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El ojo de vidrio de mi abuelo: El ojo de vidrio de mi abuelo
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El ojo de vidrio de mi abuelo: El ojo de vidrio de mi abuelo
Libro electrónico61 páginas29 minutos

El ojo de vidrio de mi abuelo: El ojo de vidrio de mi abuelo

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Con imágenes densas y potentes, el narrador de este libro evoca con cariño su infancia al lado de su abuelo, un hombre con un ojo de vidrio; además cuenta la historia de seis niños abandonados por su madre. La prosa poética del autor convierte el ojo en símbolo de la mirada y la ceguera, de la lucidez y la locura, de la ambigua y misteriosa condici
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 ene 2022
ISBN9786076219591
El ojo de vidrio de mi abuelo: El ojo de vidrio de mi abuelo
Autor

Bartolomeu Campos de Queirós

Bartolomeu Campos de Queirós (Minas Gerais, Brasil) es autor de poesía y narrativa para niños y jóvenes. Vivió buena parte de su infancia en Minas Gerais con su abuelo materno. Pensaba que el lenguaje en los libros para niños no se debía restringir o empobrecer. Este libro es muestra de ello.

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    El ojo de vidrio de mi abuelo - Bartolomeu Campos de Queirós

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    Su ojo izquierdo era de vidrio, de vidrio azul claro. Parecía barnizado por una eterna noche. Mi abuelo veía la vida por la mitad, suponía yo sin hacer medias preguntas. Todo para él se resumía en un medio mundo. Pero veía la vida por completo. Yo sabía. Su mirada muchas veces se detenía como si todo estuviera en un mismo punto. Y lo estaba. Él nos concedía una sonrisa sutil con media comisura de los labios, como mofándose de nosotros. El pensamiento ve el mundo mejor que los ojos, intentaba yo justificar. El pensamiento atraviesa la corteza y alcanza el meollo de las cosas. Los ojos sólo acarician las superficies. Lo que toca aquello que está muy dentro de nosotros es la imaginación.

    Mi abuelo imagina siempre, creía yo. Pasaba las horas muertas dejando que el mundo lo invadiera por completo. Recibía esa visita sin asombro. Saboreaba el mundo con hambre antigua. Lo que su ojo de vidrio no veía, él lo imaginaba, e inventaba bonito, pues sus ojos eran del color del mar. Y todo mar es bello por ser demasiado grande. Todo cabe en su inmensidad: viajes, sueños, partidas, llegadas, zambullidas y ahogamientos. Hay que hablar del desasosiego que las aguas nos provocan. Nunca supe si mi abuelo conocía el mar. Su ciudad quedaba justo en medio de las minas. Sé que vivía entre un mar de montañas, un mar de hijos, un mar de pasión y un mar de dudas. Y no debía tener límite su mirada de vidrio. Parecía ver más allá de los océanos.

    Cuando permanecía delante de mi abuelo, me sentía apenas un niño ante sus ojos. Si alguien nos ve, nos multiplica. Pasamos a ser dos. Somos las dos niñas de sus ojos. Pero en la mirada de mi abuelo yo sólo podía ser uno. Y ser dos es tener un compañero de aventuras, otro hermano para vagabundear. Así, siempre es posible echarle la culpa al otro. Y él siempre disculpa. Toda persona es gemela de sí misma. Hay siempre otro escondido dentro de nosotros que nos vigila en silencio. Sólo aquellos que tienen una mirada de vidrio no reflejan eso. Mi abuelo me reducía, me hacía solitario. Yo me sentía único, huérfano, sin puertas de salida.

    Dicen que él viajó a São Paulo. En aquellos tiempos, São Paulo quedaba casi en otro país. Fue a comprar ese ojo que no veía. Jamás creyó que, en el país de los ciegos, el tuerto fuese rey. Venció largos días de carretera, polvo, barro, disfrazado de pirata, como si

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