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Los Hijos del Destino: Karmenyta
Los Hijos del Destino: Karmenyta
Los Hijos del Destino: Karmenyta
Libro electrónico413 páginas4 horas

Los Hijos del Destino: Karmenyta

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Información de este libro electrónico

El equilibrio del universo está en peligro. En el planeta Kokeran, las Karmenytas acaban de revelar una profecía enigmática. Kelmozar, el más anciano de los Guardianes, entiende que uno de los suyos debe dejar el bosque de Karmenyta. Si no encuentra a la Elegida, la vida podría llegar a apagarse por completo. Deprisa. Debe convocar al Consejo de los Sabios y descubrir cuál es el Guardián elegido por las Tejedoras del Destino. Paralelamente, en Terra IV, Leonida Butrika, una antigua inspectora, lleva a cabo una investigación sobre la desaparición misteriosa de niños. Su investigación la llevará a dejar su nido y a viajar hacia Animotopia para seguirle la pista a su principal sospechoso. Temeraria, desconoce realmente la verdadera naturaleza de su enemigo… poco común.

Incluye: El Secreto de Karmenyta, la novela que ha dado paso a Los Hijos del Destino.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento6 may 2021
ISBN9781071599662
Los Hijos del Destino: Karmenyta

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    Los Hijos del Destino - Chris Red

    Del mismo autor :

    Los Cuatro Elementos

    Tomo 1 : Una Nueva Era

    Tomo 2 : Felicidad

    Tomo 3 : Viaje a Shamballa

    Tomo 4 : El Juicio Final

    Estos libros están disponibles en formatos digitales y de bolsillo.

    Novelas independientes :

    Directo al corazón

    CHRIS RED

    ––––––––

    Los Hijos del Destino

    NOVELA

    Editado y publicado por Christophe Demarcq

    Todos los derechos reservados © 2017 Los Hijos del Destino : Chris Red

    CopyrightDepot.com number 00062275-1

    ISBN : 978-0-244-03336-1

    A Hélène, mi mujer que siempre ha creído en mí.

    Capítulo 1 : Karmenyta

    ––––––––

    Las hojas del bosque de Karmenyta sonaban en silencio. Los pájaros que habitaban en él piaban y contribuían a crear una atmósfera tranquila y serena para la comunidad de criaturas unidas en su corazón.

    El bosque estaba situado en el planeta Kokeran, un astro disimulado en el seno de la constelación de Hydre, y que su existencia no representaba nada más que una quimera para los miles de millones de almas diseminadas por el universo.

    Extensiones desiertas y hostiles rodeaban estos bosques que habían sido elegidos por los Guardianes para formar en ellos un paraíso de paz. A menos que hubieran sido seleccionados por las fuerzas secretas que regían la vida. Esto pretendía velar por uno de los secretos más bien guardados de la galaxia.

    Si los Guardianes tenían la impresión de ser dueños de su destino y de decidir su suerte, conocían la verdad. Probablemente no vinieron solamente para crear un pueblo único. Un lugar donde especies muy diferentes se unían con el fin de vivir una vida apartados de los tormentos que poblaban otros planetas.

    Efectivamente, raros eran los mundos que no habían sido afectados por la guerra, el caos, el hambre, los celos o las enfermedades. Entre tantos males que sancionan los pueblos sin distinción de raza o de apariencia.

    No, los Guardianes eran los elegidos. Elegidos para proteger y velar por la confidencialidad de las Karmenytes. Las tejedoras del Destino. Eran mujeres que ocupaban el bosque de Karmenyta desde el comienzo de los tiempos. O, más precisamente, desde la siembra de estos árboles y plantas que se habían reunido alrededor del tronco mientras tejían los filamentos que emanaban de este.

    Un árbol que no dejaba de crecer y de extenderse a medida que ellas seguían con su obra.

    Un monumento al que los Guardianes habían puesto un nombre.

    Karma.

    Un nombre con raíces en el bosque de Karmenyta, A menos que fuera al revés. Nadie lo sabía. Excepto las Karmenytas.

    Pero ellas no hablaban. No en una lengua humana, ni por telepatía, ni a través de ningún otro dialecto existente en la constelación de Hydre, ni en ninguna otra constelación.

    Se comunicaban entre ellas. A su manera. Tan solo un sonido rauco podía resonar por sus cuerdas vocales.

    Sin embargo, cuando la situación lo exigía, lograban encontrar la manera de compartir las profecías que elaboraban.

    Es así como en este día desafortunado, Kelmozar, el Guardián más anciano, se encontraba allí, observando en silencio, cuando una hoja se despegó de una branca de Karma.

    Su mirada dejó el espectáculo ofrecido por las tres mujeres que no mutaban con el paso de la vejez. Se elevó y siguió con atención la hoja inmensa de color púrpura que planeaba sobre sus cabezas y se dirigía lentamente pero decidida hacia el suelo. Su sombra se paseaba sobre la tierra mientras daba vueltas y caía.

    Kelmozar se preguntaba si las Karmenytes alcanzaban a influenciar hasta el caer de las hojas de Karma, que traían profecías. A veces trataba de percibir los límites de sus dones.

    La criatura, dotada con la apariencia de un mapache y de patas cortas, usó su intuición y se desplazó hacia el lugar donde suponía que la hoja iba a aterrizar.

    Kelmozar se apoyó con su mano izquierda a su bastón ligeramente curvado y se tomó el tiempo para encontrar un buen lugar, en el buen momento.

    Levantó la cabeza y espió la hoja mientras que terminaba su carrera.

    Esperó pacientemente a que se posara sobre el suelo para leer el mensaje que deseaba transmitir.

    Las Karmenytes no interrumpían nunca su obra.

    Sus ojos estaban cubiertos de telas blancas. Y su percepción difería de todo lo conocido en la inmensidad del universo. Las tejedoras del Destino se encontraban en una dimensión completamente aparte, donde el tiempo y el espacio no representaban ningún misterio. Concebían el pasado, presente y futuro sin distinción alguna. La información provenía de todos lados. Parecían ser un recurso inexorable.

    Sin embargo, las profecías que predecían y transmitían directamente a los Guardianes no eran legión. Si decidían prevenirlos, significaba una amenaza sobre el equilibrio frágil de la vida universal. Si no, se contentaban de dejarlas vivir y decidían no interferir.

    Por eso, Kelmozar no perdió el tiempo. Sus ojos descifraron las escrituras sagradas e insospechadas de un dialecto en extinción. La lengua Akmenydée. Una lengua heredera de una civilización considerada desaparecida desde hace varios milenios, pero cuya práctica se había vuelto a extender en diversos mundos partiendo del planeta Akmenydia.

    El mapache comenzó a leer el contenido del presagio en voz baja.

    Las madres sufren. Los niños ven el día.

    Los mundos agonizan. La luz se apaga.

    Las madres lloran. Los niños ven la noche.

    Los mundos tiemblan. Las tinieblas suben.

    Parecida a todos. La elegida es rechazada.

    Guardián del destino. Tu prisión te recuerda.

    Diferente a todos. La elegida persigue la verdad.

    Guardián del destino. La verdad se te escapa.

    Ella y él. O nada más será.

    Sus ojos se abrieron como platos.

    No lo comprendía todo. No buscaba el significado detrás de las palabras, pero comprendía la inminencia de un desastre desmesurado.

    Y sobre todo, les concernía más que cualquier otra profecía. Ningún Guardián había tenido nunca que salir del bosque de Karmenyta después de su llegada.

    Y por tanto, un Guardián había sido designado expresamente por la profecía. ¿Pero cuál?

    Por primera vez después de dos décadas, Kelmozar debía reunir al Consejo de los Sabios.

    Capítulo 2 : Leonida Butrika

    ––––––––

    La mirada fija sobre su mano, Leonida sentía la misma fascinación de siempre después de la mutación que acababa de suceder. Los miembros de su especie le inspiraban preocupación y temor. Sus diferencias eran a menudo mal vistas.

    Sin embargo, se trataba de un prodigio de la naturaleza simplemente impresionante. La capacidad de jugar con la silueta de dos especies aparentemente diferentes. Es un lujo y un privilegio cada vez más extraño en la superficie casi infinita de la constelación del Dragón. Pero también en el resto del universo.

    Y no era porque los duplicados tuvieran dificultades para reproducirse o para prolongar su esperanza de vida.

    No. En realidad, llevaban siglos siendo perseguidos y eliminados. Sus habilidades por cambiar de apariencia y camuflarse habían instigado diversos conflictos interplanetarios. Su reputación estaba en declive y su propia existencia no estaba bien considerada.

    Por eso, la mayoría de los supervivientes se escondían para no atraer el odio.

    Se los consideraba los marginados del universo.

    Su cobardía obligada les impedía conocerse y reproducirse. Sin embargo, un duplicado humano podía reproducirse con un humano, pero las probabilidades de que los duplicados engendrasen eran considerablemente reducidas. Por eso, su especie se encontraba en declive.

    Razón por la cual Leonida tenía la costumbre de observar con atención a su alrededor cuando producía su metamorfosis. Odiaba tener que transformarse en público.

    Pero por las necesidades de sus investigaciones, tenía que moverse entre su personalidad humana y su apariencia de tatoulina, una especie fácilmente reconocible por su caparazón ultrarresistente que cubría su piel y que su color variaba según su código genético.

    Dotada con los rasgos de una mujer de edad avanzada pero con muchos años por delante todavía, Leonida se acercó al pomo de la puerta y llamó.

    Un holograma apareció por el interfono y difundió una pantalla en donde aparecía la cara de un hombre.

    La escaneó cautelosamente gracias a un dispositivo de video vigilancia colocado sobre la puerta. Una maquinaria que se confundía fácilmente con el mobiliario pero que ella lograba detectar gracias a su experiencia profesional.

    ¿Sí? ¿Quién es? ¿Qué quiere? gruñó el hombre, visiblemente poco dispuesto a recibir visitas imprevistas.

    Leonida se abrió un poco la chaqueta impermeable que disimilaba perfectamente las curvas de su anatomía.

    La expresión del hombre se desplomó cuando vio la insignia que llevaba enganchada en el bolsillo interior.

    Buenos días, señor Genk, Inspectora Leonida Butrika. Quisiera hacerle unas preguntas, si me lo permite.

    Sí, por supuesto, inspectora, espere que abro.

    El holograma desapareció y se oyó un clic.

    La puerta se abrió.

    Leonida no tuvo tiempo de empujarla que el padre de familia ya le abrió la puerta de su casa.

    Entre, por favor.

    El señor Genk, Rachid de nombre, ordenó rápidamente la mesa baja y le invitó a sentarse.

    Disculpa que mi mujer se encuentra ausente, está trabajando.

    Leonida sonrió por cortesía.

    No importa.

    Rachid Genk le invitó a sentarse sobre el sofá y eligió un sillón a su derecha.

    No lograba disimular sus nervios aparentes, y ni siquiera lo intentaba.

    ¿Quiere que le traiga un bocadillo? Le preguntó, levantándose.

    Leonida negó con la cabeza y le indicó con la mano que se sentara.

    Vengo por la desaparición de su hijo, señor Genk. Sé que es un tema doloroso, pero no hemos cesado en nuestras investigaciones.

    ¿Tienen novedades? Es decir, ya hará casi un año, temíamos que su dossier hubiera sido... archivado.

    ¿Archivado? Sí, lo había estado pero por la policía, no para Leonida Butrika, una duplicada que investigaba por cuenta propia.

    No, no piensen eso, el dossier de su hijo está siempre en nuestras prioridades, mintió para dar credibilidad a su cubrimiento. Desgraciadamente, tenemos dificultades con este tipo de casos. Muy pocos casos de desaparición se resuelven. Sin embargo, podríamos haberle encontrado la pista.

    ¿Necesita mi ayuda? preguntó Rachid Genk.

    Sí, dijo mientras sacaba una serie de objetos del bolsillo de su chaqueta. Quisiera que echara un vistazo a estas fotografías y que me dijera si alguno de estos hombres le resulta familiar, y si lo conoce o simplemente se lo ha cruzado en los días precedentes de la desaparición del pequeño Kader.

    El padre de familia asintió y frunció el ceño mientras la inspectora extendía las pruebas sobre la mesa baja.

    Cuando hubo terminado, se inclinó y las inspeccionó con atención, una tras otra.

    Hacía muecas mientras su mirada se movía de izquierda y derecha, bajaba a la hilera inferior y procedía de la misma forma en el sentido inverso.

    Nueve fotografías. Nueve hombres. Nueve sospechosos.

    Un culpable.

    Pero hasta ahora, Leonida no tenía ningún medio de conectarlos con las desapariciones que estaban siendo cada vez más frecuentes, en numerosos planetas.

    Finalmente, cuando ya no lo esperaba, Rachid puso su dedo sobre la penúltima foto.

    Él. Me acuerdo de él.

    ¿Está seguro? dijo acercándose para ver de qué foto se trataba.

    La cogió, la observó de cerca y la puso de vuelta en su sitio.

    Sí, lo reconozco, estoy seguro. Mi memoria nunca me falla.

    ¿Se acuerda de en qué ocasión se lo encontró?

    Sí, vino a mi domicilio. Se presentó como un agente comercial. Nos prometió un viaje de ensueño en el planeta Exquisia si comprábamos un producto de su catálogo.

    ¿Qué tipo de productos?

    Una nave espacial. Un transbordador individual para trayectos cortos. Una inversión consecuente y que no respondía a nuestras necesidades.

    ¿Lo habéis hecho pasar aquí mismo, entonces?

    Sí, le ofrecimos algo para beber y tuvimos una charla trivial. Se quedó una buena hora aquí en casa. ¿Piensa que... estaba recogiendo información?

    Es una posibilidad. Pero todavía no podemos afirmarlo. ¿Se acuerda de cuánto tiempo paso desde la desaparición de su hijo?

    Diez días antes, dos semanas quizás, pero no más.

    ¿Tiene algo más que añadir de su encuentro? Haciendo memoria, ¿hay algún detalle que le pareciera extraño?

    Rachid reflexionó y recordó su encuentro de apariencia normal. No encontraba nada que añadir.

    Negó con la cabeza.

    Bien, le agradezco su colaboración. Les mantendremos al corriente si encontramos algo nuevo.

    Rachid expresó sorpresa.

    ¿Es todo? decían sus ojos.

    Sí, era todo. Leonida se levantó para irse.

    Comprendía la impotencia que había en los ojos de este hombre devastado por la pérdida de su hijo, pero ella trabajaba para él y para todos aquellos que desaparecían, fuera cual fuera su edad o especie.

    Su investigación estaba lejos de estar terminada.

    Capítulo 3 : El Consejo de los Sabios

    ––––––––

    Con las piernas cruzadas, los ocho Guardianes más ancianos meditaban sobre el contenido de la profecía que les acababa de ser transmitida a través de Kelmozar.

    El mapache se inclinó hacia su derecha y cogió con ambas manos un pequeño bol de madera lleno de agua y aprovechó para beber. Después la dejó donde estaba y examinó a sus amigos que parecían sumergidos en una reflexión profunda.

    Maya, la representante de los úrsidos se encontraba a su derecha.

    Junto a ella, estaba Altidora, una tortuga. Después Spot, un canino. Merikanos, un rinoceronte. Elysea, una humana. Bulkito, un centauro. Y, finalmente, Malicia, una criatura poco común, una gorgona.

    Cada uno de ellos provenía de un planeta en el cual su especie crecía antes que de la conquista del espacio les permitiera emigrar hacia otros lados.

    Las escamas de la cola serpiente de Malicia lucían y brillaban en el interior de la tienda que les daba refugio. Sus ojos reptilianos reflejaban destellos de luz mientras que su cabello no dejaba de moverse, reaccionando a la reflexión que la agitaba.

    Tu prisión te recuerda. ¿Es eso lo que has dicho, Kelmozar?

    Sí. Guardián del Destino. Tu prisión te recuerda.

    Tengo una idea. Pero no debemos equivocarnos.

    Dinos lo que piensas. Si tu idea se aprueba por unanimidad, la echaremos adelante.

    Acogimos a un humano, hace ya unos años. Provenía del planeta Aliandor.

    Ah sí, Esteban. ¿A dónde quieres llegar ?

    ¿Recordáis todo el mal estar que lo empujó no a dejar este mundo, pero a huir de él? Se escapó de una casa que no consideraba como una tierra de asilo acogedora, sino más bien una prisión.

    Es una sugerencia interesante. ¿Qué pensáis los demás? Preguntó a los demás Guardianes.

    Todos se mostraban más o menos atentos y reflexionaban sobre la hipótesis de Malicia.

    Me acuerdo bien de él, yo lo acogí. Tuvimos varios intercambios durante ese tiempo. Me confió él mismo que se sentía prisionero del mundo en el que vivía, corroboraba Spot. Vino aquí en busca de libertad. Corresponde al perfil establecido por la profecía.

    Más que nadie en el seno de nuestra comunidad, precisó Bulkito.

    Kelmozar no respondió, todavía reflexionaba sobre la idea que pudiera tratarse de otro Guardián. Un solo error era intolerable. Sin embargo, Malicia tenía a menudo razón. Sus instintos raramente le fallaban y sus reflexiones acertaban. La gorgona hacía honor a su nombre.

    Pero, ¿es realmente justo pedirle que regrese al planeta que abandonó voluntariamente? Preguntaba Altidora. Por no hablar de que no podemos ir en contra del libre arbitraje, ni de los valores y principios que compartimos. Y que, permitidme recordar, encarnan los cimientos que nos mantienen unidos a todos.

    Aliandor cuenta como uno de los lugares de la galaxia donde algunos vicios están más propagados, precisó Elysea. Pero la profecía implica que allí se encuentra la Elegida. No es cuestión de hacerle volver a su vida de antaño.

    No se trata de saber si el Guardián debe volver allí, corrigió Kelmozar. Su prisión le recuerda. El problema está en saber a quién hace referencia la profecía. Entonces, será ella quien decida.

    Una gran responsabilidad. Una responsabilidad demasiado grande, murmuró Merikanos. Pero si la profecía la ha elegido. O más exactamente, si las Karmenytes la han elegido para llevar esta carga, entonces significa que estiman indudablemente que puede hacerlo sin problemas. No podemos ir en contra de la voluntad de aquellas que nos protegen tanto como velamos por ella.

    La voz de la sabiduría ha hablado. Y ningún otro nombre nos viene a la mente. Votemos, gruñó Bulkito. A menos que alguien más tenga a otro personaje en mente.

    Las voces callaron y las miradas se cruzaron.

    Bien, dijo Bulkito. Entonces, quienes piensen que el humano Esteban es el Guardián del Destino, ¡que levanten la mano!

    Al momento, levantó la suya.

    Rápidamente se le unieron Malicia, Merikanos y Elysea.

    Kelmozar, Maya, Spot y Altidora todavía dudaban.

    El equilibrio del Universo está en juego, recordó Kelmozar. Hay que tener en cuenta, advirtió mientras sentía la compasión de sus amigos incitarle a querer proteger codo con codo a su amigo.

    La pata del mapache de levantó a su turno. Maya lo imitó. Igual que Spot y Altidora, después de un pensarlo un momento.

    Ya está. Debemos recordar que no hay tiempo que perder. Hay que convocar imperativamente a Esteban. 

    Capítulo 4 : Desapariciones

    ––––––––

    Sentada en el despacho de su laboratorio. Leonida meditaba frente a la fotografía del sospechoso designado por el padre de Kader Genk, uno de los muchos niños secuestrados. Brutalmente, sin ninguna señal previa.

    Una desaparición repentina y violenta par sus padres. Como era el caso para la mayoría de los casos que estudiaba. Su ser más querido en este mundo, el fruto de sus entrañas, les fue capturado sin previo aviso.

    De un día para el otro, su vida daba un giro inesperado seguido de una inevitable caída en la miseria.

    Leonida no tenía alma de madre. Sin embargo, sentía una infinita compasión por esos niños a quién se les privaba, sin pedirles su opinión, de una vida feliz. Los recién nacidos encarnaban el futuro. La promesa de ver la costumbres evolucionar. La esperanza de romper las cadenas que retenían a miles de millones de criaturas diseminadas en el universo y de liberar sus almas.

    Mientras trabajaba en el seno de la policía, se dio cuenta que estos dossiers eran dejados de lado. Aparentemente, porque parecían muy complicados de resolver. Las pruebas eran pequeñas, o totalmente ausentes. Los casos estaban esparcidos en diferentes mundos, separados por distancias abismales. Por eso, era una tarea ardua relacionarlos y establecer un modo operativo, una movilidad y un perfil responsables.

    También podría tratarse de millones de ejes que dejaban expresar sus inclinaciones nauseabundas y que el trabajo de una sola entidad bien organizada y con determinación de abusar de los seres más frágiles del universo, unos niños que todavía no estaban dotados de la fuerza física suficiente para resistir a un asaltante, ni la agilidad mental para leer las trampas elaboradas por las mentes perversas de sus secuestradores.

    Pero para Leonida, un esquema se dibujaba entre la trama de estas desapariciones. Un personaje vestido de negro y con gafas de sol. Su descripción aparecía en diversos testimonios. No podía tratarse de una coincidencia.

    Después de años de investigación, la duplicada esperaba por fin haber reducido su lista de sospechosos a una sola cara. Al menos lo creía, pero guardaba en mente que a cada paso hacia delante, le ocurría que regresaba dos pasos hacia atrás. Como si unas fuerzas maquiavélicas trazaran una red que le impedía avanzar.

    Con lucidez, ella sabía que no había terminado su trabajo y no olvidaba en ningún momento que un obstáculo podía interponerse en su camino para ralentizarla. O que una pista en la que trabajaba desde hacía meses y meses podía ser destruida. La posibilidad de volver a la casilla de inicio la atormentaba.

    Ya había sufrido en otras ocasiones diversas decepciones ligadas a una investigación de estas dimensiones. Pero no era capaz de abandonar. En su mente, el problema era demasiado importante. Si solo, por una vez, lograba seguir cavando sin recaer sobre un obstáculo.

    Claro que, si la investigación avanzaba por el buen camino, probablemente se vería obligada a dejar Terra IV, el planeta que le ofrecía un refugio relativamente tranquilo. Una tierra donde los duplicados podían vivir entre la multitud sin preocupaciones excesivas.

    El peligro no le preocupaba, por eso. El bienestar general primaba por encima de su propia persona.

    Leonida reposó la instantánea del informe sobre un cristal transparente de su despacho.

    Se inclinó hacia delante y recogió un guante que había junto a una montaña de documentos e informes de sus interrogatorios.

    Con ayuda de su mano izquierda, se lo puso en la mano derecha.

    Hecho a base de elastocol, una substancia elástica muy adherente, el guante parecía moverse solo al pegarse sobre la piel de Leonida. El material extrafino y muy sensible se confundía con la mínima aspereza de su piel.

    Unos agujeritos permitían a sus dedos una apariencia de libertad, así como en una parte del dorso de su mano. Una apertura circular permitía que la piel respirase.

    El guante llegaba un poco más lejos de la muñeca.

    Leonida giró su mano con la palma levantada hacia el techo y descubrió un círculo gris táctil que dominaba en el centro del guante.

    Con su mano izquierda, abrió el cajón y sacó un par de gafas. Desprovistas de una montura para sostenerlos, los cristales estaban envueltos por un marco de elastocol que mostraban un color translucido y eran increíblemente finos. Por no hablar de lo extremadamente frágiles que eran.

    La inspectora se llevó las gafas a tan solo unos milímetros de su nariz, y después las dejó. Su piel parecía imantar el objeto. A menos que fueran los cristales los que se sentían atraídos por sus ojos. El dispositivo se pegó sobre su piel, y los cristales se fusionaron con sus órganos oculares.

    El estratagema tan solo era perceptible si se observaba a la persona de muy cerca y directamente a los ojos, o por el marco que formaba un refuerzo sutil de la piel alrededor de los ojos confundiéndose con la sombra de la piel del poseedor, o más concretamente, de la poseedora.

    Después, Leonida pasó un dedo por el botón del guante en su mano derecha.

    La luz de su alrededor desapareció de repente. Se quedó literalmente a oscuras.

    Al cabo de unos segundos, millones de lucecitas explotaba como estrellas nacientes. Se expandían no solo por su campo de visión sino también por todo cuanto su mirada pudiera dirigirse.

    Servidor, conexión con la red interna de la policía.

    En la multitud, las estrellas formaron un desfile como si una nave espacial se acelerase para realizar un salto interdimensional.

    Después, la oscuridad se esclareció súbitamente. La luz salió por todas partes.

    Una voz femenina, claramente pregrabada por los fabricantes del guante, sonó.

    Conexión completada. Mostrando los datos.

    Y unos iconos de dossiers aparecieron. Miles de ellos. Cada uno con innombrables sub-dossieres.

    Servidor, conexión con el registro de los antecedentes penales.

    Los símbolos de los documentos desfilaron antes de que uno de ellos fuera elegido y abierto. Y así hasta dar con el contenido deseado.

    Leonida tenía frente a ella la integridad de todos los ficheros reagrupando a los criminales identificados por el conjunto de las diferentes jurisdicciones

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