumbras.

    -  Pasa y siéntate, junge, enseguida estoy contigo- escucho decir desde detrás de la puerta del baño.

    Petra nunca me llamaría por mi nombre. Siempre me decía junge (muchacho en alemán). Alguna vez más adelante le preguntaría por qué y ella me contestaría que simplemente le costaba pronunciar mi nombre. Extraño.

    Me siento en el borde del amplio sofá y espero un par de minutos con gran expectativa. De pronto, de la puerta del baño sale una hermosa mujer rubia, alta y delgada. Sus cabellos caían en cascada sobre sus hombros, Tenía un rostro algo ovalado, con unos chispeantes y redondos ojos azules, labios delgados y con delicadas y casi imperceptibles arrugas propias de una mujer madura que sabe muy bien cómo cuidarse y mantenerse siempre bien. Estaba descalza y tenía unos pies delicados, pequeños. Vestía una bata de seda color blanco anudado con una cinta a la altura de sus caderas. Tenía una sonrisa que mostraba todos sus dientes y que cautivaba a cualquiera. Me pongo de pie a la vez que ella se acerca a mí lenta y seductoramente. Una vez frente a frente, ella me da un beso en  mi mejilla izquierda.

    -  ¿Cómo estás, todo brunnen?

    -  Bien, Petra, gracias.

    -  ¿Llegaste bien?

    -  No tuve problemas- respondí con una sonrisa tímida.

    Petra me señala con su brazo izquierdo el living.

    -  Siéntate junge. ¿Quieres Kaffee?

    -  Sí, gracias

    Petra me deja otra vez al borde del sofá y girando sobre sus pies se dirige hacia la cocina, dejando su puerta entreabierta. Así que vuelvo a esperar. Mientras tanto, escucho el ruido de puertas, luego el entrechocar de vajilla, la corriente de agua saliendo de un grifo, el zumbido de una máquina de café expreso, otra vez vajilla, metal chocando contra vajilla y por último lo que parecía una plancha de metal golpeando contra una superficie dura.

    Petra vuelve sosteniendo con sus manos una bandeja de acero inoxidable que deposita sobre la mesa ratona. Sobre ésta veo dos pocillos con sus respectivos platos conteniendo café humeante. Otro platito de porcelana con galletitas rellenas de chocolate y una azucarera también de porcelana de diseño antiguo, con tapa, que Petra quita y extrae de su interior con la ayuda de una pequeña pinza un terrón de azúcar.

    -  ¿Cuántas?

    -  Dos, por favor.

    Siempre me gusta el café dulce. Petra deja caer dos terrones en mi pocillo y casi inmediatamente lo tomo por el plato para revolverlo con una cucharita. Bebo un sorbo. Exquisito.

    -  Llevó un año conocerte- comenté en un intento de iniciar conversación.

    Petra se inclina para tomar su café de la mesa a la vez que sonríe. Al hacer ese movimiento veo que debajo de su bata no tenía corpiño y por ende podía ver parte de unos senos no muy grandes pero firmes para su edad. Se incorpora acomodándose en un sillón ubicado hacia mi derecha.

    -  Quería saber todo de ti y conocerte más con detenimiento. Soy una extraña en tu país y no conozco muy bien a la gente de aquí y sus costumbres. Y como estoy sola debo tener cuidado, tú sabes.

    -  Entiendo-. Respondí comprensivo. -¿Vives acá hace mucho?

    -  Algunos años- me respondió Petra llevándose el pocillo a sus labios, sin dejar de mirarme.

    -  ¿Cómo van las cosas en tu trabajo?

    Brunnen. ¿Y a ti?

    -  Vamos sobreviviendo. Pero veo que acá estás muy cómoda. Es un lindo departamento.

    Danke, cuesta mantenerlo, pero con lo que gano y una empleada de limpieza por ahora está bien.

    -  Okay.-Bebí otro sorbo. Quería aprovechar que estaba humeante. No quería tomarlo tibio.

    Petra hacía todo muy delicadamente. Parecía poesía en movimiento. Suave, lento, con gracia.

    Al momento de sentarse en el sillón, ella decidió cruzar las piernas. Eran bien torneadas  y tersas. Y sus pies eran preciosos. Un principio casi infalible que descubrí de las mujeres es que si uno ve primero sus pies y son hermosos, el resto de aquel ser femenino con seguridad también lo es. En cambio, si los pies son feos, regordetes o tienen arrugas o uñas deformes... mejor no perder el tiempo mirando el resto. Puede arruinarse el día.

    También su bata quedó más arriba de sus rodillas y al cambiar de posición cruzando y descruzando las piernas podía fugazmente ver parte de sus muslos. Ya comenzaba a subírseme la bilirrubina.

    Petra me miraba con curiosidad, aunque parecía que disfrutaba de su propio café.

    -  ¿Es café brasileño?- inquirí.

    Ja, ja, Brasilianischer Kaffee – asintió ella sonriente-

    -  Ya me parecía.-repuse-¿Dónde lo conseguís el café?

    -  De tienda Bonafide cercana.

    -  Ya veo.

    Francamente en aquel primer encuentro y en parte por timidez y otra por discreción ya no percibía tener más argumentos para seguir conversando. Terminé mi café y comí un par de sus deliciosas galletitas marca Frac de elaboración chilena, que con seguridad las compraba en la misma tienda Bonafide.

    Dejé el pocillo vacío delicadamente sobre la bandeja.

    -  ¿Más Kaffee?

    -  No gracias.-respondí. Miré mi reloj. Eran pasadas las 20:00 y en Buenos Aires por la época del año ya era de noche y estaba fresco.

    Hice ademán de irme, incorporándome. Petra me miró sorprendida.

    -  ¿Ya te vas, junge?

    -  Eh, sí, no quiero molestar. –respondí tímidamente-. Me voy a mi casa y...

    -  No te vayas, junge. Quédate un poco más. Quítate tu jacke. Cuélgalo ahí- y me señala un colgador de pie al lado de la lámpara de pie y que no había visto al principio.

    Así que me dejo llevar y le hago caso. Cuelgo mi chaqueta gris de origen vietnamita en el colgador. Petra entonces se dirige al tocador y toma la silla que está delante del mueble y la trae delante del pie de la cama.

    -  Pon tu ropa aquí.

    -  ¿Mi ropa?.¿Porqué?-pregunté extrañado aunque mi subconsciente percibía lo que se venía encima.

    -  No quiero que te vayas sin que hagamos el amor- me respondió Petra con un tono de invitación en

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