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MENGELE – EL ÁNGEL DE LA MUERTE DE AUSCHWITZ –

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DESPUÉS DE GOZAR DE UN AMPLIO RESPALDO INTITUCIO- NAL EN ESTADOS UNIDOS, EN ALEMANIA SE CONOCIÓ LA TEORÍA DE EUGENESIA COMO RASSENHYGIENE (HIGIENE RACIAL), Y DESDE COMIENZOS DEL SIGLO XX ERA IMPAR-TIDA COMO ASIGNATURA EN NUMEROSAS FACULTADES DE MEDICINA. De hecho, la mayor parte de los miembros de la Sociedad de Higiene Racial, cofundada en 1905 por los psiquiatras Alfred Ploetz y Ernst Rüdin, eran médicos particularmente involucrados en el movimiento eugenésico, que aceptaban la imposibilidad de curación de los 340.000 enfermos ingresados en los hospitales y residencias alemanas y la acumulación de estas taras en su descendencia.

MENGELE SE ASOCIA, MÁS QUE NINGÚN OTRO, CON LOS EXPERIMENTOS MÉDICOS NAZIS Y EL HOLOCAUSTO. Y ES QUE HA PASADO A LA HISTORIA COMO SÍMBOLO DE LA PERVERSIÓN DE LA MEDICINA DURANTE EL TERCER REICH.

LA ANTESALA DEL HOLOCAUSTO

Fueron estos hombres los que elaboraron la Ley para la Prevención de la Descendencia Genéticamente Enferma del 1 de enero de 1934, por la que se esterilizó a la fuerza a 400.000 seres humanos. Fueron estos hombres los que pusieron en marcha el programa de “eutanasia” de niños con minusvalías físicas o psíquicas hasta los 16 o 17 años, que acabó con las vidas de 5.000 de ellos. Fueron ellos los que pusieron en marcha la operación secreta Aktion-T4, que acabó con las vidas de 300.000 enfermos mentales con trastornos considerados incurables a espaldas de sus familiares en los centros de exterminio de Hartheim, Sonnenstein, Grafeneck, Bernburg, Brandenburg y Hadamar, empleando cámaras de gas maquilladas de duchas en lo que se considera la antesala intelectual y material del Holocausto. Todos estos médicos, al abandonar su función sanadora habitual, traicionan- do el Juramento Hipocrático al asesinar mediante el acuerdo colectivo de que su conducta era necesaria para el bien común, se colocaron en una pendiente resbaladiza, cuyo destino final serían los campos de exterminio.

UN HOMBRES SIN ALMA

Y así, al final de la pendiente, en Auschwitz, podemos ver a un joven y elegante oficial de las SS, médico jefe del campo de mujeres de Auschwitz-Birkenau, de impecable uniforme, rostro afable y botas relucientes como el charol. Un hombre que con un movimiento de su fusta o un negligente ademán de su dedo índice envió a las cámaras de gas a centenares de miles de hombres, mujeres y niños, mientras silbaba tranquilamente el "Adiós a la vida", de Tosca. Un hombre sin alma que realmente disfrutó de las oportunidades para la investigación más despiadada que ofrecía el campo al poder utilizar las “cobayas humanas”, proporcionados por Himmler, para verificar delirantes hipótesis y practicar insensatos experimentos con los prisioneros que, con una tenacidad implacable, llevó a cabo hasta el hundimiento del Tercer Reich. Un hombre a quien la imaginación popular asocia más que a ningún otro con los experimentos médicos nazis y el Holocausto, y que ha pasado a la Historia como símbolo de la perversión de la Medicina durante el Tercer Reich. Porque, amable lector, es muy probable que nuna haya oído hablar de Rascher, Hirt, Ding o Clauberg, pero seguro que, en un momento u otro de su vida habrá oído hablar del Ángel de la Muerte de Auschwitz: Josef Mengele.

Mengele nació el 16 de marzo de 1911 en el seno de una acaudalada familia de Günzburg, una romántica ciudad medieval a orillas del Danubio, en Baviera. Su padre, Karl, era el propietario de una fundición que producía maquinaria agrícola que, en los años 20 del pasado siglo, era la tercera empresa de producción de trilladoras de Alemania. Aunque se esperaba que el joven Josef perpetuara la dinastía familiar, optó por estudiar Medicina, interesándose también por la antropología, ya que deseaba impresionar a su familia convirtiéndose en el primer Mengele científico, pues, según dejó escrito, su padre era “una figura fría” y su madre una persona “no mucho más cariñosa”. En octubre de 1930 comenzó sus estudios en Múnich, el semillero del nazismo, donde se sintió atraído por las doctrinas racistas del Partido Nazi. En marzo de 1931 se unió a las juventudes de los Stahlhelm (“cascos de acero”), una organización de los paramilitares ultranacionalistas Freikorps que destacaba por su número y organización y que un año después se integraría en las milicias nazis, los Sturmabteilung o “camisas pardas”. Pronto comenzó a interesarse por la genética y la eugenesia, ya consideradas en los ambientes universitarios como la llave para acceder a la creación de una raza superior, asistiendo asiduamente a las conferencias de Rüdin. Cuanto más profundizaba en el estudio de la antropología, la genética y las leyes de la herencia, más crecía su interés por estas disciplinas.

Mientras seguía estudiando Medicina, preparó su tesis para doctorarse en Antropología, que le dirigió , el hombre que se jactaba de poder decir si una persona tenía ancestros judíos simplemente mirando su mandíbula. En, quien le ayudó a conseguir el doctorado en Medicina asesorándole en la preparación de una tesis sobre dos malformaciones congénitas, a menudo asociadas, llamadas labio leporino y fisura palatina. En ella se encontraba ya el germen de la fascinación por las deformidades que posteriormente mostraría Mengele en Auschwitz. Siguiendo a Von Verschuer, realizó árboles genealógicos y llegó a la conclusión de que tenían un carácter hereditario, las relacionó con patologías como las malformaciones cardíacas y el síndrome de Down y afirmó que las técnicas quirúrgicas concebidas para su tratamiento no servirían para erradicarlas, pues volverían a presentarse en sus descendientes. Aunque no lo dijera explícitamente, Mengele dejaba leer entre líneas la solución al problema, que no era otra sino la aconsejada por Von Verschuer y los higienistas raciales: la eliminación de esta rama enferma de la especie humana para evitar su reproducción. Von Verschuer también le transmitió su interés por el estudio de los gemelos, que consideraba “el método más eficiente de determinar la herencia de caracteres, particularmente las enfermedades”.

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