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La gloria de enamorarte
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Libro electrónico177 páginas2 horas

La gloria de enamorarte

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Gloria espera algún día casarse y hacer una familia junto al hombre de sus sueños… por desgracia, luego de desperdiciar cinco años en una relación inútil, ahora que llegó a los treinta, siente que se ha quedado «para vestir santos».No obstante, su vida da un giro cuando consigue un nuevo puesto laboral en la ciudad de Querétaro y ahí se reencuentra
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 dic 2021
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    La gloria de enamorarte - Alan Flores

    La gloria de enamorarte.png4552.jpg

    Primera edición, 2019

    © 2019, Alan Flores Sánchez.

    © 2019, Par Tres Editores, S.A. de C.V.

    Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués,

    Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro.

    www.par-tres.com

    direccioneditorial@par-tres.com

    ISBN de la obra 978-607-8656-22-6

    Diseño de portada

    © 2019, Itzel Arzate.

    Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.

    Impreso en México • Printed in Mexico

    Alan Flores es un escritor mexicano nacido en el estado de Jalisco en el año de 1986. Desde que tiene memoria, le ha gustado contar historias, pero no fue hasta su etapa de preparatoria que comenzó a tomarse su pasión en serio.

    Pasó los siguientes años escribiendo historias, algunas incompletas que nunca vieron la luz y otras lograron captar interés mediante páginas de Internet, hasta que en 2012 decide buscar el profesionalismo en su pasión logrando, en 2014, publicar su primera novela: Pompós, a la que le siguió en 2016 La paz del zmeu – El encuentro.

    Actualmente escribe en su sitio web artículos respecto al mundo de la literatura, reseñas literarias y de vez en cuando cuentos, a la par que sigue trabajando en nuevas novelas de distintos géneros literarios.

    Capítulo I

    Hacia una nueva vida

    Sintió una leve sacudida producto de haber pasado sobre un tope a exceso de velocidad. La sacudida no fue lo bastante dura para causar daño, pero sí para despertar a los que iban dormidos, en especial a la persona que dormía en el asiento número veintiuno de aquel autobús.

    Parpadeó un poco, se quitó los audífonos y se estiró hasta donde le permitió la corpulencia de la persona que iba a su lado.

    Miró por la ventana pero fue en vano, ya que no podía ver nada aparte de su fantasmal reflejo y las luces rápidas de los vehículos que pasaban a gran velocidad en el carril contrario. Metió la mano a su bolso para sacar su smartphone, lo encendió con la intención de ver la hora y vio que eran casi las diez de la noche, su viaje de tan sólo cinco horas desde Guadalajara a Querétaro se alargó casi ocho horas.

    «Maldito regreso a clases», pensó furiosa. Si no fuera porque había mucha gente queriendo regresar a clases para la siguiente semana, ese sábado no hubiera habido tanto tráfico y ella no habría tenido que estar atrapada ocho horas en un autobús sentada al lado de un hombre que olía a que nunca en su vida escuchó de ese producto llamado desodorante.

    Pero tampoco es que hubiera tenido mucha elección: en su nuevo trabajo en Querétaro le requirieron que llegara con el pasaporte pues había la posibilidad de mandarla a Estados Unidos y en México, siendo el trámite tan estúpidamente burocrático, únicamente pudo agendar una cita para realizarlo el viernes anterior, así que viajar antes no era mucha opción.

    Continuó mirando la pantalla de su teléfono y se detuvo en la imagen que tenía de fondo de pantalla: era ella en la playa, en compañía de algunos de sus muchos sobrinos. Se tomó la foto unas semanas atrás cuando fue con algunos familiares a la playa para despedirse de su vieja vida antes de iniciar la nueva.

    Se miró en la foto: su altura inusual para una mujer, su largo cabello rubio, sus ojos verdes, su piel tostada (por lo general blanca, pero no pudo evitar broncearse por el sol en esos días) y por sobre todo, su sonrisa fingida. Se preguntó si alguno de sus familiares habría notado que estar rodeada de las familias de sus hermanas sólo hacía que el sufrimiento por el que pasaba en aquellos momentos fuera peor.

    Antes de irse a la playa tuvo un noviazgo bastante largo, nada más que cinco años, con un patán que respondía al nombre de Adolfo. Durante los primeros cuatro años de relación, se creyó la fachada de que era el hombre perfecto, que estaba ahorrando para casarse con ella y conseguir una casa donde vivirían juntos.

    Pero para cuando inició el quinto año de noviazgo, empezó a notar que Adolfo nada más le daba largas a las promesas de boda, así que comenzó a investigar y descubrió que su querido novio no sólo no había tenido un trabajo estable en los últimos cinco años, sino que además su mamá todavía lo mantenía y como cereza en el pastel, ella no era su única novia.

    Lo terminó en el acto sin que a él pareciera afectarle en lo más mínimo, pero para ella sí que fue un duro golpe: cinco años no pasan en balde y ya no era una jovencita, era una mujer de treinta años bien cumplidos, y es justo decir que los muchachos ya no buscan a una treintañera para formar una familia.

    «Debí haberle hecho como mis hermanas y dejar que un idiota me embarazara a los diecisiete años», se dijo casi por enésima vez ese verano.

    Aparte de ella, sus padres tuvieron cuatro hijas más: Carmen, Ana, Lucero y Flor, en ese orden y todas menores que ella. Y como si fuera una especie de maldición familiar, todas ellas salieron embarazadas a los diecisiete años con su consecuente boda. Ella deseaba casarse y tener una familia más que nada en la vida… pero no quería ser como sus hermanas, desperdiciando su juventud y viendo su vida limitada por cuidar niños.

    Por eso decidió que, antes de formar una familia, viviría su vida al máximo, vería hasta dónde podía llegar y así lo hizo: terminó la carrera de Licenciatura en Informática y consiguió un gran empleo en una compañía de consultoría en Guadalajara.

    No había conseguido un departamento en la ciudad y continuó viviendo en casa de sus padres, en la pequeña ciudad de Ocotlán, por orden de su papá: al hombre no le parecía bien que una señorita viviera sola en una ciudad como Guadalajara, y además, con Ocotlán estando a una hora de la capital del estado, ella podía ir y venir sin problemas en su propio auto. Y claro, durante ese tiempo conoció a Adolfo, con quien pensó que pasaría el resto de su vida hasta que… bueno…

    Tras el rompimiento con Adolfo se deprimió, pero su tristeza no duraría mucho, pues durante esa misma semana su jefe la llamó a su oficina. Resultó que la compañía había abierto una sucursal en Querétaro y querían que se fuera para allá en calidad de supervisora del área de atención al cliente de un proyecto relacionado a un banco de Estados Unidos. Harta de todo, aceptó en ese mismo momento.

    –¡Pero qué buena noticia mija! –dijo Alma, su madre, cuando les dio la noticia en casa–. Luego de lo que te hizo pasar Adolfo, igual y Dios te dio un cambio de aires para que encuentres lo que de verdad te mereces.

    Suspiró. Era cierto que todo se dio de forma demasiado conveniente, como si de verdad Dios hubiera dejado de lado su importante agenda para resolverle un poco la vida, ¿pero de verdad sería capaz de encontrar en Querétaro alguien que se interesara por una treintañera? Tal vez sería mejor resignarse y dedicar el resto de su vida a vestir santos.

    En ese momento sonó su celular con el tono que había designado para los mensajes de WhatsApp. Miró quién lo enviaba, era Paulo. El mensaje decía:

    ¿Por dónde vienes?

    Gruñó un poco ante la vista del mensaje, seleccionó en su teléfono el Google Maps y tras ver su ubicación contestó:

    Según Google estoy por San Juan del Río.

    Si no hay mucho tráfico, estás a una hora de distancia.

    Va, aquí te espero :).

    Contestó con un frío «Ok», guardó el teléfono de vuelta en su bolso y recargó la cabeza contra el cristal. Paulo era la persona con la que viviría por un tiempo al llegar a Querétaro.

    Hacía como veinte años, su madre había asistido a unas clases de cocina que se impartían en un club en Ocotlán y entre todas las demás mujeres que iban, su madre hizo buena amistad con una señora que tenía un hijo, Paulo, dos años menor que ella.

    En toda su vida, nunca conoció a un niño como Paulo; callado y cuando hablaba lo hacía tartamudeando, sin interés por los deportes y siempre cargando una libreta donde garabateaba cosas horribles que según el niño eran dibujos. Un niño de esos que son el blanco de las bromas de otros niños, o como se le dice hoy en día, bullying. Y al menos en las clases de cocina de sus madres, era ella la que se encargaba de hacer miserable la vida de Paulo.

    Pero dos años después se enteró de que la familia de Paulo estaba en Ocotlán por el padre de éste, pues el señor Vallejo era un médico que trabajaba para una compañía que abría centros de atención médica para familias de escasos recursos. Tras dos años en Ocotlán, el centro cuya apertura coordinó el señor Vallejo en esa ciudad estaba listo y lo siguiente era regresar a su oriunda Querétaro.

    Ella pasó los siguientes años sin hablar de o con Paulo, contrario a su mamá pues ambas madres se mantenían en contacto, al grado de que la familia Vallejo había asistido a las bodas de sus hermanas, aunque Paulo siempre brilló por su ausencia.

    Cuando se hizo oficial que se iría a vivir a Querétaro, lo primero que hizo su madre fue contactar a la mamá de Paulo para preguntar si podía ayudarle a conseguir alojamiento, pero rápidamente la madre de Paulo sugirió que, ya que Paulo vivía solo desde hacía un tiempo, igual y su hijo podría permitirle quedarse sin problemas en su casa hasta que ella encontrara departamento propio. Días más tarde, la madre de Paulo llamó e informó que su hijo no tenía problemas en tener a alguien más viviendo en su casa por un tiempo.

    Todo iba viento en popa, aunque ella tenía el horrible presentimiento de que toda esa situación era un complot de ambas madres para al fin tener nietos, pues por alguna misteriosa razón, Alma no dejaba de repetir que a sus veintiocho años, Paulo todavía estaba soltero y sin compromisos.

    Y eso era lo que más le molestaba de la perspectiva de

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