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Se busca mujer
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Libro electrónico183 páginas3 horas

Se busca mujer

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La oferta de Baxter Ross era difícil de rechazar. Si Dee se decidía a casarse, él le pagaría una buena cantidad de dinero. ¿Qué tenía ella que perder? Era joven y no tenía ataduras.
Dee decidió seguir el plan de Baxter. No entendía por qué ese hombre tan atractivo necesitaba pagar por una novia...
Parecía como si a él nunca le hubiera faltado compañía femenina en el pasado. De todas formas, aquello sería temporal; al cabo de un año se divorciarían y ella quedaría libre de nuevo. Pero una gran atracción física estalló entre ellos...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 jun 2021
ISBN9788413756035
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    Se busca mujer - Alison Fraser

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 1997 Alison Fraser

    © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Se busca mujer, n.º 996 - junio 2021

    Título original: Bride Required

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1375-603-5

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    BAXTER estaba a punto de abandonar la búsqueda cuando encontró a la chica adecuada.

    Estaba sentada en un largo corredor que conectaba los andenes del metro. Buscó el habitual cartel donde pusiera que estaba hambrienta y sin hogar, pero no había ninguno. Estaba sentada y con la mirada fija en el suelo, tocando la flauta y sin hacer caso de si los que pasaban le dejaban alguna moneda o no.

    Pero seguía siendo una de ellos, de los desposeídos, del creciente ejército de los jóvenes en paro. Debía haberle sorprendido el número de ellos que había por las calles, pero sabía que Londres había cambiado en diez años. Y además, había visto cosas mucho peores en las calles de Addis Abeba y Mogotu.

    Más tarde, él se preguntaría por qué la había seleccionado a ella y lo cierto era que lo hacía por la primera impresión. La chica llevaba una chaqueta militar vieja, unos vaqueros igual de gastados, pero, por lo menos, razonablemente limpios. Era joven, pero no demasiado. La flauta que tocaba la colocaba un poco más alto en la escala, por encima de los simples pordioseros, pero seguía pareciendo suficientemente desesperada.

    El perro de la chica era otra cosa, un perro cobrador de pura raza y, al parecer, en perfecto estado de salud.

    Cuando se acercó, ni el perro ni la chica levantaron la mirada, ni siquiera cuando se inclinó y les dejó una libra en la caja.

    Baxter siguió caminando y sólo se detuvo cuando dobló una esquina y la miró desde allí. Lo cierto era que no era la clase de chica con la que él habría salido. Llevaba el cabello muy corto y tres aros de oro en una oreja, pero aquello no tenía importancia. Por lo menos no parecía una ladrona, que era más de lo que podía decir de algunas de las chicas que había visto ese día.

    Repasó lo que le iba a decir antes de volver sobre sus pasos y detenerse delante de ella.

    Dee tenía buena memoria para los zapatos. Después de todo, ¿qué otra cosa veía a lo largo del día? No se miraba a los que te daban limosna. No eran nadie. Terry le había dicho que, si empezaba a mirarlos a la cara, se creerían que eran alguien. Terry trabajaba en otra estación de metro, tocando la guitarra… muy mal.

    Así que fueron los zapatos lo que reconoció. Unas botas marrones. Acababan de pasar hacía unos cinco minutos y le habían dejado una libra en la caja. Ahora estaban de vuelta y no creía que fuera para admirar su virtuosismo con la flauta.

    Se resistió a mirar al dueño de esas botas y siguió tocando. Ya le había pasado antes. Eran tipos que querían probar sus posibilidades de ligar, que se imaginaban que querría ganar más dinero de otra manera. Siguió tocando, pero el tipo ese siguió donde estaba, esperando a que lo mirara.

    Cuando por fin lo miró, se quedó sorprendida.

    Se había esperado algún individuo desagradable. Pero se trataba de un hombre alto, con el cabello castaño, aclarado por un sol no inglés, hombros cuadrados y un rostro angular que podía pertenecer a un modelo masculino.

    Ese rostro atractivo portaba una sonrisa igualmente atractiva.

    –Toca muy bien –dijo él.

    –Lo sé.

    Él se quedó desconcertado por un momento y luego murmuró:

    –Y tampoco tiene falsa modestia.

    Ella se encogió de hombros y luego se llevó de nuevo la flauta a los labios.

    Como el tipo no recogió la indirecta, le dijo:

    –Mira, compañero. Tengo que ganarme la vida, así que, si no es un cazatalentos de la Filarmónica de Londres…

    –Desafortunadamente, no lo soy. De todas formas, tengo otra proposición para usted.

    –Seguro.

    –No de esa clase.

    Dee siguió mirándolo escépticamente, como hacía en la actualidad con todos los hombres.

    –Mire –dijo él sacando su cartera y, de ella, un billete de veinte libras–. Le pagaré por su tiempo.

    –¿Se cree que soy una chica barata?

    No estaba segura de lo que costaba en la actualidad un revolcón, pero le pareció que debía de ser más que eso.

    –Mire, podemos ir a un café y la invitaré a usted y a Rover a un té.

    La mirada del hombre fue más cálida cuando la dirigió al perro.

    –Henry.

    –¿Perdón?

    –Se llama así –le informó Dee, al tiempo que se preguntaba por qué lo había hecho.

    –Henry…

    El hombre le acarició la cabeza al perro, que se sentó para facilitárselo.

    Dee observó al desconocido mientras acariciaba al perro. Entonces, Henry le lamió la mano al hombre, destruyendo toda posible impresión de que pudiera ser fiero.

    –¡Henry!

    –¿Qué edad tiene? ¿Once? ¿Doce?

    –Trece –respondió ella tristemente–. Pero sigue teniendo buenos dientes.

    –Estoy seguro de ello –dijo el hombre sonriendo.

    Sabía de perros y estaba seguro de que ése no le iba a morder.

    –Parece que tiene hambre –añadió él.

    –Nunca la tiene. Come muy bien.

    –De eso estoy seguro. Es usted la que me ha parecido que la tiene.

    –Gracias –dijo Dee haciendo una mueca.

    Reconocía enseguida los insultos.

    Pero el caso era que ese tipo tenía razón, no solía comer regularmente.

    Entonces, él subió el precio.

    –Treinta libras y esta noche Henry y usted podrán cenar como reyes.

    Era difícil rechazar treinta libras, pero Dee no era tonta.

    –¿Me vas a dar treinta libras sólo por sentarnos a charlar en un café? No fastidies, compañero…

    Baxter no podía culparla. Él mismo estaba empezando a pensar que era una tontería. Pero ya que había llegado tan lejos, no tenía nada que perder.

    –Como le he dicho, tengo una proposición para usted… llámelo una broma, si quiere. Una broma poco habitual más que peligrosa y, desde luego, no de naturaleza sexual. No estoy interesado en las jovencitas –dijo él en un inequívoco tono de voz.

    Dee pensó que eso tenía sentido.

    –Ya te lo he notado.

    –Lo dudo –replicó él secamente.

    –No te preocupes por lo que yo piense, compañero. Mi lema es vive y deja vivir.

    –Mire, no es…

    Pero entonces Baxter decidió no corregir su impresión. ¿Por qué no dejarla que pensara lo que quisiera si a él le venía bien?

    –Muy bien, yo elegiré el café –dijo ella levantándose de repente y luego recogiendo sus pertenencias.

    –Perfecto.

    –Con la pasta por delante, por supuesto.

    Baxter miró la mano extendida. Si le daba ahora el dinero, ¿qué evitaría que ella se escapara?

    Dudó demasiado tiempo.

    –Olvídalo entonces –dijo ella echando a andar.

    Él la agarró del brazo.

    –De acuerdo. La mitad ahora y la mitad cuando hayamos hablado.

    –Bueno…

    Quince libras eran mejor que nada, así que Dee se dejó convencer.

    Pero lo cierto era que él tenía otros planes. Cuando le dijo la mitad quiso decir la mitad. Tomó un billete de veinte libras y otro de diez y los partió por la mitad. Luego, le dio a ella dos trozos.

    Dee hizo una mueca, pero los aceptó, se echó a la espalda su mochila y tomó la cadena de Henry.

    Baxter se dio cuenta de lo cargada que iba.

    –Yo llevaré eso –dijo tomando de sus manos la caja de la flauta antes de que ella pudiera protestar–. Y la mochila, si quiere.

    –No se moleste. Ya se ha asegurado bastante con mi flauta.

    Baxter levantó una ceja.

    –Tanto escepticismo en alguien tan joven… De paso, ¿qué edad tiene usted?

    Por un desagradable momento, él se preguntó si no sería demasiado joven.

    –¿Qué edad he de tener? –le preguntó ella suspicazmente.

    –La suficiente como para tener un trabajo.

    No podía estar refiriéndose a dieciséis años, ¿no?

    –Sí, bueno, la tengo.

    –Muy bien.

    Siguieron caminando y Baxter pensó mantener una conversación con ella mientras lo hacían, pero se contuvo. Esa chica parecía demasiado callada para su edad. ¿Era una buena señal para sus propósitos? Pudiera ser. Era mejor eso que ser indiscreta.

    Dee, por su parte, era muy consciente del desconocido que tenía a su lado. Era difícil no serlo. Siempre había sido alta, cosa que le había causado grandes problemas. Con dieciséis años medía casi metro ochenta. Por suerte, había dejado de crecer de golpe, pero aun así, seguía siendo más alta que la mayoría de la gente.

    Pero no que ese hombre.

    Se sintió aliviada cuando llegó el metro. Lo tomaron juntos y estuvieron en silencio durante cinco estaciones, hasta que llegaron a Newhouse.

    Sólo entonces, cuando llegaron al vestíbulo, le dijo:

    –Por cierto, no tengo billete.

    –Perfecto… Debería haberlo sabido.

    ¿Qué debería haber sabido? ¿Que las chicas como ella se colaban en el metro? ¿Que no podían ser honradas? Dee lo miró fijamente.

    –No sabes nada –le dijo, pasándole la cadena de Henry–. No te preocupes. Ocúpate tú de él. Nos encontraremos fuera.

    –Un momento…

    Pero Baxter no tuvo tiempo de decir nada más. La observó con una mezcla de horror y fascinación mientras ella se dirigía a la barrera metálica más cercana y se la saltaba.

    Pensó que se había librado, pero entonces el cobrador, que la había visto, gritó.

    El perro echó a correr también entonces y lo arrastró consigo. Llegaron a tiempo de ver cómo dos policías del metro detenían a la chica.

    Baxter pensó rápidamente y tomó la iniciativa.

    –¿Te crees que eso ha tenido gracia? –le dijo a ella directamente y luego se dirigió a los policías–. ¡Los chicos de hoy en día tienen una idea muy extraña de lo que es divertido! Lo lamento mucho…

    –¿La conoce? –le dijo uno de los policías.

    –Me gustaría poder negarlo. Pero sí, es mi sobrina Morag.

    Los dos policías se quedaron en silencio por un momento, como decidiendo si creérselo o no.

    Lo mismo que Dee. ¿Morag? ¿Qué clase de nombre era ese?

    –Tenía billete, pero lo perdió –continuó mintiendo Baxter–. Por supuesto, le iba a comprar otro a la salida, pero la muy tonta decidió saltarse la barrera. Creo que es la tontería de moda entre los adolescentes. Supongo que es un poco más seguro que ser un conductor suicida.

    –Pero más caro –dijo uno de los policías–. Me temo que va a tener que pagar una multa, señor.

    –Bueno, qué le voy a hacer. Has sido una tonta. ¿Qué va a decir tu madre?

    –No lo sé –murmuró Dee, no muy segura de su papel en esa comedia, pero dándose cuenta de que, por lo menos, debía hacerse la arrepentida.

    Él agitó la cabeza.

    –¿Qué podemos hacer? Esto le romperá el corazón a su madre…

    –Bueno, supongo que bastará con que pague el precio máximo del billete –dijo uno de

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