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Cuéntame: Historias Educativas Y Entretenidas
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Libro electrónico363 páginas5 horas

Cuéntame: Historias Educativas Y Entretenidas

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Información de este libro electrónico

Cuntame is a book with 50 motivatingshort stories in Spanish with diverse themes of great interest that are educational and entertaining. They include guiding morals tolive by, practical and instructive ways to enrich oneself on a personal level,and promotehealthy, positiverelationships withour fellow man. The stories incite people of all ages to live their lives to the full and benefit from all their experiences.

IdiomaEspañol
EditorialXlibris US
Fecha de lanzamiento23 oct 2012
ISBN9781479713653
Cuéntame: Historias Educativas Y Entretenidas
Autor

John Westphal

John Westphal, profesor de español por 37 años consiguió la maestría en Literatura Española y Psicopedagogía. Su esposa Carmen es de Valencia, España. Su formación académica en pedagogía, psicología y la ética profesional, junto con sus observaciones y tratos con su familia, los adolescentes y adultos durante su experiencia docente han influido mucho en su vida y sus obras literarias. Su libro “Cuéntame” es una recopilación de historias motivadoras de diversos temas de interés que educan y entretienen. Incluyen moralejas por las que regirse y maneras prácticas e instructivas para enriquecerse a nivel personal y fomentar mejores relaciones con el prójimo. A la vez invitan a disfrutar de la vida, vivir intensamente y sacar el máximo partido de nuestra existencia.

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    Cuéntame - John Westphal

    Copyright © 2012 by John Westphal.

    ISBN:      Softcover      978-1-4797-1364-6

          Ebook      978-1-4797-1365-3

    All rights reserved. No part of this book may be reproduced or transmitted in any form or by any means, electronic or mechanical, including photocopying, recording, or by any information storage and retrieval system, without permission in writing from the copyright owner.

    This is a work of fiction. Names, characters, places and incidents either are the product of the author’s imagination or are used fictitiously, and any resemblance to any actual persons, living or dead, events, or locales is entirely coincidental.

    To order additional copies of this book, contact:

    Xlibris Corporation

    1-888-795-4274

    www.Xlibris.com

    118374

    Índice

    Las normas de cortesía

    Tensión agravada

    El árbol de los problemas

    Amor y Años

    Compañías mortíferas

    Una mujer de principios

    Una sabiduría superior

    Sin arroz no hay paella

    Hoy Mismo

    La Familia Fulano

    Camacho y el petirrojo

    Don Quijote en el siglo veinte y uno

    ¡El poder de las palabras!

    Una amistad superficial

    Nosotros sí...

    La dichosa y abominable confianza

    Sobradas opiniones

    Asamblea diabólica

    Trío de damas con dos reyes

    ¡Te alegrarás de haberlo hecho!

    ¡La niñera me hizo hacerlo!

    Una ejemplar ética animal

    Un corto viaje juntos

    ¿Quién es mi prójimo?

    Dulces Sueños

    Un enemigo escondido

    Peor tarde que nunca

    La Honestidad

    Una lección de gramática

    ¡Las pequeñas gran victorias!

    La elección de vida o muerte

    La mentira piadosa

    Amor propio intacto

    La no tan dulce venganza

    Verlo todo en su justa medida

    ¡No no papá!

    Más fuerte que un roble

    Los Juegos Olímpicos

    ¡No te pierdas una buena!

    Oye papá, ¿Quieres dejarme en paz?

    Las obras son amores, que no buenas razones

    El poder del perdón

    Omar por fuera y Pepe por dentro

    Un amor ciego con vista

    Un escarmiento que no vino al pelo...

    Diez o Noventa

    Retractación a tiempo

    Reputación empañada

    Un Amor Perdido

    Una búsqueda fructuosa

    Estimo conveniente agradecer públicamente el apoyo e inspiración de Carmen, Joe, Mike, Jessica y nuestro perro Nacho. Su cariño, sentido de humor y las lecciones de la vida que aprendo de ellos me han incitado a redactar y compartir mis pensamientos y conocimiento con los lectores de esta publicación. Dedico el libro a mi querida esposa Carmen quien es el amor de mi vida y mi fuerza motriz para seguir adelante con ahínco y denuedo.

    Las normas de cortesía

    ¿Quién es?

    Soy Homero.

    Abro en seguida.

    Oye Lutero. Lamento mucho presentarme aquí tan a deshora, pero...¡Ay! ¡Estáis cenando!

    ¡No importa hombre! Adelante. Pasa que hace fresco afuera. Siempre nos agrada que vengas a visitarnos. Sabes de sobra que estás en tu casa.

    Agradezco la cariñosa acogida que recibo de vosotros. No te voy a entretener más de un minuto. Vengo a daros un pequeño obsequio por haber cuidado de nuestro hijo Alfonso anoche.

    Pero, ¿Qué es esto? ¡Veinte euros! ¡No! ¡No voy a aceptar dinero por algo que hicimos de puro corazón y con mucho gusto! ¡Bajo ningún concepto! Es evidente tu estimable gratitud pero de dinero nada y se acabó.

    ¡Por favor Lutero! Es lo mínimo que se nos ha ocurrido a sabiendas de que ha sido un cierto sacrificio de vuestra parte tener que encargaros del travieso de Alfonso por ocho horas crueles sin ningún respiro.

    ¡Por Dios Homero! Alfonso es un chaval estupendo, y mis hijos lo pasaron bomba con él. ¡Déjate de tonterías con lo de los veinte euros!

    Lutero se los devolvió a Homero.

    De acuerdo. ¡Me los quedo! Gracias por llevarme la contraria y buenas noches.

    ¡Cómo que te los quedas! ¡No te vayas todavía! ¿No viniste tú en plan de deshacerte de ellos por el generoso servicio que os brindamos anoche?

    Lutero, acabas de decirme que no ha sido ningún inconveniente, y si la memoria no me falla, no te volviste nada loco por el billete turquesa.

    ¡Son normas de cortesía Homero!

    ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Pues tu hipocresía te ha costado una grata recompensa hijo mío!

    ¡Los veinte euros nos pertenecen a nosotros y exijo que nos los entregues ahora mismo!

    ¡Ni hablar de peluquín! ¡Mi fingida generosidad no era de despreciarse, pero la rechazaste a tu entera satisfacción, y a lo hecho pecho!

    ¿Qué es eso de fingida generosidad?

    ¡Ay, Lutero mío! ¡Qué bien te percatas de mi llaneza! Te felicito. En el momento que diste rienda suelta a tus impulsos poco vigilados y no aceptaste el dinero, eché a un lado las odiosas normas de cortesía, en este caso mi fingida generosidad, y gracias a una celestial racha de sinceridad te solté lo que anhelaba con todas mis entrañas; ¡Me los quedo! Por añadidura te confieso que ni siquiera era mi intención propinártelos. Mi esposa me trajo aquí en coche e insistió en que protagonizara este deplorable acto de fariseísmo. Afortunadamente lo he superado y celebro el notable paso mío hacia la perfección del hombre.

    ¡Homero, jamás he pensado que...!

    ¡Aciertas de nuevo Lutero en que jamás has pensado! ¡Qué gusto decir la verdad!, ¿verdad? ¡Y dicen que todo lo bueno en esta vida es pecado o engorda! ¡Vaya equivocación!

    ¡Qué sinvergüenza eres! Sin ninguna consideración o respeto, pero con mucha educación te digo que eres un imbécil de nacimiento y un pesado insoportable por llamar a la puerta a la hora de cenar. ¡Disfrutaba de lo lindo de los espaguetis, y no sabes cuantas palabrotas entraron en el mundo cuando sonó el timbre!

    ¡Otra vez te dejaste intimidar por las malditas normas de cortesía!

    ¡Granuja! ¡Te voy a abrir la cabeza...!

    Si abres la tuya al mismo tiempo verás la gran diferencia de sesos que te va a provocar una envidia de las que no te menees. Oye Lutero, ¿Has dicho que comías espaguetis? Me derrito delante de ellos de lo buenos que son. No seas tan roñoso como siempre y dame un bocado o una pequeña ración porque me muero de hambre. ¡Anda! ¡Esta franqueza me está gustando!

    ¡Qué cara más dura tienes! ¡Nadie te ha invitado a cenar aquí!

    Lutero, según las normas de cortesía tu obligación es preguntarme si me apetece tomar algo o cenar con vosotros. Y yo, de acuerdo con las normas de gentileza no escritas pero entendidas y observadas, me toca responder que no puedo porque mi esposa me espera en el coche y ya tiene la cena preparada en casa. Otra norma de cortesía de mi parte sería darte las gracias de todas maneras. Te digo Lutero que de ahora en adelante voy a estar muy por encima de las asquerosas reglas de la sociedad con su etiqueta cursi, y seré más directo hablando sin pelos en la lengua. Bien. ¿Me vas a dar de comer o no? ¡Y date prisa con la respuesta o la comida porque mi coche está en marcha y estoy gastando gasolina!

    ¡Fuera de aquí, que no puedo más con tu descarada insolencia!

    Antes de que Lutero pudiera pegarle una soberana castaña, lo que era su único deseo en ese momento, Homero se escabulló por la puerta y la cerró de golpe en sus narices.

    Mientras bajaba la escalera Homero le gritó, Las normas de cortesía dictaban que me acompañaras con amabilidad a la puerta, pero te dejé escapar de esa pauta inhibidora. ¡Me voy porque tu hospitalidad no me convence nada! ¡Menuda limpieza de conciencia la mía!

    Lutero abrió la puerta con fuerza y le contestó;

    ¡Tú no te vas! ¡Yo te echo! ¡Y para que sepas, cuidar de tu torpe y endemoniado hijo anoche estropeó por completo nuestros planes!

    Desde el pie de la escalera Homero le envió el último intercambio de acosos y abusos verbales;

    ¡Pobre crío! ¡Me refiero a ti canalla miserable! ¡Cómo te sometes al látigo de las sagradas normas de cortesía! ¡Por lo menos te vas espabilando algo con tus amenazas y gritos! En fin, te doy mis más profundas gracias por tu benévola terquedad en cuanto a los veinte euros. Los tengo bien guardados en mi mano. ¿Los ves tú? Diré la verdad a mi esposa que te empeñaste en que me los quedara. ¡Ahora mi confidente a partir de ahora menos o nada habitual, te digo que las latosas normas de caballerosidad me obligarían a que mandara muchos recuerdos para toda tu familia y que me despidiera de ti, pero no me da la realísima gana! ¡Te aguantas!

    Homero se esfumó de prisa para evitar un derramamiento de sangre. Se subió al coche y pidió a su esposa que pasara por la casa de Pío porque urgía dejarle un recado.

    Homero subió al ascensor y tocó el timbre.

    ¿Quién es?

    Soy Homero.

    Hola amigo. ¿Qué tal? ¡Pasa! ¡Pasa! Estamos cenando. ¿Te apetece tomar algo o comer una cosita?

    ¿Qué pone tu mujer?

    ¡Mi esposa ha preparado un estofado riquísimo! ¡Pruébalo y verás!

    ¡Ni hablar! ¡Odio el estofado! ¡Me da gases y me repite toda la noche! ¡Además, tu esposa Clara no va a ganar ningún premio en la cocina!

    ¿Qué dices Homero?

    ¡No me ando con rodeos Pío! La torpeza de tu esposa en la cocina es algo aparte de momento. Confío en que te acuerdes de los cien euros que te presté hace un mes.

    ¡Sí, claro!

    En primer lugar, te mentí cuando te dije que te los presté de buena gana. Si quieres que te diga la verdad, jamás quería prestártelos, pero lo hecho, hecho está. No te cabrees y no te impresiones demasiado. Solo me limito a expresarte mis sinceros sentimientos, suprimiendo por completo las condenadas normas de cortesía. En segundo lugar, no te especifiqué un plazo fijo de tiempo para devolverme el dinero. Ahora especifico. Dispones de cuarenta y ocho horas, contadas a partir de la presentación de esta denuncia verbal. De no efectuarse el pago, se van a intensificar las exigencias y las repercusiones, porque te va a caer encima mi deplorable mal genio. Nos vemos en dos días. ¡Pío, no te puedes imaginar lo maravilloso que me siento de haberme impuesto así sobre ti sin reparo alguno! ¡Hay pocos como yo! ¿No te parece?

    ¡Oye Homero, yo...!

    Antes de que se me olvide. Te doy permiso Pío para comer mi porción del estofado. Pero ¡Ojo! ¡Con el consumo elevado de cualquier plato de tu esposa te va a sobrevenir y arrasar una diarrea de campeonato!

    Homero regresó a su casa sumamente orgulloso de su nueva actitud ante el simulado y obligado comportamiento de los demás. Contó todo lo que sucedió a su esposa, quien se quedó muy asombrada.

    Escúchame Finita. Obedecer ciegamente e inclinarse ante las dichosas normas de cortesía no hace más que producir nerviosismo, hipocresía y personas vacías. Uno se reprime de expresar lo que de verdad le gustaría decir. Todo se acumula dentro y la propensión de estallar es aún mayor con tanto enmascarar y camuflar nuestros verdaderos sentimientos y pensamientos. ¡Caray! ¡Se ha hecho tarde! Oye Finita, ¿Me vas a traer como siempre antes de acostarme la leche caliente con miel y galletas? ¡Tu toque tan personal y cariñoso lo hace más dulce y sabroso!

    ¡No, mi media naranja! ¡No tienes ni idea cuanto me repugna sucumbir a esa fastidiosa rutina de esclavos noche tras noche! ¡Te lo preparas tú mismo! ¡Qué barbaridad! ¡Decir como de veras me siento es refrescante y me libera de mis inhibiciones! ¡Tenías razón Homero! Oye, ¿Cómo te hace sentir ahora cocerte en tu propia salsa? ¡Buenas noches guapo!

    Finita sonrió, le dio un besito en la mejilla y se fue a dormir, dejando plantado a su marido, cuya cara reflejaba una inequívoca perplejidad. Sabía que si todos siempre dijeran la verdad clara y desnuda, sin pelos en la lengua y sin disculparse, menudos chascos se llevaría la humanidad entera. Pero más que nada, Homero presentía que le resultaría mucho más cómodo, especialmente en su propia casa, atenerse a las abominables normas de cortesía.

    Tensión agravada

    ¿Por qué lo hice? ¿Por qué se me ocurrió entrar a robar en la casa de mi vecina? ¿Qué estaba pensando? ¡Qué falta tan garrafal! ¡Qué desatino! ¡Qué burrada! Rompí la cerradura de la puerta trasera y entré. ¡No vi a nadie! ¡Eché un vistazo rápido pero no hice nada más! Por lo menos me di cuenta de lo tonto que fui y salí en seguida. ¿Dejé algún tipo de rastro? ¿Mis huellas digitales están en el pomo de la puerta? ¿Me vio alguien entrar o salir? ¡Nadie va a creer que no hice nada en la casa! ¿Es el mero hecho de entrar en el hogar de alguien sin su permiso un crimen de robo? ¡Seguro que lo van a considerar allanamiento de morada! ¡Cuánto me gustaría poder revivir la última hora de mi vida! No habría hecho lo que hice. ¡Qué rápido está latiendo mi corazón! ¡Ay! Si me pillan y me meten en la cárcel, será por imbécil más que por ladrón.

    Isaac puso la radio para tranquilizarse y distraerse un poco. Las noticias más destacadas de la radio La Movida 1480 son: Alonso Torres se escapó esta mañana de la cárcel aquí en Orlando. Las autoridades piensan que se está escondiendo en el barrio Norte. Se supone que porta armas y es extremadamente peligroso. Les ponemos a los habitantes del barrio Norte sobre aviso sobre este acontecimiento. Les aconsejamos a todos que cierren con llave sus puertas. La policía...

    ¡Es mi barrio! ¿Dejé la puerta de mi vecina la señora Pons abierta? Bueno, rompí la cerradura y no se podía cerrar con llave de todos modos. De eso no me preocupo ahora. Ya sé como se siente ese Alonso Torres. ¡Él huye de la ley como yo! ¡Los dos somos fugitivos y ni él ni yo queremos ser descubiertos!

    De repente se oyeron sirenas de varios coches patrullas de policía. Isaac comenzó a temblar.

    ¿Ya vienen por mí? ¿Ya saben que soy un criminal que se da a la fuga? No me muevo de mi casa ahora. Si me marcho a la calle van a sospechar algo. Me quedo quieto aquí. Esto no puede ser. Es todo una pesadilla. Unos momentos temerarios e irreflexivos me van a costar años de cárcel si me pillan. ¿Qué es más probable, que me cojan y enjuicien o que salga impune y pase desapercibido? ¿Hasta qué punto se empeñan en buscar y encontrar a alguien como yo? ¡Me van a tachar de ladrón pase lo que pase!

    Se oyeron más sirenas en la dirección de la casa donde forzó la entrada Isaac. Estaba solamente a unas manzanas de su casa. Isaac se puso más nervioso aún. No sabía que hacer. Estaba seguro que la señora Pons había vuelto a casa, halló la puerta como la dejó él, y llamó a la policía, los primeros pasos para acorralarlo y poner fin definitivo a su libertad.

    Isaac empezó a andar de acá para allá por toda la casa. Puso un poco de música para calmar los nervios. No había nada o nadie que le consolara o le convenciera de que todo iba a salir bien. Se vio atrapado como un toro en el corral, minutos antes de su desenlace trágico en la plaza de toros. Pero el toro no sabía lo que le esperaba ¡Él sí! El toro anda confundido y ajeno a la tortura inminente. Isaac se imaginaba todo el penoso y nefasto procedimiento, lo cual le producía una profunda angustia.

    Se tumbó al suelo y respiró hondo por un minuto. El mareo le obligó a levantarse y se dirigió hacia le ventana para echar un vistazo a los acontecimientos de afuera. Descubrió con horror que la policía iba de casa en casa, tocando a las puertas de los propietarios. Isaac sabía que dentro de poco forzosamente iba a tener que afrontar lo inevitable.

    Para Isaac, su destino estaba ya determinado y sellado. Una agobiante e insufrible histeria se apoderaba de su entero ser que le dejaba casi inmóvil. Una voz poco convincente y endeble dentro de él le murmuraba que intentara librarse de este suplicio y ejecución adelantada costara lo que costara. Los efectos debilitantes de su tensión nerviosa no se lo consentían, y decidió encararse pronto con la autoridad despiadada.

    Se sentó en la mecedora con la cabeza colgando hacia abajo, como si le hubiera invadido una incurable depresión. Pasaron segundos y minutos que le parecieron interminables. Por fin sonó el timbre de la puerta.

    Isaac se puso más pálido. Le sobrevino un sudor frío y su cuerpo entero se le entumeció. El momento del enfrentamiento ineludible había llegado. Se levantó con dificultad, y cojeó tambaleando hasta la puerta.

    Abrió la puerta y dos policías se presentaron con un porte serio pero respetuoso.

    Buenas tardes, dijeron los dos policías.

    Buenas tardes, respondió Isaac medio afónico.

    ¿Podemos hablar con ud. un momento?

    ¡Claro que sí! Pasen, replicó Isaac con un tono resignado y vencido. Siéntense y acomódense a su gusto. ¿Puedo traerles algo de beber?

    No gracias. Ud. es muy amable. Nos gustaría hacerle algunas preguntas sobre algo que ocurrió en este barrio cerca de aquí esta tarde.

    El nudo en la garganta de Isaac parecía hincharse y le asfixiaba al tratar de hablar.

    ¡Adelante con las preguntas! Estoy a su disposición.

    ¿Dónde estaba ud. hoy, o sea, desde que se levantó hasta ahora?

    Me levanté a eso de las ocho de la mañana y desayuné. Me duché y me puse a trabajar. Trabajo aquí en mi casa. Hablo por teléfono mucho con los clientes de la empresa y uso el ordenador bastante.

    ¿Estuvo aquí en casa todo el día?

    .

    ¿No salió ud. de la casa ni una vez?

    Isaac sabía que tenía que medir el alcance de sus palabras sin meter la pata y sin ofrecer demasiada información sobre su paradero. Pensaba que si dijera que no había salido para nada, era posible que alguien lo hubiera visto por la calle, y eso comprometería cualquier coartada que alegara.

    Para decirles la verdad, salí un rato para dar una vuelta por aquí para estirar las piernas un poco por unos quince minutos, dijo Isaac con un poco más de confianza y calma.

    ¿A qué hora salió ud. a pasear?

    Entre la una y media y las dos menos cuarto.

    ¿Y vio ud. algo sospechoso, o notó algo raro o fuera de serie?

    Pues, no. Después de caminar volví a la casa y llevo varias horas trabajando.

    ¿Seguro que no vio ud. a nadie o nada fuera de lo común?, preguntó con más insistencia uno de los policías.

    "¡No! replicó Isaac con mucha cortesía, pero agotado y con muchas ganas de terminar el interrogatorio.

    ¿Le importaría a ud. darme los números de teléfono de las personas con quienes habló esta tarde?, preguntó la policía.

    ¡Claro que sí! Con mucho gusto, dijo Isaac, sabiendo que las preguntas más duras y directas aún faltaban. Empezó a sudar un poquito más, y para no alargar tanta letanía de preguntas y apresurar la marcha del proceso obligatorio se atrevió a preguntar,

    ¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué ocurrió y por qué me hacen uds.tantas preguntas a mí?

    ¡A eso vamos! ¿Conoce ud. a la señora Silvia Pons, una vecina suya que vive cerca de aquí?

    Con esa pregunta Isaac se sumió en una total y arrolladora desesperación. Las lágrimas que urgían brotar de sus ojos le escocían, y sentía que se le iba a trabar la lengua al hablar. Tenía que salvar las apariencias y no permitir que ningún aspecto físico le delatara y provocara su ruina que ya estaba a las puertas. Reunió todas las fuerzas posibles para contestar y dijo,

    ¡No! Bueno, sí, he oído hablar de ella. La verdad es que no la conozco muy bien, balbuceaba Isaac, sabiendo que el último empujón por el precipicio ya venía.

    Por lo visto, alguien hoy entró en la casa de la señora Pons y...

    ¡No me atormenten más!, gritó Isaac. ¡Esto me va a enloquecer! ¡No puedo más! ¡Sé que uds. me van a atosigar y presionar con un torrente de preguntas hasta arrancar la verdad de mis entrañas! ¡Ser preso en la cárcel será más tolerable que esta agonía! ¡Sí, fui yo quien entró en la casa de la señora Pons! ¡Entré yo esta tarde por la puerta trasera! ¡Entré yo solo! ¿Qué pista les di? ¿Cuál fue el error principal que cometí para que me descubrieran? ¿O quién me traicionó para que uds. se abalanzaran sobre mí sin piedad alguna? Si, yo...!"

    Entonces, ¿Dónde está el arma? ¿Dónde está la pistola que usó ud. para matar a la señora Pons?, preguntó un policía asombrado por la repentina y totalmente inesperada confesión. Bien serio y con cierto enfado volvió a preguntar, ¿Dónde ha escondido ud. la pistola...?

    El árbol de los problemas

    Muchas veces las desgracias parecen venir encadenadas. Para empezar el día, a Ismael se le pinchó una rueda cuando iba a su trabajo. Llegó tarde y sus estudiantes durante diez minutos quedaron sin supervisión y estalló una pelea entre dos chicas. Ismael tenía que dar explicaciones al director, quien le regañaba recalcando la importancia de avisar si se va a llegar tarde por cualquier razón para evitar situaciones problemáticas.

    Mientras Ismael impartía la lección en su segunda clase del día, un habitual alumno revoltoso hacía de las suyas distrayendo a los demás con un sin fin de despropósitos y una obvia falta de madurez. Cuando Ismael intervino para poner fin a sus travesuras el estudiante se puso en plan respondón y soltó una serie de palabrotas. Ismael se vio obligado a llamar al director para que viniera y le removiera al chico insolente del aula. Lo ocurrido le puso al pobre Ismael de mal humor.

    A la hora de comer los padres de una de sus estudiantes vinieron a la escuela para hablar con Ismael sobre el bajo rendimiento escolar de su hija en su clase, insinuando que la culpa era de él por no explicar bien la materia. Ismael tenía que atender todo ese follón y para colmo no le dio tiempo para comer. Pasó el resto del día enseñando con el estómago vacío y con los nervios de punta.

    Durante la última clase de la tarde Ismael pilló a un alumno copiando unas respuestas del examen de otra chica. El chico desmintió la acusación e Ismael llamó a sus padres para ponerles al tanto de la situación. Acudieron en seguida a la escuela e Ismael tuvo que quedarse más de una hora después de las clases para hablar con ellos y el joven culpable. El estudiante siguió negando los cargos y para la sorpresa de Ismael los padres se pusieron de parte de su hijo, afirmando con arrogancia que su angelito no miente nunca y jamás haría tal cosa tan despreciable e inmoral. Ismael replicó que tendrían que reunirse al día siguiente para zanjar el asunto con el director del instituto. Ismael salió de la escuela frustrado, enfadado y a punto de explotar.

    Otro eslabón se añadió a la cadena de desgracias de Ismael cuando su coche no arrancó y tenía que llamar a un colega para que lo llevara a su casa. Ismael se sumió en un hosco e insociable silencio, y no habló apenas en todo el camino a su casa.

    Al llegar a su hogar, Ismael le invitó a su compañero de trabajo a entrar y conocer a su familia. Al bajarse del coche Ismael sacó una percha de su maletín y la colgó alrededor de una de las ramas de un árbol al lado de la casa. Cuando abrió la puerta de su casa para entrar, Ismael experimentó una asombrosa y dramática transformación de un hombre derrotado, molido y decaído a un hombre feliz, risueño y lleno de energía vital. Abrazó a sus dos hijos y besó a su esposa girándola en redondo con mucha alegría. Habló a su familia con tanto entusiasmo y cariño que era como si hubiera pasado un día fenomenal.

    Tras las apropiadas presentaciones, charlaron un rato e Ismael acompañó a su amigo a su coche. Le venció por completo la curiosidad al otro profesor, y le preguntó a Ismael sobre lo de colgar la percha sobre la rama del árbol.

    ¡Es mi árbol de los problemas!, contestó Ismael. Sé que van a surgir contrariedades y disgustos en mi trabajo. Una cosa segura es que no consiento que los problemas entren en la casa conmigo y afecten y aflijan a mi esposa e hijos. Los cuelgo aquí en la rama del árbol todos los días cuando regreso a casa. Paso una noche estupenda con la familia, y por la mañana vuelvo a recogerlos. Te digo una cosa. A la mañana siguiente los problemas no parecen tan agobiantes y gravosos, y muchas veces no hay tantos como recuerdo haber colgado la noche anterior.

    Amor y Años

    Hace mucho tiempo vivían en una isla remota muchos adjetivos, sustantivos y sentimientos. Todos tenían sus personalidades distintas pero por lo general se llevaban muy bien. Un día un boletín meteorológico llamó la atención inmediata de todos los habitantes cuyo hogar estaba rodeado de agua. Anunciaron que una violenta tempestad de viento que soplaba en rachas de hasta doscientos ochenta kilómetros por hora fue detectada en el radar y venía derecha velozmente hacia ellos. Recomendaron encarecidamente que todos abandonaran la isla lo antes posible y buscaran refugio en tierra firme a unos treinta kilómetros al norte.

    Todos los adjetivos, sustantivos y sentimientos cargaron sus barquitos con sus pertenencias y se echaron a la mar. Amor se quedó para ayudar a todos a recoger sus cosas y efectuar una rápida y cómoda partida. Después de embarcarse Retraso, el penúltimo, Amor cogió sus pocas posesiones y se subió a su barquito. Puesto que no lo había usado mucho, se dio cuenta al meterlo en el agua de que tenía muchos agujeros. Sabía que no podía ir muy lejos así porque se hundiría en seguida.

    Amor decidió pedir ayuda a sus amigos al verlos pasar en sus barquitos. Ocupado le gritó del timón que estaba muy atareado con aprender y comprender toda la terminología náutica en su barquito y no iba a poder atenderle.

    Misericordia se encogió de hombros y vociferó que Lleno Amistad y Ternura ya estaban con ella en su barquito y ellos insistían en que no cabía nadie más.

    Ahora pasó Ansioso y se apresuró a decirle a Amor que tenía tantas ganas de llegar a tierra firme que le resultaba imposible parar y retardar su viaje.

    Amor solicitó ayuda a Tristeza. Ella lloraba tanto y le informó que estaba tan decaída que prefería estar sola.

    Amor creía que Madera vendría en su socorro pero negó con la cabeza y apuntó con el dedo que el agua entraba en el barquito debido a su peso. Le aseguró a Amor que con él a bordo el barquito no se mantendría a flote y los dos perecerían en el mar. ¡Lo primero es la seguridad mi amigo!, comentó Madera.

    Rico había escrito un rótulo que colgó de uno de los costados de su barquito para que lo viera Amor. Con todo el oro, plata y otras riquezas que he acumulado no hay sitio para ti. Lo lamento mucho.

    Bondadoso se compadecía de Amor al flotar cerca de la orilla. Con mucho cariño y sinceridad le contó que quería hacer honor a su nombre Bondadoso. Por eso iba a avisar a las autoridades en cuanto se pusiera a salvo para que vinieran a rescatarle.

    Amor estaba un poco desconcertado que hasta ahora nadie se brindara para ampararlo. De repente notó un olor muy fuerte. Giró la cabeza y pasaba el barquito de Perfume. Amor hizo un gesto con la mano para llamarle la atención pero ella estaba tan ajetreada perfumándose a sí misma y rociando de perfume la cubierta entera que ni siquiera lo vio y siguió de largo.

    Al reconocer el barquito de Celosa, Amor

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