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Las Campañas De Chiloé (1820-1826). Crónica De La Resistencia Del Archipiélago Y Su Conquista Por La República De Chile
Las Campañas De Chiloé (1820-1826). Crónica De La Resistencia Del Archipiélago Y Su Conquista Por La República De Chile
Las Campañas De Chiloé (1820-1826). Crónica De La Resistencia Del Archipiélago Y Su Conquista Por La República De Chile
Libro electrónico259 páginas3 horas

Las Campañas De Chiloé (1820-1826). Crónica De La Resistencia Del Archipiélago Y Su Conquista Por La República De Chile

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“Chile no temía ya a la España, que a la sazón estaba muy preocupada con los trastornos y revoluciones que la destrozaban en el interior; pero tenía mil razones para temer a Chiloé”.



Diego Barros Arana
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 may 2020
ISBN9789563790894
Las Campañas De Chiloé (1820-1826). Crónica De La Resistencia Del Archipiélago Y Su Conquista Por La República De Chile

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    Las Campañas De Chiloé (1820-1826). Crónica De La Resistencia Del Archipiélago Y Su Conquista Por La República De Chile - Diego Barros Arana

    Las campañas de Chiloé (1820-1826)

    Crónica de la resistencia del archipiélago y su conquista por la República de Chile

    Memoria histórica presentada a la Universidad de Chile en la sesión solemne de 7 de diciembre de 1856.

    Diego Barros Arana

    edicionestacitas_logo1

    Barros Arana, Diego / Las campañas de Chiloé (1820-1826).

    Crónica de la resistencia del archipiélago y su conquista

    por la República de Chile

    Santiago de Chile: Ediciones Tácitas, 2018, 1.ª edición, 252 pp.,

    14,5 cm × 21,5 cm

    Dewey: 983.004

    Cutter: B227

    Colección Ancud

    Memoria histórica presentada a la Universidad de Chile

    en la sesión solemne de 7 de diciembre de 1856.

    Materias: Chile. Historia.1820-1826.

    Crónicas chilenas.

    Chile. Isla de Chiloé.

    Crónicas chilotas.

    Chiloé (Chile) Historia.

    Las campañas de Chiloé (1820-1826).

    Crónica de la resistencia del archipiélago y su conquista

    por la República de Chile

    Diego Barros Arana.

    Primera edición de Las campañas de Chiloé (1820-1826), Imprenta del Ferrocarril, 1856

    Primera edición en Ediciones Tácitas, diciembre de 2018

    © Ediciones Tácitas, 2018

    ISBN 978-956-379-089-4

    Ediciones Tácitas Limitada

    Pedro León Ugalde 1433

    Santiago de Chile

    contacto@etacitas.cl

    Distribuido por LaKomuna (www.lakomuna.cl)

    Nota a la edición

    Las Campañas de Chiloé (1820-1826)¹ forma parte de los escritos de juventud de don Diego Barros Arana. Esta memoria histórica del intelectual, en ese entonces miembro de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Chile, fue publicada en diciembre de 1856 en una tirada de 600 ejemplares² y su introducción había sido ya presentada a la comunidad universitaria.³

    Con apenas veintiséis años, Barros Arana había publicado sus Estudios históricos sobre Vicente Benavides y las campañas del sur: 1818-1822, en 1850; El general Freire, en 1852, y los primeros dos tomos de su Historia general de la independencia de Chile, en 1854 y 1856 respectivamente, además de algunos artículos en periódicos y revistas.

    A pesar de que el tema de las campañas fuera más tarde incluido en su monumental Historia general de Chile (1881-1902), y de que el propio Barros Arana recordara con severidad esta memoria,⁴ resulta hoy imposible desmerecer su valor como narrativa maestra del período para Chiloé y el resto del país. Ya sea para seguirla o criticarla,⁵ la mirada que don Diego Barros Arana entrega sobre el proceso se ha convertido en una fuente ineludible e inestimable.

    La conquista de Chiloé es el complemento necesario de nuestra independencia.

    Bernardo O’Higgins

    Advertencia

    Encargado por el señor rector de la universidad de presentar en la sesión solemne de 1856 la memoria anual, según lo dispone el art. 28 de la ley orgánica de la corporación, he compuesto el presente trabajo sobre un período casi inexplorado de la historia chilena. Las campañas del ejército nacional en Chiloé, que produjeron la incorporación de aquel archipiélago al territorio de la república, son apenas conocidas por relaciones generales más o menos incompletas, mientras casi todos los otros sucesos de la revolución de la independencia han ocupado ya las plumas de algunos escritores. Este es el motivo que me ha impulsado a escoger esta época para tema de mi memoria.

    El presente trabajo comprende todos los hechos de la revolución chilena relativos a aquella provincia, los esfuerzos y sacrificios de esta para servir a la causa del rey en la reconquista de Chile, y para apoyar y auxiliar a los jefes realistas, y la gloriosa y tenaz resistencia que el último gobernador español don Antonio de Quintanilla opuso a las expediciones de los independientes. Estos sucesos presentan cierto interés dramático, y tienen mucha importancia en la historia nacional para que no merezcan ser tratados con toda detención.

    Para formar mi relación, he reunido todo cuanto se ha escrito sobre aquellos sucesos, una multitud de documentos contemporáneos públicos y privados, los impresos de la época y las relaciones, memorias y diarios de algunos jefes y oficiales de ambos bandos; y he consultado el testimonio de muchos testigos y actores en aquellos acontecimientos. En estas fuentes he tomado todos los pormenores que contiene mi memoria, y los he escrito tal como los encontraba en los documentos, sin pretender siquiera adornarlos con las galas del estilo.

    En seguida de la memoria, van publicados los documentos que he creído más importantes para el completo conocimiento de aquellos sucesos.

    Introducción

    Excmo. señor patrono de la universidad:

    Señores:

    La primera campaña de nuestra independencia no fue la guerra de los oprimidos contra los opresores. Chilenos eran los soldados de los dos ejércitos, chilenos sus oficiales, y apenas habría un centenar de españoles distribuidos en las filas de los dos combatientes. Hubo provincias enteras de nuestro propio territorio que suministraron sus recursos a los enemigos de la independencia nacional, que les proporcionaron dinero y soldados, y que combatieron entonces y más tarde por la causa del rey de España, hasta hacer los últimos esfuerzos.

    La apartada provincia de Chiloé simboliza en nuestra historia ese espíritu de acendrada fidelidad. La independencia americana, proclamada y sostenida en las colonias españolas del Nuevo Mundo en el segundo decenio de este siglo, no halló al principio eco alguno en aquellas islas, y más tarde encontró en sus habitantes los más tenaces y decididos enemigos. En sus pueblos se organizaron los primeros cuerpos con que los partidarios de España quisieron someternos de nuevo al coloniaje. De allí salieron frecuentes y numerosos refuerzos para auxiliar al ejército realista. Cuando fue necesario emprender la conquista de aquella provincia, se opuso en ella una tenaz resistencia al pabellón chileno.

    Este curioso fenómeno, que a primera vista pudiera parecer extraordinario, tiene para el observador una explicación sencilla y lógica cuando se examinan los antecedentes históricos de Chiloé y su aislamiento, producido por su situación geográfica y por el estado de sus relaciones sociales con las otras provincias de América durante la dominación colonial.

    Cuando se hicieron sentir en la América española los primeros síntomas revolucionarios, encontrábase aquella provincia en un estado social de inmenso atraso, aun comparado con las otras colonias que hasta entonces vivían sumidas en la ignorancia y en la estagnación. Sus habitantes eran pobres e ignorantes, y su industria en gran manera reducida. Las rentas públicas no bastaban para el pago de sueldos del gobierno político y militar de la provincia. Sus pobladores carecían de muchos de los primeros elementos de civilización: no conocían siquiera el arado para cultivar sus campos ni la sierra para cortar los árboles de sus bosques, que formaban la principal fuente de su riqueza.

    A prolongar este estado de atraso contribuía eficazmente la falta de medios de comunicación con las colonias del continente, que alcanzaban a gozar de algunas de las luces de una civilización harto más avanzada. Tres o cuatro naves, que se acercaban a sus costas en los meses de verano, constituían el único vehículo de comercio con las demás provincias hermanas y el solo medio de comunicación con ellas y con la madre patria.

    Desde mediados del último siglo, por otra parte, aquella provincia había sido arrancada de la Capitanía General de Chile a que parecía naturalmente ligada por su situación geográfica, los antecedentes de su conquista y sus intereses morales e industriales, para ser incorporada al apartado virreinato del Perú. Chiloé está a nuestras puertas: sus habitantes eran chilenos por origen, porque sus antepasados, indígenas y españoles, habían salido de nuestro territorio; pero un simple mandato de la metrópoli vino a cortar definitivamente los vínculos que lo ligaban a Chile. Los virreyes del Perú, por su parte, trabajaron muy poco para sacar a aquella provincia de la postración en que yacía: fundaron una plaza militar, levantaron fuertes y construyeron baterías, pero nada hicieron para procurar su adelanto moral e industrial. En vez de establecer escuelas y colegios, de abrir vías de comunicación, de dictar reglamentos útiles y saludables y de procurar el desarrollo de la industria, los delegados del rey de España se contentaron con mandar misioneros a predicar la religión a aquellas gentes, naturalmente cristianas, reduciendo a Chiloé en un rincón segregado del mundo, ajeno al movimiento político, intelectual y social, que se iniciaba en las otras provincias españolas.

    Las colonias, decía proféticamente Turgot en 1750, son como las frutas que permanecen en el árbol hasta que maduran: cuando se bastan a sí mismas, hacen lo que hizo Cartago y lo que hará la América. Pero la provincia de Chiloé distaba mucho de haber llegado en 1810 a ese estado de madurez. La noticia de los primeros síntomas revolucionarios en las colonias españolas, llegó a aquel centro de paz y aislamiento trasmitida por los enemigos de la insurrección, y acompañada de comentarios muy poco favorables para los autores del movimiento. Los facciosos de Chile y Buenos Aires, decía el virrey del Perú, no saben lo que hacen ni a dónde van a parar. Dos o tres malvados los dirigen para elevarse; y ellos cambian de gobierno por ignorancia y sin comprender que se hacen culpables del atroz delito de infidelidad.

    Los sencillos habitantes de Chiloé creyeron todo esto. En vez de abrazar la causa de la revolución, que había de producir tan importantes cambios en aquella provincia, ellos se mantuvieron fieles a la dominación española, miraron con mal ojo los trastornos gubernativos efectuados en las colonias del continente y se declararon más tarde en decididos partidarios de los opresores de Chile.

    Vosotros sabréis con cuánta eficacia sirvió el archipiélago a los antiguos señores de la América. Aquella provincia pobre, mal poblada, sustraída al calor y a las pasiones del movimiento revolucionario de la época, hizo entonces mucho más de lo que se podía esperar de ella. Presentó más de 200 000 pesos para preparar la reconquista de Chile, y en menos de un año puso sobre las armas la vigésima parte de su población. Vosotros apreciaréis debidamente este singular esfuerzo, cuando recordéis que solo la Francia republicana, en medio del entusiasmo febril de 1792 y 1793, cuando cubrió sus fronteras con sus catorce ejércitos, ha hecho un esfuerzo igual, armando también a la vigésima parte de sus habitantes.

    Los cuerpos chilotes constituyeron la principal base del ejército realista que invadió a Chile en 1818. Ellos pelearon con valor y decisión en cien combates, sufrieron privaciones y fatigas de todo género, sin recibir sueldo ni recompensa, y fueron más tarde al Perú a someter a los insurgentes del Cuzco. Por una amplificación, que explica muy bien la importancia de los servicios que esos batallones prestaron entonces a la causa del rey, los documentos públicos de aquella época daban el apodo de ejército chilote al que mandaban los jefes españoles.

    No es este el momento de recordaros las peripecias de esa gloriosa y prolongada guerra que nos dio independencia y patria. Después de infinitos combates, la república libre y vencedora, paseó en triunfo sus soldados hasta más allá de la capital del virreinato del Perú y dominó con sus naves el anchuroso Pacífico. Orgullosa con las recientes glorias conquistadas en la tierra y en el mar, en el Perú y en Chile, regida por eminentes capitanes, fuerte y poderosa, la nación chilena comenzó al fin a realizar sus destinos de pueblo independiente.

    Entonces todavía ese grupo de islas que tan eficazmente había servido a la causa de España, se negaba a reconocer nuestra independencia y a incorporarse en el territorio de la república. El archipiélago de Chiloé, reducido a los recursos de sus islas, sin auxilio extraño, se había bastado a sí mismo para servir de foco por más de diez años consecutivos a la guerra desoladora de que fue teatro nuestro territorio. Todo lo que los chilenos habían hecho en gran escala con los recursos de su país, lo hicieron también los pobladores de Chiloé con los auxilios que le presentaban sus aisladas rocas. Lo que ejecutaron nuestros padres con sus ejércitos, ellos lo hicieron con sus guerrillas; lo que aquellos obtuvieron con sus naves, lo intentaron estos con débiles barquichuelos; los triunfos que debían los primeros a su denuedo y a su táctica, los alcanzaban los segundos con su admirable constancia y con su porfiada fidelidad.

    Así pues, señores, mientras nuestros generales llevaban la guerra al suelo extranjero, el archipiélago de Chiloé la mantenía en nuestro propio territorio, auxiliando y fomentando a los audaces caudillos que, constituyéndose en defensores de los derechos del rey de España, sostenían la lucha en las fronteras meridionales de Chile. Mientras la escuadra nacional limpiaba las costas del Pacífico de las formidables expediciones que mandaba la España, un puñado de pescadores ponía atajo a nuestras conquistas y amenazaba seriamente nuestro comercio, armando corsarios que recorrían nuestros mares. Mientras la república se constituía y se organizaba, quedaba todavía en su propio recinto un pedazo de la monarquía española que mantenía la guerra en nuestro territorio y que amenazaba nuestras costas.

    Chile no temía ya a la España, que a la sazón estaba muy preocupada con los trastornos y revoluciones que la destrozaban en el interior, pero tenía mil razones para temer a Chiloé. La independencia, que había avasallado a la metrópoli, se veía amagada por una fracción de las antiguas colonias. Las nuevas expediciones peninsulares, por otra parte, podían encontrar más tarde en aquellas islas un importante punto de apoyo para recomenzar sus operaciones militares de invasión y de conquista, y para turbar la tranquilidad de las repúblicas riberanas del Pacífico. No podía ocultársele a España la importancia militar del archipiélago para una empresa de esta especie: desde fines del último siglo, un entendido geógrafo español, don José de Moraleda, la había manifestado palmariamente. La situación natural de la isla de Chiloé, decía este, la hace ser la posición marítima más ventajosa de todas las costas de Chile y el Perú.

    Todo esto lo sabían los hombres que dieron cima a la revolución chilena. La conquista de Chiloé, decía el supremo director don Bernardo O’Higgins, es el complemento necesario e indispensable de la independencia nacional: sin ella siempre tendremos que temer algo de los partidarios del rey de España. Mientras el archipiélago formase parte de la monarquía española, en efecto, nuestras costas habrían estado amenazadas por los corsarios realistas, al mismo tiempo que los bandidos, que con el nombre de defensores de los derechos del rey, turbaban la tranquilidad interior de la república, habrían podido recibir auxilios y refuerzos de aquellas islas, para continuar asolando nuestro propio territorio, y llamando la atención del poderoso ejército que se empleaba para combatirlo. Aseguradas nuestras fronteras con la incorporación de Chiloé, decía el sucesor de O’Higgins, el general don Ramón Freire, bastará un corto número de tropas veteranas para defender nuestra seguridad interior: y en proporción que disminuya el influjo militar, y se alivien las atenciones de la hacienda pública, podrán destinarse sus fondos a objetos capaces de hacer sentir los altos bienes que nos hemos propuesto en la revolución, y que reparen los sacrificios de esta agitada y terrible alternativa de una lucha de tantos años.

    Era pues de imperiosa y urgente necesidad desvanecer esa sombra que oscurecía el sendero por donde íbamos a marchar a nuestra organización social, y cortar con el plomo y el acero los últimos eslabones de la cadena que nos tuvo amarrados a la monarquía española. Tal fue, señores, la misión de las dos expediciones libertadoras, cuyos principales hechos de armas veréis imperfectamente bosquejados en esta memoria. En ella encontraréis la narración de batallas sangrientas y gloriosas, y veréis reproducidos en ambos combatientes los admirables rasgos de valor y de constancia que los señalaron en la prolongada lucha que sostuvieron nuestros padres. Los mismos soldados que pelearon en ambas filas en Chillán y en Rancagua, se ven todavía unos en frente de otros en las ciénagas de Mocopulli y en las alturas de Pudeto: los marinos que asaltaron la Esmeralda en la bahía del Callao son dignos de medirse con los defensores de los castillos de San Carlos y con los valientes pescadores que tripulaban las lanchas cañoneras de los realistas. El heroísmo de los chilenos no se desmintió en ningún conflicto de nuestra epopeya revolucionaria: la constancia de los chilotes para defender la autoridad del rey de España en el archipiélago no fue menos admirable. Ellos fueron los últimos en ceder, y cedieron solo a sus hermanos, a los chilenos, que les llevaban la civilización y la independencia. Por muy bien pagado de mis afanes e investigaciones, me daré yo, si en este corto ensayo he conseguido bosquejaros los caracteres más prominentes de aquella interesante lucha, y daros a conocer los sucesos y los hombres.

    El episodio de la conquista de Chiloé es altamente característico de nuestra historia y de nuestro espíritu nacional; en él resaltan las dos grandes cualidades que son los timbres más verdaderos de nuestro pueblo: la constancia y el valor. No leamos esas páginas de lucha como la narración escrita con el odio o el entusiasmo de un campamento enemigo sino como un ejemplo fecundo y brillante de la energía nacional. ¡Quiera Dios, señores, que los hombres destinados a regir la república no desatiendan esos ejemplos y que sepan dirigir por buen camino las dotes que distinguen el carácter chileno!

    Cuando al través de las sombras del pasado busquemos en el horizonte nuestro porvenir, dirijamos, señores, la vista hacia ese grupo de islas y recordemos sus antecedentes históricos y geográficos. En

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